Capitán Ayudante del 2.° de línea
I.
Tuvo el capitán Inostroza, a cuya memoria hemos consagrado leve pájina antes que el tiempo cubra su nombre de eternal olvido, un valeroso compañero en la batalla, un mártir más en la lista de los sacrificados a la bandera del rejimiento 2.° de línea, cuya sombra se reflejará en los horizontes de la guerra, desde Tarapacá a Pucará, sólo como un reguero de cadáveres.
Ese aliado de peregrinación i de tumba fué el capitán don José de la Cruz Reyes Campos, quien, por sus antecedentes, su educación, su claro talento, su amor razonado por las armas, su entusiasmo intelijente por la gloria de Chile, era una contraposición a su viejo camarada. Pero en lo que vivían ambos, el viejo i el mozo, en el más completo i fraternal acuerdo bajo el pendón rescatado del rejimiento, era en su amor a esa insignia i en su resolución inquebrantable de llegar a Lima bajo sus pliegues i su juramento.
II.
El malogrado capitán don José de la Cruz Reyes Campos era hijo de Rengo i de familia agraria. I murió tan joven i rodeado de tantas esperanzas, que no llevaba todavía cumplidos 34 años de vida, quince de éstos de soldado. Había entrado de soldado distinguido al Buín cuando la guerra con España (noviembre 25 de 1865), i pasado después por todas las humildes pero útiles categorías de los lentos ejercicios de la paz: —cabo en 1866, sarjento en 1867, subteniente en 1870, teniente en 1874. En nueve años de escuela se puede aprender de sobra la ruda cartilla de las batallas.
III.
Servía Reyes Campos con entusiasmo i consagración en las guarniciones de Arauco, cuando una aventura de amor le hizo perder su puesto sin empañar su honra, siendo licenciado en mayo de 1877, a virtud de las severidades intransijentes de la Ordenanza Militar. El joven teniente olvidó el capitulo de ésta que gastó menos induljencia con él.
Pero como fuese el mozo infractor, no sólo de bríos naturales, sino de notorio injenio, vínose a Santiago, este gran hospicio de todos los caídos, i entró a la imprenta de La República, primero como corrector de pruebas i en seguida como cronista, aspirante a redactor.
Tenía el capitán Reyes Campos, además de hermosísima letra clara i corrida, una dicción animada i una notable fluencia para escribir, de tal manera que, compajinadas sus cartas de la guerra, harían una buena crónica de su rejimiento. Muchos recordarán sus enérjicas protestas contra el voto de los siete diputados que se negaron a inscribir el nombre de Tarapacá en la lista de los premios; i allí, en las dos largas cartas que publicó en defensa de su cuerpo, a quien se .pretendía desheredar de su más lejítima gloria, mostráronse de relieve sus cualidades de escritor soldado. Reyes Campos había escrito, al parecer, sus animados párrafos, los unos con la punta de la pluma, los otros con la punta de su espada. I así, ello era preciso, porque, ¿cuándo se viera a un pobre capitán de ejército arrostrar el poder i la influencia de un grupo de poderosos hombres políticos en esta tierra de influencias contra el débil? Pero no anticipemos las fechas en estas pájinas de por sí demasiado breves para consagrar el mérito de los que han muerto por su patria.
IV
Iniciada la guerra, el ex-teniente Reyes Campos, que había servido sólo en el Buin, solicitó un puesto cualquiera para ir a combatir. Le otorgaron el mínimum de su solicitud, lo que era hasta un menoscabo de sus servicios, una subtenencia en el 2.°. Era esto entrar al servicio de las armas, no por la puerta del favor que encorva la cerviz, sinó por la puerta del castigo que eleva corrijiendo. Era una reparación.
Él, que sería capitán a la vuelta de dieziocho meses, aceptó, sin embargo, gozoso, como había aceptado por esos mismos días (abril de 1879) el viejo Inostroza, porque, como él, se encargaría de alcanzar a prisa la devolución íntegra de su carrera.
V.
