18 de junio de 2022

Juan de D. Aldea

Juan de Dios Aldea
Sargento 2 ° Juan de Dios Aldea Fonseca

Nació en 1853. Perteneció a una modesta familia de Chillán, que él supo engrandecer con su heroísmo, hasta convertir su apellido en uno de los ilustres nombres de la historia. Su padre fue maestro de primeras letras en una escuela de su ciudad natal, llamado José Manuel Aldea y su madre doña Ursula Fonseca.

Instruido por su propio padre, en la escuela donde él ejercía la docencia, adquirió los conocimientos necesarios para desempeñarse en la vida, pero tan pronto como pudo, sentó plaza de soldado en el Ejército y poco antes de 1879, fue trasladado desde Chillán a Valparaíso, para continuar sus servicios en el Regimiento de Artillería de Marina.

Por decreto de 5 de noviembre de 1857 se había creado la Brigada de Infantería de Marina, dependiente de la Inspección General del Ejército; de esta unidad salió más tarde la Artillería de Marina, que usaba el uniforme del Ejército y estaba sometida a la disciplina y mando naval cuando se encontraba embarcada. Aldea pasó a servir en esta arma y alcanzó el grado de Sargento 2o al declararse la Guerra de 1879 contra Perú y Bolivia. Con este grado se embarcó en la corbeta Esmeralda, cuando tenía 27 años de edad. En Valparaíso había contraido matrimonio con una joven portería, doña Remigia Segovia y tuvieron un hijo, al que pusieron el nombre de Julio.

Aldea era un hombre de complexión regular, moreno, mediana estatura, mirada inteligente, disciplinario y con muy buenas dotes de mando con su personal, lo cual lo hacía ser apreciado por ellos y estimado por sus superiores.

Cumpliendo sus deberes en la guarnición de artillería, que mandaba el Teniente Hurtado, llegó el 17 de mayo de 1879, fecha en la que la Escuadra, al mando deí Almirante Williams Rebolledo, partió desde Iquique al Callao en busca de la Escuadra peruana. En Iquique quedaron encargados del bloqueo del puerto, dos viejas naves, la Esmeralda y la Covadonga, ambas bajo el mando del Capitán de Fragata Arturo Prat Chacón; segundo era el Capitán Carlos Condell de la Haza.

El bloqueo se cumplía sin novedad, cuando en las primeras horas del día 21 de mayo, el vigía de la Covadonga anunció: “¡Humos al norte,...¡" pronto, medio envueltos en la bruma matinal, comenzaron a acercarse a Iquique, los dos blindados peruanos, el Huáscar y la Independencia. Desde el primer momento todos los chilenos comprendieron la gravedad de su situación.

Sus barcos de madera no podrían resistir a esas dos naves de hierro, cuyo armamento era enormemente superior. La rendición parecía ser la única solución, pero eso no pasó por las mentes de esos hombres que, atrapados por su suerte, veían adelantarse al enemigo dispuesto a pulverizarlos con sus cañones.
Ese día, Aldea se encontraba de guardia de bandera, cerca del puesto de mando del Comandante de la Esmeralda. Cuando la diferencia de fuego que tendría el combate fue obvia, uno de sus hombres dijo: —“Nos han dejado solos en este puerto y debemos morir como buenos chilenos” .

El combate se trabó con furia frente al monitor Huáscar que atacaba a la Esm eralda cuando, ante la porfiada resistencia de los chilenos, el Comandanta Grau decidió embestirla con el espolón, Prat, que se encontraba en la toldilla, saltó, sobre el barco enemigo gritando a sus hombres: —“¡Al abordaje muchachos!”. Aldea escuchó la orden de su Comandante y seguido por un marinero, acompañó al héroe en su salto. No alcanzaron a avanzar mucho sobre la cubierta, enemiga; una granizada de balas los tendió y desangrándose quedó de bruces esperando que sus graves heridas le trajeran la muerte:
Por la tarde, fueron bajados a tierra los heridos y los muertos del monitor. Entre ellos estaban el Capitán Prat y el Teniente Serrano, muertos y Aldea gravemente herido. .

