Oración Fúnebre predicada en los oficios solemnes celebrados en el templo de Ntra. Sra. de la Merced el 15 de enero de 1884,
en sufragio de los que murieron en las batallas de
San Juan y Miraflores
(fragmento)
¿Qué es la Patria, señores? Es un nombre augusto y una cosa sagrada. Es el pedazo de tierra en que se meció nuestra cuna y en que yacen nuestros padres; es
el hogar querido, en que se deslizaron, tranquilos y felices, los días de nuestra infancia; es el aire que respiramos y la luz que nos alumbra; el árbol que nos da
sombra y la flor que nos embriaga: es aquel conjunto
de la naturaleza, en que se desarrolla nuestra vida, y
que miramos siempre como un paraíso de delicias.
Amamos á la Patria, señores, no porque es rica, ni
porque es hermosa, sino porque es madre: nos formó
en su seno, nos nutrió con su doctrina y vivimos en la
atmósfera de sus tradiciones y de sus glorias.
¡Oh Patria amada! Tanto más amada, cuanto son
más crueles tus pesares y más amargo tu infortunio.
Tú eres el objeto de todos los amores de mi alma y el
centro de todas las alegrías de mi corazón. El ingrato
que te olvida, condenado sea á olvido sempiterno; que
enmudezca su lengua, sino sufre y llora contigo, en los
días de tu aflicción. No así, nosotros, Patria mía. Dentro de tus muros respiramos la libertad y el gozo; fuera de tu seno, estamos tristes y somos cautivos. A semejanza de Israel vencido, en la orgullosa Babilonia,
lloramos en silencio, acordándonos de ti; colgamos
nuestras liras, porque no podemos cantar en tierra extranjera los cánticos de Sión, y no tenemos otro consuelo que el de sentarnos, á las orillas del mar, para
pedir á las olas que traigan hasta tu corazón ¡oh Patria querida! el eco de nuestros lamentos.
Vosotros me comprendéis, señores, todos los que
habéis sentido en el alma la punzadora espina de la separación de la Patria.
Estos estrechos vínculos de cuna, de familia, de tradiciones, de afectos, de dolores y de esperanzas, forman
la solidaridad de los pueblos y la íntima alianza entre la generación que vive y las generaciones que pasaron,
constituyendo así la fisonomía moral y exclusiva de la
sociedad á que pertenecemos.
Así se explica, señores, por qué el sentimiento de la
Patria es tan antiguo, tan profundo y tan universal, como el sentimiento de la Religión.
Este dualismo corresponde, adecuadamente, á la
doble sustancia espiritual y corpórea de que se compone el hombre; á su doble existencia temporal y eterna,
y á la dualidad de sus fines, terreno el uno y ultraterreno el último.
Me parece que no hay hecho alguno mejor comprobado, en la historia de la civilización, que esta alianza
de la Religión y de la Patria; por lo cual, no he comprendido nunca cómo el liberalismo moderno pretenda
separar la Iglesia del Estado. Para hacerlo, es necesario olvidar la historia y desconocer la naturaleza humana. Luchar contra estas cosas, es imposible é inútil;
la separación del alma y del cuerpo, es la muerte, y engendra la corrupción, en todas las esferas de la vida
humana.
La antigüedad ligaba indisolublemente la sagrada
causa de sus altares y el honor de sus banderas: Pro aras et focis.
Amenazado Israel por la invasión del Rey de Siria,
inflamaron los Macabeos el patriotismo del pueblo, con esta ardiente proclama: Es mejor morir en la guerra que ver los males de nuestra nación y de las cosas
santas.
Y entre las maravillosas creaciones de la edad media, ¿no habéis visto, señores, á los monjes soldados, feroces como leones, al sonido del clarín guerrero, y
mansos como corderos, al eco suave de la campana de sus claustros? De tan hermosa institución, quédanos todavía una huella venerable, en las órdenes militares, con que se ennoblece la Europa cristiana.
Todo lo dicho demuestra por qué el mismo resorte qué mueve el patriotismo, hace estallar el sentimiento religioso; y por qué, del fondo de todos los corazones y de las entrañas mismas de un pueblo, excitado por la guerra, parte el clamor que pide la victoria á aquella Providencia libérrima, que rige á las naciones con sapientísimos designios.
