5 de marzo de 2018

Ignacio Carrera P.

Ignacio Carrera Pinto
Don Ignacio Carrera Pinto
Capitán de la 4° compañía del batallón Chacabuco

I.
Llegada es en este libro, que ya va corrido lejos de su zenit de gloria i de lágrimas entre enlutadas nubes e inacabables resplandores; llegada es, decíamos, la hora de las agrupaciones por la prisa de concluir, por la brevedad de los días, la cortedad de las pájinas reducidas a simples lápidas de lacónicos pero heroicos epitafios.

Después de los árboles cubiertos, cabe su lugar a los verdes retoños tronchados en haz por la segur de la muerte, i es esta la parte de tarea que nos queda principalmente por cumplir.

Corresponde de derecho la primera pájina de esa agrupación del heroísmo colectivo en la familia, en el rejimiento, en la compañía, en el vivac de los Andes del Perú, a los cuatro sublimes mancebos que pelearon en la plaza i en el cuartel de la ciudad de La Concepción en la tarde i en la noche del día 9 i en la aurora i en la mañana del 10 de julio de 1882 hasta no dejar un solo cartucho por quemar—“uno contra veinte, setenta i siete inmortales contra una jauría embravecida de mil ochocientos asaltantes, que aún para vencer aquel puñado de chilenos necesitaron hacer alto al fuego i pedir refuerzo. 

II.
En ese combate, que recuerda los de Esparta, los soldados eran setenta i tres, los oficiales cuatro, i entre éstos, el caudillo, el capitán de los setenta i siete, que así habrá de denominarlos la historia, llamábase Ignacio Carrera Pinto, cuya noble vida vamos lijeramente a contar aquí en grupo junto con la de sus compañeros.

III.
Ignacio Carrera Pinto, hijo del buen ciudadano don José Miguel Carrera Fontecilla i de la digna señora doña Emilia Pinto Benavente, no ha mucho fallecida, era por su paterna estirpe nieto del ilustre dictador de Chile don José Miguel Carrera i llevaba el nombre histórico de su bisabuelo don Ignacio de la Carrera, brigadier de Chile i padre de los tres desdichados hermanos de su sangre que perecieron en el patíbulo de las venganzas políticas en la plaza de Mendoza (abril 8 de 1818 i 4 de setiembre de 1821), pueblo entonces semi-salvaje de las Pampas.

El nieto de los últimos pereció como ellos, pero en más glorioso sacrificio, en la plaza de La Concepción pueblo semi-salvaje también de la sierra del Perú, esparcido en esas apartadas cumbres, i sosteniendo el honor de su patria hasta rendir él i los suyos, todos sin excepción alguna, su último aliento.

En los días de las catástrofes no es costumbre ni siquiera estratejia en el ejército de Chile reservar una sola vida que le sirva de emisario. En tales casos se acostumbra i se prefiere el silencio de la muerte i su sudario.

IV.
Entretanto, el último de los Carrera, que llevara el nombre de Ignacio, había nacido en Santiago hacia el año 1848; i recordamos todavía con la viveza de un cuadro de familia, de un paisaje de nuestra rústica campaña, su rostro abierto i risueño, su ademán travieso i audaz, cuando diez años más tarde, veiamosle correr desalado en brioso caballo i sin montura por los callejones de Peñaflor, o mecerse atrevidamente como pájaro inquieto en medio de los cantos de la primavera, suspendido cual los últimos al follaje de los sauces babilónicos que riegan las anchas i azuladas acequias de aquellos encantadores sotos, dignos del nombre que de antiguo llevan porque fórmanlos las aguas, las peñas i las flores—"Peñaflor".

V.
Distraído de estudios i adicto a turbulentas novedades, crióse Ignacio Carrera en cierta soltura; i muerto prematuramente su buen padre, en Lima (setiembre de 1860), emprendió desde mui niño negocios de arreos de ganado que lo llevaron a Mendoza, sitio aciago para su nombre, donde vivió de trajines i percances durante varios años.

VI
Restituido a su ciudad natal hacia el año de 1871, fué llevado por antiguo amigo de su padre a una mesa de la intendencia de Santiago, donde sirvió con intelijencia i una lealtad de sentimientos que enaltecía su alma en los contrastes.

