Les comparto la última entrevista concedida por el anciano Mariscal don Andrés A. Cáceres al diario "La Crónica" de Lima, publicada el 27 de noviembre de 1921,
CÁCERES EN EL GLORIOSO DÍA DEL EJÉRCITO NACIONAL
Cuarentidós aniversario de la Victoria de Tarapacá
Entrevista al Mariscal Cáceres, publicada en el diario "La Crónica"
Lima, 27 de noviembre de 1921
La patria celebra hoy, estremecida de júbilo, la gloriosa efemérides de la batalla de Tarapacá, página honrosa de nuestra historia y blasón de orgullo para el Ejército Nacional.
Todos los peruanos evocamos, con los ojos, el alma, la epopeya singular en que un puñado de bravos, sublimados por el sacrificio y exaltados por el infortunio, en vigoroso empuje, destrozaron a las poderosas y engreídas huestes chilenas, poniéndolas en vergonzosa fuga.
Si desgraciadamente fue infecunda esta victoria, por la impotencia de nuestro Ejército para perseguir, desprovisto como estaba de caballería, a los derrotados enemigos, debemos guardar, empero, eterno culto a ese puñado de bravos que, lejos de abatirse ante la fatiga, el hambre y la desnudez a que quedaron reducidos, después del desastre de San Francisco, reconcentraron todas las potencias de su alma y todas las fuerzas de su organismo en un supremo ímpetu de coraje para cubrirse de gloria y dar a la América una lección única de heroismo y de energía.
Al rememorar, nosotros, esta hazaña imperecedera, saludamos llenos de patriótico orgullo a los beneméritos sobrevivientes de ella.
En el pintoreso barrio del Leuro en Miraflores, al amor de la soledad y la paz campesinas, vive, entregado a sus recuerdos y mimado por el cariño de los suyos, el viejo Mariscal del Perú.
Hasta su poético retiro, va a buscarle el insaciable reclamo de nuestra curiosidad periodística y el homenaje rendido de nuestro orgullo patriótico y encontrando la acogida cordial de su vejez gloriosa.
Lo hallamos en su escritorio, acomodado en un sillón de cuero, abrigadas las débies piernas por gruesas mantas de color oscuro. Visto correcto de jaquet gris y cubre la nieve de sus canas, con una gorra del mismo color. Decoran las paredes del aposento finas estampas que reproducen escenas guerreras.
De un gran cuadro al oleo, que se alza sobre el escritorio, se destaca la fina y bella efigie de la hija del mariscal, cuya fresca y alegre juventud fue tronchada por la muerte. Frente al retrato del héroe de La Breña, luciendo sobre su pecho las medallas ganadas a fuerza de bravura y de audacia, y sobre el rostro, la condecoración eterna de su gloriosa cicatriz.
Mariscal, en el aniversario de la victoria de Tarapacá, demandamos de usted, el relato vívido de esa gloriosa acción.
Se anima el rostro venerable del anciano guerrero. Un relámpago encandila sus pupilas y alisándose, nerviosamente, las albas barbas puntiagudas, nos dice:
"Recuerdo la batalla, con absoluta precisión, y voy a relatársela, como si acabara de realizarse".
Y empieza el relato con voz emocionada:
"Me encontraba yo, con mi división, en una de las calles de Tarapacá, tomado un rancho frugal, antes de emprender, con todo el Ejército y como lo habían hecho ya las tropas del general Dávila, la retirada hacia Arica, después del desastre de San Francisco, cuando mi ayudante que había distinguido al enemigo en la cresta de los cerros situados al Oeste de la ciudad, llegó corriendo a avisármelo. Al recibir esta inesperada noticia, estaba comiendo. Solté la pequeña cacerola que contenía mi ración, y procediendo con impetuosa actividad, ordené a mi división que se lanzara con la bayoneta calada, cerro arriba, para desalojar al enemigo.
"Procedí rápidamente a dividir mis tropas en tres columnas: la primera y la segunda compañías formaban la de la derecha, que puse al mando del comandante Zubiaga, valiente y experto jefe; la del centro la constituyeron la quinta y sexta compañías, mandadas por el mayor Pardo Figueroa, distinguido jefe, también, y la de la izquierda quedó formada por la tercera y cuarta compañías que confié al mayor Arguedas".
