Lleva este nombre la hacienda del señor Norberto Vento, situada a inmediaciones del pueblo de Canta.
Cuando la expedición de Letelier volvía a Lima, temió que de la quebrada de Canta saliese la agrupación de guerrilleros organizada por el señor Vento, con u peonada y con voluntarios lugareños, para defender sus propiedades y el pueblo contra los saqueos del Ejército chileno. En el caserío cercano de Cuevas se encontraba un destacamento del Batallón Buín, compuesto de 80 hombres y 4 Oficiales, los que, se comprende, por instalarse mejor, resolvieron trasladarse a la casa de la hacienda Sangrar, dejando algunos hombres en Cuevas, pues sólo distancia estos sitios un corto número de cuadras.
El Coronel Vento, había logrado organizar un pequeño Batallón de 100 plazas, al que dió el nombre de Canta y que había puesto a las órdenes del Jefe Superior del Centro, General Cáceres, de quien tenían la consigna, así como todas las fuerzas guerrilleras que principiaban a organizarse en esa región, de hostilizar al enemigo, siempre que lo tuviesen a su alcance y fraccionado, debiendo retirarse y disolverse, sin esperar un triunfo definitivo, al que era imposible aspirar dada la inferioridad de armamento y de militarización de la gente que se levantaba a la defensa de la Patria, que en esas circunstancias venía a ser la del propio terruño. Así, lejos de utilizar a las indiadas "como un repuesto de sangre casi inagotable", conforme ha escrito Bulnes, se economizaban vidas, después de haber causado el mayor daño posible al enemigo. Además del Batalloncito Canta, se habían alistado cuarenta civiles, prontos a secundar a estos, tomando parte en el combate de Sangrar, en el que los canteños se portaron con toda valentía, destruyendo a la guarnición del Buín, a pesar de ser gente improvisada en el servicio de las armas y de los escasos recursos de que podían disponer.
El Coronel Lizardo Revollé, ha publicado la referencia de un testigo que tomó parte en el combate, y que está conforme con el parte oficial peruano revelador de la realidad de los hechos. Leed:
"Que los chilenos pelearon con valor, no cabe duda. Prisioneros solamente tuvimos dos ó tres, uno de ellos -Sepúlveda- que murió. Escaparon 15 o 20 entre ellos uno o dos oficiales; los demás 70, (pues 70 fué el número de rifles que tomamos) sucumbieron y muchos de ellos quemados; porque sacados a la carrera de su trinchera, se metieron dentro de las casas de paja que hubo que incendiar, en el fragor del combate, porque de ellas nos hacían fuego, como también se hizo, en todo momento, de la "Capilla", cuya techumbre era y creo que es de zinc. Pero que se sostenga que los chilenos fueron menos de 100 hombres y que los peruanos fuimos 1,000 y tantos y perdimos más de 100 hombres, además de 11 Oficiales, no pasa esta versión de una invención ridícula.
Los peruanos, mejor dicho nuestra fuerza, constaba de dos compañías, o sea de 70 a 80 hombres del Batallón que Vento organizaba desde meses antes y que le había ofrecido al General Cáceres. Lo formaban dos compañías de 40 hombres más o menos, en su mayor parte canteños, los que no estábamos acuartelados (entre ellos había varios que, como yo, fuimos contra la voluntad de Vento). La fecha del combate no puedo precisarla; pero si asegurar que fué del 20 al 25 de Junio de 1881, y lo recuerdo porque cuando de regreso llegamos a Obrajillo, allí nos recibieron con los restos de la "Chicha de San Juan". Evidentemente, tuvimos varios muertos y heridos que los trajimos hasta acá de los que solamente sobrevive uno que está en Lima.
Serían las dos de la tarde de aquel día, la hora en que habiendo pernoctado en "Ocsamachai" y sin comer nada, llegamos al lugar denominado "Colac", donde nos encontramos con un grupo de diez a doce hombres, o mejor dicho de soldados chilenos, que según se dijo por el que se tomó vivo mal herido venían "a rebuscarse" en la estancia de doña Rosa de la Torre, "Capillayoj", porque sabían que allí había plata. Ver nosotros al expresado grupo que había bajado de la cordillera de Lacshagual, camino de Sangrar, y separarnos, instintivamente, a los lados, dejando el centro completamente franco, todo fué uno. Por su mala suerte, se colocaron, sin vernos, dentro de las dos líneas. Se sintió una descarga de 40 a 50 fusiles y todos, con excepción de uno, que corrió procurando ganar la altura que habían traído, estaban en tierra. muertos.