Reyes Campos, como hombre valeroso e intelijente, hizo pronto su camino. Montado en una muía cerril, se batió hasta el postrer momento de la carnicería en Tarapacá, i debióse a él i al "viejito Benavides", segundo ex-jefe de la Artillería de Marina, la formación de la última línea de batalla que salvó, si nó la fortuna, la honra del día.
Por su conducta en esa jornada, Reyes Campos fué ascendido a capitán.
VI.
Mandando una compañía del 2°, se le asignó un puesto de confianza en la fatal e inexperta campaña de Moquegua, encargándole el jeneral Baquedano de guarnecer la estación de Conde, que era la puerta del paraíso de viñedos i bodegas (edén vedado del soldado), en el valle de Moquegua. I debióse a esa circunstancia que el joven oficial no tomase parte con su rejimiento en la acción de Los Anjeles. Él guardaba todavía en esa fecha (marzo 22 de 1880), contra las gargantas de los soldados de Chile, el edén de las viñas.
VII.
Colócase aquí un episodio de la vida militar de Reyes Campos, o más bien del 2° de línea, de que fuera su último capitán fundador, que preferimos dejar contarlo a él mismo como una muestra de su estilo i de su corazón de soldado. Es la aparición en el campo de Moquegua del único sobreviviente de la gloriosa escolta de la bandera de Tarapacá, que se tornó en montón de cadáveres apilados en torno suyo para servirle de altar en la final inmolación.
El aparecido es hoi el sarjento i entonces cabo Justo Urrutia, que se creía muerto i que volvía ahora a las filas, recobrado por milagro de numerosas heridas. —Fué este mismo encanecido veterano el que en Lurín recibió la insignia.
jurando, junto con su bizarro comandante, morir mil veces antes que perderla.
Escuchémosle:
“Hé aquí, dice, una conmovedora i tierna escena que viene a poner en relieve los sentimientos de ese bravo soldado.
"Celebrábase en Pocollai el 6 de setiembre la promoción del teniente coronel Canto a primer jefe comandante del Tejimiento. Todos los oficiales del cuerpo habían ido a felicitarlo, i de los otros cuerpos habían ido también varios jefes i muchos oficiales. Cuando todos estaban reunidos i las bandas tocaban marchas guerreras, se le anuncia al comandante Canto una nueva visita; ¡era el resucitado de Tarapacá, el heroico sarjento Justo Urrutia!... ¡Él también quería saludar a su jefe! ¡Él también se congratulaba por el bien i felicidad de los suyos!
"No sólo el comandante, ese digno i valiente jefe que, sin ser débil, es padre de sus soldados, salió a recibirle; todos los otros jefes i todos tos otros oficiales se apresuraron asimismo a salir al encuentro de esa reliquia del rejimiento, de esa joya del 2° de línea.
"Pero aquí fué donde la escena se hizo grandiosa i sublime. El sarjento Urrutia, de pie en medio del patio, trémulo, palpitante, no podía dar un paso. Su figura era imponente. Sus hermosas i abultadas patillas, tostadas por el sol del desierto i chamuscadas por las balas, le hacían más venerable, causando en todos una misteriosa sensación de respeto i veneración.
VIII.
"Uno de los jefes se acerca al sarjento, i saludándolo con cariño, le invita a dar algunos pasos para aproximarse a su comandante. Urrutia lo hace con paso inseguro; i aunque se dibujaba en sus labios una sonrisa de placer i de felicidad, de sus ojos se desprendían abundantes lágrimas...
"¿Por qué lloraba?
"¿Cómo podía llorar ese hombre que en el combate estuvo siempre sereno i que, gravemente herido, jamás lanzó un ¡ai! de dolor?
"¡Ah! es que las almas viriles i bien templadas para la lucha, son también sensibles a las dulces emociones! El león fiero i carnívoro, llora también, i el toro bravio tiene sus quejas i sus lamentos!