"Advertí a mis tropas que evitaran hacer fuego, mientras no hubieran alcanzado la cumbre, para economizar las municiones, que, por desgracia, eran muy escasas. Al coronel Recavarren, Jefe de Estado Mayor, le envié en comisión donde el coronel Manuel Suárez, que tenía el mando del batallón 'Dos de Mayo', para que hiciera, con sus fuerzas, igual distribución a las del 'Zepita', y se colocara a mi izquierda.
"A poco, ya cuando mis bravos soldados se habían lanzado al combate, llenos de entusiasmo y de ardor bélico, el coronel Belisario Suárez toma sus disposiciones y los coroneles Bolognesi, Ríos y Castañón, se sitúan en sus respectivos emplazamientos.
"El Zepita escala el cerro por el lado Oeste, con empuje irresistible desafiando los tiros que el enemigo descarga sin descanso sobre ellos. Se despliegan en guerrilla y sin detenerse, disparan incesantemente, a ciento cincuenta metros del enemigo, que cede al empuje de los nuestros. La columna Zubiaga, se lanza a la bayoneta sobre la artillería chilena y, audazmente, se apodera de cuatro cañones. Las columnas de Pardo Figueroa y de Arguedas, despedazan, entre tanto, a la infantería enemiga.
Perdón, mariscal, en ese asalto, ¿qué acción notable de arrojo, de sus soldados, recuerda usted?
"No puedo olvidarme del heroísmo del Alférez Ureta, de la compañía primera de la columna derecha, que inflamado por un ardiente entusiasmo patriótico y un coraje a toda prueba, se montó sobre un cañón chileno, lanzando estruendosos vivas a la patria. Tampoco me olvidaré nunca de un acto meritísimo del comandante José María Meléndez, veterano de la 'Columna Naval', uno de los primeros en unírseme en el asalto al enemigo.
"Cuando derrotados los chilenos y cansados nosotros de perseguirlos infructuosamente, por falta de caballería; desfallecíamos de sed y de hambre, al extremo de que me ví obligado a humedecer los labios de algunos de mis soldados con pequeñas rodajas de un limón, que por fortuna llevaba en uno de mis bolsillos de mi casaca; el comandante Meléndez se presentó de repente y sin que yo pudiera explicarme su procedencia, cargando un barril de agua que aplacó la sed de esos valientes. Y como éste, tantos otros episodios de coraje y de entusiasmo!"
Y destrozada la infantería y despojados los chilenos de su artillería, que pasó?
"El enemigo así castigado en ese primer combate por los nuestros, huyó a la desbandada, pampa abajo, perseguido de cerca por los nuestros y acampó a una legua de distancia. Entretanto, mi caballo había sido herido de un balazo y hube de detenerme, a mitad de jornada. Un oficial que había encontrado una mula de un regimiento chileno, me la trajo y montado en ella, pude seguir la persecución. Después de tres horas de refriega, tuvimos que contramarchar hasta el sitio donde había tenido lugar el primer ataque, porque mis tropas estaban rendidas por la fatiga de la acción".
"El coronel Suárez, a quien pedí refuerzos me trajo luego la división Ríos. El General en Jefe, Buendía, me dio su enhorabuena por el éxito alcanzado por mi división. Pero en medio de la alegría del triunfo, hube deplorar profundamente la muerte de mis mejores tenientes: Zubiaga, Pardo Figueroa, mi propio hermano Juan….también rindieron la vida en el primer encuentro".
"El coronel Suárez, a quien pedí refuerzos me trajo luego la división Ríos. El General en Jefe, Buendía, me dio su enhorabuena por el éxito alcanzado por mi división. Pero en medio de la alegría del triunfo, hube deplorar profundamente la muerte de mis mejores tenientes: Zubiaga, Pardo Figueroa, mi propio hermano Juan….también rindieron la vida en el primer encuentro".
Y el segundo encuentro?