Se siguió, empeñosamente, al fugitivo, para impedir que fuese a dar aviso de lo que pasaba a sus compañeros de Sangrar, esto es a una legua de distancia, y se le encontró encogido y malamente herido al comenzar a bajar el cerro. Sepúlveda se llamaba éste que, repito, murió.
Vento dijo, reuniéndonos: "Basta con lo hecho ya; pasemos aquí la noche y en la madrugada bajaremos". "No señor, se le respondió; "hay tiempo y ahora mismo nos vamos sobre ellos: sabemos que ahora son 100 y los tomaremos de sorpresa; quizá mañana será mayor el número y entonces estamos perdidos: "Hoy o nunca". Vento, encogiéndose de hombros, dijo: "hágase lo que se quiere" y en el acto dividiéndose la fuerza nuevamente, en tres fracciones, se comenzó a descender del cerro; una parte tomó la derecha, otra la izquierda y la última el centro.
La marcha se hizo de modo que ninguna fracción se podía perder de vista mucho tiempo. y con paso corto, mesurado, para no fatigarse, pues había que partir a la carrera tan pronto como fuéramos vistos por el enemigo o estuviésemos a tiro de fusil. Después de una hora nos encontrábamos a cuatro cuadras, más o menos, del enemigo. que hasta ese momento no nos había visto, pero apenas nos apercibió dejó el rancho que comenzaba a servirse, de una gran paila y corrió a coger las armas que tenían delante, formando pabellones. Rompieron, en seguida, el fuego sobre nosotros y comenzó decididamente el ataque, atrincherados ellos en la pared, de más de un metro de alto, del panteón. Media hora después, se hallaban flanqueados, por la izquierda, por los nuestros y entonces, abandonando a escape la trinchera, se metieron dentro de las casas, como he dicho antes.
Nosotros encendimos los techos de las casas, que eran de paja y siguió el fuego de fusil contra los que estaban dentro de la capilla que lo tenía de zinc, hasta que apagado éste, ya cerrando la noche, vimos que huían aquellos quince o veinte, que como he dicho antes, s nos escaparon. De notarse es que tan pronto como los chilenos abandonaron la trinchera, aturdidos por nuestros gritos y el fuego que se hacía de todas partes, nosotros tomamos los rifles y municiones de sus muertos, y ha sido con esos proyectiles con los que se hizo fuego que duró más de una hora, pues sin ellos, no habríamos podido continuar el combate después de la media hora. La noche que pernoctamos en "Ocsamachai", cayó sobre nosotros un poco de nieve la que continuaba cayendo terminado el combate. No habíamos comido nada durante más de 24 horas y como ya teníamos tomados al enemigo 70 y tantos rifles, mayor número aún de caballitos serranos y no teníamos para qué continuar recibiendo agua, conforme he dicho antes, conduciendo a nuestros muertos y heridos, volvimos a subir la cordillera y a bajar hacia Canta, a donde llegamos el día siguiente. En ese mismo hecho de armas, se tomó dos banderas pequeñas: una chilena que conserva el doctor don Ignacio Bao, cuyo hijo el malogrado Hermógenes, fué uno de los combatientes, y otra peruana que sin duda cargaba el enemigo para engañarnos en ciertas ocasiones."
Otro versión peruana es la del Coronel Luis G. Escudero quien considera la publicación del Coronel Revollé falta de datos precisos.
El Coronel Escudero dice que Letelier, desde el Cerro de Pasco, el 21 notificó al Coronel don Manuel Encarnación Vento, imponiéndole que depusiera las armas, porque de lo contrario arrasaría Canta su paso para Lima; lo que admite duda desde que Letelier había dejado toda la quebrada central guarnecida -La Oroya, Casapalca, La Chosica, etc.-Además no es admisible que habiendo los chilenos notificado al Coronel Vento, se dejaran sorprender por éste y que el Subprefecto de Canta en su parte oficial omita tal noticia; no obstante la información del Coronel Escudero merece tomarse en consideración puesto que declara haber tomado parte en esa acción de armas desempeñando el cargo de ayudante y de secretario del coronel Vento, con la clase de capitán.
