Cáceres nació en la ciudad de Ayacucho, el 4 de febrero de 1833, gobernando el Perú el Presidente Gamarra.
Fueron sus padres don Domingo Cáceres y Oré y doña Justa Dorregaray. Su abuelo paterno, el español don Tadeo Cáceres, poseía vastas propiedades en la quebrada de Pampas.
Su verdadero nombre era Andrés Alfredo. Como firmaba Andrés A., sus compañeros de armas creyeron que la mayúscula segunda correspondía a la inicial de Avelino, y lo celebraron siempre el 10 de noviembre, día en que la Iglesia conmemora a San Andrés Avelino. Debemos este dato a la gentileza de la señora Hortensia Cáceres de Porras, hija del Héroe.
Recibió la instrucción primaria y parte de la media en la capital de la antigua Huamanga.
Producida la revolución de 1854, acaudillada por Castilla, Cáceres abandonó las aulas. y en mayo del mencionado año, se presentó en el batallón Ayacucho, perteneciente a la división que en tal departamento organizó y dirigió el general don Fermín del Castillo. En esa división hizo la campaña que terminó el 5 de enero de 1855, con la batalla de La Palma.
Habiéndose levantado en el sur el general Manuel Ignacio Vivanco, Cáceres, que el 14 de abril de 1855 recibiera el grado de subteniente, asistió, como oficial castillista, a los combates de Yumina (29 de julio de 1857), Bellavista (13 de enero de 1858) y Arequipa (6 y 7 de marzo de 1858). En tal ocasión fué ascendido a teniente graduado, (26 de enero de 1857), teniente efectivo (18 de marzo de 1857), capitán graduado (14 de junio de 1857) y capitán efectivo (25 de setiembre de 1858). En el asalto de la ciudad vivanquista, fué herido en el ojo izquierdo.
Al declararse la guerra del Ecuador, acompañó al Libertador Castilla en la victoriosa expedición a Guayaquil. Celebrada la paz de Mapasingue, mereció el nombramiento de adjunto a nuestra Legación en Francia, que entonces desempeñaba el doctor Pedro Gálvez.
Al subir el general San Román a la presidencia de la República, llamó a Cáceres y le confió una compañía del batallón Pichincha, comandando la cual se le concedió posteriormente el grado de sargento mayor graduado (1º. de diciembre de 1863).
Como protestara, durante el período de Pezet, de la actitud del gobierno ante la toma de las islas de Chincha, fué desterrado a Chile.
Levantada en Arequipa la bandera de la "Restauración del Honor Nacional", Cáceres hizo la campaña que concluyó con la toma de Lima. En premio de sus servicios, obtuvo los ascensos de sargento mayor efectivo (2 de abril de 1865) y teniente coronel graduado (6 de abril de 1865).
Con el carácter de tercer jefe de regimiento, concurrió en la batería Ayacucho al combate del 2 de Mayo.
Derrocado el general Prado por la revolución que acaudillara el general Canseco, Cáceres abandonó la carrera de las armas.
Durante el período presidencial del coronel Balta, estuvo dedicado a las labores agrícolas.
En 1872 apoyó la candidatura del doctor Manuel Toribio Ureta a la suprema magistratura de la República. El mismo año luchó contra la dictadura de los Gutiérrez.
El Presidente Pardo solicitó su colaboración y le encomendó la subjefatura del batallón Zepita. Desempeñaba este puesto cuando estalló en el nombrado cuerpo la sublevación que con tanto arrojo debelara. Al frente del Zepita recibió sus despachos de teniente coronel efectivo (16 de noviembre de 1872) y coronel graduado (18 de enero de 1875).
Pronunciado en 1874 don Nicolás de Piérola contra la administración Pardo, Cáceres formó parte, con el Zepita, de la división pacificadora mandada por Montero.
Al estallar la guerra del 79, el coronel Cáceres se hallaba de Prefecto del Cuzco. Como retuviera el mando de su batallón, marchó con éste a Iquique, a incorporarlo en la división del general Buendía.
Asistió a las batallas de San Francisco (19 de noviembre de 1879) y Tarapacá (27 de noviembre de 1879). Refiriéndose a nuestro héroe dijo Buendía en el parte oficial: "Fué la primera en ocupar las alturas así que se percibió el enemigo, la 2a. división al mando del intrépido coronel Comandante General don Andrés Avelino Cáceres". Más tarde declararía Sáenz Peña: "El desconcierto fué tal, que a no ser por el general Cáceres todos hubiésemos perecido. A él le debemos la vida".
Perdido Tarapacá para nuestras armas, Cáceres se retiró con su división al departamento de Tacna. El 26 de Mayo de 1880 concurrió con ella a la batalla del Campo de la Alianza.
Derrotado nuestro ejército, Cáceres se dirigió por Tarata y Puno, a la ciudad del Cuzco, donde fué recibido triunfalmente.
Como el Dictador Piérola organizara la resistencia en la capital, el vencedor de Tarapacá encaminóse a Lima a ponerse a las órdenes del Jefe Supremo. En nuestra ciudad fué ascendido a Coronel efectivo, (20 de octubre de 1880).
En la batalla de San Juan (13 de enero de 1881), Cáceres opuso heroicamente sus cuatro mil quinientos reclutas al empuje de una división chilena de siete mil soldados. En Miraflores (15 de enero de 1881), no sólo tuvo que resistir la densas descargas de la izquierda enemiga, sino también el cañoneo de la escuadra chilena. Cáceres fué el hombre de la jornada. Únicamente cesó en la mortal refriega, por carencia absoluta de municiones. Herido en San Juan, lo fué asimismo en Miraflores, donde una bala le atravesó el muslo.
Tomada Lima, hubo de ocultarse para no ser victimado. Los Padres Jesuitas salvaron en tal oportunidad la inapreciable vida del guerrero peruano. Producida la derrota, Cáceres se encamina a la sierra, por la quebrada de Huarochirí. El 18 de abril está en Jauja. Le ha precedido Piérola, que se ha dirigido a la ciudad de Ayacucho.
En los días de la Independencia, perdida la Costa, el Virrey La Serna retiróse con sus generales a la región andina, donde mantuvo la resistencia durante más de tres años. El Dictador, tras la toma de Lima, ve también sus últimos reductos en las defensas naturales de la Cordillera. Nombra tres Jefes Superiores Políticos y Militares en nuestros Departamentos: a Montero, en los del Norte; a Cáceres, por renuncia del coronel J. Martín Echenique, en los del Centro; a Solar, en los del Sur. Marcha en seguida a Bolivia, con el propósito de armonizar, en unión del Presidente Campero, el nuevo plan de los ejércitos aliados.
