José de la C. Salvo |
Del centro.
Campamento de Dolores.‑ Noviembre 20 de 1879.‑
Señor comandante: Anteayer, después de un reconocimiento que por orden del Jefe de Estado Mayor hice a tres o cuatro leguas de aquí, encontré la noticia de la aproximación del enemigo con fuerzas considerables y con ella la orden de mandar artillería con una división que debía marchar a su encuentro.
Después de anochecer, salí con la batería rayada de bronce de a 4 y una sección Krupp del mismo calibre, acompañando una fuerza como de 1.500 hombres, que a las órdenes del coronel Amunátegui, partió de este campamento. En Santa Catalina, como 9 millas al Sur, supimos por dos hombres que tomaron nuestras avanzadas, que el grueso del ejército aliado marchaba también sobre Dolores por la misma ruta en que nos hallábamos.
Tomadas las providencias del caso, nos dispusimos a resistir; pero el enemigo no se presentó en toda la noche. Al amanecer, nos retiramos a nuestro campo, persuadidos de que el ejército contrario había pasado en la noche por nuestro flanco derecho tomando otra vía. Llegamos a la oficina San Francisco, ocupada por nuestros Cazadores a caballo, y ahí supimos de cierto lo que sospechábamos, y subiendo al cerro de la Encañada, a cuyo pié se halla el establecimiento mencionado, tomó posiciones en su cima nuestra división y coloqué en la cresta que más dominaba el campo enemigo, la batería de bronce, y en el flanco izquierdo la sección Krupp, un poco más avanzada. En aquella situación quedé ocupando el ala izquierda de toda la línea de batalla, situación que más tarde había de excitar vivamente la codicia del enemigo.
Serían como las 7 A. M. del día 19, y desde esta hora como hasta las 3 P. M. las filas contrarías se ocuparon en tomar posiciones, ajenas, al parecer, de empeñar combate en aquel día, con desventaja indudable de nuestra conveniencia de impedir la unión del ejército del Norte con el del Sur, que teníamos delante, en el caso de un movimiento combinado entre ambos. A las 3:10, con orden competente, disparé el primer tiro con una pieza Krupp sobre una columna enemiga que avanzaba a tomar abrigo en una posición dominada por mis fuegos; este primer disparo fue como una señal eléctrica dada a los aliados para romper los suyos, con fuerzas muy superiores a las nuestras. Dos veces la artillería de mi mando fue atacada por el enemigo, talvez por verla débilmente apoyada, hasta caer asaltantes como a 10 metros de la boca de nuestros cañones, y otras tantas fue rechazado por los artilleros que desplegué en tiradores delante de las piezas, ayudados por alguna fuerza del Atacama que nos acompañó, distinguiéndose entre éstos, por su entusiasmo y ardor, el ayudante don Cruz Daniel Ramírez y algunos soldados del Coquimbo que también tomaron parte en el segundo asalto.
Despejado de enemigos nuestro frente y nuestro flanco, volvimos a las piezas y continuamos el fuego hasta que se extinguieron los del contrario en toda su línea. Eran como las 6:15 P. M.
La defensa de nuestra batería nos ha costado sensibles bajas que ascienden a 30: 7 muertos y 23 heridos, de los 54 hombres que tomaron parte en el combate. La demás fuerza de la batería la mantuve en la reserva y en el cuidado de las mulas, al abrigo de todos los fuegos.
Entre los muertos, figura mi ayudante, teniente don Diego A. Argomedo, y entre los heridos, el capitán de la batería don Pablo Urízar que, batiéndose denodadamente, recibió una bala en el pecho; el alférez don Juan García V. otra en el brazo izquierdo, y el alférez don Guillermo Nieto, que fue herido levemente en la muñeca de una mano. Mi corneta de órdenes, Antonio López, recibió un balazo en la cabeza que lo causó una grave herida. Hubo también un soldado de la 1ª de la 1ª, José Hernández, que al desempeñar la comisión de llevar agua a los combatientes, cayó del caballo herido en el brazo izquierdo.
Los dos partes adjuntos darán a conocer a V. S. la lista nominal de nuestras bajas y los deterioros que hemos sufrido en el material y armamento portátil. Tuvimos dos piezas fuera de combate por la violencia del retroceso de las piedras; disparamos 130 proyectiles en las 3 horas que duró el combate y se agotaron todas las municiones de carabina, de tal modo, que nuestros soldados tomaban los rifles de los que caían en la infantería.
Los oficiales y tropa han llenado dignamente su deber, y puedo asegurar que entre aquellos no hay uno que no se haya conducido con bizarría. La circunstancia de caer 4 de los 8 que únicamente tenía a mis órdenes, demuestra la serenidad con que afrontaron el nutrido fuego del ene migo. Y son, fuera de los heridos ya nombrados, el teniente don Eduardo Sanfuentes, que comandaba la sección Krupp, y alféreces, don Jenaro Freire, don Eraclio Álamos y don Guillermo Armstrong.
Dios guarde a V. S.
J. de la C. Salvo.
El valor y lo acertado de las medidas tomadas por este jefe impidieron que la batería de su mando cayera en poder del enemigo. Justo es, pues, que haga de él una especial mención. (anotación hecha por Veláquez)
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Saludos
Jonatan Saona
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