Militar peruano no identificado |
Parte de Martín Álvarez sobre el combate de Los Ángeles
BATALLÓN CANCHIS.
Omate, Marzo 28 de 1880
Cumple a mi deber como primer jefe del batallón Canchis dar, por medio de este oficio, el parte que me corresponde sobre el combate del 22 de los corrientes, de la cuesta de los Ángeles y quebrada de Quilinquilin, para que V. S. se digne elevarlo al señor coronel Comandante General de la división.
Habíéndome reunido con el batallón de mi mando a la división en el Alto de la Villa el 16 de los corrientes, concurrí el 18 con los demás jefes, después de la lista de diana, a la junta a que llamó en su alojamiento el señor Comandante General.
El señor Comandante General manifestó que nos había llamado para acordar entre los primeros jefes, los medios de defensa en los Ángeles; pues con nuestra poca gente, sin caballería, artillería y escasas municiones, no podíamos emprender un ataque sobre el enemigo; pero que aplazaba el acuerdo para después, por un aviso que tenía de haberse desprendido de Arica una división sobre el enemigo, que se encontraba al frente, y confirmado tendríamos que atacarlo con la división, sea cual fuere el resultado.
El señor coronel don César Chocano, hizo presente a V. S. que el aviso a que se refería no se oponía a que se discutieran los medios de defensa que convenía adoptar; pues debiéramos aprovechar el tiempo y no perderlo, por que quizá llegaría el caso de que el enemigo nos sorprendiera desprovistos. Que importaba mucho acumular recursos en los Ángeles y que se procediera a pedir al prefecto 200 barriles vacíos, 20 pipas, 2.000 quintales de forraje seco, bastante combustible, etc. El señor coronel Gamarra contestó que todo esto había pedido a la autoridad política y que de nada se le había proveído. El coronel Chocano replicó, que debía oficiarse de nuevo al prefecto y obtener contestación escrita para salvar la responsabilidad de la comandancia general.
En este estado expresé yo que debía procederse ante todo al reconocimiento de la topografía de los
Ángeles y sus flancos, hacerse estudios y levantarse trabajos de defensa, a la posible brevedad, por que en momentos de combate nada se podía hacer con buen éxito y menos con soldados modernos como los nuestros.
El señor Comandante General me contestó, que no estaba en el caso de marchar a esos puntos, a levantar trincheras, ni que tenía gente con quién hacer esos trabajos.
Insistiendo le hice presente, que por el ligero examen que había hecho de los Ángeles a mi paso y por los informes que me había dado el coronel Chocano, conocedor del terreno, veía que el enemigo podía hacernos un ataque simultáneo a los Ángeles y sus flancos, en lo que creía que debía posesionarse a un batallón y levantar las trincheras. Que en el flanco izquierdo, es decir, Quilinquilin, debía colocarse más gente, por que era el más vulnerable. V. S. dijo, que callaba, que no hablaba más, y que yo siguiera con la palabra: de este modo concluyó la junta y no se volvió a reunir más.
A las 12 M. del 21, vino el jefe de día, sargento mayor don Francisco Salazar, a comunicarme la orden del jefe de Estado Mayor para que tuviera listo el batallón a la media hora, para que hiciera marchar a Quilinquilin la mejor y más fuerte compañía de mi cuerpo; la que desfiló al mando de su capitán don Tomas G. de la Torre y conducida por el jefe de Estado Mayor, teniente coronel don Simón Barrionuevo.
A las 4 P. M. se oían ya cañonazos y descargas de infantería por los Ángeles y nuestro flanco izquierdo: a la media hora caían balas en nuestro campamento del Arrastrado y le mandé algunas al señor Comandante General con el capitán Tejada, contrayéndome con los demás jefes, comandante don Juan B. Barra y mayores don Eugenio Berríos y don Francisco Salazar a aumentar las municiones a la tropa y a ponerla en estado de combate.
A las 5 A. M. ví que el señor Comandante General se dirigía a caballo a Quilinquilin, donde se batían las compañías del Canchis y Granaderos y lo seguí también a caballo hasta el lugar donde a tiro de rifle se puso a examinar las posiciones de los enemigos, sus fuerzas y el valor heroico con que se batían nuestros soldados, con fuerzas infinitamente superiores en número y armas, de artillería y caballería. La quebrada estaba nublada con el humo de las descargas y las balas silbaban a nuestro alrededor. En ese lugar se presentó a escape en su mula el arriero arequipeño don Isidoro Carrasco y dio aviso, de que dos columnas enemigas, nos habían tomado ya por la quebrada la vanguardia y avanzaban a cortarnos por Yacango.