Estando en Jauja, Piérola ha enviado plenipotenciarios a tratar en Lima sobre las condiciones de paz. Como sus representantes acusen a las divisiones chilenas de la ruptura del armisticio de Miraflores, los ministros Vergara y Altamirano se han valido de tal pretexto para romper, simulando susceptibilidad, sus relaciones con el caudillo limeño. Empero, necesitando aquéllos cumplir las instrucciones que han recibido de Santiago, coadyuvan al establecimiento de un gobierno con quien pueda entablarse negociaciones. Nace así la Presidencia Provisional de don Francisco García Calderón. Este es elegido el 22 de febrero, e inaugura su administración el 12 de marzo de 1881, en el villorrio de la Magdalena. En julio del mismo año se instala el Congreso de Chorrillos, al que el Contralmirante Lynch supone dócil instrumento de su voluntad. No tarda el Jefe del Ejército de Ocupación en desvanecer su error. El flamante mandatario peruano no acepta desmembraciones territoriales. Los parlamentarios que sesionan en la Escuela de Cabos, abrigan el mismo, inquebrantable propósito. La única indemnización que aceptan es la pecuniaria.
La actitud del Presidente y de los congresales de la Costa, coincide con el cambio de rumbo de la Casa Blanca ante la guerra del Pacífico. A Hayes ha sucedido Garfield, y a Evarts, el Secretario de Estado, Blaine. El nuevo gobierno de Washington acepta la credenciales de don Federico Elmore, agente confidencial del régimen de la Magdalena, y tal acto hace eco el reconocimiento de García Calderón por el ministro americano, Christiancy (26 de junio de 1881). En julio, reemplaza a éste Steffen A. Hurlbut, en el cual García Calderón contempla, con razón, algo más que un escudo. Hurlbut retempla con noble solicitud el ánimo de los poderes ejecutivo y legislativo del Gobierno Provisional, y derrama sobre el llagado espíritu nacional, el bálsamo eficaz de una esperanza.
El Plenipotenciario yanqui adopta, desde el principio, una diplomacia explícita, en la que alienta un generoso espíritu de justicia. En su famoso Memorandum a Lynch y en su contestación a García y García, ministro de Piérola, declara su firme voluntad de apoyar sólo las negociaciones que no alteren nuestras fronteras.
De idéntico modo que nuestros políticos de la zona marítima, es partidario de la indemnización pecuniaria, única que los Estados Unidos aceptarán imponer y la cual será acordada por un árbitro. Ante ello exclama Bulnes: "El gobierno de la Magdalena se había trasladado de la casa del Presidente provisorio a la legación norteamericana". (T.III, 127). El mismo historiador llama a Hurlbut, aliado del Perú" (T. III, 117).
Al entrevistarse con los delegados chilenos, García Calderón respondía a la codicia geográfica del invasor, con la acerada obstinación que dan las convicciones arraigadas y la confianza en ayudas superiores....Habían trascurrido ocho meses y medio de la caída de nuestra capital; la soldadesca desenfrenada de la Ocupación torturaba, cada día más a nuestro pueblo y succionaba nuestro organismo económico por medo de cupos exacerbantes, y el Gobierno en que Pinto y Santa María creyeran apreciar una corresponsalía de la Moneda, en vez de desalentarse, cobraba, con el tiempo, nuevas energías y hasta cierta, para los chilenos, desconcertante altivez. El 5 de setiembre de 1881, el Cuartel General de Lynch suprimía las guardias de la Magdalena y Chorrillos, establecidas en remuneración de un espejismo de complicidad... ¡Era el primer paso hacia el filicidio!....El 28 del mismo mes, prohibía, por bando, el ejercicio de cualquier autoridad extraña en el territorio de "su" jurisdicción... De hecho, García Calderón y su Congreso habían desaparecido.
Hurlbut no desesperó. Aquél se hallaba despojado de la investidura que el enemigo considerara condicional. Pues bien. En casa de García Calderón, los representantes abolidos eligieron a Montero, Primer Vicepresidente de la República. Montero aceptó el 23 de octubre. Hurlbut poseía otra base de operaciones. De la Magdalena volvió su mirada a Cajamarca. Como era menester, para realizar las miras de su Cancillería, comunicar a Washington que en el Perú se había constituído un gobierno aceptado por el país entero, el plenipotenciario americano no cesó -ya que desconociera a Piérola- en laborar por que en todo el país se reconociera al ex-Jefe Superior del Norte. Esta región se encontraba tácitamente sometida. En cuanto a la del Sur, el 7 de octubre Arequipa desconocía a Piérola. Faltaba el Centro: ¿Qué haría Cáceres?
A sus oídos llegó la buena nueva de que era portador el Ministro yanqui. Hurlbut ofrecía la perspectiva de la paz más ventajosa. Hurlbut no aceptaba a Piérola. Cundieron tales noticias en el campamento del general ayacuchano, y. con las noticias estalló la sublevación. Él.... Cáceres, que acababa de recibir de la Asamblea de Ayacucho el ascenso a general de brigada, se rebelaba contra Piérola cuyo Ministro de Guerra era en esos días. Se diría que procedió, o para reconocer a Montero, o para satisfacer ambiciones legítimas. Es un problema, Cáceres ni aceptó el nuevo orden de cosas, inaugurado con la defección de Montero respecto. de Piérola, ni se proclamó formalmente caudillo del interior. (27 de noviembre de 1881). No creía necesario lo último. Lo era en realidad y se conformó con su situación autónoma. Al levantarse en armas con omisión de Piérola y Montero, en él desaparecía el general. Ese día comenzaba el período de su caudillaje: ese día aparecía el cacerismo!
En el concepto público, el único jefe peruano de prestigio era el heroico vencedor de Tarapacá. Las fuerzas del Norte y del Sur permanecían en inconcebible pasividad. Sólo las del Centro, así fueran las montoneras por medio de galgas, notificaban al Ejército de Ocupación su inquebrantable decisión bélica y patriótica. Hasta en las goteras de Lima se hacía sentir la acción militar de las avanzadas de Cáceres. A perseguirlas salió la expedición Letelier, a los tres meses justos de Miraflores. Y precisa tener en cuenta que contra el futuro Mariscal dieron los chilenos, después de la toma de Lima, las primeras señales de vida. Habían dado otras.. pero demostrando atavismos prehistóricos... A Lagos, primero, y a Lynch, después, las guerrillas de Cáceres despertaron del muelle discurrir en la Cápua del Rímac....
Quedaba, pues, a Hurlbut por efectuar la más valiosa adquisición. El inolvidable diplomático no vaciló en su tarea de acercamiento, y el 25 de enero de 1882 conquistaba su objetivo. En tal fecha, Cáceres se sometió al Vicepresidente Montero.
El país estaba unificado. El 6 de noviembre de 1881, García Calderón, acompañado de su Ministro don Manuel María Chávez, era apresado por las tropas chilenas, y seguía la ruta del territorio del invasor. Piérola, ante el pronunciamiento de sus Jefes del Norte y Centro, y la deposición del de Arequipa, resignaba (28 de noviembre de 1881) el mando de Presidente Provisorio que recibiera (28 de julio de 1881) al entregar ante la Asamblea de Ayacucho la espada del Dictador, y tomaba el camino de Lima, para luego abandonar el país. A la actitud de sus subalternos se había sumado la del gobierno boliviano. La cancillería del Altiplano había reconocido a Montero, A Piérola no le quedaba más que hacer. Era preciso abandonar el Perú, y buscar en los gabinetes diplomáticos lo que en los cuarteles y reductos no le había sido dado obtener.