"Reforzada mi división con el batallón Iquique que mandaba el inmortal Alfonso Ugarte, la Columna Naval de Meléndez, un piquete del batallón Gendarmes que mandaba Morey, una compañía del batallón Ayacucho con Somocurcio a la cabeza, una hora después se reanudaba la lucha en plena pampa hacia el SO de Tarapacá.
"Primero se realiza un vivo combate de fusilería sostenido por ambas partes, con empeño. El enemigo es arrollado cinco veces, rehaciéndose, luego otras tantas. Entonces envolviendo el ala y el flanco izquierdo chileno que manda Arteaga, con mis tropas lo obligué a retirarse hacia el sur. El batallón Iquique llega a tiempo para rechazar a los granaderos chilenos que habían sorprendido al Loa y al Navales.
"Arteaga trata de rehacerse en vano y nosotros cargamos otra vez con irresistible denuedo. En momentos que la victoria se decidía ya por nuestras armas, llegó Dávila con su división al trote y muy cerca del flanco chileno, aún jadeantes, le hace repetidas descargas de fusilería. Entonces yo aproveché para dar el definitivo ataque por el centro, que decidió la derrota de los chilenos que abandonaron el campo, dejando tras de sí sus últimas piezas de artillería Krupp, entonces la más moderna del mundo. Fue en ese momento –prosigue entusiasmado el Mariscal- cuando llamé al Capitán Carrera y, entregándole uno de esto cañones, le dije: "artillero sin cañones, ahí tiene Ud. una pieza para actuar". Y a fé mía que supo hacerlo, agrega el mariscal, disparando sobre la retaguardia enemiga que huía.
"Eran las cinco de la tarde.
"La batalla había terminado después de nueve horas de reñida lucha. Sobre el campo quedaron muchísimos de mis bravos soldados junto con centenares de enemigos.
"La batalla había terminado después de nueve horas de reñida lucha. Sobre el campo quedaron muchísimos de mis bravos soldados junto con centenares de enemigos.
"Pero, le he relatado solamente la parte que me tocó desempeñar a mi, en la altura. Sin embargo Uds. deben saber que en la quebrada, Bolognesi, Castañón, Dávila, Herrera y Bedoya cumplieron denodadamente con su deber. Fue un soldado de Bolognesi, Mariano Santos, quien se apoderó de un estandarte chileno. El enemigo es arrojado por esa parte hasta Huarasiña, después de vigorosos encuentros y ahí se reúne con los restos de la división Arteaga, que nosotros habíamos arrollado.
"Al mismo tiempo,-añade el mariscal- todo nuestro ejército se concentra, y reunidas todas las fuerzas perseguimos a los chilenos hasta más allá del cerro de Minta. Ya les he dicho que fue imposible barrerlos, como hubiéramos querido, porque la fatalidad que siempre nos acompañó en la guerra, quiso que no tuviéramos caballería. Y así, la victoria fue infructuosa, pues después de ella faltos de víveres y de refuerzos, hubimos de continuar nuestra retirada a Arica.
Mariscal ¿Cómo fue la batalla de San Francisco?
El mariscal arruga el ceño, y con voz grave y amarga dice:
"Aquello mejor es que no lo relate, Es demasiado doloroso¡"
Y tras breve instante de meditación silenciosa, preguntamos al Héroe de la Breña
Y tras breve instante de meditación silenciosa, preguntamos al Héroe de la Breña
Mariscal ¿Cuál fue la causa decisiva de la perdida de la guerra?
"Sin disputa, la falta de organización militar, de cohesión, de armonía política. Había patriotismo, había entusiasmo guerrero, había valor y virtudes militares en nuestros soldados y en nuestros oficiales , pero también hubo mucha traición en los sectores pudientes.
¿Y, en nuestros generales, Mariscal?
"Hubo demasiados generales, cuyos conocimientos y aptitudes no pudieron destacarse en la contienda, por falta de disposición de un comando totalmente politizado.
¿Pero, usted cree, que, sin esos defectos y deficiencias, hubiésemos podido ganar la guerra?
"Con toda la superioridad numérica del ejército chileno, creo, firmemente que sí. La desunión, el desatino, la ambición política, nos perdieron.
