19 de noviembre de 2016

Cabrera sobre San Francisco

Ladislao Cabrera
Carta del doctor Ladislao Cabrera sobre la batalla de San Francisco.

San Cristóbal, Diciembre 12 de 1879.

Lijeramente, en los primeros momentos del desastre del 19 del mes pasado, te decía que en aquel día nada de cuanto era vergonzoso había faltado, ni la impericia, la imprevisión ni la cobardía misma.

Para mí no fué sorprendente cuanto de infortunado ocurrió. He aquí mis razones:

l.° El ejército aliado no tenía ya elementos de subsistencia después de la ocupación del puerto de Pisagua i la pérdida del Huáscar. El Jefe de Estado Mayor Jeneral del ejército del Sur, coronel Belisario Suarez, así lo declaró en el consejo de guerra celebrado en Iquique en fecha 5 de aquel mes. Espuso allí, que aun cuando contaba todavía con víveres para el ejército por 20 días, el ferrocarril no contaba ni con los empleados ni con el combustible necesario para trasportar esos víveres: que en su consecuencia
la situación era demasiado crítica. 
Disentida la esposición del Jefe de Estado Mayor Jeneral, se resolvió, casi por unanimidad, marchar con el ejército aliado en busca del enemigo, cualquiera que fuera el resultado. Esta resolución motivó la concentración del ejército aliado en Pozo Almonte. Allí empezaron efectivamente a escasear los víveres, tanto que varios cuerpos del ejército de Bolivia no recibieron ración alguna en uno o dos días.

2.° La mala organización del ejército que no revelaba sino la mas absoluta anarquía entre jefes, oficiales i soldados, i de la cual resultaban los escándalos mas abominables, no siendo raro que soldados golpeasen a oficiales, éstos a jefes, i que jefes hicieran otro tanto entre sí.

3.° La relajación de las obligaciones de la campaña; pues el soldado, en lugar de ocuparse del manejo de su arma, de ejercicios propios del ejército, empleaba su tiempo en dar funciones de títeres i otras de esta clase. Recuerdo haber asistido en Pozo Almonte una noche a una de estas funciones, i con asombro vi allí al jeneral Bustamante, coronel Prado i otros muchos jefes.

4.° La falta de equipo de algunos cuerpos del ejército; tanta que recién, el 14 o 15 del pasado, esto es cuatro o cinco días antes del simulacro de combate, se repartía lona para que los soldados cosieran cananas (porta-municiones). No tenían cartucheras.

5.° La falta de Jeneral en Jefe que conociera las condiciones i necesidades de cada división, de cada brigada, de cada cuerpo, de cada compañía. A este respecto, el ejército, especialmente el de Bolivia, no conocía al Jeneral en Jefe que lo comandaba. Sabia que había un jeneral Buendía, célebre por su constancia en hacer la corte a una chilena de 13 a 14 años, en Iquique, i de la cual se decía que al jeneral le arrancaba hábilmente todos los secretos de la campaña.

6.° No haberse procurado estinguir, ni de parte de los peruanos ni de la de los bolivianos las antiguas prevenciones nacionales entre unos i otros, lo cual daba lugar a frecuentes desavenencias que' producían efectos desastrozos para la alianza.

7.° Haberse conducido el ejército aliado, frente al enemigo, en tan malas condiciones, que no pudo darse el día 18 por toda ración, a cada soldado, mas que cuatro onzas de charqui; el día 19, nada. Durante estas cuarenta i ocho horas la mayor parte de los soldados no tomó agua i el sol era abrasador; pedían agua con instancia i no había como satisfacer esa necesidad.

Con estos antecedentes tan desconsoladores, en la mañana del 17 desfiló el ejército aliado por la llanura de Agua Santa, donde diez días antes 100 hombres de caballería i 50 de Húsares de Bolivia fueron derrotados por 150, según unos, i 300, según otros, de caballería enemiga.