Para desventura nuestra, cuando la nación se presentaba unificada, al menos virtualmente, fué asesinado el Presidente Garfield, y se produjo la sustitución de Blaine por Frelinghuysen, es decir, el reemplazo de la corriente intervencionista por la corriente abstencionista. A tales sucesos siguió, para colmar nuestras amarguras la muerte de Hurlbut.
Cáceres, al reconocer a Montero, había procedido así, "considerando que, hallándose el gobierno constitucional en condiciones de celebrar una paz digna y honrosa mediante el gobierno amigo de los Estados Unidos, incurriría en gravísima responsabilidad cualquiera que no coadyuvara a este resultado". Dirigiéndose a Hurlbut, le expresaba, asimismo, al recordarle su compromiso de intervenir como mediador, que, si "asumía esa actitud" era sólo por aquello. Desvanecida la ilusión, no lo sorprendieron -soldado precavido y tenaz- los nuevos acontecimientos.
Caída Lima en poder de Baquedano, fué tal, desde los primeros meses de 1881, la actividad militar de Cáceres en el interior, que, al ocupar Lagos la Jefatura del Cuartel General chileno hubo de enviar la expedición Letelier, que sojuzgó Junín y Huánuco. Convertido el rapaz comandante de una división de las tres armas, en jefe de horda ancestral, Lynch, sucesor de Lagos, se vió en la necesidad de ordenar el perentorio regreso de quien, según declaración de Bulnes, se creyó autorizado para "proceder como quería, considerando el territorio enemigo como propio, y usando de cualquier medio para procurarse recursos"..!. (T. III. p. 29). Al tornar, después de sus celebérrimas depredaciones, la expedición Letelier, se realizó en la provincia de Canta el combate de Sangrar (26 de junio de 1881), en que las montoneras de Cáceres dieron buena prueba de su incontrastable propósito.
Libres los departamentos del Centro de las tropas enemigas, Cáceres continuó ejerciendo en ellos su poderosa sugestión y preparando elementos para una nueva resistencia o para emprender una recia ofensiva. Esta labor lo embargó todo el año 1881.
¿Qué acaecía, entretanto?
Chile se había estremecido ante la ceñuda mirada de Washington. Declara Bulnes: "El momento era muy alarmante. Concluía noviembre de 1881 en medio de las intensas zozobras provocadas por la conducta de Hurlbut". (T. III, 181). Hubo el proyecto de celebrar una tregua con el Perú y Bolivia: tregua que llegó a aceptar el gobierno de la Moneda, iniciador de la idea.
Hasta don Jovino Novoa, plenipotenciario en Lima, y consejero de Lynch, no manifestaba, a pesar de su radicalismo, repulsión a la nueva tendencia diplomática de su patria. Cada día se hacía en Santiago más urgente recurrir a solución tan desesperada. La secretaría de Estado americana acababa de enviar al Perú y a Chile a dos emisarios- Trecott y Walker Blaine con la finalidad de imponer el restablecimiento de García Calderón. Era notorio que uno de tales emisarios -Blaine-" se hacía notar Washington por su dureza contra Chile".Se agregaba que, en caso de no reponer este país el régimen de la Magdalena, los Estados Unidos cortarían "inmediatamente las relaciones". El destierro de García Calderón era considerado "como un reto", como una ofensa intencional " por la Gran República. No se echaba en saco roto que, no obstante de haber sido depuesto, Hurlbut siguió en Lima tratando con el político peruano, ahora expatriado a Quillota. "No conocía aún el Presidente (Santa María) el proyecto que colocaba Tarapacá bajo el protectorado de los Estados Unidos como jueces para hacerlo cesar cuando en concepto de ellos las reclamaciones justas hubieran sido satisfechas". (T. III, p. 186).
Desaparecidos, los sobresaltos de Chile, ya sólo pensó el invasor en imponer la paz. Mientras en Santiago y en el cerebro de Novoa se fundían las balanzas para el vae victis de Ancón, Lynch reflexionaba en la colaboración militar que le incumbía como garantía de la tarea diplomática.
"Cáceres, desplegando cualidades notables de organización, mandaba ahora no menos de tres mil hombres improvisados por su prestigio en las masas, y además una reserva inagotable de indios". (Bulnes, t. III. p. 154).
Ocupaba la quebrada de San Mateo desde la retirada de Letelier, y su cuartel general estaba en Chosica. Los notables (de Lima) lo tenían al corriente, a diario, de cuanto decía y prometía el Ministro norteamericano". (Id., p. 155).
"Cuando se terminó el hospital de Chosica se situaron ahí dos cuerpos que fué preciso retirar a fines de agosto (de 1881), por la insalubridad del clima. Luego ocupó ese lugar Cáceres con la avanzada de su división colecticia. Cuando éste se colocó ahí acechando a Lima, el general en jefe dió a su ejército una distribución táctica. Encerró la capital con una muralla de acero por medio de cuerpos escalonados por norte y oriente, a corta distancia entre sí, de manera que alcanzaran a verse y protegerse en cualquier emergencia". (Id., p. 173).
El gobierno chileno "se propuso enviar al interior expediciones para obligar a los pueblos mediterráneos que cada vez acentuaban más su rebelión a solicitar la paz o al menos aceptarla". (Id. p. 157). Balmaceda, el canciller, escribía a sus plenipotenciarios Novoa y Altamirano: «Debemos expedicionar sobre Jauja, sin perder una hora, ni una hora más, mis queridos amigos. Otra vez; ni una hora más que perder. Digo a Lynch lo mismo». (Id., p. 169).
Las órdenes superiores eran terminantes. Lynch se dispuso in mediatamente a darles estricto cumplimiento.
Cáceres continuaba en Chosica, inapreciable posición estratégica, por ser el centro de la quebrada de Huarochirí, y arrancar, perpendicularmente a ella, dos quebradas más: una al Norte, la de Canta,que termina en el valle de Carabaillo; otra al Sur, la de Sisicaya, que se proyecta en el valle de Lurín. Tales bifurcaciones, que semejan dos brazos convexos para atenaccar Lima, ponían en peligro el Cuartel General de la Ocupación. En vez de mantenerse a la defensiva, el jefe chileno trazó su plan de ataque.
Era indispensable encerrar a Cáceres entre dos fuegos. Con tal objeto, mientras la división Gana avanzara siguiendo la línea férrea que pasa por Chosica, la división Lynch efectuaría un rodeo por la quebrada de Canta. Gana embestiría de frente. Lynch, a retaguardia.
La segunda expedición al Centro se puso en marcha con el nuevo año.
Cáceres se hallaba en un espantoso período de prueba. Tenía que combatir dos enemigos, a cual más temible. Por un lado, amagaba su ejército la doble epidemia del tifus y la deserción. Por otro, la formidable ofensiva chilena.
