Después de corto descanso, seguimos el viaje a Izcuchaca, donde llegamos por la noche. El gobernador del pueblo anterior nos había preparado fiambre para el camino; y éste de Izcuchaca nos tenía listo el mejor alojamiento, en la plaza amplia y solitaria, con un sello de tristeza. Yo no contaba con tranquilidad, pensando que Cáceres quedaba batiéndose en Pucará, a distancia de pocas horas.
El combate allí fue recio. Cáceres, al tener que subir y bajar constantemente varios montículos para buscar buenas posiciones a sus soldados, casi cae prisionero. Era el suyo un grupo que impedía el avance del ejército atacante. Cáceres, a todo trance, quería salvar el grueso de las tropas del Centro. Por eso resistía, con pelotones que distribuía estratégicamente, entre los peñascos. En una de esas correrías, se aflojó la cincha de su montura y fue necesario y urgente bajarse del caballo para ensillarlo de nuevo. Los chilenos no perdían de vista esta maniobra, que ponía en peligro la vida de Cáceres, por lo cual lanzaron un piquete de caballería que había descubierto el vado del río que los separaba, y que se abalanzó para atrapar a mi marido. Pero éste, que tampoco se descuidaba en la observación del enemigo, se había dado cuenta del plan chileno y rápidamente ordenó a su escolta y a su cuerpo de ayudantes que contuviesen el paso de los atacantes. Los peruanos se lanzaron entonces desesperadamente sobre aquellos, haciéndoles fuego graneado hasta ponerlos en fuga.
Mientras tanto, Ricardo Bentín, uno de los ayudantes, engreído de Cáceres, tuvo un hermoso y valiente gesto para ayudar a su general: se bajó de su caballo y se lo ofreció ensillado a Cáceres. Así pudo librar a su jefe de la muerte porque Cáceres decía que antes de dejarse coger se habría dado un tiro. Otro episodio más fuerte y doloroso ocurrió en la batalla de Pucará: mi marido era el blanco de los proyectiles enemigos. Como ocupaba el sitio de mayor peligro, dirigiendo personalmente el batallón “Zepita”, las balas chilenas arreciaban en su rededor. Cáceres era alto y de figura marcial, de modo que se destacaba entre muchos. Como la mayor parte del ejército estaba preparado para atacar a los chilenos desde las alturas del llamado cuello de Marcavalle y éstos no se decidían a avanzar, Cáceres dio la orden de que bajara una compañía haciendo fuego sobre el enemigo, incitándolo así a continuar la batalla.
El comandante Navarro siempre tan arrojado y valiente, se abalanzó contra ellos disparando su arma y adelantándose a la compañía. A los pocos minutos cayó fulminado por un balazo enemigo. Seguramente a causa de su estatura y por vestir como Cáceres un cubrepolvo de seda china, los chilenos lo confundieron con mi marido. Todos sentimos la muerte de este generoso y valiente jefe que tanta falta había de hacernos.
Nosotras habíamos partido momentos antes de comenzar esta batalla gloriosa para las armas peruanas. Con la angustia de saber que el ejército del Centro marchaba perseguido de cerca por el enemigo, nos levantamos muy temprano y fuimos a visitar el caudaloso río y el famoso puente de piedra que mandó construir el gran mariscal don Ramón Castilla, cuyo retrato de relieve decora dicho puente...
Los trajes multicolores de las serranas daban notas alegres en contraste con los severos uniformes de nuestros soldados que iban llegando después de la batalla. En primer lugar, vimos a los jefes y oficiales de la maestranza. En cuanto los divisamos, corrimos hacia ellos pidiéndoles noticias. “Señora -me dijeron-, los chilenos hicieron marchas forzadas para alcanzarnos en Pucará. El combate empezó a las 6 de la mañana del 5 de febrero de 1882 y estamos triunfando. El grueso de nuestras tropas nos sigue. El general se ha quedado aún batiéndose al frente de un puñado de valientes para cubrir la retaguardia”.
La nueva de la victoria nos colmó de entusiasmo; pero mi corazón estaba angustiado: el arrojo de Cáceres, al contener al enemigo con solo unos pocos soldados me tenía llena de inquietud; podía salir herido o caer prisionero. Hubo un momento en que corrió este peligro.
Habiendo vencido los peruanos en esta batalla, pasaron las tropas al pueblo de Izcuchaca. Yo iba indagando a todos los oficiales que llegaban, recibiendo de ellos las últimas noticias halagadoras de que la victoria había sido nuestra. Pero no quise alejarme de Izcuchaca sin ver a Cáceres después del combate, temerosa de que, a última hora, lo hubiesen herido, cosa que no era imposible porque casi siempre en las batallas él entraba en las primeras líneas de fuego. Así, pues, resolví esperarlo, aunque nos separaba del enemigo solo una jornada de camino, pero, como yo disponía siempre de magníficas bestias que los patriotas me obsequiaban, en último caso podría escapar. Considerando imprudente retener conmigo a mis hijas, en esos críticos momentos, las hice salir al pueblo de Acobamba, acompañadas de su mama Manonga, quien las criaba con cariño y era una excelente mujer de toda mi confianza; de la muchacha Martina, leal servidora mía; de Juan de la Quintana, sobrino de mi marido, muy caballero y correcto, y del mayordomo Gregorio, antiguo servidor también.
El capitán Pérez quedó para acompañarme y esperar a su jefe. A las 10 de la noche vi llegar a Cáceres con su pequeño ejército, quienes a pesar del triunfo conquistado, denotaban cierto aire de tristeza causada, indudablemente, por todos los amigos que habían quedado sobre el campo de batalla. Con mi marido no se podía hablar aquella noche; estaba excitadísimo, molestándose porque le había esperado y haciéndome salir en seguida a reunirme con mis hijas.
La muerte, tan trágica, del comandante Ambrosio Navarro, le había enfurecido: después de 7 horas de combate, cuando ya la victoria era nuestra, cayó fulminado este pundonoroso jefe, como ya queda relatado. Este noble militar fue uno de los más bravos defensores del Perú y de los más leales colaboradores en la campaña de La Breña; su muerte conmovió a mi marido hondamente. Comprendiendo, pues, su justificada pesadumbre, opté por no importunarlo, dirigiéndome en seguida al pueblo de Acobamba o Acostambo (no recuerdo el nombre) donde encontré a mis hijas tomando desayuno con pan frío y miel con cáscaras de naranja.
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Moreno de Cáceres, Antonia. "Recuerdos de la Campaña de la Breña". Lima, 2014.
Saludos
Jonatan Saona
Otro triunfo en fuga??
ResponderBorrarFue una retirada estratégica que salió mal para Chile porque no logro sus objetivos y por el contrario el Ejército del Centro sí los logró...quedaron regados muchos chilenos por Pucará en su intento por atrapar a Cáceres.
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