Mariscal ¿Cuándo comenzó su carrera?
En 1854, acababa de estallar la revolución de los liberales contra Echenique, provocada por los escándalos de la Consolidación, y de todos los ámbitos del país, se sumaban las adhesiones. En Ayacucho, mi tierra natal, don Angel Cavero, uno de los vecinos más prestigiosos del lugar, encabezó el movimiento rodeado de simpatía popular. Muchos jóvenes nos presentamos voluntarios a filas. Yo contaba 18 años, y era de los más decididos y entusiastas. Nos apoderamos del cuartel, dominando a los gendarmes. A poco, el capitán Zambran sorprendiendo la buena fe del jefe ocupante, recuperó el cuartel, que nuevamente tomamos en la noche. Se llamó al general Fermín del Castillo que estaba en Ica y días después llegó, haciéndose cargo de las defensas improvisadas.
Recuerdo que el General, a quien sin duda caí en gracia, por mi apostura y arrogancia juvenil, me llamó una tarde a su despacho y me dijo: “¿Quieres seguir la carrera?» “Sí, señor», le contesté con aplomo. «Es mi mayor deseo”. Entonces, me respondió, palmeándome la espalda, «tú, serás un buen militar».
Recuerdo que el General, a quien sin duda caí en gracia, por mi apostura y arrogancia juvenil, me llamó una tarde a su despacho y me dijo: “¿Quieres seguir la carrera?» “Sí, señor», le contesté con aplomo. «Es mi mayor deseo”. Entonces, me respondió, palmeándome la espalda, «tú, serás un buen militar».
¡Admirable previsión, mariscal!
"Siempre me distinguió el general Castillo. Era a la par que gran Jefe, excelente amigo
¿Y el mariscal Castilla, cómo le trató a Ud.?
"Siempre me distinguió el general Castillo. Era a la par que gran Jefe, excelente amigo
¿Y el mariscal Castilla, cómo le trató a Ud.?
"El Mariscal Castilla, que me conoció desde la batalla de La Palma, en donde peleé con alguna distinción, me dispensó su simpatía y su apoyo. Tanto, que varias veces soportó mis engreimientos. Y eso que una vez me le sublevé.
¿Le hizo la “revolución” Mariscal?
"¡Qué había de hacérsela! He querido decir que tuve un rapto de altivez con él. Fue cuando el mariscal quiso formar el batallón «Marina». Llamó a palacio a los oficiales escogidos de los distintos regimientos. Yo fui destacado del Ayacucho. Ya me había conocido en La Palma y después en la campaña de Arequipa contra Vivanco.
¿Usted fue antivivanquista entonces?
"Nunca me gustó Vivanco, no solamente porque no simpatizaba con sus ideas políticas, con sus rarezas y caprichos, sino porque tenía razones muy personales para andar distanciado de él. Mi padre Domingo Cáceres defendió el puente de Pampas, impidiendo el acceso de Vivanco, y éste, en represalia, incendió y destrozó su hacienda llamada "Huayno". Calcule usted si le tendría motivos para no querer bien a este caudillo!
Quedamos Mariscal, en que fue usted a palacio, entre los oficiales llamados por Castilla
"Es verdad, prosigo. Pues bien, Castilla revistó uno a uno a todos los oficiales congregados en uno de los salones de Palacio, y al llegar a mi, se detuvo mirándome con insitencia y me dijo: «¿Cómo se Ilama Ud. capitán?» Me impresionó desfavorablemente el olvido que el mariscal había hecho de mi nombre, y le contesté:
«Soy, excelentísimo señor, el hijo de don Domingo Cáceres, cuya hacienda fue destruida por el general Vivanco, por haber sido leal a Ud. Estuve en la batalla de Arequipa, donde fui herido casi perdiendo un ojo; me llamo Andrés Avelino Cáceres”.
“Hola, hola», replicó el mariscal: «con que Ud. es el capitán Cáceres, hijo de mi amigo don Domingo. Bueno, bueno, Ud. se queda en su cuerpo».
Y me quedé en mi batallón Ayacucho, en el cual me había iniciado y en el cual continué hasta que fui a Francia, como agregado a la Legación.