Ante la desgracia, se retemplaron las energías del Héroe de la Breña. A fines de 1881 contaba éste con cerca de seis mil soldados. A principios de 1882, sus efectivos habían disminuido en un ochenta por ciento. Cáceres detuvo el debande por medio de implacables medidas de rigor; esquivó la peste, cambiando de cuarteles.
La eficacia del plan de Lynch estribaba en la simultaneidad con que realizaran su marcha las divisiones convergentes. Ello no se obtuvo. Gana llegó a Chicla el 8 de enero. Lynch, el 14. ¡La Naturaleza, nuestra aliada, opuso a éste último las inclemencias del invierno serrano!
Contra su voluntad, Lynch no hacía, esta vez, honor a su apellido!.. Cáceres, para salvar de sus perseguidores y del ambiente deletéreo de la quebrada, se había retirado a Tarma. El Jefe de la Ocupación, rabiando, volvió a Lima, y delegó en Gana el comando de la expedición. El nuevo Letelier salió de Chicla el 19 de enero. El 23 estaba en la Oroya. Hacia el norte se encontraba el célebre mineral de Pasco: ¡cómo brillarían las pupilas codiciosas de los rotos paupérrimos!..
Gana se dirige en busca de Cáceres. El 25 de enero toma Tarma. Pero el caudillo peruano no está ahí. Ha emprendido marcha al sur, siguiendo las sinuosidades abruptas del Mantaro. El valle 'de este nombre ha de ser el teatro de toda la campaña. En seguimiento de Cáceres, el jefe expedicionario envía una avanzada. Al frente de ella pone a Jarpa. La avanzada contempla desde los cerros las columnas peruanas que desfilan siguiendo el curso del río. Dá aviso a su jefe. Este abandona Tarma; llega a Jauja, el 1. de febrero. Como Lynch, Gana se desgana..... y se sustituye con el coronel del Canto. Canto reemplaza la desidia de sus jefes con la mayor actividad. Organiza la persecución de Cáceres, en dos grupos paralelos, cauce de por medio.
Uno, manda personalmente, Otro, confía a Robles. Aquél ha escogido la orilla izquierda. A éste se le ha encomendado la ribera derecha, por la cual debe caminar en arco para no ser visto. Ambos deben copar al general peruano.
No consiguen su finalidad. Robles se retarda, y, al repasar el río sobre un puente instable, muchos de sus soldados caen al agua. El 4 de febrero, Canto arriba a Concepción, y recibe noticia de que Cáceres ocupa Huancayo. Va a picarle la retaguardia. Al día siguiente lo ataca en Pucará. Cáceres no ha sido informado oportunamente de los movimientos de su adversario.
Cañoneado con Krupp, y blanco seguro de la fusilería chilena, no elude el combate. Rechaza a las fuerzas enemigas, y, gallardo jinete en su caballo tordo, se retira a Marcavalle, sitio más apropiado para presentar combate. Temiendo una emboscada, o alarmado por la desmoralización de sus soldados, Canto retorna a Huancayo, que convierte en su cuartel general.
Cáceres continúa a Ayacucho. Más su estreIla parece ocultarse. La peste no cesa de clarear nuestras huestes expedicionarias. Podría decirse que el hospital es la prolongación del campamento..... Hasta el ambiente se rebela contra nuestros jadeantes soldados. Dirigiéndose a Julcamarca, una pavorosa tempestad los reduce ¡de 902 a 480! Y al divisar aquéllos, a los cinco días, los muros de Ayacucho, el retumbar del cañón fratricida parece el eco de las pasiones desenfrenadas, al fragor de los desencadenados elementos ....El coronel Arnaldo Panizo (22 de febrero de 1882), fiel a Piérola, quiere castigar la deslealtad de Cáceres .... Triunfa éste. Pero en Acuchimay han perecido los quinientos hombres con que se hubiera repuesto las bajas de Julcamarca!
En tanto que Cáceres reponía y disciplinaba sus tropas, Canto organizaba la Ocupación de los lugares desalojados por nuestras armas. Desparramó guarniciones, es decir, centros de depredación, en Cerro de Pasco, Tarma, la Oroya, Jauja, Concepción, Marcavalle, Pucará, Zapallanga, Acostambo. Nahuimpuquio .... (La soldadesca no pronunciaba con propiedad estos últimos nombres, y decía, como el mismo historiador Bulnes, Zapalenga, Ascotambo, Nahuelpuquio.T. III, 287). Con sus bases de iniquidad, el coronel chileno empezó a cometerlas. Los gastos del ejército debían ser costeados por los pueblos de la región dominada. Los municipios distribuían el impuesto en campos y ciudades». (Id., p. 308). En vista de la resistencia de los aborígenes a pagar las contribuciones, el invasor hubo de iniciar lo que hipócritamente llamaba "requisiciones forzosas". Muchos expedicionarios chilenos habían guerreado con los araucanos. En sus asaltos contra nuestros pobladores del interior, se propusieron emplear los mismos métodos desarrollados con aquéllos. Había que sitiar por hambre al adversario. Para ejecutarlo, se practicaron malones. Con ellos, no sólo conseguían la finalidad económica de la guerra, sino también castigar la rebeldía de los vencidos. Como quien cuenta una gloriosa proeza, refiere Bulnes que " Robles entregó a la provisión de Huancayo 700 vacunos y 8000 ovejas" (Id., p. 278).
La perversa medida resultó contraproducente. En vez de sojuzgar, exacerbó a las indiadas. Y enardece la lucha entre éstas y los campamentos enemigos. "Las guarniciones chilenas vivían con el arma al brazo. Los destacamentos que ocupaban las aldeas no tenían un momento seguro" (Id., p. 311). En la lid con las fuerzas de Canto, la sugestión de la cruz se unía a la sugestión de la bandera. Los párrocos eran jefes de guerrillas.
Los feligreses eran soldados. Y por dondequiera se asechaba el número y las maniobras de los acantonamientos chilenos, en cuyo botín se confundía la plata de los " incas de 48 peniques" con el oro de los sagrados vasos... El ejército de la Ocupación castigaba desapiadadamente las hostilidades de nuestros defensores. No es menester recordar cómo. Cuando se habla de tropas chilenas, es un lugar común enumerar robos, incendios, asesinatos...
Esta vez tocó a Canto sufrir la peste que había diezmado a Cáceres. De marzo a junio, el tifus, sumado a la viruela, postró a cerca de 600 soldados. El jefe chileno se hallaba desesperado, e imploraba a Lynch la orden de retirada. El marino-general, alarmado por los informes que se le trasmitía, la autorizó sin demora. "Temía que sus tropas fueran aniquiladas por las que singular Bulnes, con pleno desconocimiento de las etimologías, denominaría " epidemias endémicas .... ( T. III, p. 172).
