Emilio Ferreira A. |
Antofagasta, febrero 25 de 1880
Yo i la tropa, estábamos resguardados por una muralla de un poco más de metro de altura. El motivo porque eché pie a tierra fué porque solo tenía 52 tiros por plaza, la jente mui recluta para apuntar, i a caballo no habría podido hacer el menor daño a una masa de más de 160 hombres, que era la que me atacó. Los caballos los tenía a un metro a la espalda, maneados i tomados del ronzal, en un bajo en que estaban resguardados de los fuegos enemigos.
A los primeros tiros se espanto toda ella, sin poder sostener ninguno, sin embargo que a más de la seguridad dicha, habían colocado a la espalda de ellos varios paisanos que me acompañaban, incluso el subdelegado. En esta situación, i comprendiendo que las municiones tenían que concluírseme, destaqué soldados con el fin de que a toda costa procuraran reunirme los caballos, lo que les fué imposible.
El reducido número de mi tropa, me dejaba siempre a descubierto del enemigo, por lo que luego me ví flanqueado por él, viéndome en la precisión de abandonar mi posición i retirarme a un cerrito, como a 200 metros a mi retaguardia. Al desprenderme de la muralla me dí un golpe, rompiéndome la mano derecha i sufriendo de la rodilla del mismo lado.
Por esta circunstancia mi tropa se adelantó como unos 12 a 15 metros, la que marchaba en dispersión, pero organizada al llegar al cerro referido, ordené desde retaguardia de ella, que hicieran alto i replegarse al cerro, desde donde continuamos el fuego. En este punto solo tenía diez hombres; mis municiones ya iban concluyéndoseme, pues un cabo i un soldado me habían manifestado no tener. El que suscribe tenía la mano derecha sin poderme servir de ella, i en situación de entregarme por precisión al enemigo, pues por el golpe recibido la pierna de ese lado apenas podía moverla.
Viéndome, en tal apuro i sin municiones, ordené a mi tropa procurara salvarse en las quebradas inmediatas (unos despeñaderos), debiendo yo mi salvación a que en ese momento llegara un arjentino de apellido Córdova a ofrecerme un caballo que traía de tiro, viéndome en la necesidad para servirme de él, de que me ayudaran a montar, pues no lo podía hacer a causa de lo ya referido.
Con motivo de lo poco sostenido de mis fuegos, el enemigo se me vino encima, i llega a estar poco más de 30 metros. En mi retirada del campo fuí perseguido como una legua, pudiendo a causa de esto ocultarse ocho hombres de los míos, los que según se ha sabido salieron al día siguiente al pueblo, pidiendo refujio en casa del argentino Sánchez, que era juez de subdelegación nombrado por Chile, quien después de hacerlos se desarmaran, mandó avisar al enemigo, que se había retirado como 4 leguas al sur del pueblo, siendo tomados prisioneros. Yo pude salvarme con dos soldados de los que había mandado a pillar los caballos, í el corneta, que fue lanzado a la calle de la casa donde lo tenía medicinándose enfermo de viruelas.
E. Ferreira
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Imagen Emilio Ferreira junto a su esposa y su hija Emilia. Tomado del libro Retratos: los héroes olvidados de la Guerra del Pacífico, de M. Pelayo, Christian Arce y E. Gardella
Saludos
Jonatan Saona
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