Abelardo M. Gamarra, conocido más generalmente por El Tunante, seudónimo que él se buscó en sus buenos tiempos, es entre nuestros jóvenes escritores el más popular, el más criollo y salado.
Su cuna se meció en Huamachuco, ese lugar que para nosotros representa el baluarte de nuestra defensa desesperada, en la historia de una guerra cuyos episodios aún hacen sangrar el corazón peruano con luctuoso recuerdo.
Gamarra vino adolescente á Lima, pero trajo impresa en su alma la poesía triste de la antigua raza peruana, y en su mente el designio de ser eterno personero y defensor de los derechos de los pueblos de la sierra peruana.
Por eso, para sus cantos se dió el bautizo de El último Harabicu, y por eso se dedicó á la literatura nacional, en la verdadera acepción de la palabra, y narró los usos y las costumbres del país con la galana pluma de El Tunante, cuyos escritos son leídos, no como generalmente sucede en el silencio de los retretes y de los escritorios, sino en alegres corrillos, donde el chiste de la frase y la propiedad del símil se celebra con risas y chacota.
Por eso, para sus cantos se dió el bautizo de El último Harabicu, y por eso se dedicó á la literatura nacional, en la verdadera acepción de la palabra, y narró los usos y las costumbres del país con la galana pluma de El Tunante, cuyos escritos son leídos, no como generalmente sucede en el silencio de los retretes y de los escritorios, sino en alegres corrillos, donde el chiste de la frase y la propiedad del símil se celebra con risas y chacota.
No de otro modo puede leerse artículos como los que contiene la colección titulada «El Tunante en camisa de once varas», y se leen diariamente los que su festiva pluma produce, ya con el título de «Abajo del Puente», « El hijo del Señor» y demás.
Gamarra tiene una constancia para el trabajo, comparable solo con la fecundidad de su cerebro. El ha sido fundador de «El Nacional», diario adonde con sus buscados y esperados «Rasgos de pluma» ha llevado cientos de suscritores, siendo hoy el decano de los cronistas de la prensa nacional, y director propietario de «La Integridad».
Durante la guerra, Abelardo hizo lo que todos los jóvenes peruanos. Lió petates, guardó libros, y con el rifle al hombro fué en busca del puesto de honor donde quedaron Valle Riestra, Torres Paz, y tantos que eran una esperanza para la desgraciada patria. Hizo la campaña del Sur, y asistió como representante de Huamachuco al Congreso reunido en Arequipa, durante el gobierno del General Montero, como ha concurrido á los Congresos del 86 y 88, en calidad de diputado suplente por su provincia.
En los bancos parlamentarios, su conducta merece encomio de parte de los ciudadanos honrados y patriotas, pues, joven, y pobre de fortuna, como es siempre militó en las filas de una independencia cada día más rara entre nosotros, con una modestia que jamás lo abandona, porque ella es el patrimonio de las almas nobles. Por esto, y sin embargo, de la amistad que nos liga con el celebrado autor de «El Yaraví» no podemos consignar ningún dato biográfico, pues, casi estamos seguros de que la respuesta sería uno de tantos chistes, que en galana expresión brotan de su labio. Por otra parte, nos hemos dicho: para qué minuciosos relatos de Gamarra?
La popularidad del nombre y la estimación social importan el todo en los que como Gamarra, han logrado hacer un amigo de cada lector. La juventud del Perú que no lo conoce personalmente, recibirá con cariño este número, y en los festivos corros irá á preguntarse ¿Este és Núñes de Arce? Con qué este era el Tunante?
Si señores. Estos son: uno que ha viajado del otro mundo acá en alas de sus idilios, éste que viaja con el intencionado pensamiento de sus artículos de costumbres, ambos populares entre nosotros.
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Texto e imagen tomados del "El Perú Ilustrado" núm 126, Lima, 05 de octubre de 1889.
Saludos
Jonatan Saona
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