13 de junio de 2017

Centauros Peruanos, 1912

Teatro Municipal de Tacna, donde se exhibió "Los Centauros Peruanos"
Los Centauros Peruanos, 1912

En 1922, algunos años después del estreno de Los centauros peruanos, la educadora Elvira García y García narró una anécdota sucedida en la Tacna de 1912, aún bajo administración chilena:


"Los centauros peruanos. Este era el título de una película cinematográfica que se tomó hace algunos años y que, no obstante su efecto tan grande y consolador para el patriotismo peruano, ha caído en el olvido, por razones que no conocemos. Representaba el momento en que la caballería practicaba los ejercicios que correspondieron a las maniobras que periódicamente se practican en el ejército, con el fin de que estén los soldados adiestrados en el manejo de sus armas.

El entusiasmo que aquello despertó rayó en locura. Se exhibió en todos los teatros de la Capital, y siempre se recibió con aplausos frenéticos la presentación de un ejército en el que no había tacha que poner y en el que, al contrario, todo merecía los elogios más calurosos de propios y extraños.

Rodando la película, como sucede siempre, fue llevada a los departamentos del sur y pasó hasta Tarapacá y Tacna. Como es de suponer, el delirio se apoderó de los peruanos, que podían así, con esa muestra gráfica, convencerse de que no se descuidaba la educación militar y que el ejército hacía honor a su país.

Fue en el Teatro de Tacna donde ocurrió un episodio que, en medio de su gran sencillez, encerró una lección, que bien puede presentarse como modelo a las madres empeñadas en sembrar el patriotismo de sus nuevos y queridos retoños. Como se tenían noticias de la exhibición de esa película en Iquique y en Arica, se pidió al empresario que la llevara a Tacna, y parece que se organizó una especie de función de gala, a la que concurrió cuanto había de más distinguido en la sociedad tacneña, tanto de peruanos como de extranjeros y de chilenos.

Desde el principio, los aplausos se hicieron atronadores, con gran descontento de los chilenos, que no podían ocultar la envidia que habría de producirles un cuadro, que no daba lugar a dudas, sobre el adelanto real y positivo con que el soldado peruano se exhibía así, para ser contemplado en todos los países por los cuales rodara la cinta. La gritería era rayana en confusión: vivaban los peruanos, aplaudían los extranjeros, y luego insultaban y maldecían los chilenos. Llegó un momento en que no pudieron contenerse, y en medio de una gritería diabólica, aseguraban los rotos que todo eso era una farsa; que los que figuraban en esas vistas no eran peruanos, y que se trataba de engañar, para cambiar el espíritu de la ciudad tacneña. El más audaz e insolente se levantó y gritó, con esa insolencia que sólo ellos poseen: si los peruanos son tan buenos soldados, que vengan a tomar posesión del Morro. Aquí los esperamos.

Naturalmente, esto produjo un efecto desastroso, y aunque la película seguía corriendo, el trastorno era indescriptible, y se alistaban las familias peruanas a retirarse, para no escuchar esas voces fanfarronas y soeces, que no tienen habilidad sino para insultar al caído y así en el seno de una función familiar.

Restablecida la tranquilidad, se vio levantarse a una familia peruana, que ocupaba un palco y, al ser observada, se repitieron los gritos insultantes. En ese mismo momento una señorita avanzó a la barandilla del palco, como en actitud de hablar, y el silencio se hizo en un momento. Con voz serena y firme, les dijo:
Los peruanos perdimos el morro con honor y gloria, y algún día, tenedlo presente, con honor y gloria lo reconquistaremos.

Un silencio de tumba siguió a estas palabras para ser luego interrumpidas por una salva de aplausos. No sólo fueron los peruanos quienes se acercaron a saludar a la valiente patriota, sino también los extranjeros, y hasta las autoridades chilenas felicitaron y dieron su enhorabuena a quien había sabido acallar a un público inculto, que no sabe respetar las heridas del patriotismo, que son las que dejan dolor más profundo.

Esa patriota fue la señora Mercedes Gallego de Empson, tacneña de nacimiento, que hasta hace poco ha sido nuestro distinguido [sic] huésped.

En este día clásico, he creído un deber hacer conocer este hecho, que tal vez si no sean muchas las personas que tienen conocimiento de lo que ocurrió hace algunos años en aquella legendaria y gentil ciudad. (El Comercio, 13 de junio de 1922.)"

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Texto: Bedoya, Ricardo. "El cine silente en el Perú", Lima, 2016.

Saludos
Jonatan Saona

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