Antes de la retirada chilena, las indiadas habían solicitado el apoyo de Cáceres. El caudillo peruano contaba, después de tres meses, con un ejército de más de mil doscientos hombres. Colombia me llama, y obedezco no hizo reiterar la invocación de sus servicios. Y se puso en marcha hacia el norte. Como siempre, disfrutaba de un excelente espionaje. Supo la evacuación de Junín por el coronel Canto, y trasmitió a sus montoneras la consigna de atacar los convoyes enemigos en las propicias sendas del interior. Con el fin de proteger y coadyuvar a la misión de sus tropas auxiliares, envió fracciones de ejército regular.
Al retirarse Canto, renacían los episodios de la Conquista. En las faldas de los cerros, las abigarradas masas de indios aterraban a los expedicionarios con sus galgas, gritos y huaracas.
Cáceres llegó a tiempo. En sólo dos días inflingió grandes pérdidas al enemigo en los memorables combates de Pucará, Marcavalle y Concepción (9 y 10 de julio de 1882). Cual con el alma pura de remordimientos, asevera Bulnes: "Lo que se veía era la guerra a muerte, el chileno herido, descuartizado por manos inhumanas.... (T. III, p. 311).
Canto arribó a Tarma. Empero, temiendo ser cortado por Cáceres, tornó a la Oroya. ¡Tafur no había cumplido la orden de destruir el puente! Las fuerzas expulsadas ofrecían un aspecto calamitoso. Tal era la tempestad de nieve, que un oficial chileno escribía desde Chicla: las camillas venían blancas como una sábana. Algunos soldados de Canto, exasperados por el trato del cuartel y los sufrimientos de la campaña, desertaron de las filas; vendieron sus rifles al caudillo del Centro, y se internaron por Chanchamayo. Por supuesto, que los historiadores del sur, enemigos de la escuela de Rembrandt, omiten incidentes tan honrosos.... Por si no los conocen, reproducimos el documento comprobatorio...
Cáceres, picando la retaguardia de las fuerzas chilenas, había plantado nuevamente sus pendones en los andinos baluartes de piedra. El Gobierno de Santiago y el Cuartel General de Lima, en el delirio de la impaciencia y la venganza, reanudaron su plan de represalias. Por un sincronismo aterrador, Pucará, Marcavalle y Concepción repercutieron a los tres días en el norte, con el combate de San Pablo. El ejército de Ocupación se sentía sobre terreno volcanizado. Una orden de Cáceres era considerada como una onda sísmica. Lynch recordó los tiempos en que, perdido el "Huáscar encaminó su expedición celebérrima a nuestra inerme costa setentrional. En su macabra fantasía recrudeció la imagen de los muelles y edificios volados con dinamita, y, como una tentación para sus instintos feroces, el cuadro pavoroso que trazó en la hacienda "Palo Seco". Maquinarias, líneas férreas y locomotoras despedazadas; oficinas, habitaciones y almacenes formando hacinamientos calcinados; jardines, huertas, criaderos y cosechas en estado de carbonización.... Renació en él la vocación del jefe de clan... Al estallar la guerra, su gobierno había declarado: "Nada de destrucciones insensatas que a nadie aprovechan (¡¡¡¡ !!!!) y que redundarían en daño de nosotros mismos. (Vicuña Mackenna, V, p. 573). Ello no era óbice. Bien conocía que se trataba de un valor entendido.
En agosto, los incendios de Cajamarca demostraban el grado de sinceridad de las declaraciones de marras. En cuanto al desarrollo del programa urdido en Lima, los cupos elevados y los destierros de peruanos notables a Angol no se hicieron esperar. Ahora sí se respetó la propiedad, teniendo en cuenta que, de lo contrario, no habría con qué pagar el presupuesto de la Ocupación. Sólo por eso....
Las condiciones de paz, que crecientemente obsesionaban a la Moneda, iban cristalizando. Con los buenos oficios del ministro americano en Santiago, Mr. Logan, dichas condiciones habían sido propuestas a García Calderón y a Montero, los cuales las rechazaron. No sólo pretendían los chilenos la apropiación de Tarapacá.
Querían también adquirir Tacna y Arica en cambio de unos cuantos millones y limpias de polvo y paja. Se invocaba, para vencer las protestas de nuestra dignidad, la venta de Baja California, Nuevo México, Arizona y Texas. Pero comparar no es persuadir..
En el Perú, Montero había pasado de Huarás, a donde se dirigiera para recibir a Trescott, a la ciudad de Arequipa. Acababa de efectuar un viaje a La Paz, capital en que conferenció con Campero. Las naciones aliadas se daban pruebas de fidelidad. Varios generales peruanos merecieron del parlamento boliviano el mismo grado en los ejércitos de la Altiplanicie. El 1 ° de diciembre de 1882, Cáceres fué uno de los jefes peruanos favorecidos con tal distinción.
Cuando más embargaba al gobierno de Santiago el problema de la paz, Iglesias, nombrado por Montero, en febrero de 1882, Jefe del Ejército del Norte, lanzó el 31 de agosto del mismo año el famoso Manifiesto de Montán. En ese Manifiesto convocaba una asamblea para resolver la terminación de la guerra. Alborozado, exclama Bulnes: "se abrió el horizonte por Cajamarca. (T. III, p. 345). Cuenta el mencionado historiador, refiriéndose al trascendental documento: Fué recibido (en el Perú) con una protesta general, casi unánime. No se oyeron sino exclamaciones airadas, gritos de indignación, manos crispadas (se oyeron... manos crispadas: qué tal sintaxis araucana!) contra el agente del enemigo que se atrevía a desafiar el patriotismo peruano. Si Iglesias hubiera estado a su alcance el pueblo lo habría destrozado. Los civilistas eran los que gritaban más recio y los que circulaban las insinuaciones más graves contra el cómplice de Chile. El primero que tradujo la impresión general fué Cáceres, llamándolo traidor en sendas proclamas dirigidas a su ejército y a los departamentos del Centro, presentándolo como un cobarde que imploraba de rodillas la paz de la humillación, separándose de la senda de gloria que él había trazado en Marcavalle, en Pucará y en Concepción.
Montero también lo declaró traidor y borró su nombre del escalafón militar. La prensa adicta al vicepresidente se desató en improperios contra el mal hijo del Perú que procuraba su ruina. Algunos pueblos de su jurisdicción como Huarás, Cajatambo, Ocros, Cajabamba, rechazaron su invitación para concurrir a la Asamblea. Igual repulsa recibió Iglesias de García Calderón" (T.III, p. 355). Piérola, de quien Iglesias era partidario, no aceptó tampoco las declaraciones del héroe del Morro Solar. "A principios de Diciembre (1882), al regresar de los Estados Unidos a Europa, anunció su resolución de no aceptar las condiciones de paz de Chile, con lo cual los pierolistas, en gran mayoría, se separaron de Iglesias". ( Id., p. 358).
Chile, al principio, escéptico respecto de la sinceridad de Iglesias, concluyó negociando con él. Novoa recibió a Castro Zaldivar, hermano político y emisario del Presidente Regenerador", y al poco tiempo éste acreditaba sus delegados ante el Plenipotenciario de Santa María. Esos delegados fueron el referido Castro Zaldivar y don José Antonio de Lavalle. En abril y comienzos de mayo de 1882, se efectuaron las conferencias de Chorrillos, en que se discutieron los preliminares del Tratado de Ancón.