Los cadáveres ofrecían el espectáculo mas desagradable, parecían unos enormes j ¡gantes, tanto se hallaban de hinchados: los mas estaban con las manos mutiladas por el sable enemigo. Nuestros soldados, al pasar por junto a esos tristes restos de los Húsares, hacían sentidas consideraciones i concluían con estas palabras harto significativas: así nos han de abandonar a nosotros. Ninguno de los primeros que llegó a aquel llano tomó la precaución de evitar al ejército aliado vista tan deplorable.
En la tarde de ese día, esto es el 17, el ejército acampó en Negreiros.

Al día siguiente, 18, también en la tarde, suponiendo al enemigo en la oficina Santa Catalina i dividiendo toda la infantería aliada en tres fracciones, se continuó la marcha en dirección al lugar llamado los Canchones, distante dos leguas, mas o menos, de Santa Catalina.

A las 10 u 11 P. M. se notaba en el ejército aliado la mas espantosa confusión, todas las divisiones equivocaron su itinerario: las que marchaban por la vanguardia resultaron a retaguardia i vice-versa, las que tomaron el camino de la derecha, resultaron a la izquierda; i esto ocurría en un calichal tan estenso i áspero que era difícil la salida. Si en ese estado 200 hombres enemigos hubieran aparecido, el ejército aliado habría concluido por una completa dispersión. Caballos ni soldados podían andar, i en la mañana siguiente se notaba que hasta los cascos de los caballos se hallaban lastimados; tal son de cortantes los caliches de ese lugar.

En la imposibilidad de seguir la marcha, se hizo alto: esta medida, si produjo algún efecto, fué el de aumentar la irritación de los jefes, oficiales i soldados que comentaban la inutilidad del Jeneral en Jefe.
Eran las 2 A . M. i la situación se hizo insostenible. Los soldados no podían reclinar su cuerpo sobre esos caliches cortantes, i, a reclamación de algunos jefes, se emprendió la marcha en espantosa confusión hacia Chinquiquiray, oficina opuesta a la de Santa Catalina i distante legua i media
mas o menos una de otra.

Al aclarar el día, se supo recién que el enemigo no ocupaba Santa Catalina - sino el cerro de San Francisco, que domina los llanos de Chinquiquiray, Santa Catalina i el Porvenir. El ejército aliado se situó en estos últimos tres puntos; después de algunas evoluciones estériles, las divisiones Villegas (de Bolivia) i Bustamante (del Perú) ocuparon el Porvenir i Santa Catalina.

La caballería peruana procedió a practicar los reconocimientos necesarios. De ellos resultó, i se comprobaba a la simple vista, que la línea del enemigo ocupaba desde la cúspide Sureste del cerro de San Francisco hasta la aguada de Dolores, que surte a Pisagua i las necesidades del ferrocarril.

Entre la aguada i el cerro de San Francisco hai una colina cuya altura será de 200 metros, mas o menos, en donde fuerzas enemigas servían de apoyo al cerro i a la aguada. Entre el cerro i la colina hai una quebrada angosta que divide ambos.

El cerro de San Francisco puede medir una altura de 350 a 400 metros por una lonjitud de 1,400 a 2,500 metros, mas que menos. Su cúspide forma una meseta en cuya circunferencia los enemigos habían levantado parapetos i abierto zanjas; no podía vérseles sino la cabeza. Además, la base del cerro, en todo el frente del ejército aliado i en su estremo Sur, se hallaba defendida por ruinas de antiguas oficinas de salitre, calicheras i ripios. No puede escalarse sino por el estremo Sur.

Conocidos estos medios de defensa del enemigo ¿era posible esperar un favorable resultado de un ataque a semejantes posiciones? El tiempo se ha encargado de probar que el ataque fué un despropósito.

A juzgar por los movimientos del ejército aliado, parecía que el combate iba a comprometerse de un momento a otro. Las músicas tocaban las canciones nacionales, los jefes proclamaban a sus soldados; hasta el Jeneral en Jefe se dejó ver en esas primeras horas para desaparecer después en los momentos mas supremos.

A las 11 o 12 M. se retiraron los diferentes cuerpos del ejército aliado a sus respectivas posiciones, sin que el enemigo hiciera el mas leve movimiento que indicara el abandono o cambio de las suyas. Se había resuelto que ese día no se comprometería el combate. Las exijencias del soldado, en busca de agua, aumentaron a medida que el calor aumentaba también. Pocos pudieron apagar la sed.