Asegura también que salieron de Canta al mando del batallón Canta formado de 240 plazas, cifra equivocada seguramente y que está en contradicción con la que indica el parte oficial; en lo que sí todos están de acuerdo es en declarar la valerosa actitud de los canteños, pues un grupo de voluntarios se aprontó gustoso a secundar al coronel Vento. Según Escudero, sólo en el pueblo Culluhai tuvieron conocimiento por don Gregorio Romero, de Yantag, que fuerzas chilenas habían invadido la hacienda Sangrar perteneciente al padre del Coronel Manuel Encarnación, según lo cual se podría deducir que el batalloncito Canta, recién organizado y en vías de formarse, salió de Canta para atacar a toda la división Letelier.
Por la información del Coronel Escudero, se sabe que el 25 se encontraba el Coronel Vento, con su gente, en la hacienda Ocsamachai, donde pernoctaron sufriendo el rigorismo de la cordillera; y que de allí destacaron como exploradores al señor subprefecto de Canta, don Emilio Fuentes y a los señores Andrés Hidalgo, Wenceslao Vento y José Bravo (hijo). La narración de este combate escrita por el Coronel Escudero es la siguiente:
"Continuando la marcha con entusiasmo y valor, coronamos la cordillera y en este lugar insinuó alguien al Coronel Vento la idea de acampar, tomando las medidas del caso para que descansara la tropa que estaba fatigada y acosada por el hambre, y poder atacar al grueso del enemigo en la madrugada siguiente, con el refuerzo de dos compañías que sin duda avanzaban con ese rumbo de Asunción de Huanza, provincia de Huarochirí, a cargo del sargento mayor Telésforo L. de Ortecho, jefe de detal, y de los tenientes Dionisio Pimentel y Cipriano Hurtado, que días antes partieron a Laraos a someter a los guerrilleros que en esa sección cometían algunos excesos, tolerados por su jefe Comandante Aparicio; pero tal insinuación fué rechazada resolviéndose en consecuencia el ataque a Sangrar en la misma tarde."
No se sabe que el comandante Aparicio tolerara excesos a los guerrilleros que mandaba ni que éstos los cometiesen. Probablemente el Coronel Escudero se refiere a los desórdenes y quejas que se producían a consecuencia de la incipiente organización de esas guerrillas que aun no habían alcanzado la debida organización militar que tuvieron después.
Lo que no admite duda es que en realidad, según esta relación y la del Coronel Revollé, hubo un cambio de opiniones antes de que se decidieran a sorprender al enemigo. Luego continúa Escudero:
"Efectivamente, descendimos de la montaña hasta ponernos frente al enemigo que se hallaba ya atrincherado en el panteón y otros sitios de la nombrada hacienda Sangrar: se rompieron los fuegos a las 5 p m. y después de dos horas de combate desesperado se consiguió por nuestra parte desalojar a los adversarios de sus magníficas posiciones reduciéndolos en el interior de los grandes edificios del fundo y en la capilla desde donde nos hacían fuego nutrido y con daño evidente. En esta situación, prendimos fuego a la hacienda y conseguimos de esta manera reducir a cenizas al famoso regimiento chileno "Buín". Sin embargo, entre las casas de la hacienda había una con techo de calamina a la que no ofendió el fuego y dentro de ella se había ocultado el jefe chileno, don Luis Araneda, tres oficiales y cinco soldados, los mismos que, favorecidos por la densa obscuridad, lograron escapar. Los fuegos cesaron a las doce de la noche y a pocos instantes, una vez que apareció la luna en el firmamento, emprendimos nuestra marcha de regreso a Canta, llevando dos soldados chilenos prisioneros, 47 rifles "Combler", una bandera del enemigo, arrancada en el fragor del combate por el patriota don Hermógenes Bao, algunas bestias y otras tantas monturas. De parte de nuestras fuerzas, rindieron valerosamente la vida: Juan Clímaco Falcón, los voluntarios Doroteo Molina y José M. Valdez y 38 individuos de tropa, resultando heridos el capitán Calderón, el subteniente Patiño y el corneta Bernardino Igreda. De manera, pues, que el combate de Sangrar el 26 de Junio de 1881 principió a las 5 de la tarde y terminó a las 12 de la noche, alcanzando en él las fuerzas peruanas un triunfo brillante. Todos los hechos referentes se consignan en los documentos oficiales con que el Coronel Vento dió parte al Jefe Superior del Centro, General Andrés A. Cáceres, que a la sazón se dirigía de Tarma a la quebrada de Matucana con las fuerzas que pudo organizar y con las mismas con que batió más tarde a los chilenos en Concepción y Marcavalle"
