“San Bernardo, 12 de agosto de 1880
Queridísimo Miguel.
Aquí tienes a tu amigo más querido herido y prisionero en San Bernardo. La herida va mejorando rápidamente; hoy tiene un mes y cinco días; pienso que en quince más estaré bien.
Puedo asegurarte que la herida no me preocupa, no me hubiera preocupado aun cuando ella fuera de gravedad.
Son otros sufrimientos, amigo, los que me han amargado con más intensidad que los sinsabores de la campaña y que la rabia de la impotencia en que nos hemos hecho pedazos.
He sido vilmente calumniado por esa nube de gacetilleros y corresponsales anónimos que forman la baja prensa de Santiago, inventora de fábulas que principian con mi salida de Buenos Aires, continúan con mi aptitud en San Francisco y Tarapacá, cargando la mano en la resistencia de Arica.
Lo que es en el ejército aliado mi nombre está bien alto; desde las juntas de guerra hasta el teatro de la guerra, he sido visto por todos mis compañeros de armas que me rodean de consideraciones y cuidados y sienten como yo las calumnias de las que he sido objeto.
Nadie esperaba en verdad tanta perfidia; después de haberme batido tres cuartos de hora con el brazo derecho atravesado de un balazo y de haber sostenido el combate hasta que tuve que arrojar la espada por la inacción de mi brazo derecho producida por el enfriamiento de la herida, cuando el enemigo ya se encontraba a veinte pasos y se había mandado cesar los fuegos, después de esto digo, no esperé nunca que esta prensa me llamara disparador. "¡Disparador! Y me toman prisionero en el mismo sitio en que me batía recibiendo de frente la descarga que mató a Moore y a Bolognesi cuando me encontraba en medio de ambos, y sobre todo cuando fui herido corriendo a la cabeza de mi cuerpo a paso de trote buscando un puesto de combate.
Esto es inaudito y solo me consuela ver cómo mis compañeros participan de mi indignación contribuyendo esta nube de manifestaciones que principian en los Jefes y concluye en los cuarteles de la tropa para modificar la opinión de los hombres sensatos de Chile y con ella mi situación moral.
Debes comprender que los que rechazamos un parlamentario y una capitulación que si en algún caso era tolerable es en el caso de Arica bloqueada por mar, sitiada por tierra y con mil seiscientos hombres de Guardia Nacional para contener un ejército de ocho mil hombres de linea, los jefes, digo, que en las juntas y en los cuarteles proclamábamos la defensa a todo trance y el deber de sucumbir en ella, no podíamos tratar de economizar la vida en el combate ni mucho menos abandonar la tropa que habíamos conservado y conducido al sacrificio. La sangre toda se me subleva cuando pienso que tales infamias se me han imputado.
A ese efecto te narraré fielmente lo que me es personal. Desde el veinte y seis de Mayo en que tuvo lugar la derrota de Tacna, dormía con mi batallón alternativamente en las baterías del Este y del Norte, siempre a la intemperie y recargo a veces este servicio con la función del Jefe de línea que era muy frecuente porque solo la ejercían los Jefes de Cuerpo.
En la mañana del cinco se me ordenó mandara con un Jefe dos compañías de mi batallón a la punta del Chinchorro que queda al Norte porque ya se desprendían partidas de reconocimiento. No quise mandar ningún jefe y fui yo mismo con la primera y la segunda.
Apenas hubimos tomado posesión del Chinchorro, el enemigo que en la noche había colocado convenientemente sus cañones, rompió sus fuegos de artillería que duraron desde la mañana hasta la noche, tenía cuatro piezas de pequeño calibre y uno de doce con que sostuvieron bien el fuego. Al comenzar me encontraba recostado en un cuartito de estera a la izquierda de mi tropa; en la misma esquina cayó una bomba cuyos cascos reventaron en todas direcciones sin que ninguno tropezara conmigo.
Allí estuve todo el día aguantando a brazo cruzado el cañoneo, hasta que al anochecer me mandaron con todo el batallón a la batería del Este, mi cuerpo era el más recargado de servicio, porque el pobre coronel Bolognesi decía que era el de toda confianza y él con Moore me repetían con frecuencia que era la noche que dormían más tranquilos la que yo estaba de jefe...
Por fin llega la noche del seis y vuelvo al Norte donde fui llamado para la última junta de guerra; el enemigo nos envió uno de nuestros prisioneros para que nos moviera a la capitulación diciéndonos que si resistíamos no quedaría uno vivo, por el desenfreno de la tropa; nuestra respuesta fue la misma; desconocíamos el carácter de parlamentario dado a un prisionero, pero su venida no nos fue inútil porque de sus revelaciones pudimos comprender que el grueso de la fuerza estaba en Azapa y que en consecuencia se pensaba atacar por el Este.