Consagróse después a variadas tareas, prefiriendo las del campo, i cuando estalló la guerra en febrero de 1879, fiel a su nombre i a sus tradiciones que datan desde el primer Carrera venido desde Vizcaya (Rentería) al suelo de Chile hace más de doscientos años, i cuyo nombre fué el mismo que él, según dijimos, llevara, alistóse de sarjento. El primer Carrera, célebre por su valor i sus aventuras, por sus desdichas i sus victorias, bajo el gobierno del cruel caballero don Francisco de Meneses, gobernador de Chile en el último tercio del siglo XVII, llamábase también Ignacio, i a su ejemplo, su nieto de la sétima o octava jeneración corrió a las armas al primer sonido de los clarines que a ellas apellidaron a ios chilenos en los primeros días de 1879.

VII
A contar de esa hora, la existencia de Ignacio Carrera Pinto está estampada en cuatro líneas i en cuatro fechas de su hoja de servicios.

1879, sarjento del Esmeralda.
1880, subteniente del mismo cuerpo.
1881, teniente del Chacabuco 6.° de línea.
1882, capitán de la 4.° compañía de ese batallón, por nombramiento de 20 de mayo.

No alcanzó el joven héroe a leer su último despacho, pero señaló su breve carrera con hazaña antes no ejecutada i que ha merecido el raro honor de la unanimidad de un voto del Congreso, (julio de 1883.)

VIII.
Combatiendo en el Alto de la Alianza a la vista de Tacna, una bala le había advertido temprano de su luctuosa empresa, i acompañando a su jefe en los ásperos faldeos del Morro Solar en el día de Chorrillos, había arrancado por su serenidad i su arrojo una mención especial de aquél en un parte oficial de la sangrienta jornada. Tocó al Chacabuco rivalizar ese día en el empuje del asalto i en la carnicera brega por la subida a las cimas a la par con tres de los más afamados rejimientos del ejército de Chile:—el 4.° de línea, el Atacama i el Talca; i así perdió su cuerpo catorce de sus oficiales i casi todos sus capitanes; Moltke, Sota Dávila, i el hermoso cuanto juvenil Camilo Ovalle, ese Adonis sacrificado en los altares de Marte.

IX.
Ignacio Carrera salió ileso del torbellino de plomo derretido que allí vomitaron cuarenta mil combatientes, i aun logró regresar por breves días en el invierno de 1881 al seno de su patria para visitar por la última vez sus lares.

X.
Devuelto a Lima, i ascendido ya a capitán de la 4.° compañía de su batallón, marchó con éste a la sierra en la tercera o cuarta estéril entrada que, contra todos los consejos de la ciencia militar i las lecciones de la historia, allí ubicada entre horrores, emprendiérase, por órdenes de la Moneda, contra un enemigo eternamente invisible o eternamente prófugo.

Deshecho, en efecto, el caudillo Cáceres en la jornada de Pucará por el brillante coronel don Estanislao del Canto, que había subido a las sierras después de las infructuosas expediciones militares del comandante Letelier i del pundonoroso coronel (hoi jeneral) don José Francisco Gana, habíase detenido el primero de aquellos jefes en las orillas del invadeable río Pampas, accesible ahí sólo por el histórico puente de Izcuchaca. I no teniendo aquél enemigos que combatir, excepto la puna i el tifus, que diezmó su jente, escalonó sus batallones desde Tacna a aquel puente guarneciendo los pueblos intermedios de Jauja, La Concepción i Huancayo como dentro de otros tantos cuarteles de Invierno. La 4.° compañía del batallón Chacabuco, cuerpo que había llegado de refresco al mando del bizarro comandante Pinto Agüero, el más joven pero no el menos intrépido de nuestros jefes de fila, fué designado para custodiar pacíficamente el pueblo de La Concepción, medianero en la serie de posiciones del valle andino.

XI
Por esa misma fatal seguridad, dejóse aislada aquella reducida fuerza mientras se creía al jeneral Cáceres, caudillo infatigable, refujiado en Ayacucho con sus desmoralizados restos de Pucará. Mas un día inesperado de los comienzos de julio de 1882 (el 9 i el 10), Cáceres pasó de improviso con sus hordas, que llegaban a numerar quince i hasta veinte mil combatientes, el descuidado i desguarnecido puente de Izcuchaca, posición estratéjica de primer orden; Í mientras con el salvaje empuje de la sorpresa arrollaba al batallón Santiago, matándole dos de sus oficiales de avanzada {Retamal i Garai, en Marcaballe), junto al Pampas í a la vista de su famoso viaducto, despachaba en esa misma hora a vanguardia al coronel Gastó, jefe de una división de tiradores i de indios montoneros fuerte de mil ochocientas plazas.