El historiador chileno, Bulnes, mal informado, supone que el número de los atacantes peruanos en Sangrar era de "800 hombres armados de buenos rifles y con abundante existencia de municiones"; pero desgraciadamente ocurrió lo contrario, pues era de todo punto imposible el conseguir municiones en abundancia, no teniendo parques ni aprovisionamiento, después del abandono absoluto y disolución de todo el Ejército a consecuencia del desastre de Miraflores. Influenciado por la información fabulosa y fantástica de la Expedición Letelier, a la que el mismo General Lynch no dió importancia, Bulnes pretende que fueron héroes los que se defendieron en la casa de Sangrar; no obstante, cabe suponer que si les hubiese sido posible, habrían huído, conforme ocurrió a los que estaban al lado de éstos, en Cuevas, los que lejos de auxiliar a sus compañeros que se defendían desesperadamente, se dieron a la fuga, sin parar hasta que encontraron al grueso de la guarnición de Casapalca.
Los Buínes resistieron tenazmente porque les habían cortado la retirada y atacado sorpresivamente, porque no tenían por donde escapar y prolongando la resistencia, daban lugar a que viniesen a socorrerlos refuerzos de la guarnición que se encontraba en Casapalca, a tres leguas de distancia. Se podrá objetar que pudieron rendirse, mas no era del caso pensar en rendirse; pueden rendirse los ejércitos que luchan a la vista mundial; que respetan y que temen los fallos de la crítica militar; pueden rendirse los ejércitos disciplinados, que se conducen según las leyes del honor y de la beligerancia; los que no desconocen treguas y los pactos que celebran; los que tienen la conciencia de que cumplen la dura ley de la guerra en el combate y de humanidad en el triunfo; pero nuestros combatientes los formaban dos puñados de hombres, confinados en una quebrada andina, donde los atrincherados temían las justas represalias, que por sus crímenes merecían; mientras que los otros, recién organizados, lejos de ofrecer garantías estaban ansiosos de vengar las crueles ofensas recibidas. El valor de los Buínes en Sangrar fué obligado, como el que en época posterior tuvieron los chilenos en Concepción. El Capitán Araneda seguramente no ignoraba que la pequeña tropa que comandaba el Coronel Vento, no ofrecía seguridad alguna a sus prisioneros; así, no le quedó otro recurso que luchar hasta el fin, como lo hizo. Existen situaciones en que se es héroe por fuerza.
El historiador Bulnes y el coleccionista de la documentación oficial chilena, Ahumada Moreno, que tan seducidos se muestran con la pintoresca y épica descripción del Capitán Araneda, han podido indagar por qué se dejó sorprender por los guerrilleros canteños, exponiendo a la tropa al desastre que sufrieron; así habrían sabido que desde antes, Letelier había escrito al General Lynch comunicándole haber dejado una "fuerte. guarnición" para proteger su retirada del Cerro de Pasco. Para volver a Lima, las quebradas son camino forzoso; además, conocedores les chilenos, de las fuerzas que Vento organizaba para amparar su provincia, la tenían fuertemente guarnecida, proponiéndose, conforme dijo Letelier, "de paso barrer a esa montonera"; mas resultó lo contrario que los barridos fueron ellos.
En consecuencia, la guarnición chilena lejos de estar prevenida a la defensa destacó unos cuantos soldados con el fin de robar en las haciendas vecinas, lo que originó la derrota chilena de Sangrar.