Como a las 8 o 9 se recibió un estraordinario que avisaba haber contramarchado el jeneral Daza con sus fuerzas sobre Tacna, desde la quebrada de Camarones. Decía el estraordinario, que el jeneral Prado le había dirijido un telegrama, espresándole que era ya estéril su marcha, porque suponía que el combate había tenido lugar el 16.

Pero el jeneral Prado debía estar al corriente de los movimientos del ejército aliado por el cable submarino que funcionaba de Iquique a Arica, i debía saber que el 16 el ejército se hallaba aun en Pozo Almonte.

Sea de esto lo que quiera, la noticia de la contramarcha del jeneral Daza, que se estendió entre los soldados, por mas que se quiso ocultar, causó su notable desaliento.

Cuando las divisiones ocupaban ya sus respectivas colocaciones, quise estudiar, en el aspecto de los soldados, el espíritu de que se hallaban animados, i a este propósito recorrí algunos cuerpos. Sin que las fatigas del hambre i de la sed, o la mala noche que habían pasado, hubieran producido los síntomas de la debilidad i de la falta de fe en la victoria, o todo a la vez, es lo cierto que el resultado de mis observaciones no pudo ser mas doloroso.

Desde ese instante abrigué el convencimiento de que el ejército aliado estaba vencido. Algunos de los jefes de cuerpo del ejército de Bolivia me preguntaron mi opinión, i no pude ocultarles el resultado de mis lijeros estudios. No faltaron quienes me exijieran la razón de mis temores.

Les contesté: 1.°, por las malas condiciones del ejército; 2.°, por ser inespugnables las posiciones enemigas; 3.°, porque se equivoca el punto de ataque, el cerro de San Francisco en lugar de la aguada de Dolores, que formaba la retaguardia enemiga i punto de comunicación por telégrafo i ferrocarril con Pisagua. Tengo presente que a algunos le dije: Moriturite salutant.

En ese estado, de la derecha del ejército aliado se ven desplegar en guerrilla cuatro compañías i avanzar al cerro de San Francisco: una del Illimani i otra del Olañeta (de Bolivia), la 3.° del batallón Zepita i la 4.° del Ayacucho (del Perú). Llegan estas cuatro compañías a las calicheras, base de San Francisco, i "rompieron el fuego sobre el enemigo" que se mantenía en la cúspide del cerro. Eran las 2 P. M.

Todos se preguntaban con sorpresa lo que aquello significaba; pues, como se había dicho antes, se había
resuelto que ese día no se comprometería el combate. Alguno esplicó que realmente no se comprometería el combate; que. solo esas cuatro compañías harían una escaramuza para ver si el enemigo bajaba de sus posiciones, i que esto había obtenido del Jeneral en Jefe el jeneral Villegas.

Mas, inmediatamente i con mayor sorpresa jeneral, se ve que tras de las cuatro compañías marchan en el mismo sentido, esto es, al cerro de San Francisco, los cuatro batallones a que ellos pertenecían, i también el batallón Cerro de Pasco.

Nadie podía darse cuenta de lo que pasaba. Los comandantes jenerales de división, escepto los jenerales Villegas i Bustamante, que deben saber de dónde provino la orden de comprometer el combate, pedían órdenes repetidas, por medio de sus ayudantes, al Jeneral en Jefe, pero éste no parecía.

Algunos jefes de cuerpo pedían también órdenes a sus respectivos jefes de división o de brigada i obtenían por toda contestación: que no tenían ninguna que comunicarles i que se mantuvieran en sus puestos.

Mientras tanto, el combate se hallaba seriamente comprometido en toda el ala izquierda del ejército aliado con los 5 batallones que se han indicado i el primer escuadrón del Tejimiento Húsares de Bolivia.
El enemigo se detenía en sus posiciones i su artillería empezaba a ofender a nuestras divisiones que se mantenían en espectativa.

No he podido averiguar si, con orden o sin ella, los batallones Dalence (una sola compañía), el Paucarpata i la división Villamil, rompieron el fuego sobre el enemigo con mui poco o ningún éxito.
Otro tanto sucedía en el ala izquierda, a donde el enemigo desplegaba alguna fuerza de la colina inmediata al cerro de San Francisco.

