Formábamos parte del Ejército del Centro, al mando del General Cáceres, de ese ejército que ha devuelto á la Patria su réjimen constitucional. Este valeroso jefe nos había hecho el honor de nombrarnos su ayudante, desde las primeras evoluciones emprendidas contra el enemigo extrangero, en los departamentos del centro, después de los desastres de Chorrillos y Miraflores.
En tal condición, casi siempre á su lado, hicimos la campaña. Comíamos el mismo pan, y nos abrigaba el mismo techo. Sus ratos de amargura, eran también los nuestros; así como en los instantes de placer, dábamos expansión á nuestro espíritu; y cuando llegábamos á alguna población la recorríamos en todas direcciones, y observábamos el regocijo que la presencia de nuestro ejército causaba en sus habitantes. ¡Sufrían tanto cuando las tropas enemigas los invadía!
Una de esas tardes, después de haber entregado nuestra guardia, al caer del crepúsculo, nos encaminamos al acaso por las calles de una población en la que había acampado el ejército. Los últimos rayos del sol iluminaban las copas de los alisos y saucos que allí abundan, y la inmensa llanura que se extiende hacia el sur, cubierta de rubias mieses, principiaba á ser envuelta por esas lijeras tintes que, cual diáfano tul de negro crespón, flotan las sombras crepusculares, en ese momento en que el día se vá y la noche llega.
La solemnidad de la hora y la sublimidad del escenario que contemplábamos, trajeron á nuestra mente la idea de todos los días ―la Patria― y, al pensar en ella, pensamos también en el último desastre que, á la sazón, acabábamos de sufrir: Huamachuco.
De pronto una voz suave y melancólica hirió nuestros oídos; fijamos la atención y vimos una india que se dirijía en sentido contrario al que nosotros llevábamos, cantando un yaraví en quechua; es decir, no en el quechua puro y castizo, sinó en el dialecto del lugar.
Este género de música nos ha gustado siempre, y modulada en frases quechuas, que algo conocemos, despertó aun mas nuestra curiosidad, por lo cual procuramos saber lo que la india cantaba.
Pero fueron burlados nuestros deseos; pues aquella, al vernos, cesó su canto, aceleró la marcha, y pasó cerca de nosotros como una exhalación. Mas el tono del yaraví y el significado de algunas palabras que logramos percibir, nos decidieron á conocer con precisión el canto y la letra, con cuyo fin seguimos á nuestra desconocida. Bien pronto entablamos relaciones de amistad con ella y su familia, y merced á nuestras súplicas, escuchamos en quechua los versos que, mas adelante, copiamos traducidos.
A instancias de algunos amigos, los publicamos posteriormente en La Bolsa de Arequipa, de cuyo diario fueron reproducidos en otro periódico de la capital.
Estos versos, cuya pobre traducción está muy lejos de interpretar la dulzura y melancolía de las frases en quechua, entrañan el espíritu nacional en ese género de poesía; y como valor histórico tienen el de haber sido inspirados en los momentos en que parecía perdida toda esperanza de salvación para la Patria, en que no había mas que un pequeño grupo de peruanos que, con el pabellón nacional oprimido al pecho, recorría el territorio, manteniendo incólume su brillo y esplendor, y con el fin de alentar al soldado que se suponía abatido y desalentado, pero que no lo estuvo jamás, porque tenía fé en el éxito a pesar de tantos desastres y reveses de la suerte.
Los pueblos del centro, no solo con sus armas y sus hombres, ayudaban al General Cáceres en la tarea de salvar á la patria; sinó que el estro poético lanzaba también sus cadenciosas notas para alentar al guerrero, en forma de tiernos yaravíes, improvisados en su mayor parte por las mujeres. Algunos de esos cantos tiene gran analogía con los que la literatura antigua nos ha conservado de Tirteo.
He aquí la traducción á que nos hemos referido."
Canto de una india
Al General Cáceres.
Grande y valiente
busca tu fin:
marcha al combate
bravo adalid.
Veo en tu frente la huella
que señala el desconsuelo,
¿acaso vuelve en tu cielo
á vagar la mala estrella?
No te aflijas, General,
hijo noble del Perú;
no te aflijas, por que tú
no mereces ningún mal.
Si hasta hoy el destino quiso
vestirte con el sudario
del dolor, tras el Calvario
hallarás un Paraíso.
De la costa á la montaña
te aclama toda la jente, ...
¡ea pues! alma valiente,
emprende nueva campaña.
Tú, soldado peregrino,
sigue bravo y siempre fuerte;
que te respeta la muerte,
por que es grande tu destino.
¿Qué te falta o atormenta?...
Temes al adverso fiero?..
¡No! A tu corazón de acero
la fatiga no amedrenta.
¡Marcha! En las noches sin luna,
si el frío hiela tu pecho,
tendrás mis brazos por lecho
que te abriguen en la puna.
Si el hambre llega á tu tienda
de tristes horrores lleno,
devora abriéndome el seno,
el corazón que es mi ofrenda.
Y si viene á atormentarte
la sed con fatigas nuevas,
lloraré para que bebas
lágrimas que han de saciarte.
Cuando el tedio en otros climas,
haga tu fé vacilar,
procura entonces cantar
estas mis consoladoras rimas.
Alimenta la confianza
de colmar tu noble empeño,
que hay un porvenir risueño
al final de tu esperanza.
Y al lado de tus soldados,
de esos hijos que tú guías,
en las noches y en los días,
en las pampas y nevados,
Siempre irá la imagen santa
de la Patria agradecida,
junto con la voz sentida
de la infeliz que te canta.
Manuel Bedoya
Callao, Junio de 1887.
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"El Ateneo de Lima", publicación quincenal, año II, tomo IV, Perú 1887.
Saludos
Jonatan Saona
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