2 de septiembre de 2019

Pedro Silva

Pedro Silva
General Pedro Silva.

El general don Pedro Silva, na­ció en Lima, el 2 de Agosto de 1820, en que arribó á las playas peruanas la expedición libertadora del general San Martín. Fueron sus padres el coronel de caballería don Remigio Silva y la señora doña María Gil.

En bien temprana edad abrazó la carrera de las armas. Sentó plaza de cadete en el ejército del gobier­no legal, en 1840, cuando estalló contra el general Gamarra, la re­volución encabezada por el entonces coronel don Manuel Ignacio Vivanco.

Iniciado así en la profesión, pa­sando uno á uno por todos los gra­dos de la carrera, como lo manifiesta su foja de servicios, ascen­dió hasta la alta clase que investía cuando murió; debiéndo notarse que estuvo en el ejército 18 años para llegar á coronel y 17 más para alcanzar la fa ja de general; manteniendo esta clase con honra, ha tenido 43 años de servicios.

Antes de coronel asistió, en el puesto que le señalaba su deber, á las siguientes batallas: Agua San­ta, en 1844; Palma, en 1855; toma de Arequipa por Castilla, en 1858. Además concurrió á varias acciones parciales de guerra.

Los anteriores antecedentes, hicieron de Silva un buen jefe: dis­tinguíase por su actividad y talento organizador. Reveló estas cuali­dades no sólo como Inspector General y G. de E. M. de los Ejér­citos, sino también como Prefecto de un importante Departamento, como miembro de la Junta Refor­madora de Táctica y en otros mu­chos puestos que se han confiado á su competencia.

El carácter del general guardaba relación con su noble y distinguida fisonomía. Afable en el trato social; severo en los asuntos del servicio; modesto entre sus conciu­dadanos; valiente en los campos de batalla; pundonoroso y amante de su reputación hasta el sacrificio, y sin embargo, indulgente con sus enemigos hasta la generosidad.

Tal fué el general Silva.

Pero falta la página más glorio­sa.

Después de los desastres de San Juan, Chorrillos y Miraflores, curado de la herida que recibió en esta ultima batalla, se dirijió á Ayacucho á ofrecer nuevamente su espa­da á la causa de la resistencia nacional. En 1883 el general Cáceres le nombró comandante general de Guerrilleros del Centro; desem­peñó ese puesto con abnegación y Patriotismo.

Llegó la época en que el general Cáceres resolvió emprender su marcha á Huamachuco en demanda de la división Gorostiaga. Entonces fué nombrado el general Silva Aposentador general del ejército.

Militar obediente, aceptó el puesto sin murmurar á pesar de que no correspondía á su alta graduación: hacía tiempo que había hecho el sacrificio de su persona, de sus intereses y de su familia: sólo ansiaba el momento del combate para concurrir á la victoria de nuestras armas ó para rendir la vida en aras de la patria.

El destino bien pronto le ofreció la ocasión para que diera cumpli­miento á su estoico propósito. Cuando el 8 de Julio de 1883 nuestros soldados divisaron á los chilenos en Huamachuco y sus cercanías, Sil­va se presentó ante el general Cá­ceres y solicitó que se le diera una compañía para entrar el primero en acción. Cáceres le designó una compañía del “ Zepita” , Silva con grande arrojo avanzó hacía los chilenos, logrando lanzarlos de Huamachuco, quedando en su poder, de lo que pertenecía á aquellos, considerable número de equipos y 150 caballos. En la acción mataron el caballo que él, montaba; más sal­tando velozmente de la grupa, se puso de pié, á la cabeza de sus sol­dados, y dando el ejemplo, ordenó la continuación de la marcha. Es­tuvo en la población sufriendo los fuegos de la artillería contraria hasta las 6 pm. hora en que regresó á su campamento, haciendo llevar el botín de guerra que había tomado.

Sabido es que después del cañoneo del día 9, se empeñó la batalla el día 10 .

Antes de comenzar aquella, Sil­va pidió nuevamente á Cáceres otra compañía del “ Zepita” , y con ella, situándose en el ala izquierda de nuestra línea de combate, acometió al enemigo con singular denuedo y serenidad. Bien pronto una bala le bandeó el muslo derecho, hiriéndolo gravemente. Su deber estaba cumplido, inutilizado para continuar en la refriega, podía haberse retirado del teatro de la acción, como se le indicó con grande instancia, inquebrantable, se hizo vendar con una tela la herida y haciendo un supremo esfuer­zo, dió otra carga á la cabeza de sus bravos, hasta que una bala, atravezando su pecho do parte á parte, dió término á su noble exis­tencia.

El ilustre Cáceres, autoridad irre­cusable en asuntos de valor y de honor militar, dedicó á su infortunado compañero de armas en el parte oficial que de la batalla de Huamachuco pasó al ministerio del ramo, las siguientes palabras que confirman y reasumen lo que anteriormente hemos dicho.

“El general Silva, sin reparar en su elevada clase, pidió el primer día una compañía, que le fue concedida al mando del mayor López y con ella tomó parte de la caballada enemiga auxiliado de los ayudantes Químper y Velarde, y fué el primero que entró en la ciudad, portándose siempre en lo sucesivo con el mayor denuedo, hasta que una bala cortó su exis­tencia."

Hay una nota melancólica en esta muerte, que embarga, al mismo tiempo que deja en el espíritu, la admiración y la tristeza.

Un jefe de alta graduación militar que ha mandado por más de 20 años prestigiosos cuerpos del ejército, se batió y sucumbió al frente de una compañía!..

El pundonor que, como lo ha probado Silva, no es vana palabra, y el patriotismo á la antigua, tal como lo entendió Catón, condujeron al general que nos ocupa al sacrificio que consumó en Huamachuco.

Esta muerte tiene la tristeza, el estoicismo y la gloria de la muerte de Moore en los fuertes de Arica. 

El honor militar es tan inflexi­ble, que, á veces, hace pesar sobre los hombres, desgracias que no pudieron evitar como una senten­cia que voluntariamente deben pronunciar ellos mismos. Con todo, estas inmolaciones dejan profundas enseñanzas á las grandes almas de todos los tiempos.

Dejemos la corona de nuestros recuerdos junto al ataúd n.° 17 en que han venido sus restos.


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Texto tomado de "El Perú Ilustrado" núm 167, Lima, 19 de julio de 1890.
Imagen tomado del libro "Recuerdos de una Guerra" del investigador Renzo Babilonia

Saludos
Jonatan Saona

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