23 de marzo de 2025

Eduardo Abaroa


"EDUARDO ABAROA

Hoy 23 de Marzo, es una de las efemérides más gloriosas que nuestra historia patria consagra al legendario valor, nunca desmentido, del boliviano; aunque al mismo tiempo nos recuerda también, el primer luctuoso y desgraciado acontecimiento que inició la serie de los que se sucedieron en la nefanda guerra llamada del «Pacífico», guerra promovida por la insaciable codicia del más fuerte.

Conocidos y juzgados han sido ya por la historia, los fútiles pretextos que adujera el invasor para pretender justificar su torpe agresión; no siendo en consecuencia propósito nuestro, el rememorarlos, ni menos esbozar siquiera, la desastrosa y crítica situación interna por la que Bolivia atravesaba, bajo un gobierno poco o nada inspirado en sentimientos de patriotismo; anarquía y desorganización propicia para que el agresor pusiese en práctica su desde largo tiempo meditado y astutamente preparado plan de usurpación. Nuestro objeto es solamente, rendir un profundo y justo homenaje al homérico valor del héroe de Calama, ciudadano Eduardo Abaroa.

Hoy 23 de Marzo, XXXVIII aniversario de la defensa de Calama, recuerda la primera generosa sangre boliviana vertida en resguardo de la patria hollada, el primer holocausto en aras del deber cívico, la primera página gloriosa de aquella desigual lucha, página escrita con la sangre de Abaroa y del puñado de valientes que con él, cual Leónidas en las Termópilas, lucharon sin preocuparse del número enemigo y vencieron cual Cambronne en Waterloo.

El recuerdo de las glorias nacionales, es el culto del patriotismo. Si Murillo, Arze, Lanza, Betanzos, Padilla, Warnes y tantos otros mártires de la independencia altoperuana, lucharon y vertieron su sangre por legarnos patria, Abaroa y los suyos nos enseñaron a defenderla. Ante la superioridad numérica y la fuerza brutal puede ceder la materia; pero, el valor y la dignidad, patrimonio de los héroes, no se humillan ni quebranta; el reto de la víctima, con desprecio de su vida, ante la saña y crueldad del verdugo, es el estigma vergonzoso del victimario... Sarcástico lema, en un siglo de civilización que tiende a la supremacía del derecho y la justicia, aquel que proclama la «RAZON para los fuertes e iguales y la «FUERZA» para los débiles.

El recuerdo de la épica jornada de Calama, nos obliga a lanzar una mirada histórica a los antecedentes y circunstancias en que ella se produjo.

El 14 de febrero de 1879, ocupado el puerto de Antofagasta por el invasor, sin previa declaratoria de guerra, ni la observancia de los más elementales principios del derecho de gentes, su diminuta fuerza de policía, falta de armas, fué expulsada; las autoridades y familias bolivianas viéronse obligadas a internarse en el territorio patrio. El jefe de las fuerzas invasoras, coronel Emilio Sotomayor, siguió su marcha triunfal, apoderándose del indefenso pueblo de Caracoles, sin la menor resistencia, desde el momento que no había con quien luchar, el 16 de febrero; y el comandante general de la escuadra, Rebolledo, ocupaba en idénticas condiciones, el puerto menor de Cobija, en 21 de marzo siguiente.

Calama, vicecantón, que por aquel entonces contaba con una población de 1,000 habitantes; que por la benignidad de su clima, recursos de abastecimiento y situación topográfica rodeada de bajas colinas y cortado por el tortuoso cauce del río Loa, ofrecía algunas condiciones apropiadas para la defensa, fué el punto de cita, donde los bolivianos expulsados de Antofagasta, Caracoles, Cobija, Tocopilla y otros lugares, se congregaron; donde pasado el estupor de la sorpresa que causara la intempestiva agresión que los sorprendiera en las tranquilas faenas de sus hogares, resolvieron oponerse al avance de las huestes invasoras, las que enorgullecidas por sus fáciles triunfos sin derramamiento de una sola gota de sangre, y posesionados sorpresivamente del litoral boliviano, proseguían su audaz despojo.

Reunidos en comicio los señores, coronel Zapata, prefecto del Litoral; P. Lara, subprefecto de Caracoles y el doctor Ladislao Cabrera, acordaron la actitud que debían asumir y procedieron a la organización militar de todos los hombres capaces de empuñar un arma, con el propósito firme de oponerse a la invasión.

Fácil es imaginarse el sinnúmero de dificultades que tuvieron que vencer para organizar su diminuta fuerza de ciento treinta y cinco hombres, cuya dirección se encomendó al doctor Cabrera, fuerza entre la que se contaba la estoica personalidad de Eduardo Abaroa, quien como todos los demás bolivianos, con todo patriotismo puso a disposición de la sagrada causa, su persona y fortuna. Así se preparaba, con el concurso unánime de los expulsados, la resistencia que debía oponerse, con la absoluta seguridad de marchar al sacrificio; pero sí, salvando la dignidad nacional. Pues, Calama, dadas las condiciones de la viabilidad de aquella época, no podía esperar ni remotamente el más pequeño socorro del resto de la patria. Los esfuerzos hechos para el acopio del material de guerra, dieron por resultado final, que los futuros combatientes quedasen armados con treinta lanzas, quince revólvers, treinta y dos fusiles de chimenea, treinta y seis carabinas Winchester y ocho fusiles (recortados) Remington, con más algunos quintales de pólvora.