¿Usted fue antivivanquista entonces?
"Nunca me gustó Vivanco, no solamente porque no simpatizaba con sus ideas políticas, con sus rarezas y caprichos, sino porque tenía razones muy personales para andar distanciado de él. Mi padre Domingo Cáceres defendió el puente de Pampas, impidiendo el acceso de Vivanco, y éste, en represalia, incendió y destrozó su hacienda llamada "Huayno". Calcule usted si le tendría motivos para no querer bien a este caudillo!
Quedamos Mariscal, en que fue usted a palacio, entre los oficiales llamados por Castilla
"Es verdad, prosigo. Pues bien, Castilla revistó uno a uno a todos los oficiales congregados en uno de los salones de Palacio, y al llegar a mi, se detuvo mirándome con insitencia y me dijo: «¿Cómo se Ilama Ud. capitán?» Me impresionó desfavorablemente el olvido que el mariscal había hecho de mi nombre, y le contesté:
«Soy, excelentísimo señor, el hijo de don Domingo Cáceres, cuya hacienda fue destruida por el general Vivanco, por haber sido leal a Ud. Estuve en la batalla de Arequipa, donde fui herido casi perdiendo un ojo; me llamo Andrés Avelino Cáceres”.
“Hola, hola», replicó el mariscal: «con que Ud. es el capitán Cáceres, hijo de mi amigo don Domingo. Bueno, bueno, Ud. se queda en su cuerpo».
Y me quedé en mi batallón Ayacucho, en el cual me había iniciado y en el cual continué hasta que fui a Francia, como agregado a la Legación.
La herida en la cara, mariscal ¿En qué batalla fue hecha?…
"Esta “herida” -dice el mariscal llevándose la diestra al rostro- la recibí durante la toma de Arequipa, en 1856. Ahí me tocó como simple teniente, con mando de compañía, una actuación distinguida. El mariscal Castilla que había acampado en las afueras de la ciudad, llevó a cabo, por varias noches, simulacros de ataque, que tenían al enemigo en constante sobresalto. La noche que decidió darlo de cierto, me ordenó que avanzara con mi compañía y me apoderara de la 1ra. trinchera enemiga. Sin vacilar, ejecuté esa orden y sorprendiendo a los ocupantes, logré capturar la trinchera, regresando a dar parte al mariscal de mi cometido.
"Entonces, Castilla me mandó: «siga Ud. avanzando sobre la ciudad, tomando las alturas hasta los conventos de San Pedro y Santa Rosa».
"Y, aunque pensaba que era una crueldad enviarme así al sacrificio, no titubeé, y deslizándome sobre los techos, fui avanzando de cara al peligro hasta el primero de los conventos citados. No sé cómo logré saltar los innumerables obstáculos que encontré al paso y de repente me hallé dentro de la primera bóveda del convento de Santa Rosa. Por el camino había perdido a muchos soldados, muertos por descargas vivanquistas. Desde la torre de Santa Rosa, el fuego que se hacía sobre mí era incesante y certero. Pero, los dos cuerpos que formaban la 1ra. división de Castilla, el Ayacucho y el Punyán, habían desembocado por dos calles paralelas al convento y así cayeron sobre él, obligando a los ocupantes de la torre a abandonarla. Yo subí, con los míos, hasta la torre y ahí tuve que soportar el fuego desde la torre fronteriza de Santa Marta. Mientras tanto, sin que yo me hubiera dado cuenta de ello, Castilla había penetrado al convento por otro lado y se encontraba alojado en la parte baja. El Crl. Beingolea, subió a la torre, creyéndola vacía y se dio de manos a boca, conmigo y mis soldados. Calcule Ud. la sorpresa de ambos, a punto de acribillarnos mutuamente. «Acabamos de tomar el convento», me dijo; «Mi coronel: ya la había tomado yo», contesté. Y le conté cómo había llegado a la torre. Me abrazó y me anunció que haría conocer a Castilla esa hazaña. «Está ahí abajo, con todo el Ejército», y se fue.
