6 de septiembre de 2019

José Miguel de los Ríos

José Miguel de los Ríos
Coronel José Miguel de los Ríos.

En casi todas las acciones de la guerra última, la fortuna negó sus favores al Perú: cada batalla fué un desastre; pero en Tarapacá los peruanos se sobrepusieron á los ca­prichos de la suerte: esa jornada fué un portento.

Allí, era forzoso que pelearan hombre á hombre, brazo á brazo, tropas reducidísimas, diezmadas por una marcha interminable y fatigosa, por el hambre y la sed, por los accidentes del suelo y las inclemencias del tiempo, contra un ejér­cito inmenso y poderoso, provisto de cuanto recurso podía menester y dueño de cuanta ventaja podía ambicionar.

El pigmeo debía luchar con el coloso: la histórica quebrada tenía que ser teatro de la contienda y testigo del éxito.

No era, en suma, tan inevitable el encuentro como segura la derrota.

Pero el momento solemnísimo de la gran refriega llegó, y las hues­tes peruanas alcanzaron un triunfo expléndido sobre las legiones chile­nas. El pigmeo batió, venció y des­truyó al coloso.

¿Cómo explicar ese prodigio?
Por el valor y la heroicidad de milicianos que supieron cumplir su deber hasta el sacrificio y llevar su patriotismo hasta el martirio.

¡Bendita sea su memoria!

Entre la pléyade de esos hom­bres inmortales se destaca en línea preferentísima — el Coronel Ríos. El Perú de ayer le ha conocido y el Perú de hoy le recuerda; pero es preciso que el Perú de mañana no le olvide. Por esto consignamos aquí sus datos biográficos.

José Miguel de los Ríos vió la luz primera en la provincia de Lam­pa — Puno—y fué fruto legítimo de un matrimonio respetable: el señor Ignacio de los Ríos y la virtuosa y distinguida señora Juana Larrauri de los Ríos, natural del Cuzco.

El 29 de Mayo de 1833 recibió el óleo bautismal, siendo sus padrinos el señor General Miguel San Ro­mán y su esposa, señora Josefa Oviedo de San Román.

La infancia de Ríos se deslizó no sólo entre las caricias del hogar,sino entre el manejo de los libros.
Educado con esmero por sus pa­dres é instruido con provecho por sus maestros, pasó á ampliar sus estudios á las reputadas aulas de San Agustín de Arequipa, demostrando en ellas dotes intelectuales no co­munes. Más tarde se trasladó al Cuzco.

Debía de continuar en la capital incásica sus tareas escolares, y, ma­triculado con ese intento en el Colegio de Instrucción Media, pronto sobresalió entre sus condiscípulos. 

Su contracción y conducta intacha­ble, su capacidad y notorios adelantos, luciéronle merecedor de altísima honra: ser nombrado profe­sor de algunas clases importantes, como la de Filosofía.

En 1850, cuando sobrevino el conflicto Perú-boliviano, Ríos aban­donó las labores del magisterio y los estudios superiores, para ofrecer á su país el concurso de su brazo y, si era preciso, hasta el sacrificio de su vida.

¡Desde joven reveló un corazón eminentemente patriota!

Alistado de Teniente en el bata­llón “Cuzco” de guardia nacional, que mandaban el señor Matías Castillo como 1er. jefe y el señor Narci­so Aréstegui como 2.°, marchó á Puno, donde el General Pezet de­claró que las milicias ciudadanas quedaban equiparadas á las fuer­zas de línea.

Data de entonces la carrera mili­tar de Ríos.

En 1855 asistió á la batalla de la Palma. Habiéndose distinguido en ella por su serenidad y su valor, fué ascendido después del triunfo, por el General Castilla, á la clase de Capitán efectivo.

No tenemos á la vista la hoja de­tallada de servicios de ese gran pa­triota, ni la necesitamos tampoco para realzar sus altos méritos.

Ríos fué de aquellos pocos mili­tares que obtuvieron sus ascensos, grado por grado, en premio de su austeridad ejemplarizadora en la vida de cuartel y de su bizarra va­lentía en los campos de batalla.