Ya comprenderéis, señores, la secreta y profundísima causa, que convirtió en un inmenso Santuario y en un vasto Cuartel la Capital de la República.
¡Qué aspecto tan grandioso el que presentaba Lima, en los días que precedieron á las jornadas de Enero! Interrumpida la industria, paralizado el comercio, en suspenso todas las funciones administrativas, la ciudad fué un gran campamento militar en que resonaba, por doquiera, el clarín guerrero, mientras que se elevaba en los templos el incienso de la oración hasta el Trono del Altísimo.
¿Cómo no admirar, señores, el febril entusiasmo, que agitaba todos los pechos, avivado más y más por la llama de un puro patriotismo?
¿Cómo no venerar la unción sublime y la caridad ardiente con que las señoras de Lima elevaron al Cielo sus manos suplicantes y cooperaron, en tan grande escala, á la asistencia y al consuelo de nuestros heridos?
¿Cómo olvidar el celo ardiente de nuestros Obispos y el celo activo de los sacerdotes, que inflamaron el patriotismo de nuestros soldados y purificaron sus almas, para que ganaran, á la vez, la doble palma de la gloria humana y de la gloria del Cielo?
¿Cómo no renovar, hoy, el testimonio de nuestra Gratitud á las colonias extranjeras, por toda la parte que tomaron en la organización de las Ambulancias civiles, y por todas las simpatías con que rodearon nuestra causa?
En una palabra, señores: uno sólo era el pensamiento general y en un sólo sentimiento se confundían todos los espíritus: el de la guerra; el de las próximas
batallas, que iban á decidir de la suerte del Perú.
"El corazón me dice: exclamaba, el uno, que se perderá la batalla, porque ha palidecido la estrella del Perú; pero, no importa! pelearé y moriré por la causa de
mi Patria " "Tengo una esposa amada y tiernos
hijos, agregaba otro, y el presentimiento de mi muerte;
mas, no vacilo, porque la voz del Honor me llama con
imperio..." "Prefiero morir, decía un tercero; si la Providencia nos niega la victoria, ¿cómo podría sobrevivir, viendo hollada mi hermosa Lima, por la planta del
invasor? " (1)
A impulso de estos nobles y levantados sentimientos, pelearon los ejércitos de línea y de reserva, en los
inolvidables días 13 y 15 de Enero de 1881; pelearon
con esfuerzo, con valor, con heroísmo... lo demás... ya lo sabéis todo, señores: escrito está en las huellas, que ha dejado en vuestros semblantes la mano del
Dolor, y en la profunda herida abierta en vuestras almas, por la humillación de la República. Sí, señores,
habéis asistido á la humillación de vuestra Patria; habéis visto pasearse, triunfalmente, el pabellón enemigodé río á río, en todo el territorio del Perú; habéis contemplado iluminadas por el incendio las ruinas de ciudades y pueblos, antes florecientes; habéis oído los desgarradores lamentos de poblaciones indefensas, que han sido devoradas por el monstruo feroz y sanguinario de la
guerra, como la innoble fiera á su presa... pero, consolaos, señores! volved vuestras miradas á Miraflores y á Chorrillos... En Miraflores!... allí pelearon como leones y rechazaron al enemigo, una y otra
vez, y cayeron juntos, sin rendir el alma, el joven y el
anciano, el acaudalado y el proletario, el industrial y
el comerciante, el magistrado y el simple ciudadano,
unidos todos por la noble fraternidad del patriotismo
y envueltos en el ensangrentado pabellón bicolor. Y en
Chorrillos, señores ... Allí fué disputada palmo á
palmo, en larga y recia batalla, la improvisada fortaleza del Morro Solar, tomada á viva fuerza, pero, nó
rendida.
No quiero citar nombres, señores, porque los muertos no lo tienen ya, y la Sabiduría prohibe alabará los
vivos; pero, sí, debo deciros á todos, señalándoos el
sendero de honor y de gloria que nos han dejado nuestros héroes: ADMIRADLOS!
________
(1) Confidencias recibidas por el autor, en el ejercicio de su
ministerio.
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"Obras de Monseñor Tovar, Arzobispo de Lima" Tomo I, Sermones y Conferencias. Lima, 1904.
Saludos
Jonatan Saona
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