La Moneda se hallaba ante un hombre público peruano dispuesto a tratar. Había que garantizar su vida y fortalecer su acción, hasta ahora nominal. ¿Cómo? Escudando a Iglesias y proporcionándole territorio y medios de gobierno.
El caudillo del Centro poseía en el callejón de Huailas la división mandada por el coronel Recavarren. Tal división, dirigiéndose al norte, podía caer sobre Cajamarca y destruir a Iglesias y su diminuto ejército. Lynch envió, para impedirlo, la división Gorostiaga. Esta se situó en el departamento de Trujillo, con la consigna de cerrar el paso por las serranías al jefe cacerista.
Además, era preciso brindar al general cajamarquino dominios en que ejercer sus atribuciones políticas. Así lo acordó el Cuartel General chileno. La Libertad constituiría la base en que Iglesias empezará a ejecutar sus propósitos pacifistas. Como el citado político habría de necesitar armas y dinero, Lynch le concedería ambas cosas, galantemente....Oigamos, para mayor imparcialidad, al mismo Bulnes: "Cuando se firmó el protocolo de mayo, el Cuartel General impartió órdenes al coronel movilizado don Herminio González, que en ausencia de Gorostiaga mandaba en jefe la división chilena que ocupaba el departamento de La Libertad, que lo entregase al representante del general Iglesias incluso sus aduanas, ferrocarriles, etc. A este efecto.
Iglesias, que permanecía en Cajamarca, nombró como su delegado en los departamentos del norte a don Vidal García y García, su pariente inmediato (1º. de junio de 1883) Estaba convenido, que García y García levantaría una pequeña fuerza en Ascope, lugar vecino a Trujillo, y cuando lo hubiera conseguido se lo avisaría a Gonzalez para que éste se retirase de la ciudad sin estrépito, a fin de evitar que patentizándose el apoyo de Chile al general Iglesias se ofendiese el patriotismo peruano y aumentase el número de sus enemigos y de la paz. (T. III. p. 497).
"Iglesias luchaba con grandes dificultades para dar ese primer paso que lo pondría en posesión de las aduanas de un rico departamento, que le proporcionarían el dinero para entonar su incipiente gobierno. Carecía de todo. No tenía ni un peso ni un fusil. Lynch hubo de darle 80 rifles con sus cápsulas y prestarle 30.000 pesos para los primeros gastos urgentes". (T.III, p.498).
Labor complementaria de la consolidación de Iglesias, era el destrozamiento de Cáceres y su ejército.
El Jefe Superior del Centro adquiría fuerza y prestigio extraordinarios. El Congreso de Arequipa le había elegido segundo Vicepresidente del Gobierno Provisional, y ratificándole el grado de general de brigada que obtuviera de la Asamblea de Ayacucho.
Alarmado con el poderío de Cáceres, en febrero de 1883 escribía Santa María a Lynch y Novoa: "Este montonero es el verdadero Arequipa hoy". Urgía no perder un instante. "El proyecto ideado por el Cuartel General para concluir con Cáceres fué atacarlo con diversas divisiones que maniobrarían de manera de encerrarlo en un cerco, y de taparle las rendijas de escape. Era un plan difícil de ejecutar en un territorio tan vasto como el de la sierra y tan accidentado. El hueco que dejara el movimiento de una columna lo ocuparía otra y así sucesivamente. Gorostiaga obstruiría el camino del norte; la división central que mandó primero Canto y después el coronel Arriagada hará el papel de una barredora que empuja al enemigo hacia las líneas de Gorostiaga. Y en previsión de que el audaz caudillo pretendiera retroceder a su guarida por uno de esos caminos extraviados a que se presta tan admirablemente el terreno, lo esperaría en la puerta de entrada del departamento de Junín que era su granero y su refugio el coronel Urriola con dos cuerpos de infantería. El plan se armonizará con las conferencias de Chorrillos. Terminadas éstas favorablemente, empieza la campaña con el avance de Gorostiaga a Huamachuco a impedir que Recavarren pudiera derribar a Iglesias, escaso hasta ese momento de elementos de defensa." (Bulnes, T. III, p. 434 y 435). Como siempre que el caudillo peruano goce de libertad aterrará a los chilenos el fantasma de un nuevo ejército, el 6 de mayo de 1883 dice a cada jefe expedicionario el general Lynch, en los pliegos de instrucciones: "Queda usted autorizado para ofrecer una suma prudencial a la persona que entregue al general Cáceres".
Este, a la cabeza de tres mil doscientos hombres, da crecientes muestras de actividad y audacia. Ha recorrido Ancash hasta el valle de Santa. Luego ha bajado hasta la orilla del mar en la provincia de Chancay. Quiere impedir las negociaciones de Chorrillos. Al conocer el plan chileno, se retira a Tarma, donde posee su cuartel general.
La campaña contra Cáceres comienza en abril de 1883. Para su victorioso éxito dispone, además de los poderosos elementos irradiados de Lima, con un factor más importante aún: la defección en las filas caceristas. Manuel Encarnación Vento y Luis Milón Duarte (éste último nombrado por Iglesias, Jefe Superior del Centro) han de ser los Efialtes en la ofensiva chilena...
En el citado mes de abril, la división León García llegaba a Tarma. A los pocos días era reforzada por la división Canto. Simultáneamente, Gorostiaga emprendía la marcha de Trujillo a Ayacucho.
Ante el avance chileno, Cáceres decide retirarse al sur. Más tiene informes sobre la ocupación de Jauja por fuerzas enemigas. Toma, pues, la ruta del norte. Esta dirección brinda la ventaja de permitir la junción con las tropas de Recavarren. Como éstas continúan en el Callejón de Huailas, Cáceres adopta la vía de Chavín. Del departamento de Huánuco pasa al departamento de Ancash. Entra en Huarás: Recavarren está en Yungay. El 18 de junio se reúnen ambas divisiones.
Al saber el avance de Cáceres, Gorostiaga se ha encaminado de Huamachuco al sur, y se halla en Corongo. A su vez, las divisiones que operan en el Centro, siguen rumbo a Huarás: al frente de ella se ha puesto ya Arriagada.
El "gran montonero" no pierde la serenidad. Gorostiaga no representa un peligro; pues nuestros soldados han destruido los caminos que podría recorrer. El temible es Arriagada, con sus tres mil plazas, y el cual sin saber que Cáceres no es Santa Cruz, espera reverdecer los laureles de Yungay .... Socarronamente, Cáceres simula el regreso a Junín. Arriagada cae en el lazo, y se apresta a su persecución. Mientras las divisiones chilenas sufren la calamidad de las marchas forzadas en una región abruptísima, el general peruano enmienda rumbo, y, por Pomabamba, sale para Cajamarca. Es tal el impulso que ha impreso al desventurado Arriagada, que el jefe de la expedición araucana ha batido un record de velocidad por Huánuco y Junín...
