"Plan de Defensa del Reino de Chile elaborado por el coronel de Milicias don Judas Tadeo de Reyes, en septiembre de 1806.
Excmo. señor.—
Es el arte de la guerra tan vasto y tan complicado que difícilmente puede reducirse a reglas precisas, o sistemas, debiendo formarse éstos según las circunstancias y proporciones de cada país y, por consiguiente, exige cualquier plan de defensa muchos conocimientos prácticos y cálculos bien combinados de las poblaciones; del genio y carácter de los habitantes; de la geografía y producciones territoriales; de la situación de los puntos defensables; de los recursos que haya para sostener una campaña; de los caudales y fondos que se han de necesitar para ello, contando con su seguridad y con el número y especie de enemigos con quienes se propone combatir; este es en resumen parte de la ciencia de un general; ciencia que pide un talento e instrucción superiores para descender después a los detalles particulares de los preparativos y provisiones de sus tropas e innumerables artículos indispensables para obrar con acierto y prometerse la victoria. V. E. que posee estos sublimes conocimientos y sabiendo por ellos que es una máxima sentada de todo general oir y tomar consejos de sus oficiales (porque tal vez en la multitud ó en el menos experto se encuentran ideas nuevas y acertadas) dispuso formar una junta de guerra de los jefes de milicias a que tuve el honor de ser convocado, como coronel agregado al regimiento de caballería de milicias urbanas de Aconcagua, y después de haberse conferenciado en ella se sirvió ordenarnos que cada uno expusiese por escrito su dictamen.
Y, si bien que el mío no puede ser apoyado en experiencias por no haber servido en cuerpos vivos ni campañas bélicas, diré, obedeciendo el superior precepto, lo que me ocurre por alguna lectura de libros de todos ramos militares, por la instrucción adquirida en el despacho de las materias de guerra de esta capitanía general, de que soy secretario más de veintiséis años, y por tener reconocido todo el reino, desde sus confines de Copiapó hasta el estado de Arauco; no pasajeramente sino acompañando al Excmo. señor Barón de Ballenary en su visita para proveer sobre todos los objetos de justicia, policía, hacienda y guerra, con detenida y formal inspección de todos sus pueblos, costas, puertos, plazas marítimas y terrestres y sus guarniciones sin reserva de las más internas de las fronteras de indios.
Débese suponer que es físicamente imposible mantener las defensas necesarias en la extensión de cerca de seiscientas leguas de costas abiertas y con innumerables puertos, caletas y ensenadas que comprende el reino; y aun reduciéndonos a los puntos fortificados más importantes dé Valdivia, Talcahuano, Valparaíso, ciudad de la Serena e islas de Juan Fernández estamos sumamente descubiertos por falta de guarniciones proporcionadas, que en ningún evento puede sufragar el erario que tenemos. Por esto, aunque en dictamen de una Junta de Generales aprobado por el rey el año de 1796 está determinado el plan de defensa de este reino, no ha podido reducirse a efecto ni según el estado de paz, y siendo mayores las escaseces para el de guerra y señaladamente en la actual, en que varían muchas las circunstancias del tiempo en que se ideó aquel proyecto, estamos en peor caso. Y he aquí la primera y más insuperable dificultad de concertar un plan sistemático que debe principiar por fijar los objetos de la defensa: nosotros no podemos hacerla completa en todos los que pueden ser de invasión del enemigo ¿cuál o cuáles han de ser, pues, los que hemos de preferir para concentrar en ellos nuestras posibles fuerzas y combinar la de los puestos subalternos o para la recíproca comunicación, socorro, reunión, o retirada en casos precisos?
Este problema presume otro. ¿Cuál o cuáles pueden ser los intentos de los enemigos sobre Chile? Si el de conquista para dominar la mar del Sur, sus miras han de ser entonces la provincia de Chiloé, donde pueden subsistir de sus producciones naturales sin recelo de ser inquietados sino por una expedición fuerte de España, y entre tanto irse fortificando y extendiendo por aquel continente despoblado. Si vienen a saquear, será por alguna expedición de corsarios o partidarios, cuando más con algún corto auxilio naval y del ejército de la Corona Británica, a la cual nunca puede costear el grande gasto y riesgos de semejante proyecto ni el divertir sus fuerzas, que tanto necesita en Europa y sus propias posesiones de Asia y América, por un fin tan ridículo, efímero y a tan enorme distancia.
De nuestros puertos sólo Valdivia es proporcionado por su fortificación y circunstancias para resistir un bloqueo formal. Valparaíso, aunque tiene muy buenas baterías, sólo puede defender el surgidero, pero no un desembarco, sea por las playas y aun puertecillos francos que hay colaterales o directa mente en la del Almendral, largándose en lanchas y botes equipados dentro de puntas y fuera del frente y alcance de las baterías, pues, aunque las de San Antonio y el Barón cruzan sus fuegos en la bahía, no flanquean todo su ámbito, y en el corto tránsito paralelo poco pueden ofender, por la incertidumbre de los tiros, a los buques menores, por cuyo medio será inevitable el apoderarse de la población del Almendral y en seguida de la batería del Barón, como de las demás alturas dominantes a las restantes, que no teniendo a la parte de tierra, más que un simple muro necesariamente habrían de rendirse.
