Durante el Coloniaje, sabido es que los cuerpos del ejército eran compuestos sólo de españoles, que desde la metrópoli venían adiestrados y disciplinados. Pero desde la Independencia hasta la fecha, los batallones y escuadrones del ejército peruano, han sido formados: los primeros, principalmente con los indígenas del país, y los segundos, generalmente con los negros y zambos, que eran buenos ginetes.
Es indudable que el soldado peruano es menos disciplinado y aguerrido que el de otros países; pero en cambio es más sumiso, paciente y sufrido que ningún otro.
A pesar de las leyes sobre enganche y conscripción, y de los pomposos decretos que prohíben el reclutamiento forzado, casi siempre se han improvisado los batallones tomando á los indios á lazo, conduciéndolos de pueblo á pueblo, para formar con ellos los cuerpos militares, á los que se ha dado, por ironía, el nombre de voluntarios. Con el reclutamiento forzado, como en otras muchas cosas, las garantías constitucionales tan liberalmente proclamadas en el Perú, vienen á ser una verdadera utopía, una gran quimera, en una palabra, un sarcasmo. Aunque sea una triste realidad, forzoso es confesar que este país, cual ningún otro, es el de las mayores anomalías y de las más absurdas aberraciones.
Pero dejemos, al respecto, la palabra á un notabilísimo escritor, que describe con toda imparcialidad y sano criterio, al soldado peruano:
"Llegando, dice, el indio recluta á sus cuarteles, se le incorpora en una compañía y se le somete al rigor de la disciplina y al de la instrucción que necesita, para ser un digno defensor de las buenas causas y de la soberanía nacional. Antiguo es el proverbio de que: la letra con sangre entra, y la vara del sargento se emplea en la práctica de este principio. Muchos indios visten por primera vez el traje de Marte, sin saber una sola palabra de castellano, lo cual no impide, que en corto tiempo, adquieran la instrucción necesaria en maniobras y manejo de armas.
Si se examinan los cuerpos militares, mandados por jefes inteligentes de conocimientos, no hay que extrañar, en la compostura del soldado, en su vestido, en su marcha y en sus ejercicios, la pericia y la desenvoltura del veterano; lo cual manifiesta que el indio más inculto, tiene excelentes disposiciones para la milicia. El soldado peruano puede desafiar al primero del mundo en cuanto al sufrimiento. Atraviesa el más árido arenal y la más helada puna, á marchas forzadas, y soporta el hambre y la sed hasta un grado increíble. Diez ó doce leguas por sendas escarpadas y peligrosas, son una jornada que el indio vence á pié, sin experimentar cansancio ni fatiga. Excesivamente parco, un poco de coca, de maíz tostado ó de papas cocidas le basta para alimentarse y adquirir nuevas fuerzas, y después de largas peregrinaciones, desnudeces y privaciones, pelea en los momentos del combate, siempre que sus jefes y oficiales le den el ejemplo.El indio sirve y combate sin saber á quien sirve ni por qué lucha, sin más idea que la de llenar un deber que le impone, no la reflexión, ni la conciencia, ni el patriotismo, sino el temor, sigue sus banderas ó las traiciona si las siguen ó las traicionan sus jefes. El indio es fatalista, pusilánime é indolente; en el campo de batalla se para á pié firme, si no corre nadie; ve caer muertos á sus compañeros más próximos, sin sentir la menor emoción aun cuando sean su hermano y su padre; pero no hace un tiro más, si recibe una leve herida.
El indio ama la choza en que mora y en que vive regularmente entregado al ocio; si la fuerza lo arranca de ella, jamás la olvida y á presencia de toda causa que le recuerde su hogar, aprovecha el primer momento para regresar á él. Los instrumentos de música que más conoce y maneja el indio, son: el charango, (especie de guitarra pequeña), el tamboril y un flautín (llamado quena) que hace él mismo de carrizo. La quena se presta mucho á la música melancólica y sentimental que caracteriza al yaraví, canción indígena del Perú, con que el habitante de la sierra. expresa sus dolores y su amor. Pocos son los indios que no tocan la quena, y cuando, lejos de su choza, oye el soldado los tristes gemidos que el instrumento lanza y que le recuerda su favorito yaraví, se apodera de su corazón la melancolía, y deserta de las filas para regresar á su cabaña. Jefes de cuerpos hay que no permiten que el soldado conserve su quena, y que temen más á sus sonidos que á todos los demás estímulos de deserción."
Este rápido bosquejo del soldado peruano de infantería, es el más verídico que se ha trazado. A esto se debe agregar que, cuando el indio sucumbe en la pelea, su desaparición no se nota, y sólo la rabona, su compañera inseparable, que ha compartido con él todas las fatigas y sinsabores de la campaña, es la única que vierte lágrimas de pesar y de desconsuelo."
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Prince, Carlos. "Lima Antigua. Serie 3°". Lima, 1890.
Saludos
Jonatan Saona
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