El 18 de febrero salió muy temprano de Acobamba con el propósito de avanzar ese día hasta Julcamarca a distancia de 9 leguas. Época de aguas, el río que media entre esos pueblos estaba muy cargado y se perdió mucho en vadearlo.
El paraje no ofrecía espacio ni recursos para acampar. Aunque la tarde estaba ya demasiado avanzada para atravesar la empinada cuesta que nos separaba del pueblo de Julcamarca, fue inevitable forzar el paso. Cuando con las sombras de la noche se hacía más escabrosa la subida, encontrándose todavía el grueso de las fuerzas a la mitad del camino, se desató repentinamente una furiosa tempestad de agua, granizo y rayos, que bien pronto convirtió la senda en un torrente que abría grietas y pantanos por todas partes en un terreno deleznable.
Al rayar la aurora era horroroso el espectáculo que ofrecía con los estragos de la tormenta, el desfiladero por donde nos arrastrábamos aún.
Soldados ateridos de frío con las ropas empapadas, recostados sobre el lodo, exánimes de fatiga y hambre; armas y municiones tiradas por lodas partes a lo largo del camino; acémilas muertas o revolcándose en el suelo bajo el peso de la carga que no habían podido arrojarla. Gracias a la espontánea y entusiasta solicitud del vecindario se acudió a la tropa con mantas y frazadas y abundancia de bebidas calientes y alimentos.
Al revisar el Gral. Cáceres sus huestes deshechas, se dio cuenta inmediatamente del irreparable quebranto que acababa de sufrir, así en el personal como en el material de guerra. Aparte de los hombres incapacitados por los accidentes de la noche para continuar en filas, descubrió numerosas deserciones a que la ocasión se prestaba.
Inquieto mi espíritu por el nuevo cariz que iba tomando la situacion de la Jefatura Superior, me propuse sondear el ánimo del General en relación con las fuerzas de Ayacucho, que a mi ver constituían una incógnita poco tranquilizadora. "Después del rudo golpe -le dije- que el destino adverso acaba de asestarle, está Ud. abocado a una eventualidad peligrosa a que debo llamar su atención. Creo yo que el Crnel. Panizo no sólo no se someterá a su autoridad sino que le saldrá a su encuentro con las fuerzas que le obedecen, en este momento superiores numéricamente a las de Ud. El caso es muy grave para no meditarlo a fondo antes de proseguir la marcha". "Yo también creo como Ud. -me contestó- que Panizo se rebelará contra mí. Pero, así y todo, estoy resuelto a batirIo si se me cuadra. Y mañana partiremos de aquí. Cuento con el pueblo de Ayacucho. Eso es un polvorín cargado que estallará apenas me presente a sus puertas. Hace tiempo que es víctima de toda clase de ultrajes y atropellos de parte de Panizo y los suyos. llegada la hora de la venganza, seguro estoy de que será mi mejor aliado".
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Cavero, José Salvador. "Recuerdos de la Guerra con Chile" en Boletín del Instituto Riva-Agüero No. 09 (1972).
Saludos
Jonatan Saona
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