Gorostiaga, alarmadísimo, invoca la ayuda inmediata del fuerte destacamento de Trujillo, mandado por González. Engrosado con éste, espera a Cáceres en el estratégico cerro de Sazón. El 10 de julio de 1883, el caudillo del Centro atrincherado en el Cuyulga y el pueblo de Huamachuco, ataca briosamente las posiciones enemigas. Hay instantes en que la victoria coquetea con nuestras armas.
Pero, de súbito, faltan las municiones, y, para asaltar a las huestes de Gorostiaga, que han retrocedido a sus parapetos de piedra, no existen bayonetas en los fusiles de nuestros defensores. ¡Cáceres no puede repetir la carga épica de Tarapacá ! Y, a pesar de la postrera y heroica resistencia a culatazos, el repase feroz de la soldadesca contraria cierra la batalla con el más sangriento sello de su invasión oprobiosa!
"El combate de Huamachuco tuvo grande importancia política. Afianzó el gobierno de Iglesias y la paz. Si Gorostiaga hubiera sido vencido el Perú habría ensalzado a Cáceres y la obra diplomática chilena habría caído con estrépito... Huamachuco fué el cimiento de la paz". ( Bulnes, T. III, 486-487).
Antes de continuar debemos hacer hincapié en la última campaña de Cáceres en el Centro. Posteriormente, las pasiones exacervadas por las medidas rigurosas empleadas por aquél en sus períodos presidenciales, se propusieron desvirtuar su finalidad patriótica del 83. Afirmaron que Cáceres no se dirigió al norte en busca del ejército chileno, sino con el objeto exclusivo y mezquino de despedazar las tropas iglesistas. Analicemos. Cáceres había declarado traidor a Iglesias. Al ír contra él, procedía lógicamente consigo mismo. Cáceres obedecía a Montero.
Al iniciar la ofensiva, era por ende, consecuente con su jefe, el Vicepresidente a quien tácitamente desconocía el político de Montán. Iglesias actuaba con o sin honradez: el jefe del Centro no estaba obligado a saberlo: tenía mil motivos para desconfiar de los hombres: sólo veía que la bandera chilena protegía a Iglesias; que las bayonetas del invasor garantizaban su dominación que el país entero lo repudiaba. En campaña casi aislado del resto de la república, no se le ofrecían las cosas con la claridad con que las contemplamos pasados cuarenta años. Palpaba que el general cajamarquino ponía fuera de la ley a los únicos defensores del suelo nacional; que comunicaba al enemigo los movimientos de aquéllos y su jefe (V. Ahumada Moreno, t. VIII, p. 208-209); que introducía la traición en soldados, como Duarte y Vento....
Cáceres estaba plenamente convencido de su papel histórico, de que constituía la protesta armada de la Patria contra el salvajismo y las insaciables pretensiones de la Moneda. Tenía por consiguiente razones múltiples y poderosas para considerar en las fuerzas de Iglesias una de las alas del Ejército de Ocupación. Iglesias era recibido en Chorrillos. En oposición a ello, a él se le ponía precio.... De otro lado, y si la ambición fué su móvil, y coronarla, su más hondo anhelo, ¿quién con mayor derecho que él?
No negociaba el Jefe del Norte a la sombra de Lynch, y no alternaba Montero, entre el bostezo y la francachela? ¿No apreciaba en el uno toda las apariencias del réprobo, y en el otro todos los signos de la imbecilidad?
Es dable creer en la sinceridad patriótica de Iglesias; pero no se puede aceptar la infamia con que se ha pretendido obscurecer el nombre radiante del caudillo que acaba de morir.
González Prada, uno de los más encarnizados impugnadores del ilustre guerrero, declaraba hidalgamente el 21 de agosto de 1898, entre sus correligionarios políticos de la Unión Nacional: "En la vida de Cáceres brilla una época gloriosa cuando luchaba con Chile y se había convertido en el Grau de Tierra". Y esto afirmó quien le llamaba "un Melgarejo abortado en el camino "........!
Cáceres abandonó a uña de caballo el ensangrentado campo de Huamachuco, y se encaminó a Jauja con el objeto de crear otro ejército, sobre la base de cien hombres que había encomendado al coronel Pastor Dávila. El trayecto fué novelesco. Asechado por los chilenos y los iglesistas, el caudillo llegó, no obstante, al lugar de su destino. Como tuviera conocimiento de que el coronel Urriola iba en su persecución, pasó de Junín a Huancavelica, luego a Ayacucho, y, por último a Andahuailas. Sin abatirse por la derrota y los obstáculos, organizó nuevas tropas para desalojar a Urriola, que se acababa de apoderar de Ayacucho. A la cabeza de sus soldados Cáceres emprendió con tal ímpetu la ofensiva, que el coronel chileno hubo de repetir la retirada de Canto, recorriendo aún más territorio.....
Mientras Cáceres picaba la retaguardia al ejército invasor, recibió noticia de la toma de Arequipa y de la ignominiosa fuga de Montero, así como la nota en que éste le ordenaba encargarse del poder, en su carácter de Segundo Vicepresidente del Gobierno Provisional.
Estando Cáceres en Huancayo, reconoció, como un hecho consumado, el Tratado de Ancón. (6 de junio de 1884).
Desocupado el Perú por el ejército de Lynch, Cáceres se propuso derribar a la que la opinión pública denominaba autoridad impuesta por los chilenos. Todo el país rechazaba al político de Montán y aclamaba al insigne vencido de Huamachuco. Este, que hasta entonces sólo aceptara el título de Jefe Superior del Centro, adoptó el 16 de julio de 1884, el de Presidente de la República. Al levantarse el país en armas contra la administración Iglesias, Cáceres se puso al frente del movimiento nacional. Fracasaron durante toda la campaña las tentativas de conciliación. El 27 de agosto se batían en la capital los guerreros de San Juan y de Chorrillos! Como la población limeña no le prestara el apoyo tantas veces proclamado, Cáceres hubo de tomar, por Cañete y Chincha, la vía de Ayacucho. En su ciudad natal reiteró el 4 de setiembre su fiera decisión de derrocar al Presidente Regenerador. Era tal la actividad insurgente, que éste hubo de enviar al Norte y al Sur, respectivamente, las expediciones de Echenique y Más. Con las medidas represivas del Gobierno, cobró ímpetu la agitación antiiglesista, y el 1°. de octubre entraba victoriosamente en Arequipa, el popular Jefe de la Revolución. El Cuzco y Puno, ya sublevados, lo habían vitoreado a su paso. Al desocupar los muros mistianos, el prefecto Osma declaraba que "hasta las piedras eran Caceristas».
El 27 de marzo de 1885, el Héroe de la Breña se ponía en marcha hacia Ayacucho, a la cabeza de tres mil sediciosos. El 27 de mayo estaba en Huancayo. El 28 de setiembre, Iglesias asumía la ofensiva. Su plan consistía en batir a Cáceres antes de que se organizara en Junín. La división Relaiza (3.000 hombres) debía buscarlo por la Oroya; la de Echenique (1.500 hombres) asaltarlo a retaguardia, penetrando por Ica y cayendo sobre Huancayo. La primera lo obligaría a presentar batalla. La segunda cortaría a los dispersos la ruta de Ayacucho. De las mencionadas divisiones sólo actuó la de Relaiza.