XII.
El pueblo pastoril de La Concepción que el Pampas rodea por su base, formándole cintura de hondos i abruptos barrancos, no era, bajo concepto alguno, una posición militar, porque además de hallarse su caserío esparcido en las riberas de aquel, domínalo por completo una hilera de colinas puestas en anfiteatro i a cuya mayor altura denomínanla por agreste "cerro del león".

Por órdenes expresas de Cáceres que, mediante el afán de sus espías (que lo eran todas las jentes del país, hombres, mujeres i niños) conocía los movimientos de nuestras fuerzas, marchó el coronel Gastó con su columna al amanecer del 9 de julio desde el pequeño pueblo vecino de San Antonio, en demanda de la aislada guarnición chilena, dejada por una imprevisión casi incomprensible en una guerra de asechanzas, sin un solo soldado de caballería, ni siquiera un ordenanza montado.

XIII.
Pasando así, a escondidas, tras de las alturas de Santa Rosa, Quíchiguay i Huaychulo que encubrían su movimiento como dentro de un desfiladero, coronó de improviso a las dos i media de aquella tarde el guerrillero peruano la cima de las colinas a cuyo pie yace, como dentro de una sepultura, el desaliñado pueblo de La Concepción, dibujado en tres porciones por arquitectos indíjenas, i comenzó a media tarde el porfiado, terrible i desigual combate.

"La avanzada del coronel Gastó,—dice una relación peruana que tenemos a la vista,—rompió los fuegos; los chilenos contestaron saliendo de su cuartel que estaba situado en la plaza, ocuparon las torres de la iglesia, se posesionaron de su cuartel, desplegando también en guerrilla por las boca-calles de la derecha e izquierda de la ciudad; nuestras avanzadas sostenían el fuego hasta que las fuerzas que mandaba el coronel Gastó coronaron el cerro antedicho; entonces fué cuando se encarnizó el combate ocasionando como era natural en ambos combatientes, algunas bajas; allí cayó herido el teniente coronel Carvajal.

"A las cuatro de la tarde sucedía esto; a las cinco, nuestras fuerzas habían tomado la ciudad i rodeado completamente a los enemigos, quienes fueron a refujiarse dentro de su cuartel, i continuaron defendiéndose.

"A las seis i media ordenó el coronel Gastó se tocara cesar el fuego, porque las municiones se estaban concluyendo i había necesidad de sostenerse hasta que viniera el refuerzo que había pedido..."

XIV.
Aquel combate de veinte horas i veinte veces desigual había durado sólo cuatro horas, i el puñado de leones chilenos que se defendía sin humano aviso ni socorro, había a esa altura del tiempo ganado el día.

Setenta i siete soldados chilenos habían obligado a mil ochocientos peruanos a pedir amparo!...

Llegado este socorro al aclarar el 10 de julio, día invernal i tardío, use empeñó nuevamente— dice la versión peruana ya citada, que es de reciente data (julio de 1884),—un encarnizado combate, ocasionando treinta i tantas bajas en nuestras fuerzas; pero la guarnición del Chacabuco, inclusive los oficiales Carrera Pinto, Pérez Canto, Cruz i Montt, que fueron tendidos en la plaza de aquella población, toda fué exterminada."

XV.
Cierta era, por desdicha, más no para deshonra de nuestras armas, la última honrosa frase. La compañía guerrillera del batallón Chacabuco había sido exterminada, desde su capitán a su corneta, pero sus setenta i siete combatientes bajo el tricolor no habían perecido tras el muro del parapeto ni en el rincón de cobarde si bien ofrecido albergue, sinó "tirados todos en la plaza", al aire libre, con sus espadas desnudas i sus rifles quemantes en la mano, sin que ni por un solo momento se viera ondular, por encima de las ennegrecidas paredes del cuartel quemado, la tira de trapo blanco que flotó antes al aire en los mástiles de la orgullosa Independencia en el día de Iquique.