De la colección de Ahumada Moreno copio a continuación el parte que el subprefecto de Canta pasó al General Cáceres, refiriendo este combate en la forma siguiente:
"Teniéndose noticia el 24 de Junio último por un espía, que las fuerzas chilenas ocupaban la hacienda Sangrar, propiedad del señor Norberto Vento, el señor Coronel del mismo nombre, fué en demanda de éstas, con el firme propósito de impedir la invasión de la provincia, poniéndose, al efecto, a la cabeza de 100 hombres del primer Batallón Canta y de 40 paisanos de la localidad. En seguida de algunos movimientos preparatorios. el día 26, a las 4.30 p. m., descendimos instantáneamente sobre la casa de la hacienda, en cuyos alrededores el enemigo se encontraba perfectamente parapetado. Acosado entonces nuestros fuegos, abandonó sus trincheras, refugiándose en las habitaciones de la casa, por cuyas puertas disparaban sin cesar sobre nosotros, obligándonos a incendiar la techumbre, que era de paja, para rendirlos. De pronto esto no pudo lograrse, pues que saliendo de esa localidad, continuó la lucha, dando por resultado 50 muertos chilenos, dos prisioneros y 48 rifles sistema "Comblain", capturando competente cantidad de municiones de igual sistema y a más, 800 carneros que antes habían tomado los invasores." (Sangrar, se encuentra a tres leguas de Casapalca, donde existían numerosas fuerzas enemigas, que se aprestaban a socorrer al destacamento.) "Nuestras bajas son cuatro: el Alférez Falcón, que el señor Coronel Vento puso a mis órdenes, como Ayudante, ha agregado su nombre, al de los valientes más denodados, que han sucumbido en la presente contienda. Están heridos los Oficiales Calderón, Patiño y otros soldados, que son atendidos con esmero. El señor Coronel Vento, ha dado hoy una prueba de civismo y distinguido valor. El Capitán Zuleta los Tenientes Patiño, Calderón e Indacochea; los Alfereces Falcón, Espinoza, Vento y Otó, disputándose los puestos más distinguidos, se han hecho acreedores a los más cumplidos elogios. En cuanto a los individuos de tropa, ha sido su comportamiento tan satisfactorio, que trae a mi ánimo el convencimiento de que ya nuestros soldados, conociendo sus derechos y sus deberes, pelean con el animoso entusiasmo de los que se inspiran en el santo amor de la patria."
Ahumada Moreno, no se resigna a dar a la publicidad el documento peruano, que sin duda considera erróneo, por lo mistificado que está por el Capitán Araneda, sin agregarle el comentario siguiente: "En lo único que el subprefecto de Canta ha cometido un error involuntario, ha sido en la cuenta de sus soldados y la de los carneros, porque indudablemente éstos no pasarían de 140, y 800 son los peruanos de Canta a quienes el bravo Araneda hizo cantar. Y a propósito, preguntamos ¿de qué manera ha sido recompensada la acción heroica del Capitán chileno? La Ordenanza dice que es acción heroica en grado eminente, cuando se pierde dos tercios de la fuerza de combate, y esto fué lo que sucedió al denodado Capitán del Buín, que, según nuestros informes, no ha recibido todavía el más ligero premio, así como sus valerosos compañeros."
Si los chilenos que se batieron en Sangrar, fueron 50 u 80 hombres, ¿cómo pudieron "hacer cantar" a 800?; esto lo puede pregonar a gritos el señor Ahumada Moreno, sin que encuentre cerebro mediocremente constituído, que le dé crédito y si admitimos este cuento, para ser lógicos también deben admitirse los informes del señor Letelier, dando crédito a todo lo que su exuberante imaginación forjaba.
Si al Capitán Araneda no lo han recompensado, como dice el documento chileno, es tal vez porque desconfió su Gobierno de los triunfos de sus soldados, que siempre se decían vencedores, siéndolo en realidad pocas veces y sólo en virtud de su superioridad numérica. En Sangrar estando bien equilibradas las fuerzas de ambos combatientes (los Buines eran 80 y los peruanos armados ciento, aproximadamente), tal vez esperó el Gobierno obtener un triunfo y no una derrota.
