En casi todas las acciones de la guerra última, la fortuna negó sus favores al Perú: cada batalla fué un desastre; pero en Tarapacá los peruanos se sobrepusieron á los caprichos de la suerte: esa jornada fué un portento.
Allí, era forzoso que pelearan hombre á hombre, brazo á brazo, tropas reducidísimas, diezmadas por una marcha interminable y fatigosa, por el hambre y la sed, por los accidentes del suelo y las inclemencias del tiempo, contra un ejército inmenso y poderoso, provisto de cuanto recurso podía menester y dueño de cuanta ventaja podía ambicionar.
El pigmeo debía luchar con el coloso: la histórica quebrada tenía que ser teatro de la contienda y testigo del éxito.
No era, en suma, tan inevitable el encuentro como segura la derrota.
Pero el momento solemnísimo de la gran refriega llegó, y las huestes peruanas alcanzaron un triunfo expléndido sobre las legiones chilenas. El pigmeo batió, venció y destruyó al coloso.
¿Cómo explicar ese prodigio?
Por el valor y la heroicidad de milicianos que supieron cumplir su deber hasta el sacrificio y llevar su patriotismo hasta el martirio.
¡Bendita sea su memoria!
Entre la pléyade de esos hombres inmortales se destaca en línea preferentísima — el Coronel Ríos. El Perú de ayer le ha conocido y el Perú de hoy le recuerda; pero es preciso que el Perú de mañana no le olvide. Por esto consignamos aquí sus datos biográficos.
José Miguel de los Ríos vió la luz primera en la provincia de Lampa — Puno—y fué fruto legítimo de un matrimonio respetable: el señor Ignacio de los Ríos y la virtuosa y distinguida señora Juana Larrauri de los Ríos, natural del Cuzco.
El 29 de Mayo de 1833 recibió el óleo bautismal, siendo sus padrinos el señor General Miguel San Román y su esposa, señora Josefa Oviedo de San Román.
La infancia de Ríos se deslizó no sólo entre las caricias del hogar,sino entre el manejo de los libros.
Educado con esmero por sus padres é instruido con provecho por sus maestros, pasó á ampliar sus estudios á las reputadas aulas de San Agustín de Arequipa, demostrando en ellas dotes intelectuales no comunes. Más tarde se trasladó al Cuzco.
Debía de continuar en la capital incásica sus tareas escolares, y, matriculado con ese intento en el Colegio de Instrucción Media, pronto sobresalió entre sus condiscípulos.
Su contracción y conducta intachable, su capacidad y notorios adelantos, luciéronle merecedor de altísima honra: ser nombrado profesor de algunas clases importantes, como la de Filosofía.
En 1850, cuando sobrevino el conflicto Perú-boliviano, Ríos abandonó las labores del magisterio y los estudios superiores, para ofrecer á su país el concurso de su brazo y, si era preciso, hasta el sacrificio de su vida.
¡Desde joven reveló un corazón eminentemente patriota!
Alistado de Teniente en el batallón “Cuzco” de guardia nacional, que mandaban el señor Matías Castillo como 1er. jefe y el señor Narciso Aréstegui como 2.°, marchó á Puno, donde el General Pezet declaró que las milicias ciudadanas quedaban equiparadas á las fuerzas de línea.
Data de entonces la carrera militar de Ríos.
En 1855 asistió á la batalla de la Palma. Habiéndose distinguido en ella por su serenidad y su valor, fué ascendido después del triunfo, por el General Castilla, á la clase de Capitán efectivo.
No tenemos á la vista la hoja detallada de servicios de ese gran patriota, ni la necesitamos tampoco para realzar sus altos méritos.
Ríos fué de aquellos pocos militares que obtuvieron sus ascensos, grado por grado, en premio de su austeridad ejemplarizadora en la vida de cuartel y de su bizarra valentía en los campos de batalla.
Caballeroso y afable con sus iguales, leal y respetuoso con sus superiores, circunspecto y benévolo con sus subalternos, querido de todos, sólo supo ser bravo y altivo al frente de los enemigos de su patria.
