Nació en Lima, 16 de agosto de 1850, hijo de don Manuel José Palacios Urrutia y de doña María Buenaventura de Mendiburu.
Estudió en el Colegio Guadalupe (1862-64) y luego en el Colegio Militar y Naval, de donde egresó para prestar sus servicios a bordo de la fragata Apurímac, con la clase de guardiamarina, durante la guerra con España.
Participó en el combate naval de Abtao (07 de febrero de 1865), bajo las órdenes del comandante Manuel Villar destacándose por su conducta y se le concedió el ascenso a la clase inmediata de alférez de fragata.
En 1868 formó parte de la comisión de marinos peruanos que fue enviada a Nueva Orleans, Estados Unidos, para traer a los monitores Atahualpa y Manco Cápac. Los marinos peruanos asumieron el desafío de conducir dichas naves hacia el Perú, vía el Atlántico y el extremo sur de Sudamérica, pues estaban diseñadas para la navegación fluvial y no para alta mar; y Palacios fue destinado al monitor Atahualpa. Tras año y medio de recorrido, los monitores llegaron a las costas peruanas, culminando una misión que fue considerada como una hazaña naval sin precedentes (junio de 1870). Palacios fue recompensado con el ascenso a teniente segundo.
En 1872 fue destinado nuevamente a la fragata Apurímac, pero debido a problemas de salud solicitó su retiro de la armada, que le fue concedido. Se dedicó al comercio. Pero al estallar el conflicto con Chile en 1879, se reintegró a la marina, y renunció al sueldo asignado a su clase y se comprometió a sufragar 100 soles mensuales para los gastos de su unidad. Se embarcó en la fragata Independencia, a las órdenes del capitán de navío Juan Guillermo More.
En el combate naval de Punta Gruesa (21 de mayo de 1879), su nave encalló cuando perseguía a la goleta Covadonga, y él se puso a salvo nadando hasta un bote, con el que regresó donde su buque, en medio de una granizada de balas. Fatigado y casi exánime, llegó a bordo del Huáscar; el contralmirante Miguel Grau lo enroló en la lista de sus oficiales, y desde ese momento fue uno de sus compañeros en la corta pero heroica campaña del monitor a lo largo de las costas chilenas.
El 08 de octubre de 1879 el Huáscar es acorralado por la flota chilena en Punta Angamos; Grau fallece y le sucede en el mando su segundo, Elías Aguirre, quien muere también; toma entonces el mando Melitón Carvajal y cae herido. Pasa a hacerse cargo del mando el teniente José Melitón Rodríguez que a su vez muere destrozado por una bomba. Enrique Palacios, que ocupaba el puesto de oficial telemetrista, sentado sobre la torre de combate, resulta con la mandíbula inferior severamente dañada, y es trasladado al entrepuente con otros heridos.
Pese al intenso dolor y a la hemorragia que sufre, Palacios se sujeta la mandíbula con un pañuelo y continúa peleando con serenidad y valor; luego sufre otras heridas producidas por las esquirlas de una bomba que explota en la proa. Cuando esto sucedía, el Huáscar estaba ya averiado y destrozada su cubierta; no podía moverse por haber desaparecido el timón y encontrarse la torre con un cañón en pedazos y otro desmontado. No quedaban sino los tripulantes armados de rifles, que respondían al fuego enemigo. hasta que fueron abordados por los chilenos. El pabellón peruano flameó hasta el último instante.
Con trece heridas en el cuerpo, Enrique Palacios fue capturado casi moribundo y llevado a bordo del blindado chileno Cochrane. Ante la inminencia de su muerte, los chilenos optaron por canjearlo por el teniente Luis Uribe (oficial chileno preso en el Perú tras ser capturado en el combate de Iquique) y lo enviaron de retorno a su patria, donde su madre lo esperaba ansiosamente. Pero en el transcurso del viaje al Callao a bordo del vapor Coquimbo, Palacios falleció ante la rada de Iquique, donde todavía flameaba la bandera peruana. El certificado médico atribuyó su deceso a tétanos traumáticos. Sus restos llegaron al Callao el día 28 de octubre y tanto las autoridades como el pueblo peruano le rindieron un emocionado homenaje. Sus funerales se realizaron el 05 de noviembre en la catedral de Lima, junto con los de los demás jefes y oficiales muertos heroicamente en el combate de Angamos. Sus restos fueron enterrados en el cementerio general.
El 28 de mayo de 1880, la dictadura de Nicolás de Piérola condecoró póstumamente a Enrique Palacios, con la “Cruz de Acero de Primera Legión del Mérito” y se ordenó que su retrato, junto con los de Miguel Grau y Elías Aguirre fueran conservados en la sala de sesiones de dicha Legión. Sus restos reposan en la Cripta de los Héroes de la Guerra de 1879.
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Saludos
Jonatan Saona
Si esta mentalidad patriótica tuvieran los políticos por nuestro Perú, muchas cosas cambiarían...¡Gloria a la dotación del Huáscar!
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