Si Letelier, agotó los tesoros de los templos que invadía y ha dejado imborrable memoria en el Perú, por los crímenes que cometió su sanguinaria soldadesca, no menos cierto también es que acabó con la paciencia del general Lynch; no de otra manera se explica el telegrama que envió al Ministro de la Guerra, en Santiago: "Lima, Junio 21 de 1881-Al señor Ministro de Guerra -Letelier me dice de Cerro de Pasco lo que sigue: "División Huánuco batió durante 3 días con 80 infantes a cinco mil armados de rifles, escopetas, hondas y parapetados en alturas. Más de 1,500 han quedado sobre el campo. Nosotros hemos tenido dos heridos levemente." U.S. dará la importancia que esto merece. Ya anteriormente me había dirigido otro telegrama en que me anunciaba que hacía 10 días que se batía en sus dos alas, habiendo muerto 400 enemigos y sólo un herido de nuestra parte. Tan inverosímil lo encontré, que no quise comunicarlo a U.S.-Lynch."
Por mucho que los partes del General Lynch, adolezcan de la exageración que caracteriza a toda la información chilena, favor de sus soldados, no se pudo dominar ante los que le enviaba Letelier, porque a no ser este señor un neurótico alucinado, bien se podía suponer que pretendía burlarse de su Jefe.
No podrá evitar el lector preguntarse si acaso los Buínes tenían debajo del uniforme vestiduras desconocidas, que los hacían inmunes; ¿o se imaginaba el señor Letelier que los peruanos disparaban al aire para darse el gusto de contemplar la ascención de estos raros objetos? De la cleptomanía que adoleció la Expedición Letelier, aunque el Perú tuvo que sufrir las consecuencias, ya Chile se encargó de juzgarlo; lo que aun no se ha dado a la publicidad, ni calificado hasta ahora, es el otro mal que tuvo Letelier, equivalente a la megalomanía de los desequilibrados, y que se manifestó en un delirio de imaginada heroicidad, llevada hasta el último extremo. Supuse que este estado patológico de Letelier fuese un caso aislado, y que entre sus compatriotas no se le hubiera tomado en serio; no obstante, Ahumada Moreno también se hace eco de cuentos inverosímiles, lo mismo que Bulnes; por lo que se puede preguntar si este mal es endémico en Chile.
Al pie del informe oficial del Jefe peruano, se lee un comentario chileno sin fundamento. No existe causa alguna para que se pueda prejuzgar en el sentido de que el subprefecto se equivocó o cometió error al decir que los carneros que tomaron a los chilenos eran 800 y que la fuerza que tenían no pasaba de ciento cuarenta individuos: la sobriedad de la información peruana y el estilo parco, por lo general, en alabanzas, que usaban las autoridades, no admite dudas.
Apenas tuvo lugar este combate, los chilenos de Lima recibieron el alarmante telegrama que trascribo a continuación, según el cual se temía aún por la vida de los Oficiales.
"El Subteniente Guzmán, del Regimiento Buín, llega en este momento y dice haber sido atacadas las fuerzas del destacamento en Cuevas, por las montoneras de Canta, y haber sido rechazadas. Los muertos se cree sean algunos. La suerte del Capitán Araneda, Subteniente Ríos y Saavedra, no se sabe. Como he dicho antes a U.S., mañana comunicaré pormenores.-V. Méndez."
El 27, llegó a Lima otro telegrama enviado de Chicla: "Señor Jefe de Estado Mayor General -Se sabe por un particular que hoy, a las 5 de la mañana, aun se sentía un nutrido fuego de fusilería lo que hace creer que sean tropas de Junín, que en ese momento llegaban en socorro de Araneda. -Del Comandante Méndez no se tiene aún noticias.-J. J. López-Telegrafista."
El telegrama del 28, es más explícito, enviado también desde Chicla, al señor Christie:
"Combate con montoneras terminó a las 3 p. m. de ayer con 30 bajas entre muertos y heridos por nuestra parte; Capitán Araneda salvado, haciendo gran resistencia con sólo 12 hombres. Montoneras tomaron camino que debe traer Letelier.-Ruiz Tagle."