La importante ciudad de la Concepción corre mucho riesgo y merece la mayor atención por ser capital de un país de frontera peligrosísima y por su situación inmediata al puerto de Talcahuano, que aunque tiene dos pequeñas baterías es sólo con el objeto de proteger las embarcaciones del tenedero y es incapaz de fortificarse y defenderse contra un ataque decidido por su figura, extensión demasiada, y multitud de fondeaderos, y por estar contiguos los de la Quinquina y San Vicente, que por las mismas dificultades subsisten sin reparo alguno marítimo.
La Serena, ciudad principal, está en peligro más inminente hallándose en la lengua del agua y una grande bahía sin ninguna fortaleza; en ésta, y aun que defendida naturalmente del río y vega por dos costados y amurallada por otro con algunos baluartes y baterías provisionales, todo es muy débil y sin recursos por la distancia o despoblado de aquel partido y sus vecinos, en que el enemigo sería dominante sin resistencia.
Hasta ahora no se había imaginado que esta capital de Santiago, como más interna pudiese ser invadida de enemigos de Europa, por lo que nunca ha sido comprendida en los planes de defensa de las pasadas guerras ni se ha cuidado de preparativos para ella, sin embargo, de estar aquí el repuesto principal dé armas de infantería y caballería y de haberse formado algunos cuerpos de milicias con fuero de disciplinadas, con el objeto de auxiliar a otros puestos de afuera en casos precisos, pero debiéndose temer ya que cualquier intento de saqueo de los ingleses se emprenda a la mayor y única riqueza del reino que encierra esta capital, obliga la prudencia a fijarse en este riesgo cuasi como el principal de la defensa de Chile; en las circunstancias presentes el pueblo clama por ello y con justicia.
He aquí cinco plazas importantísimas que cada una puede ofrecer a los enemigos muchas y diversas ventajas de conquistas, piratería y eje contra bando en mar y tierra, desde el Cabo hasta Panamá; prescindo de los cuidados que también exige la dilatada costa comprendida desde los confines del Perú, entre los grados 26 y 33 de latitud, de cerca de 400 leguas de camino práctico de los partidos de Copiapó, Huasco, Coquimbo, Cuzcuz, Petorca, Quillota, Melipilla, Rancagua, Colchagua, Curicó y Maule, que abarca sólo esta provincia de Santiago en que hallan los puertos del Chineral, la Caldera, Bahía Salada, el Totoral, el Huasco, Coquimbo, la Herradura, Tanque, Punta de la Ballena, Pichidangue, Papudo, Quintero, Valparaíso, San Antonio, Navidad, Topocalma, con otras muchas caletas, ensenadas y playas mansas, totalmente indefensas y desamparadas, en que pueden desembarcar los enemigos libremente sin exponerse a la ofensa de nuestros puertos fortificados; cada uno de estos puestos pide una defensa particular, sin que puedan ser comunicables ni auxiliarse mutuamente por su suma distancia intermedia.
¿Y qué es necesario para atender a tantos riesgos y objetos? Aquí se agota la imaginación más fecunda que tenga una corta teórica de la guerra ofensiva y defensiva: desde luego yo me atrevo a asentar que es física y absolutamente imposible en nuestra constitución actual: cualquiera militar y también cualquiera del vulgo discurriendo por el sistema común de Europa dirá que si se esperan dos o cuatro mil enemigos armemos batallones y escuadrones en igual o mayor número para salirles al encuentro y rechazarlos. Sería de desear que esto fuese factible, pero si nó inútilmente se surcan esos rumbos que no conducen al puerto. Contraigámonos sólo a la capital cuyo manifiesto presentará el cuadro general del resto del reino, esceptuando solo las plazas de armas de Valdivia, Concepción, con su puerto de Talcahuano, y el de Valparaíso fortalecidas y guarnecidas de antemano con lo poco o mucho que se ha podido, más no completamente, por lo que de allí ningún auxilio de consideración se puede extraer. Sólo tenemos aquí cinco cañoncitos, uno de a 10, otro de a 6, y tres de a 2, sin rodajes, pertrechos, ni utensilios: dos mil quinientos fusiles, unos pocos pares de pistolas, dos mil doscientas espadas de malísimo temple y dos mil quinientas lanzas entrastadas, mil cuatrocientas fornituras incompletas y suficientes municiones para tal armamento; de lo que se infiere que haciendo el último esfuerzo, cuando más podríamos juntar menos de dos mil hombres de fusil, municionados y otros tantos de lanza a caballo...."
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"Colección de historiadores y de documentos relativos a la Independencia de Chile". Tomo XXV, Santiago, 1913.
Saludos
Jonatan Saona
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