Las conflagraciones bélicas hacen jirones el alma de los pueblos que las padecen. Empero son aquellas personas excepcionales, héroes y heroínas, quienes convierten la miseria de la guerra en el escaparate de la nobleza de espíritu, el temple del carácter y el ejemplo del sacrificio, Ignacia Zeballos Taborga fue una de ellas.
Nacida el 27 de junio de 1831 en la “Enconada”, hoy Municipio de Warnes del departamento de Santa Cruz. Fue hija de don Pedro Zeballos y doña Antonia Taborga, teniendo dos hermanos Daniel y Matilde. Contrajo nupcias dos veces, enviudando en casos, muy prematuramente.
Se conoce que debido a estas tragedias personales, Ignacia Zeballos, se trasladó a la ciudad de La Paz, donde bajo el oficio de costurera logró subsistir. Empero su carácter vivaz y dinámico, animado por su gran sentimiento patriótico, la llevó a participar en actos revolucionarios, tales como la quema del Palacio de Gobierno, en el intento revolucionario fallido para derrocar al Presidente Tomás Frías en 1876. Evento luego del cual decidió retornar a su tierra natal.
Fue en Santa Cruz donde ella tuvo conocimiento de la comunicación del Ministerio de Gobierno fechada el 3 de marzo de 1879 con carácter de “urgente”, nota que instruía el acopio de armamentos y municiones para la defensa de la Nación que había sido invadida por el ejército chileno el 14 de febrero de 1879. Comunicado que dadas la condiciones de acceso al oriente boliviano llegó a la Prefectura de Santa Cruz el 28 del mismo mes.
Aunque este llamado eximia a los residentes de Santa Cruz y Beni de enlistarse, por motivos de distancia y escasez de recursos. Ignacia inflamada de un espíritu patriótico se movilizó adhiriéndose al “Escuadrón Velasco” o “Rifleros del Oriente”, marchando a lomo de caballo hasta la ciudad de La Paz.
En esta ciudad, vestida con el uniforme militar de su difunto esposo el Teniente Blanco se enlistó en las filas del Batallón “Colorados”, con quienes partió rumbo a Tacna, bajo el asombro y el aplauso de los vecinos de la ciudad de La Paz.
Al llegar a Tacna, se incorporó como enfermera de la “Cruz Roja”, en ese entonces conocida como “Ambulancia”, ostentando por primera vez en nuestro país el símbolo oficial de esta organización internacional. El médico Zenón Dalence Jefe de la “Ambulancia Boliviana”, al describir sus impresiones sobre esta heroína durante y luego de la batalla señalaba que ella participó muy activamente en la excursiones de las tropas de Bolivia y Perú a Ite y Moquegua. Montada en su mula colaboró activamente cargando a los niños de las “Rabonas” (esposas o madres de los soldados que los acompañaban para proveerles comida y ropa limpia) y los rifles de los soldados.
Durante las batallas Doña Ignacia, socorrió y curó a los soldados heridos, evitando de esta manera que sean objeto del “Repaso” o “Degüello” (acción de los soldados chilenos consistente en deambular por el campo de batalla luego del enfrentamiento buscando a los heridos para rematarlos brutalmente, conforme lo confirma el historiador chileno Vicuña Mackena).
Ciertamente el combate del 26 de mayo de 1880, fue el que más desgarro el alma de doña Ignacia, como se desprende de su relato personal:
“Al día siguiente me dirigí al lugar donde fue la batalla, llevando carne, pan y 4 cargas de agua, acompañada de dos sanitarios; al pasar por ese lugar y al ver mortandad tan inmensa se partió mi corazón y lloró sangre…el cuadro no sólo era de mortandad, tenía un elemento vivo , pero mucho más triste que la figura de los muertos; mujeres vestidas con mantas y polleras descoloridas, algunas cargando una criatura en la espalda o llevando un niño de la mano, circulaban entre los cadáveres; encorvadas buscando al esposo, al amante y quizás al hijo, que no volvió a Tacna. Guiadas por el color de las chaquetas, daban vueltas a los restos humanos y cuando reconocían al que buscaban, caían de rodillas a su lado, abatidas por el dolor al comprobar que el ser querido al que habían seguido a través de de tantas vicisitudes, tanto esfuerzo y sacrificio, había terminado su vida allí, en una pampa maldita, de una manera tan cruel, desfigurado por el proyectil polvoriento y ensangrentado, convertido en un miserable pingajo de carne pálida y fría que comenzaba a descomponerse bajo un sol sin piedad y un cielo inmisericorde, ¡Oh Rabona boliviana, tan heroica como los guerreros yacentes!, la más anónima de los héroes anónimas”
Finalizada la conflagración bélica, la Convención Nacional de 1880 informada de las labores heroicas y humanitarias de esta noble mujer cruceña, la declaró “Heroína Benemérita de la Patria”, confiriéndole el título de “Coronela de Sanidad”, otorgándole una medalla de oro y asignándole una pensión vitalicia de 40 pesos mensuales.
