10 de noviembre de 2018

Justa Dorregaray

Justa Dorregaray Cueva
(Texto tomado de "El Perú Ilustrado" Lima, 21 de mayo de 1887)

Como una ofrenda de estimación y respeto á la memoria de la distinguida matrona Señora Doña Justa Dorregaray, madre de S.E. el señor General D. Andrés Avelino Cáceres, actual Presidente de la República, damos hoy su retrato en la primera página de nuestro presen­te número, á la vez que publicamos algunos ligeros apuntes sobre su vida, seguros de que ellos serán leídos con verdadero interés, en los principales centros sociales de nues­tro país y en muchos del extrangero, donde haya podido llegar la fama de las bellas prendas y numerosas virtudes que la adornaron en vida

Justa Dorregaray
La ciudad de Huancayo, en el Departamento de Junín, es el lugar del nacimiento de la respetable matrona cuyo nombre encabeza estas líneas, habiendo sido sus padres, el señor don Emeterio Dorregaray y la señora doña Benedicta Cueva. Por línea paterna fué descendiente de una noble familia incaica, de la gran Catalina Huanca, que fundó en la misma ciudad de Huancayo varios establecimientos de Beneficencia, y cuyos tesoros se buscan hoy mismo con empeño por los viageros y por innumerables personas.

Desde m uy niña, la señora Dorregaray dió muestras de una inteligencia privilegiada y dejó conocer su carácter enérgico á la vez que afable, generoso, franco y esencialmente modesto, prendas que la conquistaron gran número de simpatías, de las que ha gozado hasta el día de su muerte, y á las que reunía una ilustración poco común en personas de su sexo.

Muger de naturaleza vigorosa y retemplada por una conciencia tranquila, contó siempre la felicidad bien rara, por cierto, de no sufrir dolencia física alguna, ni siquiera ligeras indisposiciones, siendo la enfermedad que la ha llevado al sepulcro la primera de su vida.

Extraña á todo sentimiento que no estuviera en armonía con la elevación de su carácter, jamás se dejó envanecer por los favores de la fortuna, ni sintió abatirse su ánimo en presencia de las adversidades, siendo su mayor anhelo y la práctica más constante de su vida ejercer la caridad con el pobre desvalido y aliviar los sufrimientos de los seres desgraciados en el mundo.

La señora Justa Dorregaray vivió siempre con recomendable modestia, entregada al cuidado de una pequeña quinta que poseía en los alrededores de Tarma, ocupación que para ella constituía su mejor entretenimiento.

La educación de sus hijos, á fin de hacerlos ciudadanos útiles á su patria y á la humanidad entera, fué objeto de sus desvelos y de su atención preferente; debiendo estimarse como legítimo fruto de sus afanes, de sus máximas saludables y de sus oportunos concejos, las glorias y los honores que su hijo ha sabido conquistarle á la patria en los campos de batalla.

Pero la señora Dorregaray no era tan sólo el bello ángel del hogar, como dice Víctor Hugo, la madre cariñosa y tierna, y la imponderable amiga: éra además la muger republicana y patriota, alma fuerte y retemplada con la práctica de las virtudes, que trae á la memoria el recuerdo de las matronas romanas, de aquellas madres de la antigüedad que la historia nos presenta como ejemplo de civismo.

Por eso cuando llegó para el Perú la época de la prueba, de la adversidad enorme y del último sacrificio, sintió germinar en su pecho generoso el fuego del patriotismo, y después de desprenderse noblemente de su fortuna, á fin de aumentar con ella el fondo general de auxilios para la guerra con Chile y de haber contribuido, en cuanto le fuera posible, á la defensa nacional contra el invasor extrangero, á pesar de su edad y de sus venerables canas, abnegada y valerosa como las mugeres de Esparta, fué con voluntad siempre firme é inquebrantable energía donde quiera que la Patria hubo necesidad de la espada de su hijo, acompañándolo en sus penosas campañas, primero, contra el enemigo extrangero y, después, contra el régimen del Gral. Iglesias. Y en ellas la Sra. Dorregaray nunca se sintió abatida por las adversidades de la suerte ni inclinó su altiva frente delante del enemigo orgulloso ó altanero por el éxito de sus victorias; siempre tuvo la suficiente energía para despreciar la hiel de los sinsabores y desafiar los peligros consiguientes á su condición de madre del valeroso caudillo.

Nuestros mismos enemigos tuvieron conciencia de esto, y, al ver que no era una muger vulgar sino una verdadera matrona cuya augusta ancianidad ostentaba el explendor de las más altas virtudes, no pudieron ménos que hacerla objeto de su especial admiración y supieron respetarla y dispensarle todo género de consideraciones; y uno de los principales jefes de esas fuerzas expedicionarias le pidió con instancia una entrevista, para conocer, según su propia expresión, «á la madre del tenaz defensor de la honra del Perú.»

Una inesperada dolencia vino á conmover, hace poco, esa constitución admirable, ese prodigioso organismo, como cincelado en bronce, y la materia ha cedido al fin, cansada de luchar con el destino, á la hora señalada por el Hacedor Supremo en el libro de los destinos humanos. La señora Dorregaray, baja, pues, hoy á su tumba, á la edad de setenta y tres años, manifestando hasta en sus últimos momentos la dulce tranquilidad que tanto caracteriza á los justos en el trance de la muerte.

Con ella desaparece un hermoso contingente de virtudes, de aquellas que más enaltecen á la muger verdaderamente cristiana, siendo su fallecimiento no tan solo la desgracia de una respetable familia sino un motivo de duelo para la sociedad entera, especialmente para todas aquellas personas que tuvieron la honra y la satisfacción de tratarla. El país pierde en ella una matrona ejemplar en la práctica de las virtudes y una influencia saludable, elevada y poderosa en el espíritu del hijo que hoy rige los destinos de la República , y á quien ella supo conducir desde su infancia por la senda de los buenos.



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Texto e imagen tomados de "El Perú Ilustrado" núm 02, Lima, 21 de mayo de 1887.

Saludos
Jonatan Saona

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