El mismo día 28, Méndez envió un parte al Jefe de Estado Mayor de Lima, que dice:
"En este momento llego a ésta (Chicla) después de haber visitado al Capitán Araneda destacado en Sangrar y Cueva, puntos que distan uno de otro, cuatro a seis cuadras. A mi llegada con la tropa del 3°. de Línea, la que he dejado allí destacada, me he impuesto del suceso ocurrido el 26. A la 1 p. m. descolgáronse de las alturas en número de 700 hombres, todos uniformes y ia mitad de ellos bien armados. El ataque a las fuerzas duró hasta las 3 a. m. La tropa atrincherada en las buenas casas de material sólido que allí existen pudo hacer una resistencia heroica, sin ceder el campo. Las pérdidas, por nuestra parte, son de 15 muertos, 17 heridos y 7 individuos cuya suerte se ignora, entre ellos el arriero Malla. Por parte del enemigo, se presume muchas bajas, las que han sido recogidas en su retirada. Las fuerzas de que disponía el Capitán Araneda, en ese punto, eran de 79 individuos. y de estos había desprendido 9 en comisión de víveres. Los heridos están hoy en ésta y mañana estarán en Chosica. Reforzar esta guarnición, con 50 hombres más, de les llegados a Chicla, sería conveniente. Las montoneras aumentan en Canta y tienen el camino que debe tomar la División a su regreso. Una carpa para la tropa es de urgente necesidad para la guarnición de Cuevas, pues en ese punto se encuentra la tropa a la intemperie. Más detalles daré a U.S. tan pronto como pase el parte el Capitán Araneda. Por ahora me limito a dar a la ligera estos detalles para satisfacer los justos deseos de U.S.-Dios guarde a U.S.V. Méndez."
A pesar de que Méndez, de acuerdo con Araneda, dice que fueron 700 los peruanos que se descolgaron de las alturas, la información peruana ha demostrado lo contrario: cualquiera que hubiera conocido el Perú en esa época no habría ignorado que era imposible militarizar 700 hombres en la Provincia de Canta y menos en corto tiempo.
En época posterior, cuando el Centro todo se levantó en masa, rodeando al General Cáceres, para defender a la nación, fué obra harto difícil organizar militarmente ese número de hombres. Como se verá, pocos meses después, el General Cáceres exhortaba al Coronel Vento, para que formase el 2o. Batallón Canta, sin lograrlo. Ya al principio de este libro, el Capitán peruano Vera Jiménez, hace alusión al reducido número de soldados que Vento tenía a sus órdenes.
En época posterior, cuando el Centro todo se levantó en masa, rodeando al General Cáceres, para defender a la nación, fué obra harto difícil organizar militarmente ese número de hombres. Como se verá, pocos meses después, el General Cáceres exhortaba al Coronel Vento, para que formase el 2o. Batallón Canta, sin lograrlo. Ya al principio de este libro, el Capitán peruano Vera Jiménez, hace alusión al reducido número de soldados que Vento tenía a sus órdenes.
En el informe que el Capitán Araneda, envió, con fecha 27, al señor Comandante en Jefe de las fuerzas chilenas expedicionarias, en el interior del Perú, dice que un Diputado por Canta que marchaba a Lima, le refirió cuál era el número de los peruanos; mas por olvido, ¿voluntario o involuntario?, no cita el nombre, desvirtuando de ese modo lo único que podía dar el viso de verdad a tal aseveración. Por lo demás, si hubo una persona de representación nacional capaz de informar a los enemigos contra sus connacionales, preferible es que el Capitán Araneda haya olvidado su nombre. Se comprende esta omisión porque de lo contrario se habría podido saber inquiriendo al Diputado peruano, que los 700 enemigos a que refiere Araneda no ascendieron a esa cifra y que si la aumentó a ese extremo fué por mitigar su falta, puesto que recibió orden de trasladarse a Cuevas y no a la hacienda de Sangrar, como lo hizo.
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Cáceres, Zoila Aurora. "La campaña de la Breña: Memorias del Mariscal del Perú D. Andrés A. Cáceres". Lima, 1921.
Saludos
Jonatan Saona
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