Al llegar a la Aduana, el boticario del puerto le preguntó si necesitaba algo:- “¡Hágame usted el favor de un poquito de agua!” respondió Aldea. Se le dio agua con cognac, bebiéndola casi de un sorbo. Cúando algunos curiosos preguntaron quiénes eran los muertos, Aldea se incorporó como pudo y, lleno
de orgullo, les contestó: “Son mi Comandante Prat y mi Teniente Serrano, ellos ya se fueron y yo les seguiré pronto” .

Conducido al hospital de Iquique, Aldea sufrió la amputación de su brazo izquierdo herido y se le curaron las heridas que tenía en el cuello y en su pierna derecha. Esta debía ser amputada pero el médico se dio cuenta que, con el estado de debilidad, que tenía, no resistiría la operación. El bravo Sargento sobrevivió tres días, falleciendo el 24 de mayo. Su cadáver fue sepultado en la fosa común del cementerio de la ciudad y allí permaneció durante dos años.

Cuando Iquique se rindió a las fuerzas chilenas y se reconocieron las tumbas de Prat y Serrano, se notó la ausencia de la tercera que debía pertenecer a Aldea. De inmediato sé iniciaron las investigaciones que permitieran su ubicación. Pero no se logró ningún resultado, hasta que en una comida en casa del ingeniero municipal de Iquique, don Carlos Navarrete, en la noche del 29 de mayo de 1881, los contertulios, entre los que se encontraban los señores Adolfo Gariazzo e Hilario Mayno, ambos italianos y el Teniente Pedro Mardones, la conversación recayó en el combate del 21 de mayo de 1879 y el Te­niente Mardones contó lo infructuoso que había resultado la búsqueda de la sepultura de Aldea. Los dos italianos dijeron haber conocido a Aldea y se ofrecieron para identificar su cadáver, ya que ellos habían sido los que lo habían conducido al Hospital, en su calidad de miembros de la bomba italiana. Al mismo tiempo manifestaron que tenían un amigo español, don Feliciano Arego que conocía con toda seguridad el lugar donde había sido enterrado, ya que había estado presente en esa ceremonia. El dueño de casa, entusiasmado con las informaciones y secundado por el Teniente Mardones, comunicó sobre el asunto a las autoridades..

Inmediatamente don Antonio Alfonso, Jefe Político de Tarapacá, designó una comisión desenterradora constituida, por el señor Gariazzo como presidente; Máximo Urizar secretario; Carlos Navarrete, Hilario Mayno, Pedro Mardones y Feliciano Arego, como miembros. Todos se dieron a la tarea con el mayor entusiasmo y con el concurso de 20 soldados del Batallón Linares, se comenzaron las excavaciones a las 6 de la mañana del 1o de junio. Dirigía la operación don Feliciano Arego y después de cuatro horas de trabajo y la remoción de 110 cadáveres, el Soldado Segundo Bueno gritó: —“¡Aquí está el Sargento Aldea!” .

Todos concurrieron al sitio donde estaba el Soldado Bueno y pudieron comprobar que efectivamente, boca abajo y vestido con una camisa blanca,estaba el cuerpo de Aldea. El cadáver estaba momificado, “tenía el brazo izquierdo amputado en el tercio superior, la pierna derecha fracturada y una peque­ña herida en el lado derecho del cuello. Su estatura era regular y más bien flaco que gordo, el cabello negro y la frente ancha, el color de la cara bronceado, picada de viruela, con barba y espesas cejas. Pendía del cuello un escapulario del Carmen y una pequeña medalla, ambas especies como las que se obsequió, en Valparaíso, a los soldados que partieron a la guerra”.

Verificada la autenticidad del cadáver, se le colocó en una caja de zinc y esta se metió a su vez en una magnífica urna “con sus respectivas manecillas de plata y con una gran placa del mismo metal incrustada en la tapa que tenía grabadas estas tres letras J.D.A.”

Con todos los honores de ordenanza, rendidos por el Batallón Linares, los restos de Aldea fueron llevados a la Catedral de Iquique y colocados junto a los de Frat y Serrano, en espera de ser repatriados a Chile.

Desde el 21 de mayo de 1888, los restos de estos hombres, mártires del cumplimiento del deber, descansan en la hermosa cripta de los héroes del Combate Naval de Iquique, en la plaza Sotomayor de nuestro principal puerto, Valparaíso.


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Estado Mayor General del Ejército. "Galería de hombres de armas de Chile" Tomo II. Santiago.

Saludos
Jonatan Saona

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