Opinaron entonces unánimemente que era necesario robustecer ese punto de la defensa; escalonando allí todas las fuerzas en la línea de parapeto necesaria y abandonar como una fantasía esa extensa pampa del Norte indefendible no digo con los seiscientos hombres del "Iquique" y "Tarapacá" sino con fuerza cuatro veces mayores pero el infortunado coronel Bolognesi estaba obcecado en subdividir la poca fuerza y en trazar grandes líneas imaginarios; se sobrepuso a la opinión de la Junta y nos mandó al Norte a los batallones "Iquique" y "Tarapacá".
Rotos los fuegos por el Este mandé avanzar paso de trote al punto indicado por el coronel Ugarte y llegué al pie del Morro con mi tropa rendido por lo fatiga de tan largo trote.
Emprendimos el ascenso del Morro bajo el fuego enemigo que nos flanqueaba por la izquierda haciéndonos un fuego vivísimo que prohibí severamente fuera contestado; subimos poco sin hacer un disparo; pero el desfiladero del Morro es muy estrecho y ocupado por hileras no me permitía recorrer a caballo todo el flanco del "Iquique" por lo que contraje mi acción al medio del batallón de la derecha encargando de la izquierda a mi segundo Jefe. Volví pues a la cabeza de mis tres compañías de la derecha y al frente de ellas coroné el Morro.
El enemigo cargaba aceleradamente y sus fuegos tuve que contestarlos sin ocupar las posiciones de los parapetos. Olvidaba decirte que apenas escalé el Morro, recibí el balazo que me atravesó el brazo derecho pero que me permitió continuar a caballo y manejar la espada para empujar a mis soldados un tanto desmoralizados ya por la retirada desordenada que hacía el batallón "Artesanos de Tacna".
Se nos atacaba por todos lados, por el frente y por los flancos y allí hicimos el postrer esfuerzo batiéndonos tenazmente; de mi medio batallón me quedarían a lo sumo unos treinta hombres que continué animándolos hasta el momento en que el enfriamiento de la herida me hizo imposible el manejo de la espada; quise entonces envainarla recordándote pero estaba la hoja tan doblada que no conseguí hacerlo y tuve que arrojarla al suelo porque la izquierda la ocupaba en dirigir el caballo enfurecido con las descargas; en ese momento fui llamado por el coronel Bolognesi: me encontraba entre éste y Moore cuando se presentó el primer grupo dentro de parapetos y nos hizo una descarga a treinta pasos; Moore cayó atravesado por siete balazos; no sé cuántos mataron a Bolognesi pero yo con el inmenso blanco que presentaba no recibí ni un rasguñón; en aquel momento me vi rodeado por un círculo de bayonetas y mientras unos me intimaban denunciara las minas, otros me arrancaban el reloj y la cadena siendo esto lo que me salvó porque ocupados de repartirse las prendas y mientras peleaban por ella llegó un capitán del cuarto regimiento que me hizo respetar de la demás soldadesca que continuaba matando; fue también este capitán quien salvó al comandante La Torre, únicos jefes superiores que sobrevivieron en el Morro; de allí fuimos bajados a la población y de ésta a bordo del 'Limaré' donde comimos porque desde la vísperas del combate estaba sin comer por ocupaciones del servicio; allí me examinó la herida un médico francés y caí en una fiebre que me duró toda la navegación y que me asaltó de nuevo aquí si bien ya la he combatido.
Tal es la historia de esta jornada memorable, puedo decirte que ha sido el drama más serio de esta guerra: las botas y las espuelas las saqué empapadas con sangre hasta el tobillo porque se caminaba sobre los cadáveres y la sangre corría como corre la sangre después de una lluvia copiosa.
Cuenta amigo he visto cosas; no es nada morir en combate cuando se trazan líneas extensas y se pelea realmente en batalla; pero ver caer a todos los amigos amontonados sobre aquel penosísimo teatro, moviéndonos sobre un empedrado de cráneos y pisando una masa de sesos humanos, es ciertamente un espectáculo desgarrador y que afectó el espíritu con tanta mayor intensidad cuanto uno lo observa después que ha pasado el ardor de la batalla"
Fuente del texto: Revista argentina "Todo es Historia" n° 564, Julio de 2014
Saludos
Jonatan Saona
Gracias por el alcance.
ResponderBorrarAdmiro a Roque Saenz Peña, y como peruano le guardo una gran gratitud.