Celso N. Zuleta |
El 05 de febrero de 1905, por el aniversario del primer combate de Pucará, el diario "El Comercio" publica una crónica del combate escrita por el militar Celso N. Zuleta.
Celzo Zuleta, militar limeño, participó en este combate como Teniente Coronel, narra los momentos previos y el desarrollo del combate de Pucará, además de la muerte del teniente coronel Ambrosio Navarro.
"Una fecha memorable (*)
(05 Feb. 1882)
Coronel Celso Zuleta
El pequeño ejército, luchando aún con las enfermedades, la escasez, las tempestades y rigores de un clima que se hacia más crudo a medida que las desventuras nacionales arreciaban, emprendió la marcha a Huancayo, compuesto de los diminutos batallones '‘Zepita”, ‘Tarapacá'‘, “Huancayo”, “América” y “Tarma” o más bien cuadro (1,100 infantes), 90 artilleros y 92 soldados de caballería, resto de la brigada de 400 amotinados en Matucana.
El 1° de febrero de 1882 se practicó por la caballería (medio escuadrón), un reconocimiento que dio por resultado inmediato “tomar el contacto” con el enemigo, y después de un pequeño combate, apoderarse de las contribuciones de reses y otros artículos de subsistencias, impuestas por los chilenos en San Gerónimo, a tres leguas de Huancayo. Se supo que la división chilena ocupaba Concepción.
El 4, bajo una copiosa lluvia, prosiguió el ejército su marcha hasta Pucará, dejando en Huancayo 150 soldados moribundos, acometidos de tifoidea, a cargo del alcalde municipal para distribuirlos en las casas de la ciudad, a fin de que no fuesen pasados a cuchillo por los chilenos -como lo venían haciendo en el trayecto- y también para impedir que éstos acabaran de hacerse de la situación aflictiva de las tropas peruanas aniquiladas por la epidemia.
Sin embargo de las medidas de previsión adoptadas por el general para tener noticia de los movimientos del enemigo, no fue atendido. El 5, en la mañana, acabada de pasar la lista de diana, se presentó la división Canto y tuvo lugar el primer combate de Pucará.
El ejército principiaba a desfilar yendo a vanguardia parte de la impedimenta y las cargas de artillería de montaña, cuando de improviso se oyeron al pie de la cuesta los primeros disparos de cañón protegiendo el despliegue de sus infantes, a la vez que la caballería chilena se dirigía a pasar el río que corre lamiendo el costado de la escarpa por el cual se asciende a la población.
Personalmente, dirigiendo dos guerrillas de 80 a 90 hombres cada una, el general Cáceres contuvo al ejército chileno primeramente, hasta rechazarlo (división E. del Canto), y después de este acto de valor en que él, por estar en su caballo tordo era blanco seguro de los proyectiles enemigos, con calma y serenidad admirables se contrajo a cubrir la marcha en retirada de su ejército en demanda de terreno más favorable, en medio de una lluvia de granadas, hasta alcanzar las posiciones de Marcavalle donde desplegó sus columnas y formó en línea dispuesto y retando a nuevo combate.
Mas los chilenos que habían sufrido pérdidas considerables, no sólo no aceptaron batalla, sino que contramarcharon a Huancayo, pasando por Zapallanga casi desorganizados, dando muestras de gran desmoralización.
La decisión por dar batalla a la división chilena era manifiesta en el diminuto ejército peruano: a todo trance quería esperar a sus contrarios en el cuello de Marcavalle y en Nahuimpuquio, suponiendo que rehechos de su derrota procurasen tomar desquite antes de que los peruanos lograran posesionarse del puente de Izcuchaca y la línea estratégica de la orilla izquierda o fueran reforzados por la división del coronel don Arnaldo Panizo, fuerte de un mil quinientos hombres próximamente (4 batallones, 1 batería rayada de montaña y un piquete de caballería) que desde Jauja era esperada con ansiedad; pero el general, satisfecho de su tropa, iniciada una borrascosa tempestad acompañada de granizo, prefirió darles descanso, y, juiciosamente, después de distribuirles el único y frugal rancho del día, las movió de Ñahuimpuquio y Acostambo hasta Izcuchaca, donde, por fin, pernoctaron esos soldados tan dignos de mejor fortuna y tan rudamente sacudidos por el odio de los hombres, la peste que viajaba con ellos, y la inclemencia de los elementos aunados para destruirlos despiadadamente.
En esta jornada perdióse un centenar de hombres, y algunos enfermos que alcanzados por los chilenos en los primeros momentos de la acción, fueron degollados.
Modelo de retiradas, esta jornada, en su género, advierte cuánto significan la sangre fría y el denuedo del general en situación tan crítica; y cuánto importa, además, ganarse absolutamente la confianza del combatiente por sus rasgos de pericia y dominio de sí mismo con que el general Cáceres en el espacio de pocas horas, entabla una lucha imprevista, rechaza de modo tan brioso el ataque, salva a sus tropas para dirigirlas bajo el fuego a nueva posición donde, con gallardía, como en una maniobra de pasada, ofrece renovar el combate a su enemigo y emprende posteriormente marcha de ascenso, a vista de aquél, en orden irreprochable, haciendo los soldados gala de bravura y resistencia no apreciadas hasta entonces.
Una retirada de esta clase equivale a un triunfo indiscutible.
La división chilena una vez contramarchada a Huancayo, en desfavorables condiciones, estableció allí su cuartel general, observando el departamento de Junín.
La peruana entraba al de Huancavelica para reponerse un tanto, y emprender en seguida sobre el de Ayacucho donde la división del coronel Panizo se mantenía espectando acontecimientos de tanto bulto, sin adoptar decisión alguna, pero retardando positivamente su función con los restos del ejército de la quebrada a cuya abnegación, intrepidez y valentia, estaban reservadas aún nuevas y más crueles pruebas en el crisol del patriotismo.
No escasearon durante esta acción de armas,algunos incidentes dignos de recordación y que vienen con más vigor a nuestra memoria, en el aniversario de aquella.
He aquí dos:
En una de las guerrillas que resistieron al primer empuje chileno estaba el joven subteniente don Pedro E. Muñiz; un proyectil Grass le rompió el cráneo dejándole profunda cicatriz que muestra en la frente. Pudo salvar y por su arrojo, fue ascendido a teniente de infantería. Pertenecía entonces al batallón "Zepita". Hoy es ministro de guerra.
El teniente coronel don Ambrosio Navarro (limeño), jefe de la artillería, regresa, impaciente, cuando ha desfilado la última carga de sus obuses de montaña y cuadrándose ante el general, dice: -"Mi general, si mis piezas no han de entrar en combate todavía, déme US permiso para ir con una guerrilla; yo también soy infante. . . ¡Quiero vengar la sangre de mi hijo muerto en Miraflores!" -"Bien comandante -repuso el general-, vaya usted con ésta de! "Zepita". ¡Adelante, muchachos!".
Navarro avanzó como un león, y siguió avanzando hasta donde lo impulsaba su generoso anhelo de padre y de peruano, muy lejos... hasta el sitio en que se rompieron los fuegos al empeñarse la batalla, cayendo junto al cadáver del trompeta José María López, ordenanza del general, el primer peruano muerto en Pucará.
La herida de Navarro era mortal, pero los chilenos abreviaron su fin "repasándolo".
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Texto tomado del libro "De los Reductos a Julcamarca, 16 ene 1881-22 feb 1882"
Saludos
Jonatan Saona
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