"Yo continué haciendo frente al fuego de los de Santa Marta, y mostrando a mis soldados el blanco hacia el que debían disparar, un balazo me derribó cegándome. Me recogieron mis soldados y envolviéndome en una manta me bajaron al refectorio del convento, en donde el sargento Delgado y el cabo Camacho, me atendieron. Estuve largo rato privado del conocimiento. Cuando lo recobré hallé a mi lado al capitán Norris, uno de mis mejores compañeros, que me preguntaba qué deseaba. «Un poco de agua, me muero de sed», le contesté.
"Al poco rato regresó Norris con un plato de mermelada y una garrafa de agua. "El dulce no me era necesario, ni podría ingerirlo", le dije. "Tengo las mandíbulas apretadas. Apenas una pequeña ranura dejaba pasar el agua". Bebí, desesperado, parte del contenido de la garrafa y el resto hice que me lo vaciaran en la cara, para lavarme la herida. Estaba monstruoso, con la cara hinchada.
"Al poco rato regresó Norris con un plato de mermelada y una garrafa de agua. "El dulce no me era necesario, ni podría ingerirlo", le dije. "Tengo las mandíbulas apretadas. Apenas una pequeña ranura dejaba pasar el agua". Bebí, desesperado, parte del contenido de la garrafa y el resto hice que me lo vaciaran en la cara, para lavarme la herida. Estaba monstruoso, con la cara hinchada.
"El médico dijo a mis compañeros que la herida era mortal. Pero el cirujano doctor Padilla, me dio esperanzas. Me trasladaron a casa de una Sra. Berrnúdez, porque el tifus se desarrolló entre los heridos en el convento. Ahí me curó el Dr. Padilla, después de no pocos esfuerzos, extrayéndome la bala.
¿Y cómo fue su convalecencia?
Recuerdo que las madres del convento que me habían tomado afecto, me enviaban allá, a pesar de las protestas de la señora Bermúdez, la dieta. ¡Qué tortas! ¡qué dulces! ¡Le aseguro que no los he vuelto a tomar más deliciosos en mi vida!.Y aquí viene lo curioso -agrega el Mariscal riendo-: Una vez convaleciente, iba a almorzar al convento y la madre superiora, muy seria, me habló un día de esta suerte: «Teniente, usted ha renacido en este convento, verdad?”, "Sin disputa, reverenda madre ‐le contesté‐, aquí me recogieron casi muerto y aquí me comenzaron a curar; y durante mi convalecencia, a usted debo cuidados especiales que no sabré cómo agradecer”. «¿Y por que no deja Ud. la carrera y se hace fraile»? Casi me caigo de espaldas de la impresión que me hizo esta sorpresiva propuesta de la buena religiosa. Tuve que contener la risa: «¡Yo fraile, rnadre! No soy digno de vestir los sagrados hábitos…”. “Pero lo haríamos capellán de este convento y ya vería usted lo bien que lo iba usted a pasar aquí...”.
Hube de apelar a todos mis recursos oratorios para hacer desistir a la madre de semejante idea. La pobre sufrió un desencanto. ¡Ya me veía con cabeza rapada, capuchón y sotana!
Mariscal, ¿cuál ha sido la época más feliz de su vida?
Los mejores días de mi vida, durante mi juventud, por supuesto fueron los pasados en Arica, cuando estuvimos de guarnición, antes de la toma de Arequipa. Tuve gran partido entre las muchachas y me divertí mucho!, dice el viejo soldado, con la cara iluminada por el resplandor de los alegres recuerdos.
¿Mariscal, y el recuerdo más satisfactorio de su vida militar?
La campaña de La Breña, es, la página más honrosa de mi vida militar. No vacilo en proclamarlo yo mismo. Me enorgullezco de ella. Tengo muy presentes y me acompañarán hasta la tumba, todos los entusiasmos, todas las satisfacciones, todas las decepciones, y amarguras también, que experimenté durante esos tres años de constante batallar. Todos los que se agruparon a mi, para continuar la campaña y arrojar al odiado enemigo del país, aún después de los desastres de San Juan y Miraflores y la toma de Lima, rehuyeron ayudarme….Ambiciones, rencillas, pequeñas pasiones,todo se coaligó contra mi, que defendía la patria, cuando todos la dejaban abandonada al infortunio, el recuerdo de mis soldados y guerrilleros, el pueblo en armas, marchando entre punas y quebradas, airosos y bravíos, ellos fueron los grandes héroes anónimos que algún día la historia reivindicará.
