(por Abelardo Gamarra "El Tunante")
Grau estaba en Arica.
Era el día de su cumpleaños.
Sus compañeros de a bordo quisieron ofrecerle, con ese motivo, una comida íntima. Se había recibido orden de salir aquel día, y antes de verificarlo pensaron reunir en torno del ilustre marino unos pocos amigos de los que más religioso cariño le guardaban. Se hizo el preparativo y a las cinco de la tarde, media docena de caballeros, de los de tierra, estrechaban la mano de los compatriotas del intrépido Huáscar, que como una niña bonita, mejor dicho, como la niña de los ojos de Grau, se encontraba gallardamente acondicionado, botada su obra muerta, aligerada su arboladura, pintadito de nuevo, buen mozo y elegante, como sarcófago artísticamente preparado para conservar las cenizas del marino más grande que ha tenido la América.