Deber de estricta justicia es el que llenamos hoy, cediendo la primera página de nuestro presente número para exhibir en ella el retrato del que fué ilustrado orador y venerable sacerdote, Ilustrísimo y Reverendísimo doctor don Manuel Teodoro del Valle.
En la vida de esta eminencia del clero peruano ha habido rasgos de alta valía, i que han agregado á los méritos del eclesiástico digno de sus sagradas insignias, los del ciudadano que supo valorizar y cumplir los deberes que impone el patriotismo. Por eso, pues, repetimos que al agregar este retrato á la galería que estamos formando, tenemos la satisfacción de dejar cumplido nuestro programa.
El Ilustrísimo y Reverindísimo Doctor Don Manuel Teodoro del Valle.
Este ilustre prelado nació en Atunjauja. Departamento de Junín, el 9 de Noviembre de 1813, siendo sus padres el señor don Juan Manuel del Valle y la señora doña Francisca de Seoane.
Tenía 11 años cuando su familia se trasladó á España, estableciéndose en la ciudad de Oviedo, en cuya notable Universidad hizo sus estudios, graduándose de Bachiller y de Doctor en Jurisprudencia. Arrastrado, por ardiente vocación al sacerdocio, ingresó á la orden de los Capuchinos en Salamanca en Noviembre de 1830; de ahí pasó á Madrid, donde en el Colegio de San Antonio del Prado, terminó sus estudios de Teología, recibiendo las ordenes sagradas en 24 de Setiembre de 1836.
Por este tiempo tuvo lugar la expulsión de las ordenes religiosas y obtenida entonces su secularización, regresó á Lima.
Poco después de su llegada á ésta, se oponía al concurso, obteniendo el curato de Pararun en el Departamento de Ancachs, sirviéndolo por 4 años. De esa parroquia pasó á ocupar la de Sisicalla en la provincia de Huancayo, curato para el que, como el anterior, fué nombrado por concurso; lo sirvió hasta que el Iltmo. doctor Luna Pizarro Arzobispo de Lima, lo nombró Pro-Secretario de la Arquidiócesis
En esta ciudad obtuvo también por concurso el curato de Santa Ana.
Fué nombrado examinador Sinodal y Rector del Seminario de Santo Toribio, en cuyo cargo tuvo ocasión de pronunciar en 1860 un discurso tan brillante que aseguró su fama de orador sagrado.
En 1864, fué designado por la H. Cámara de Diputados para pronunciar la oración fúnebre en las exequias mandadas celebrar por el Diputado de Jauja, el eminente Obispo de Arequipa doctor don Bartolomé Herrera, y esa oración fué en verdad una de las más notables piezas literarias de su clase que se ha oído en el país.
En el mismo año de 1864, el Congreso tuvo á bien elegirlo Obispo de Huáuuco y presentado por el Supremo Gobierno á la Santa Sede, fué preconizado por S.S. Pió IX el 27 de Marzo de 1865, consagrándose el 6 de Agosto de ese mismo año en Santa Ana, de que aún era cura párroco.
Trasladado á su Diócesis, fundó el Seminario de San Teodoro que dotó con profesores que el mismo eligió en Europa, citando fué á allá para asistir al Concilio Vaticano que declaró la infabilidad del Papa, como Jefe de la Iglesia.
A su vuelta á Lima fué presentado por el Gobierno del Coronel Balta para Arzobispo y expedidas las bulas por S. S , dificultades que surjieron después y que amenazaran ocasionar un conflicto entre el Gobierno y el Vaticano, hicieron que el ilustre Sacerdote, dando ejemplo de un desprendimiento nada común, renunciase i tan alto puesto, ya después de haber recibido las respectivas Bulas.
Fué reemplazado en la silla de Santo Toribio por Monseñor de Orueta y Castrillón, pero el Papa que supo apreciar la generosa conducta del doctor Valle, digna de su gran corazón, después de hacer de este prelado honrosísimos elogios, le otorgó el título de Arzobispo de Bérito, que solo puede conferirse á los Cardenales, encargándole á la vez la administración apostólica de la Diócesis de que era más que Obispo, padre cariñoso.
Durante la guerra con Chile, el venerable prelado que ya había contribuido con su peculio al sostenimiento del Seminario de Huánuco, y cuya caridad con sus feligreses era inagotable, dio pruebas de su ardiente patriotismo haciendo cuantiosas donaciones y poniendo toda su voluntad, todo su prestijio y su inteligencia al servicio de la causa nacional.
Esta conducta tan levantada dio lugar para que, después de consumada nuestra derrota, el anciano y respetable sacerdote fuera objeto de toda clase de vejámenes, de parte del invasor, que olvidó respecto al Ilustrísimo Arzobispo las consideraciones que debían guardársele tanto por su edad como por las sagradas insignias que vestía.
A pesar de que el anciano Arzobispo soportó con resignación sin igual esos insultos, contrajo entonces la afección cerebral que lo llevó al sepulcro á las 10. 45 p. m. del 16 de Octubre último.
Paz en su tumba y que el recuerdo de sus virtudes, mitigue el dolor de sus deudos y de todos los que, como nosotros, i han deplorado la desaparición de tan preclaro sacerdote honra del clero nacional.
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Texto e imagen tomados de "El Perú Ilustrado" núm 79, Lima, 10 de noviembre de 1888.
Saludos
Jonatan Saona
Aquí en Chile tenemos a un descendiente de tan ilustrísimo doctor y patriota.
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