"Urrutia lloraba por doble sentimiento, por emociones encontradas: lloraba de placer por que veía dé primer jefe al digno segundo que tan querido se había hecho para el rejimiento; i le hacía llorar asimismo, i con más intensidad un triste i doloroso recuerdo hacia Tarapacá, en que perdiera, junto con su sangre i su alegría, al pundonoroso i dignísimo jefe, al abanderado i a todos sus compañeros de escolta; i sobre ellos i al lado de ellos, cual si quisiera servirles de gloriosa mortaja, yacía la bandera rota, ensangrentada, cobijando a los que tantas veces hicieran eternos juramentos de defenderla hasta perder sus vidas...
"El jefe que lo conducía, sarjento mayor don Daniel García Videla, notando las lágrimas de Urrutia, lo abraza con efusión, i llorando también, lo conduce a presencia del comandante Canto. Este saluda al sarjento Urrutia como acostumbran los padres a saludar a sus hijos.... ¡Pero los sollozos i lágrimas del sarjento hacen su efecto! Todos se sentían impresionados, ¡así Canto, como los otros jefes i oficiales, dan también expansión al sentimiento, i las lágrimas corren por todos aquellos rostros tostados por el salitre i el inclemente sol del desierto."
IX.
Después del custodio del trapo querido, apareció la insignia misma; después del asta hallóse el lienzo; i hé aquí cómo en carta de Tacna del 11 de Junio de 1880 referíanos el entusiasmado capitán del 2.’ el precioso hallazgo.
Era el grito precursor del regocijo de Lurín, que tardó cerca de un año en cumplirse: era la voz de la tumba que iba a abrirse a la sombra del pabellón reconquistado.
"Una gran noticia,—nos decía el capitán Reyes Campos,—una noticia mui fausta, mui feliz, vino hoi a hacer saltar de gozo i a volver locos de contento a los pocos sobrevivientes de Tarapacá.
"Es el caso, señor, que nuestro estandarte, nuestro querido estandarte, dejado en la quebrada de Tarapacá el fatal 27 de noviembre del año último, hoi ha sido encontrado en esta ciudad, precisamente cuando después de las averiguaciones hechas, todos estábamos en la convicción que esa preciosa reliquia se hallaba prisionera en Lima.
"Al que le cupo el honor de hacer este valioso hallazgo fué al intelijente capitán de injenieros don Enrique Munizaga. Este valiente joven, después de hacer dos mil averiguaciones en esta ciudad i en Arica entre los prisioneros, capellanes i curas peruanos, vino a descubrir que el estandarte del 2° se encontraba guardado i oculto con varios ornamentos en la iglesia de San Ramón, de donde fué extraído con las precauciones del caso i entregado al Estado Mayor. Sólo se espera que el señor jeneral en jefe regrese de Arica para que sea devuelto al Tejimiento con las solemnidades de estilo.
"Refiere el capitán Munizaga que un soldado del 2°, que peleó en Tarapacá i que lo acompañaba a buscar el estandarte, tan pronto fué éste encontrado, se abalanzó a él i abrazándolo con verdadera efusión, lo cubrió de besos i lloró largo rato, teniendo a su querida insignia fuertemente estrechada!..."
X.
Después de sus ascensos i de sus fatigas, el capitán Reyes Campos, que hacía poco había unido su suerte a una honesta i buena esposa, obtuvo una corta licencia para recobrarse del mal de tercianas.
Vino a Santiago en el invierno de 1880, a robustecerse para morir con más aliento; i el duro destino le presajió su propio fin, quitándole a los pocos días de su arribo su última i única nacida.
XI.
El capitán del 2° volvió sin embargo impasible a su puesto, i desde el campamento de Pocollai no cesó de escribirnos para pedirnos impulsáramos con todas nuestras fuerzas la expedición a Lima, atrancada como viga en la playa de Arica, con un buque extranjero puesto de través para descanso de los poltrones de Santiago, que no querían moverse sinó acostarse con la paz, con la siesta i con la viga.
"¿I la paz?—nos escribía, en efecto, el intelijente soldado, disimulando apenas su indignación con lo certero de su juicio, en carta del campamento de Pocollai, que tenemos a la vista, fechada el 4 de noviembre de 1880.