El 5 de septiembre de 1904, a los 73 años de edad la Coronela Zeballos falleció en la ciudad de la Paz, realizándose exequias fúnebres solemnes bajo el auspicio de la Honorable Alcaldía Municipal de La Paz y con todos los honores militares del Ejército de Bolivia por su importante rango, habiendo sido enterrada en el Panteón de los Nobles de La Paz.
Los reconocimientos póstumos que recibió esta patriota son también importantes; así tenemos que mediante D.S. 1232 de 17 de junio de 1948, el Presidente Enrique Hertzog decretó que La Escuela Nacional de Enfermeras de La Paz se denominaría “Ignacia Zeballos”. Finalmente, desde el 27 de mayo de 1982 los restos de nuestra Benemérita descansan en una urna colocada al pie de su monumento erigido en su tierra natal Warnes, que se halla en la rotonda norte de la carretera a Montero. Acto de traslado en cuya ocasión las Fuerzas Armadas de Bolivia la declararon “MADRE DEL SOLDADO BOLIVIANO”.
La historia de Ignacia Zeballos nos muestra la faceta más humana en la crónica de la Invasión chilena a Bolivia de 1879, debido a que su vida amalgamó roles tan esenciales y atípicos en un conflicto bélico tales como: patriota, amiga y auxiliadora. Acciones heroicas que adicionalmente nos permiten rescatar del anonimato a esas “rabonas” o heroínas desconocidas de la guerra del Pacífico.
(Fuentes: Comité Cívico Pro-Mar Boliviano de Santa Cruz de la Sierra, Sociedad de Estudios Geográficos e Históricos de Santa Cruz y Cruz Roja Boliviana)
Artículo escrito por Franz J. Zubieta Mariscal
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Para agregar sobre los orígenes de la Cruz Roja en Bolivia
Septiembre de 1863, es la fecha en la que se establecen las bases fundamentales de la Cruz Roja.
Mediante gestiones del Ministro Plenipotenciario de Bolivia en España, Dr. Tomás Frías se adhiere Bolivia a este movimiento el 16 de octubre de 1879, durante la Guerra del Pacífico. Se creó entonces cuerpos de ambulancias, ajustándose a la situación de la campaña y a las prescripciones de la Convención Internacional. Se dio el nombre de Servicio de Ambulancias Militares de la Cruz Roja, estableciéndose de esta manera la existencia, el origen del movimiento de la Cruz Roja Boliviana.
Cabe destacar la asistencia humanitaria de la Cruz Roja durante la Guerra, caracterizada en la ayuda abnegada de la enfermera Doña Ignacia Zeballos, referidas a la batalla del Campo de la Alianza. Para que prestara servicio en las ambulancias peruanas se le ordenó pedir autorización y el Jefe de Estado Mayor Boliviano Gral. Castro Arteaga le entregó la insignia de la Cruz Roja, con un brazalete blanco, con una Cruz Roja. Con este distintivo se desplazó la valiente enfermera en el campo de batalla para la atención de heridos, primando su condición de servicio.
En esta misma contienda, con espíritu temerario, grupos de enfermeras, ayudantes y auxiliares encabezadas por Doña Andrea de Bilbao Rioja, cumplieron el deber de socorro y auxilio a miles de soldados heridos y enfermos poniendo en práctica los postulados de la Cruz Roja.
El 30 de agosto de 1880, una Convención Parlamentaria Nacional en Bolivia, sancionó la Primera Ley que aprueba la declaratoria de adhesión a los Convenios de Ginebra y el 1º de septiembre de 1880, el Presidente de la República, Gral. Narciso Campero, promulga la Ley respectiva.
Saludos
Jonatan Saona
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