El 10 de enero, a las 9 A.M. forma el 2º de Línea en batalla, frente al Cuartel General. Siguen a retaguardia destacamentos de todos los cuerpos del ejército y a uno y otro lado del altar portátil del capellán don Esteban Vivanco, gran número de jefes y oficiales francos.
El capellán termina la misa, bendice el estandarte y sin despojarse de las vestiduras de ceremonia, toma la reliquia en la diestra y dirige al regimiento la siguiente alocución:
“Permitidme, señor general, que antes de entregaros este glorioso estandarte, lo estreche sobre mi corazón y calme un tanto las emociones que me produce la suerte de haberlo colocado de nuevo sobre el altar sagrado y de implorar para él las bendiciones del Dios de los Ejércitos. Permitidme que lo abrace en mi nombre y el de mis compañeros de trabajo y en el de mis hermanos de ministerio en Chile y sobre todo, en el de un venerable anciano que desde los márgenes del Bio Bio contempla y sigue con sincera simpatía hasta los más pequeños incidentes de esta guerra colosal. A un obispo chileno que rodeado de su cristiana y solícita grey, medita y ora por el feliz éxito de esta contienda.
Este estandarte ha sido profanado por las manos sacrílegas de nuestros enemigos; pero de ninguna manera humillado o rendido. Bien lo sabéis, general; en la gloriosa, aunque desgraciada batalla de Tarapacá, los héroes que defendían con esta insignia la honra de la república, cayeron agobiados por el número, hacinados a su alrededor y los enemigos no pudieron gloriarse de poseer tan preciosa reliquia, sino despedazando cadáveres y destrozando músculos ya sin vida.
Hoy, nuestra Madre Iglesia reconcilia este estandarte e implora del cielo un nuevo esplendor que no se borrará jamás, para que así, general, lo entreguéis a los vengadores del ultraje.
Señores jefes, oficiales y soldados del 2º de Línea, vais a recibir por segunda vez vuestro querido estandarte; las bendiciones del cielo han caído sobre él y lo vais a recibir de las manos del simpático y valiente general que ha venido conduciendo nuestras huestes a la victoria.
Ramírez, Vivar y toda su pléyade de bravos que perecieron gloriosamente bajo la sombra de esta insignia, contemplarán vuestra actitud en el combate desde la mansión sublime de la inmortalidad. ¡Mengua eterna si olvidáis sus nombres! ¡Gloria infinita si imitáis su ejemplo!”
El señor General, con el estandarte en la diestra, llama al comandante Canto, le hace subir la escalera hasta el corredor en que se encuentra rodeado de los altos jefes y funcionarios del ejército y con voz vibrante se expresa así:
“Señor comandante, en nombre del Supremo Gobierno de Chile y en nombre también, de toda la nación, os entrego este estandarte, que es el emblema de la patria; vos, los señores jefes y oficiales y todo el regimiento 2º de Línea que comandáis, me responderán de esta sagrada insignia”.
El comandante Canto, recibiendo el estandarte, contesta en los siguientes términos:
“Mi general, bien conocemos todos los del regimiento 2º de Línea los deberes que tenemos para custodiar nuestra bandera; tenemos vivo el heroico ejemplo que nos han legado los comandantes Ramírez y Vivar, los oficiales y tropa sacrificados en Tarapacá, en defensa de este precioso emblema; si por desgracia se volviera a perder, no lo busquéis en poder del enemigo, sino que haréis remover en el campo de batalla el más alto hacinamiento de cadáveres del 2º de Línea y en su base encontraréis el estandarte cubierto con los defensores”.
Y volviéndose al Regimiento, grita:
“Señores jefes, oficiales y tropa, ¿prometéis defender esta bandera, insignia sagrada de la patria?”.
–“Si, prometemos” – contesta el regimiento.
–“Pues bien, señores del regimiento, en prueba de que así juramos, ¡Viva Chile!”.
Un viva a Chile unísono, ensordecedor, cuyo eco fue tañendo de cerro en cerro, hasta perderse en la distancia, truena el espacio, lanzado por el 2º de Línea, los piquetes asistentes y la enorme concurrencia presente a la ceremonia.
El comandante pone el terciado y coloca el regatón del asta de la bandera en la cuja al subteniente don Filomeno Barahona, hermano del abanderado que rindió la vida empuñando a dos manos el asta, en Tarapacá.
La nueva escolta, porque la antigua se acabó en la batalla de Tarapacá, pasea el estandarte frente al regimiento, que presenta armas, mientras la banda tocaba la marcha triunfal de Yone.
Una vez que la escolta toma su colocación, los señores Eulogio Altamirano, Isidoro Errázuriz y Máximo R. Lira, dirigen a la concurrencia brillantes y patrióticos discursos, cuya elocuencia conmueve profundamente a los presentes.
Terminada la ceremonia, el 2º se dirige a su campamento, a los acordes del Himno de Yungay, escoltado por los destacamentos de los demás cuerpos.
Componen la nueva escolta del estandarte, los sargentos José Dolores González, Justo Urrutia, Cipriano Robles; y los cabos Tiburcio Torres, Juan de la Cruz Oses, Justo Pérez, Aniceto Muñoz y Pascual Reyes. Todos son antiguos segundos; marchan orgullosos y radiantes, aunque saben que van condenados a muerte. Honra a ellos
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Machuca, Francisco. "Las cuatro campañas de la Guerra del Pacífico" Tomo III. Valparaíso, 1929.
Saludos
Jonatan Saona
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