"¿I la paz?
"¡Ah! ya usted tendrá conocimiento pleno de los resultados de la negociación entablada en este sentido. I aquí un recuerdo:
"El que habla, sin ser profeta ni nada que se le parezca, pronosticó el fin que debía tener la tal negociación, así como me adelanté a emitir mi modo de ver en cuanto a la expedición a Moquegua ahora quince días. La expedición, i de lo cual di cuenta a usted, llegó sólo hasta Locumba, i de allí regresó por creerse inútil el que prosiguiera hasta Moquegua.
"En cuanto a las fuerzas que se decía venían a ese punto desde Arequipa, resultó lo que yo presumía: que todo no pasaba de ser una especie lijera echada a correr por los mismos peruanos
para llamar la atención de nuestras tropas hacia aquel paraje.
"I referente a los arreglos de paz, ya usted sabrá mejor que yo en lo que eso vino a parar. Para mí, todo no pasó de ser una farsa por parte de los señores peruanos, con el objeto de ganar tiempo.
"¿A qué seguir en este terreno?"
El capitán Reyes Campos pensaba en Pocollai como pensaban todos los chilenos, desde Camarones al confín austral del Archipiélago.
Pero si él quería adelantarse en el camino de la guerra, era únicamente porque sabía que ahí estaba el sacrificio i en pos de éste la gloria, este faro deslumbrador del soldado.
XII.
AI fin, en la víspera de las victorias definitivas (11 de enero de 1881) el estandarte de Tarapacá fué devuelto al 2.° de línea en la forma que la siguiente relación oficial expresa:
"En seguida, el jeneral en jefe, acercándose al señor Canto, jefe del 2° de línea, le recordó los deberes que impone la bandera, i diciéndole que se la entregaba con gusto en nombre de la República i del Gobierno, terminó con estas palabras:—“Me daréis cuenta de él!"
"El señor Canto, vivamente emocionado, cojió la bandera, i mirando a sus soldados, respondió: “Mi vida, señor jeneral, la de mis oficiales i soldados, os responderán de ella en el campo de batalla"
I al día siguiente el bravo rejimiento marchó a cumplir su juramento.
Hubo en el ascenso de los pesados morros de arena momentos de verdadera angustia en torno al estandarte. Pero bizarros bravos sostenían su asta acribillada contra el plomo i contra la muerte. Reyes Campos estaba ahí a caballo, al lado de su valeroso jefe, cuando al asomarse sobre una cumbre para mejor divisar al enemigo, una bala le atravesó de parte a parte el cráneo cayendo exánime por la grupa de su montura, cuyo mandil de guerra como noble reliquia nos fuera enviado por los suyos.
A pocos pasos de allí había sido atravesado por otra bala el capitán Inostroza.
XIII.
Consagrónos su última noche de Santiago el jeneroso soldado que así perdiera la vida en edad que comenzaba con risueño porvenir para un hombre de intelijencia, porque, después de abrazar a su joven esposa, vínose a nuestra soledad con su maleta a alivianar su ánimo en la última charla de la amistad.
Al despedirse, no sin emoción, ofrecímosle para él i para los suyos algún auxilio de los que en aquel tiempo estaban a nuestro alcance, i el bravo cuanto pundonoroso capitán de Chile, estrechándonos con efusión la mano, nos contestó sólo estas palabras, que revelan una entereza moral harto levantada: —"Señor, acepto; pero sólo para cuando sepa usted que en mi hogar no queda sino una viuda i un huérfano."
I partió, enjugándose una lágrima a la pálida luz de un faro! del Camino de Cintura, i marchándose a tomar el tren que debía llevarle a Valparaíso i a Arica, a Lima i a la muerte....
La lágrima del hombre de corazón había precedido a la sangre del héroe.
¡Que su sombra, la sombra del último capitán del 2.° de línea, descanse en paz sobre los que le precedieron!
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Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo I, por Benjamín Vicuña Mackenna.
Saludos
Jonatan Saona
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