Cáceres, impertérrito siempre, decidió equilibrar con la astucia la inferioridad notoria de sus elementos bélicos. Estando ya Relaiza en el valle del Mantaro, el grueso cacerista pasaría, por el puente de Huaripampa, a la orilla derecha de aquel río. Entretanto, la retaguardia, encomendada a Borgoño, y formada por soldados de los distintos cuerpos, brindaría al jefe iglesista en la orilla izquierda, la sensación de la resistencia total de las fuerzas revolucionarias. Cual lo pensó, lo hizo. El 15 de noviembre Relaiza creía debelar el movimiento rebelde, y así lo comunicaba a Lima. En la noche la heroica retaguardia de Borgoño se unía con el resto de las tropas del Caudillo ayacuchano, a quien la óptica había salvado! Todos los puentes quedaban destruidos. Y mientras el ejército de Iglesias permanecía encerrado en Junín, el de Cáceres tras maravillosa marcha sobre las nieves eternas, caía sobre Chicla, tomaba el ferrocarril y entraba en Lima con las comodidades de un vencedor. El famoso estratagema es conocido en nuestra Historia Militar con el nombre de Huaripampeada. Al sugerirlo abandonamos la minuciosidad!
A Iglesias reemplazó el gobierno de un Consejo de Ministros, presidido por el doctor Antonio Arenas, el cual convocó a elecciones presidenciales. El Héroe de la Breña, que gozaba de extraordinaria popularidad, triunfó en las ánforas, y gobernó el Perú en el período de 1886 a 1890 (10 de agosto).
En el primer gobierno de Cáceres se suprimió la moneda fiduciaria; se estableció el impuesto a los tabacos, el opio y los alcoholes, y se canceló la deuda externa de los años 1869, 1870 y 1872, (contrato Grace).
Por resolución legislativa de 25 de octubre de 1886, Cáceres fué ascendido a la clase de General de División. Por la de 18 de julio del mismo año, el Congreso aprobó y reconoció como un ejemplo de patriotismo y de respeto a la ley, su procedimiento al desprenderse de la clase de General de Brigada, que le fué conferida por un gobierno de hecho. El 16 de noviembre de 1888 se le otorgó permiso para aceptar el grado de General de Brigada de los Ejércitos Bolivianos.
A Cáceres sucedió en el poder el general don Remigio Morales Bermúdez, el cual nombró a su antecesor Ministro Plenipotenciario en Francia e Inglaterra (9 de enero de 1891-10 de diciembre de 1892).
Elegido nuevamente Cáceres, gobernó del 10 de agosto de 1894 al 18 de marzo de 1895, fecha en que fué derribado por don Nicolás de Piérola, jefe de la Coalición Cívico-Demócrata.
El Congreso de 1895, por ley de 20 de Dicbre., declaró nula la ley de 6 de agosto de 1894, en que se proclamó a Cáceres presidente de la República para el período 1894-1898, y nulos también los actos gubernativos de carácter interno practicados por el Gobierno de hecho del referido político en el período enunciado.
Derrocado Cáceres, permaneció sucesivamente en Buenos Aires (hasta marzo de 1899), Tacna y París.
De 6 de diciembre de 1905 a 8 de mayo de 1911, desempeñó el cargo de Ministro Plenipotenciario del Perú en Italia, Con el mismo carácter diplomático representó a nuestra Patria ca el Imperio Alemán, de 8 de mayo de 1911 a 17 de agosto de 1914. Acreditado simultáneamente ante el de Austria Hungría, cesó en tal puesto el 15 de abril de 1914.
El 11 de junio de 1912, fué nombrado Embajador Especial en la celebración del centenario de las Cortes de Cádiz.
Durante su permanencia en Berlín mereció múltiples distinciones del Kaiser Guillermo II, el cual le dijo en el momento de recibirlo: "Tengo el honor de estrechar la mano del vencedor en Tarapacá". (V. el Reportaje hecho por Ricardo Vegas García al Mariscal: en La Crónica de 27 de Noviembre de 1921 y 11 de octubre de 1923).
De regreso al Perú, Cáceres presidió el 28 de marzo de 1915, la Convención de los partidos Civil, Constitucional y Liberal, reunida en el salón de sesiones de la Cámara de Diputados, y en la cual se designó candidato nacional para las próximas elecciones presidenciales, al doctor José Pardo.
Distanciado de este mandatario, el general Cáceres coadyuvó decididamente al triunfo del actual Presidente de la República, don Augusto B. Leguía, al cual acompañó hasta la Casa de Gobierno, el 4 de julio de 1919.
La Asamblea Nacional le confirió por unanimidad, el 10 de noviembre de 1919, el grado de Mariscal del Perú. El bastón correspondiente a su alta investidura militar le fué entregado el 6 de junio de 1920, en el Paseo Colón, ante la guarnición de Lima, a la cual revistió con el presente Jefe del Estado, después de la Jura de la Bandera.
El 7 de mayo de 1922 se puso la primera piedra del Museo de la Breña, en el que se guardarán las reliquias del heroico soldado y de sus combates por la Reconquista.
El Mariscal murió el diez de octubre de 1923. El 13 de octubre, declarado día de duelo nacional, fué conducido a la Cripta de los Héroes.
Se proyecta erigirle un monumento en Miraflores, en el que se denominará " Parque de la Reserva"....
Palabras Finales
Dice Bulnes, en su "Guerra del Pacífico", T. III, p. 274: "Tengo que echar de menos la ausencia de un trabajo histórico serio de fuente peruana, que podría aclarar muchas dudas y tal vez modificar la fisonomía de algunos hechos. El ser una época desgraciada para él no exime al Perú de esa obligación, sobre todo si puede oponer a sus infortunios el recuerdo de su valerosa resistencia, y decir con verdad que, es una página honrosa haber improvisado ejércitos después de la destrucción total de sus efectivos veteranos". Como esa página honrosa fué escrita por Cáceres, el flemático y conciso historiador chileno es quien ha dicho la palabra más justa e imparcial sobre el Héroe de la Breña.
Hemos procurado contribuir a la formación de la obra que, con razón, nos reclama el escritor, del sur. Nuestro esfuerzo sería premiado si todos los peruanos coadyuvaran a la acumulación de los materiales con que ha de esculpirse, cual la mejor de las estatuas, la arrogante figura del guerrero que, como exclama Blanco Fombona, refiriéndose a López, "tuvo la sublime impotencia para declararse vencido".
Jorge Guillermo Leguía.
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"Boletín Bibliográfico" publicado por la Biblioteca de la Universidad Mayor de San Marcos. Volumen I. N° 5. Lima, noviembre, 1923.
Saludos
Jonatan Saona
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