Y bien Mariscal ¿Cierto que el ex- Kaiser, reconoció en Ud. al vencedor de Tarapacá?
Absolutamente cierto. Fui a la audiencia que pedía en mi carácter de ministro del Perú, acompañado por el doctor José Pardo y el Káiser, que antes no me había visto, avanzó hasta los dos y alargándome la mano, me dijo:
“Tengo el gusto de estrechar la mano al vencedor de Tarapacá, esa gran batalla ganada después del desastre de San Francisco”.
Y saludando, luego a mi acompañante: "Salud, doctor..." Al salir, el doctor Pardo me dijo, "Y cómo ha distinguido entre los dos al militar?" "Pues por la facha" le respondí...
El Rey de España, cuando me conoció, me dijo: “Se conoce que Ud. ha combatido siempre de frente, general”. Aludía a la cicatriz que llevó en el rostro. Y el de Italia: “Celebro mucho conocer al general que tantas glorias ha dado a su país...” ¡Qué bondadoso, el rey, verdad!, termina el Mariscal
El venerable anciano se siente fatigado, por la larga y animada charla. Pide un vaso de cerveza "para refrescarse la garganta". Escribe luego, el valioso autógrafo que ofrecemos, en el que envía su afectuoso saludo al Ejército Nacional y a sus compañeros sobrevivientes de Tarapacá. Inclinándonos, reverentes, ante la blancura de sus canas y ante el resplandor de sus glorias, nos despedimos.
En la antesala, rendimos homenaje, a la gentileza y la hermosura de la señora Aurora Cáceres, la inteligente y culta Evangelina, deliciosa escritora que hace honor a su apellido.
R.V.G
“Tengo el gusto de estrechar la mano al vencedor de Tarapacá, esa gran batalla ganada después del desastre de San Francisco”.
Y saludando, luego a mi acompañante: "Salud, doctor..." Al salir, el doctor Pardo me dijo, "Y cómo ha distinguido entre los dos al militar?" "Pues por la facha" le respondí...
El Rey de España, cuando me conoció, me dijo: “Se conoce que Ud. ha combatido siempre de frente, general”. Aludía a la cicatriz que llevó en el rostro. Y el de Italia: “Celebro mucho conocer al general que tantas glorias ha dado a su país...” ¡Qué bondadoso, el rey, verdad!, termina el Mariscal
El venerable anciano se siente fatigado, por la larga y animada charla. Pide un vaso de cerveza "para refrescarse la garganta". Escribe luego, el valioso autógrafo que ofrecemos, en el que envía su afectuoso saludo al Ejército Nacional y a sus compañeros sobrevivientes de Tarapacá. Inclinándonos, reverentes, ante la blancura de sus canas y ante el resplandor de sus glorias, nos despedimos.
En la antesala, rendimos homenaje, a la gentileza y la hermosura de la señora Aurora Cáceres, la inteligente y culta Evangelina, deliciosa escritora que hace honor a su apellido.
R.V.G
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Imagen una de las últimas fotografias de Andres Cáceres, aparece retratado junto al entonces presidente Augusto B. Leguía
Saludos
Jonatan Saona
expectacular eslasintesisde la gloria del peru ewn la guerradel 79 una verdadera leyenda
ResponderBorraradmirable lo dicho por el Mariscal en esa entrevista......Cáceres vivirá siempre muy admirado en el imaginario popular, siempre será recordado por no haber cedido al facilismo de la traición y el desánimo....
ResponderBorrarque bonito...: "...el recuerdo de mis soldados y guerrilleros, el pueblo en armas, marchando entre punas y quebradas, airosos y bravíos..." ....y fue cierto, mientras las clases pudientes traicionaban al Perú e incluso combatían a Cáceres (Duarte, Vento, Iglesias...), el hombre sencillo o campesino milenario peleaba en los pueblos y campos contra los soldados chilenos aún cuando solo tenían rejones, piedras y los muros de sus pueblos para salvarse del fuego enemigo....
