(Colaboración.)
El Teniente Coronel, D. Juan Pablo Ayllón, nació en Lima y fué educado en el Convictorio de San Carlos, de allí pasó al Colegio Militar en la condición de cadete profesor, regentó varias clases y se dedicó con empeño al arma de Artillería, donde prestó importantes servicios hasta conquistarse entre los de su arma, un nombre respetado. Su carrera la hizo grado por grado, hasta ser Jefe del Regimiento de Artillería. Su foja de servicios está certificada por Jefes que como el inmortal Bolognesi, lo tenían siempre á su lado, siendo Jefe de las Baterías del Norte en Arica, hasta el memorable 7 de Junio de 1880, donde fué hecho prisionero y conducido á Chile, después de haber defendido hasta el último momento el honor nacional, y haber contribuido con su voto, en la reunión de Jefes que hizo Bolognesi, á que la plaza resistiera hasta quemar el último cartucho, como se hizo con asombro del mundo entero.
Una vez en su prisión, y ya enfermo, le ofrecieron su libertad, si firmaba una acta, comprometiéndose á no tomar las armas contra Chile, y en una carta dirijida á su esposa, días antes de morir, se expresa así: me exigen una firma deshonrosa por mi libertad, me encuentro muy mal de salud, quizá esta será la última que te escriba; pero no puedo acceder á semejante humillación, yo no tengo mas patrimonio que el honor, única herencia que les dejo á mis hijos, moriré aquí separado de lo que mas quiero, cuales son tú y mis hijos; pero no puedo mansillar mi honor, no puedo deshonrar la dignidad de mi Patria. Haz tú intención de no verme mas, me encuentro sumamente desfallecido y pronto descansaré de tantos sufrimientos. Adiós querida esposa, tal vez ya no recibirás mas cartas mías.”
En efecto al poco tiempo tuvo lugar su fallecimiento; y el señor Eleazar Hezaeta, Jefe chileno encargado de los prisioneros, lo recomendó como buen peruano y de buenos antecedentes, en el parte que pasa comunicando el triste fin del pundonoroso Jefe Ayllón. Nombres como el que dejamos escrito deben ser siempre recordados con admiración y respeto, porque después de haber luchado heroicamente en Arica, pasó á otra lucha mas fuerte, la moral, lucha entre el honor y la desesperación de morir léjos del hogar querido, abandonado, en la tristísima condición de prisionero de guerra, prefiriendo esto último hasta descender á la tumba, pero dejando su honor y el de su Patria, sin mancha alguna. La nación honra hoy, sus restos, traídos para depositarlos en el patrio suelo.
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Texto tomado de "El Perú Ilustrado" núm 167, Lima, 19 de julio de 1890.
Saludos
Jonatan Saona
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