El señor comandante general me ordenó que regresara al campamento e hiciera poner sobre las armas los batallones, los que encontré en ese estado y me dirigí al mío para hacerlo desfilar a la batalla, porque creí que esa fuera la mente del jefe de la división; pues ignoraba que un regimiento fuerte de 1.200 plazas, el Atacama, había tomado ya el cerro de Estuquiña que domina el flanco derecho de los Ángeles.
Emprendía la marcha al combate de acuerdo con los demás jefes y ví que se dirigía hacia mi cuerpo el Comandante General: salí a su encuentro y me ordenó que desfilara con mi batallón a Yacango: así lo hice en medio de las balas que nos dirigían los enemigos posicionados en Estuquiña. La tropa conservaba su serenidad y disciplina, manifestando su entusiasmo por el combate, no obstante que algunos de sus compañeros quedaban muertos o heridos en el camino, la gran confusión en que venían los soldados del batallón Grau, derrotado en los Ángeles, y la multitud de paisanos y mujeres que les seguían.
Habiendo llegado con el batallón a Yacango y sabido la toma de los Ángeles por el enemigo, recibí orden de hacer alto por conducto de usted y a poco de continuar la marcha a Ilubaya, de donde continuamos ese día, a la vista del enemigo que nos seguía de cerca a Chuculay con la división, sin haber tomado rancho todo el día, hasta las 8 P. M., hora en que se dio la ración de carne a cada individuo.
En dicho punto de Chuculay, fui nombrado por el señor Comandante General, jefe de la línea, para que todos los jefes de cuerpos y el del Estado Mayor se pusieran bajo mis órdenes. Creo haber cumplido con mi deber en ese importante servicio, adoptando todas las medidas convenientes para la segura y cómoda marcha de la división.
Los 100 valientes de mi batallón que marcharon al combate han sucumbido o desaparecido, entre muertos, heridos y prisioneros. El único que ha salvado es el sargento 1º Tomas Arteaga, que se ha unido al batallón con su rifle y con el de su hermano Narciso muerto a su lado. Entre los primeros se encuentran, según avisos, los valientes tenientes don Manuel Caro, subtenientes don Belisario Macutela, y don Enrique Aparicio. Prisionero y herido el sargento mayor don Eugenio Berríos y el capitán don Tomas G. de Latorre. También fueron muertos a balazos al bajar la quebrada, llevando municiones, los arrieros Evaristo Torres, Manuel Guevara y 6 mulas, de don Luís Valencia 2, de don Manuel Valdivia 2, de don Calixto Carpín 1 y de don Manuel Salas otras.
Cuantos vieron el arrojo, valor y heroísmo con que se ha batido la compañía del Canchis que habiéndosele acabado sus municiones cargó a la bayoneta, estrellándose contra el número y armas de toda clase, han admirado la bravura de ellos. Han sido testigos de esa heroica acción los de la columna de Gendarmes, el coronel Somocurcio y otros muchos.
Esos valientes, con su comportamiento han merecido bien de la patria y del Supremo Gobierno, y cumplo con el deber de recomendarlos, para que se atienda a sus esposas, hijos y familia.
En la víspera del combate sabe el jefe de Estado Mayor que mi batallón tenía 360 plazas disponibles, con rifles de Remington, regular instrucción y buena disciplina. Toda la munición correspondiente a mi cuerpo logré que se salvara.
Esta es la fiel y ligera relación de todo lo acontecido antes y después del referido combate, que me permito expresarla invocando el testimonio de los que han presenciado los hechos mencionados.
Dios guarde a V. S.
MARTIN ÁLVAREZ.
Al señor Teniente Coronel Jefe de Estado Mayor de la primera división del segundo ejército del Sur.
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Saludos
Jonatan Saona
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Saludos
Jonatan Saona
El "Atacama" era en 1880, con ocasión del combate de Los Ángeles, un batallón de 6 compañías, con 800 hombres de dotación. Fue la unidad que escaló el Estuquiña por la noche y atacó por sorpresa al amanecer.
ResponderBorrarSolo para la siguiente campaña (de Lima) fue elevado a regimiento de 12 compañías, con dotación de 1.200 hombres, bajo el mando de Diego Dublé Almeida.
Fe de erratas: debe decir "regimiento de 8 compañías".
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