XVI.
Escuchemos ahora la versión chilena de aquel hecho de la antigüedad, consumado por cuatro niños que todos juntos apenas habían vivido la existencia de un hombre. "El combate,—dice el coronel Canto en su parte de Tarma, julio 16 de 1882,—principió a las dos i media P.M. del día 9 del presente mes i fué sostenido por nuestra tropa hasta las nueve i media A.M. del siguiente, hora en que habiéndose agotado las municiones i después de diez i nueve horas de pelea, los enemigos incendiaron el cuartel, perforaron su recinto i se introdujeron por varías partes.

"La lucha fué entonces al arma blanca por parte de los nuestros, lucha enteramente desigual, pues solo quedaba un pequeño número de chacabucos para combatir contra una multitud de indios i de jente armada de rifles i bien municionada. Algunos gritaban rendición, pero los nuestros no aceptaron i prefirieron morir todos en defensa del puesto que se les había confiado.

"El número de tropas que se perdió fué setenta i dos hombres del batallón Chacabuco i uno del batallón Lautaro, i estaban mandados por el capitán don Ignacio Carrera Pinto i los subtenientes don Arturo Pérez Canto, don Julio Montt S. i don Luis Cruz M."

XVII.
I en seguida, extendiendo la glorificación más allá del dolor, al ejemplo de lo venidero i a los lauros de la historia que en todo tiempo fueron estímulo, el jefe de la división chilena, denominada a la sazón Ejército del centro, sacudiendo de su pecho las heces de una natural amargura i casi enorgullecido de aquel revés tan heroicamente verificado, caracterizóle de una alta í merecida manera en una orden del día a guisa de proclama que así decía desde el campamento de Tarma:

"Soldados del ejército del centro:

"Al pasar por el pueblo de La Concepción habéis presenciado ese lúgubre cuadro de escombros humeantes i cuyo combustible fueron los restos queridos de cuatro oficiales i setenta i tres individuos de tropa del batallón Chacabuco 6.° de línea. Millares de manos salvajes fueron autores de tamaño crimen; pero es necesario que tengáis entendido que los que defendieron el puesto que se les había confiado eran chilenos, i que, fieles al cariño de su patria i animados por el entusiasmo de defender su bandera, prefirieron sucumbir todos antes que rendirse a turbas desenfrenadas.

"Los que perecieron en La Concepción en defensa de nuestra querida patria i de la tranquilidad de ese pueblo ingrato, han obtenido la palma del martirio: pero una í mil veces benditos sean, puesto que su valor i sacrificio les ha dado derecho a la corona de los héroes.

"Amigos chilenos: Si os encontráis en igual situación a los setenta i siete héroes de La Concepción, sed sus imitadores, i entonces agregaréis una brillante pájina a la historia nacional i haréis que la efijie de la patria se presente una vez más con el semblante risueño en símbolo de gratitud por los hechos de sus hijos. Si llegáis a combatir con los hombres de la nación peruana, acordaos en todo caso de los hermanos que tan valientemente se sacrificaron en La Concepción; pero no olvidéis los rasgos jenerosos de que siempre habéis hecho uso para con esos prójimos de la humanidad degradada.

"Soldados: Seguid siempre en el sendero de vuestro entusiasmo i abnegación; conservad la sangre fría i arrojo de los Caupolicanes i Lautaros; sed siempre dignos de esos mismos, i habréis conseguido la felicidad de la patria. Chilenos todos: un hurra a la eterna memoria de los héroes de La Concepción".

XVIII.
Han comparado algunos la jornada mediterránea de La Concepción a la marítima e inmortal de Iquique. Mas la austera historia, cuya misión es no amoldarse a las transitorias vanidades de los tiempos, sinó sobreponerse a ellas, sin aceptar parangones que constituirían una rivalidad doméstica dentro de unta sola gloria, habrá de decir únicamente a las jeneraciones que los marinos i los soldados de Chile, en la mar como en la tierra, sobre las olas o sobre la montaña nunca supieron rendirse.

I esto basta!


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Texto e imagen tomado del Álbum de la gloria de Chile, Tomo II, por Benjamín Vicuña Mackenna

Saludos
Jonatan Saona

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