Con el mayor sentimiento i sin poder evitarlo, se podía ver que las balas de nuestros soldados no ofendían al enemigo: 1.° , porque rompieron el fuego de mucha distancia, i después por los parapetos i zanjas a cuyo abrigo se hallaban.

La artillería misma del ejército aliado se colocó a tan larga distancia, en los ripios de la oficina Porvenir, que las balas no alcanzaban a la cúspide del cerro de San Francisco, a donde eran dirijidas. Caían en la falda del cerro donde estaban nuestros soldados.

A este respecto, es seguro que algunas de las balas de los batallones que rompieron el fuego de larga distancia han muerto a nuestros soldados que escalaban el cerro i se hallaban ya cerca de la cúspide.
Trascurrieron tres cuartos de hora desde que las primeras guerrillas empezaron el combate, i se vio que el coronel González, segundo jefe del Illimani, llegó a la mayor altura del cerro i aun apagó a un cañón enemigo; pero éste, que tenia en toda la meseta del cerro frescas i numerosas fuerzas, fácilmente rechazó al coronel González, que con tanto denuedo avanzó hasta allí.

Cuando los soldados que seguían al coronel González dieron media vuelta, los que iban detrás hicieron otro tanto, sin que ningún esfuerzo hubiera sido bastante a contenerlos.
El enemigo, en la retirada de nuestros soldados, arreció sus fuegos de artillería i rifle, lo cual acabó de introducir la confusión i el desorden; todavía en el llano del Porvenir i Santa Catalina se procuró de nuevo contener a los fujitivos: ni las amenazas, ni los llamamientos al patriotismo i a las obligaciones del soldado causaron efecto alguno; si alguno se detenía a contestar, era para pedir agua.

Poco después, este ejemplo de fuga del ala derecha, fué seguido por el resto del ejército; sin embargo, no revestía los vergonzosos caracteres de los primeros cuerpos, pues, antes que una fuga, fué una retirada. Esto último se comprende; quedaron, según se ha dicho mas antes, varias divisiones sin dar un solo tiro ni entrar en combate. De una división de caballería, por ejemplo, compuesta de los siguientes cuerpos: Húsares de Junín (peruanos), Húsares de Bolivia (bolivianos), Guías (peruanos), Franco-tiradores (bolivianos), Nacionales Tarapacá (peruanos), no partió sino el primer escuadrón de Húsares de Bolivia, i aun ese débilmente.

La división de infantería, que mandaba el coronel Cáceres, se retira también sin dar un solo tiro, lo mismo que otras del ejército del Perú.

Al coronel Cáceres, el ayudante Luis Layne le comunicó la orden del jeneral Villegas de defender el ala izquierda. Su contestación fué: que no recibía órdenes sino del Jeneral en Jefe. Indudablemente tenia razón.

Por todo lo que antecede comprenderán que en el desastre de 19 del mes pasado en el cerro de San Francisco, no hubo un error que no se cometiera, desde el mas trascendental hasta el del simple detalle; puede concluirse, sin equivocación alguna, que allí no hubo una batalla, ni siquiera una simple escaramuza bien dirijida. No hubo plan de batalla, no hubo Jeneral en Jefe, no hubo comandante jeneral de división que recibiera órdenes terminantes, ni siquiera indirectas. El resultado ha sido lójico
a los antecedentes.

Figúrate que no escederán los muertos i heridos de 400; el ejército aliado constaba de 8,500; el número de chilenos no se conocía.

LADISLAO CABRERA


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Ahumada Moreno, Pascual. "Guerra del Pacífico, Recopilación completa de todos los documentos oficiales, correspondencias i demás publicaciones referentes a la guerra que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú i Bolivia" Tomo II, Valparaíso, 1885.

Saludos
Jonatan Saona

1 comentario:

  1. Desorganización, indisciplina. Pero en especial, carencia de logística apropiada. No hubo allí un comandante en jefe de carácter que tomar las riendas con energía.
    Esta misma tropa peruana, 8 días más tarde, bajo un comando eficiente que ejercieron los jefes de divisiones y de las mismas unidades, se batió con valor y alcanzó un triunfo bastante sangriento.

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