Durante la administración del General Pezet, desempeñó el Consulado General de la República en Valparaíso: más tarde sirvió el mismo puesto en el Pará.
Viajó también por los Estados Unidos de América y recorrió más tarde la Europa, en comisiones delicadísimas relacionadas con su importante carrera.
Fué Prefecto de varios departamentos, que le recuerdan con gratitud respetuosa, y lo era del de Cajamarca cuando estalló la guerra del Pacífico.
Ríos no podía permanecer en su cargo tranquilo y sosegado, mientras sus compañeros de armas se removían y aprestaban para la defensa nacional. Sus convicciones y su carácter decidiéronle á renunciar esa Prefectura y la renunció en efecto.
Ávido de glorias para su patria, voló al teatro de las operaciones bélicas. Según él, y á semejanza de los valientes espartanos, los soldados del Perú, antes de rendirse á Chile, debían morir, "con el escudo ó sobre el escudo."
Al mando de una de las más importantes divisiones del Ejército del Sur, tocóle hallarse en la memorable batalla de Tarapacá.
En esa acción de armas, Ríos hizo prodigios de valor patriótico: el parte del General en Jefe los consigna y los encomia en justicia.
Peleó como un león y cayó como un héroe.
Cuando el plomo enemigo le atravesó una pierna y le mató su caballo, pidió el suyo á su ayudante y obligó á que lo montaran en él.
Así, manando sangre de su herida, siguió valeroso y .altivo en la pelea: á medida que le faltaban
fuerzas en el cuerpo, en el alma le sobraban alientos.
Otros balazos, hasta ocho que llegó á recibir, tampoco debilitaron el temple de su espíritu. La aurora del triunfo le reanimaba, y le enardecía la resistencia enemiga.
Al fin venció. Alcanzó la fortuna de ver coronada por inmarcesible laurel las armas de su patria queridísima, pero tuvo la desgracia de no sobrevivir á la victoria que, en gran parte, el Perú le debe á él.
Sus compañeros los vencedores, le habían abandonado, ya exánime, en el campo de batalla, y por eso cayó prisionero en poder de los vencidos ¡Qué suerte tan infausta!
Casi cadáver, fue trasladado en una parihuela á Pisagua, donde exhaló el último suspiro.
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Asi se deslizó la existencia de ese jefe irreemplazable, cuya carrera no tuvo nunca mancha y cuya muerte le cubrió de glorias.
El Coronel José Miguel Ríos fué en Tarapacá—la posteridad no lo olvide — el peruano que defendió su patria con más brío y el militar que dió á sus armas mayor lustre.
Ninguno peleó como él ni cayó como él.
No tuvimos la fortuna de conocerle, personalmente, pero hoy que la gratitud nacional rinde justísimo homenaje á los héroes y mártires de la guerra, nos sentimos obligados á admirar y venerar su memoria.
Ríos se portó en Tarapacá á la altura de Grau en Angamos y de Bolognesi en Arica.
Vencedor y mártir, duerme en la mansión de los héroes, y desde allí iluminan el sendero de la inmortalidad los fúlgidos destellos de su gloria.
— José Fermín Herrera
— José Fermín Herrera
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Texto e imagen tomados de "El Perú Ilustrado" núm 167, Lima, 19 de julio de 1890.
Saludos
Jonatan Saona
Luego de ilustrarme sobre la vida del Coronel José Miguel Ríos Larrauri, no me queda más que rendirle un homenaje póstumo por sus méritos alcanzados en vida y las demostraciones de valor ejemplar en los campos de batalla. Hoy en día, tengo el honor de ocupar una vivienda de servicio en la Villa Militar Oeste, coincidentemente en la Calle Coronel Ríos 143 - Chorrillos.
ResponderBorrarAccion como esta es Amar a la Patria es impresindible que la juventud y todo peruano conozca esto Es un aviso Hoy para todos nosotros jaime jordan
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