Caballeroso y afable con sus igua­les, leal y respetuoso con sus supe­riores, circunspecto y benévolo con sus subalternos, querido de todos, sólo supo ser bravo y altivo al fren­te de los enemigos de su patria.

Durante la administración del General Pezet, desempeñó el Con­sulado General de la República en Valparaíso: más tarde sirvió el mismo puesto en el Pará.

Viajó también por los Estados Unidos de América y recorrió más tarde la Europa, en comisiones delicadísimas relacionadas con su im­portante carrera.

Fué Prefecto de varios departa­mentos, que le recuerdan con gra­titud respetuosa, y lo era del de Cajamarca cuando estalló la gue­rra del Pacífico.

Ríos no podía permanecer en su cargo tranquilo y sosegado, mien­tras sus compañeros de armas se removían y aprestaban para la de­fensa nacional. Sus convicciones y su carácter decidiéronle á renunciar esa Prefectura y la renun­ció en efecto.

Ávido de glorias para su patria, voló al teatro de las operaciones bélicas. Según él, y á semejanza de los valientes espartanos, los sol­dados del Perú, antes de rendirse á Chile, debían morir, "con el escudo ó sobre el escudo."

Al mando de una de las más im­portantes divisiones del Ejército del Sur, tocóle hallarse en la memora­ble batalla de Tarapacá.

En esa acción de armas, Ríos hi­zo prodigios de valor patriótico: el parte del General en Jefe los consigna y los encomia en justicia.

Peleó como un león y cayó como un héroe.

Cuando el plomo enemigo le atra­vesó una pierna y le mató su caba­llo, pidió el suyo á su ayudante y obligó á que lo montaran en él.

Así, manando sangre de su he­rida, siguió valeroso y .altivo en la pelea: á medida que le faltaban 
fuerzas en el cuerpo, en el alma le sobraban alientos.

Otros balazos, hasta ocho que lle­gó á recibir, tampoco debilitaron el temple de su espíritu. La aurora del triunfo le reanimaba, y le enar­decía la resistencia enemiga.

Al fin venció. Alcanzó la fortu­na de ver coronada por inmar­cesible laurel las armas de su pa­tria queridísima, pero tuvo la des­gracia de no sobrevivir á la victo­ria que, en gran parte, el Perú le debe á él.

Sus compañeros los vencedores, le habían abandonado, ya exánime, en el campo de batalla, y por eso cayó prisionero en poder de los vencidos ¡Qué suerte tan infausta!

Casi cadáver, fue trasladado en una parihuela á Pisagua, donde ex­haló el último suspiro.
***
Asi se deslizó la existencia de ese jefe irreemplazable, cuya carrera no tuvo nunca mancha y cuya muerte le cubrió de glorias.

El Coronel José Miguel Ríos fué en Tarapacá—la posteridad no lo olvide — el peruano que defendió su patria con más brío y el militar que dió á sus armas mayor lustre. 

Ninguno peleó como él ni cayó co­mo él.

No tuvimos la fortuna de cono­cerle, personalmente, pero hoy que la gratitud nacional rinde justísi­mo homenaje á los héroes y márti­res de la guerra, nos sentimos obli­gados á admirar y venerar su memoria.

Ríos se portó en Tarapacá á la altura de Grau en Angamos y de Bolognesi en Arica.
Vencedor y mártir, duerme en la mansión de los héroes, y desde allí iluminan el sendero de la inmortalidad los fúlgidos destellos de su gloria.
— José Fermín Herrera


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Texto e imagen tomados de "El Perú Ilustrado" núm 167, Lima, 19 de julio de 1890.

Saludos
Jonatan Saona

2 comentarios:

  1. Luego de ilustrarme sobre la vida del Coronel José Miguel Ríos Larrauri, no me queda más que rendirle un homenaje póstumo por sus méritos alcanzados en vida y las demostraciones de valor ejemplar en los campos de batalla. Hoy en día, tengo el honor de ocupar una vivienda de servicio en la Villa Militar Oeste, coincidentemente en la Calle Coronel Ríos 143 - Chorrillos.

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  2. Accion como esta es Amar a la Patria es impresindible que la juventud y todo peruano conozca esto Es un aviso Hoy para todos nosotros jaime jordan

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