6 de octubre de 2024

Habla M. Elías

Manuel Elías Bonnemaison
Habla un Héroe del Huáscar
Don Manuel Elías Bonnemaison, guardiamarina del legendario navío.

Desunidos, faltos de preparación, sin la conciencia nacional formada nos sorprende la guerra. Dos barcos mal artillados es todo lo que podemos oponer a la formidable escuadra enemiga. Y comienza la epopeya. El 21 mayo, frente a Iquique, se realiza el primer combate. Un espolonazo del "Huáscar" sepulta en el Océano a "La Esmeralda".
 
En una roca se destroza "La Independencia". En la cubierta del barco que mandaba Grau, gritan: "Viva el Perú generoso!". Desde el barco mandado por Condell se hace fuego sobre los náufragos peruanos.
 
Ya sólo nos queda un barco. Nadie puede pensar en el triunfo. Y sin embargo ese barco recorre los mares, bombardea puertos enemigos, captura naves, escapa hábilmente de las celadas que se le tienden, no lo encuentran los que le persiguen, surje donde no se le espera, lleva el desaliento a los corazones de los enemigos y pone una esperanza en los pechos de los hijos de la patria, hasta que un día, en la soledad de los mares, el Infortunio y la Gloria se dan una cita sobre su puente.

Es la historia que todos los peruanos nos sabemos de memoria, que la tenemos grabada en nuestros corazones, pero que nos gusta que nos la repitan. Y para eso hemos ido en busca de uno de los héroes de "El Huáscar", de uno de los que tuvo la suerte de servir a las órdenes del gran marino.
 
Y hemos buscado al señor Manuel Elías Bonnemaison, que en la hora heroica de nuestra historia era un niño de catorce años y que sin embargo, como guardiamarina, acompañó a Grau en toda su legendaria campaña, que estuvo en el triunfo de Iquique, que la noche del bombardeo de Antofagasta salvó al "Huáscar" juntamente con el teniente Canseco de ser destrozado por el torpedo que lanzó contra el Blanco Encalada y que la fatalidad hizo que se volviera contra sí mismo. 

—Un reportaje sobre las campañas del Huáscar? —nos dice —Pero si hay personas más autorizadas que yo, a las cuales puede dirigirse, agrega, modestamente. Además se ha dicho y se ha escrito tanto sobre ello que lo que yo pudiera decirles no sería más que recuerdos muy personales y muy poco me gusta hablar de mi persona.

Insistimos. 

—El combate de Iquique...
—El combate de Iquique, ya lo saben. La corta distancia a que se encontraban el Huáscar y la Independencia de los barcos chilenos, hacía que las balas pasaran demasiado cerca. Se dió entonces la orden de hundirlos con el espolón. La Covadonga se había puesto en fuga, perseguida por la Independencia y el Huáscar envistió (sic) a la Esmeralda. La proa del Huáscar se hundió en el costado de la Esmeralda. 

—En Chile se ha insistido mucho sobre la intención de Prat de abordar al Huáscar.
—Prat en ningún momento, me parece que tuvo esa intención. El puente de la Esmeralda era demasiado elevado y el choque hizo saltar a Prat sobre la cubierta del Huáscar. Entonces la brigada de estribor, en la que yo me encontraba salió para defender el barco. Prat cayó cerca de la torre de combate y se dirigió con la espada en la mano pero no en actitud de ataque a la torre del Comandante Grau, lo que a éste le hizo suponer siempre que iba a entregarle su  espada, y yo que lo ví soy de la misma opinión. Pero antes de que llegara un marinero llamado Mariano Portales, de la brigada de estribor, le disparó, casi a quemarropa un tiro que falló e inmediatamente con la misma arma, le dió un culatazo que le deshizo el cráneo. 

—Y la Independencia? 
—Persiguiendo a la Covadonga había encallado. Ya se sabe el resto. Condell, el héroe de la Casualidad, hizo victimar a los náufragos peruanos. Al avistar al Huáscar emprendió la fuga.
El Huáscar recogió a los náufragos entre los que se encontraba el comandante Moore.

Después de esto hay otros muchos hechos hasta el día de la captura de "El Rímac", que llevaba a su bordo al batallón Carabineros de Yungay, con su jefe el comandante Bulnes. 

—Cómo fué lo del torpedo? 
—De eso será mejor que no hablemos. 

El señor Bonnemaison no quiere decirnos nada de este acto de heroicidad, que sabemos pero que quisiéramos conocer en sus menores detalles. El Huáscar, en un combate con Blanco Encalada, le dispara un torpedo. Por uno de esos caprichos fatales del destino, la máquina destinada a volar el barco enemigo se vuelve contra el Huáscar. Los instantes son preciosos. Unos cuantos segundos más y el barco va a volar en pedazos. Pero de pronto dos hombres se lanzan al mar, se acercan al torpedo y desvían su curso fatal; esos dos hombres son el teniente Canseco y el guardiamarina Bonnemaison. 

—Y la muerte de los Heros? 
—Una bomba lo destroza por completo. De su cuerpo no se encuentra absolutamente ni pedazo. Y sucedió una cosa extraordinaria: de su vestido sólo se encontró la parte en que estaba un detente.
 
Llegamos ya al ocho de octubre. Escapando de la primera división chilena nos habíamos aproximado a la costa. El mayor andar del Huáscar sobre los buques chilenos nos había permitido alejarnos de ellos, cuando descubrimos la segunda división. Al cambiar el timón de combate, el barco dió una vuelta quedándose con la proa hacia tierra, lo que nos hizo perder toda la ventaja que habíamos adquirido. Había que aceptar el combate. Un combate desigual. Dos cañones de trecientos contra doce del mismo calibre. Luego la lucha homérica. La torre destrozada junto con el comandante Grau. Los jefes sucediéndose uno tras otro en el mando de la nave. Uno de nuestros cañones inutilizados. El esfuerzo para dar un espolonazo a uno de los acorazados y la descarga de cuatro cañones al mismo tiempo a la distancia de cuatro metros. En seguida, cuando ya una gran parte de la tripulación estaba muerta o herida, cuando ya no teníamos armas, el abordaje. Los marinos chilenos obligando a los maquinistas a cerrar las válvulas.
 
—Qué impresión guarda U. del contralmirante Grau? 
—Fuí el guardiamarina de su bote, de modo que no obstante la gerarquía (sic) pude tratarlo mucho. La figura de Grau es para mí estupenda. A medida que corre el tiempo crece para mí el heroísmo de mi jefe. Todo lo que se diga en su elogio es pálido.
 
—Estuvo U. prisionero hasta el fin de la guerra? 
—No. Nos canjearon con los prisioneros de la Esmeralda, antes de terminar la guerra.

—Ya no actuó U. en ella? 
—Ascendido a la clase inmediata, fuí destinado a la fortaleza del Cerro del Pino, asistiendo a la batalla de Miraflores.
 
—Recuerda U. algunos incidentes de la batalla? 
—Sí. Tengo algunos recuerdos que me llenan de dolor patriótico, pero sobre los cuales conviene más no hablar. Era mi jefe inmediato ese gran espíritu que fué don Manuel Gonzales Prada. 

L'Aiglon. 


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Revista Mundial. Año II, nº 73. Lima, 7 de octubre de 1921.

Saludos
Jonatan Saona

1 comentario:

  1. Me parece que es un comentario como lo haria cualquier sobreviviente siempre vangloriando a su maximo jefe en desmendro del jefe enemigo totalmente patriotico

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