ResponderBorrar¡¡¡Cáceres es Inmortal!!!!
ResponderBorrarCual fue la causa decisiva de la perdida de la guerra?
ResponderBorrarLa falta de organización militar y autonomía bélica, particularmente en municiones. Eso en cuanto al aspecto técnico, pero más allá, la discriminación racial fue determinante. No hubo armonía cultural ni política. la falta de organización militar, de cohesión, de armonía política
Tomado del blog de Jonatan Saona http://gdp1879.blogspot.com/2011/04/entrevista-caceres-1921.html#ixzz1gXAfkNDR
Conmovedor.
ResponderBorrarENTREVISTA QUE ME DEJÓ PERPLEJO, PARECIERA QUE EL MARISCAL ESTUVIERA VIVO.
ResponderBorrarSIEMPRE VIVIRÁ ENTRE TODOS LOS PERUANOS
Mientras leía trataba de imaginármelo ! bravura y valentía en cada palabra.
ResponderBorrarEl taita Caceres es el simbolo de la resistencia frente a la desunion, es el coraje el impetu del soldado que vivira por siempre en el alma de un peruano, se me estremece el cuerpo cuando leo sus lineas, el recuerdo me lleva a esos años penosos, como si estuviera luchando alli en tarapaca, haciendo morder el polvo de la derrota a esos miserables que profanaron nuestra patria.
ResponderBorrarGloria a Caceres y a sus bravos soldados, gracias por mantener en vivo el honor de un peruano que lucho frente a la adversidad, lo dice un peruano de corazon.
Gloria a Caceres!...su ejemplo y su patriotismo siempre vivirá entre todos los peruanos que amamos honestamente a nuestra patria...
ResponderBorrarQue validas y actuales las palabras de este valiente soldado. Lo dijo muy claro la falta de cohesion (organizacion profesional) del ejercito y la traicion de la oligarquia de ese tiempo fueron los elementos gravitantes para la debacle de 1879. Ojala nunca mas se repita esa situacion y para eso necesitamos una FF. AA profesional, equipada y bien pagada.
ResponderBorrarLamentablemente la historia calla algo: Piérola fue nuestro enemigo, él que siempre que hizo una revolución huía a Chile. Este traidor, desautorizó a Cáceres y a sabiendas que el invasor venía por el sur, puso las defensas en el Cerro san Cristóbal.. recuerden que años antes de la guerra este pillo zarpó de Chile para hacer una revolución que afectó el equipamiento de nuestras fuerzas armadas
ResponderBorrarEstas en lo sierto
BorrarEn los colegios, a parte del curso de historia,debería haber un curso dedicado al Gran Mariscal.
ResponderBorrarHoy 07.12,17 nuestro Pais sigue igual de desunido, las pasiones politicas entrelazadas con asqueroso intereses economicos no nos dejan progresar, andamos a tan solo 4 años de celebrar los 200 años de vida republicana y miren lo que acontece, hasta cuando permitiremos que estos energumenos y corruptos politicos nos vendan por los siglos de los siglos, hasta cuando, disculpen pero tanta epopeya de uno de los mas ilustres hombres que genero esta amada Patria me crea desasosiego y pena, hicieron tanto por la libertad, por la justicia, por los hombres de esta Nacion para que sigamos en lo mismo.
ResponderBorrarGloria eterna al Mariscal Don Andres Avelino Caceres por su entrega y teson por la Patria.
CUANDO SERA EL DIA EN QUE COBREMOS VENGANZA Y ARRASEMOS A ESE ENEMIGO ETERNO Q TANTO ODIO LE TENEMOS. TARDE O TEMPRANO PAGARAN LO Q HICIERON.
ResponderBorrar135 años de lloriqueos y bravatas. Aca los esperamos !!
ResponderBorrarSiempre fue un testimonio vivo de una cruel guerra donde se perdío pero con valentía un héroe viviente un héroe de verdad
ResponderBorrarGloria Taita Cáceres siempre serás tu con Bolognesi los héroes más grandes del Peru