Mientras lo narrado acaecía en Calama, las fuerzas enemigas al comando del coronel Sotomayor y en número de 1,500, compuestas de fracciones de las tres armas, marchaban contra ella.

El 16 de marzo, presentóse en el campamento boliviano, en calidad de parlamentario, el ciudadano chileno Ramón Spech, quien a nombre del comandante de las fuerzas enemigas, intimaba rendición, en vista de la enorme desproporción de fuerzas, calidad de tropas regulares y armamento, que no hacían nada dudoso el resultado del choque, el que, caso de producirse, según concepto del parlamentario, sería de funestas consecuencias para los defensores de Calama y originaría violencias. El doctor Cabrera, con el civismo y valor característicos del boliviano, respondió a la intimación: Defenderemos hasta el último trance la integridad del territorio de Bolivia.

El resultado a la respuesta del bravo doctor Cabrera, no se dejó esperar mucho tiempo. El 23 de marzo a las cinco de la mañana, se destacó en el horizonte de la planicie de Calama, la columna enemiga, la que llegada a las proximidades del río Loa, tomó sus disposiciones para el ataque. Se dividió en tres fracciones: la primera al mando del comandante Bartolomé Vivar, que debía atacar el vado del Loa llamado "Paso del Topater", situada dos kilómetros arriba del pueblo; la segunda a órdenes del comandante Eleuterio Ramírez, con la misión de forzar el paso de "Carvajal" y la tercera que constituía la reserva, se situó en una eminencia próxima, a la espectativa de la acción para acudir en socorro del que lo necesitase o lanzarse hacia el punto más vulnerable.

El doctor Cabrera, cuyo plan de defender el camino de Limón Verde o la margen del Loa, aun no estaba resuelto, optó en vista del dispositivo enemigo, por sostenerse en la margen derecha del río, para cuyo efecto, destacó al coronel Lara al paso de Topater, con una pequeña fracción, entre la que se encontraba Abaroa, y el resto bajo el comando del coronel Emilio Delgadillo, al paso de Carvajal.

Iniciada la acción, los atacantes del paso de Topater, creyendo por demás sencillo apoderarse del vado y franquearlo, se lanzaron resueltamente; mas, su prematuro ímpetu, fué detenido por el nutrido y certero fuego de los defensores que obligaron al atacante a optar por la retirada. Abaroa, enardecido por el fragor de la lucha y ante la desordenada retirada del atacante que no paró hasta no resguardarse entre las malezas de la orilla, salió de su puesto de defensa y se lanzó en persecución de los retirados, para coronar el éxito obtenido, logrando atravesar el río, por medio de un tablón.

Este acto ejecutado con pasmosa rapidez, apenas dió tiempo a los nuestros para enterarse, pues que cada uno en su puesto de defensa, su atención la tenía concentrada en el atacante, quien viendo a un hombre solo, a Abaroa, y a cuerpo libre en la margen ocupada por él, le hizo una descarga cerrada que lo acribilló de heridas, sin que esto le impidiese continuar con los disparos de su fusil. El enemigo viéndolo en tierra y temiendo aun apoderarse del bravo caído, con voz estentórea, le intima rendirse; pero Abaroa, que ebrio de coraje no concebía la humillación en ningún trance, responde: RENDIRME? ... QUE SE RINDA SU ABUELA CA... NARIOS ... Una otra descarga más de los intimadores, extinguió para siempre la vital energía de aquel héroe y solo entonces, el enemigo se apoderó de los despojos de este hombre.

Mientras tanto la fracción del comandante Ramírez, que atacaba el paso de Carvajal, protegida por el fuego de su artillería que emplazada en una altura próxima, concentraba sus fuegos sobre los pasos del vado, y apoyada por la reserva, logró tender un puente de tablones, para cuyo fin y en 21 carros habían sido traídos desde Caracoles. Pero, ni aun así, la desigual lucha daría el éxito que se prometieron los atacantes, hasta que habiendo conseguido incendiar enormes pilones de pasto seco una vez pasado el río, el fuego que rápido se extendía obligó a los defensores a salir de sus posiciones y emprender la retirada ordenada, ante la superioridad numérica y potencia de armas.

Calama, pues, no es una derrota para Bolivia, es solo un trágico contratiempo, de la azarosa y desigual lucha: lo prueban, el orden en que las fuerzas de Cabrera se retiraron hacia Chiuchiu, sin que el enemigo osara perseguirlo y el número de bajas, que fueron 18 por nuestra parte y 120 por la del invasor.

Esta es pues la fiel narración histórica de la jornada de Calama, en la que descuella la majestuosa figura de Eduardo Abaroa.

Abaroa, no tiene historia. Su biografía es modesta, sencilla y honrada; nació de un virtuoso matrimonio el 13 de octubre de 1838, siendo sus padres el señor Juan Abaroa y la señora Benita Hidalgo; crecido y educado en el hogar, el ejemplo moral y probo de sus progenitores modeló su alma, templándose su carácter en las vicisitudes y cuotidiana lucha por la existencia. Muy luego, el niño adquirió la reflexión y entereza del hombre, distinguiéndose por sus cualidades de orden y equidad que le valieron la designación de subprefecto en su jurisdicción política, cargo que rehusó aceptarlo por la constante atención que le demandaba sus personales asuntos y sostenimiento de su familia. Contrajo matrimonio con la señorita Irene Rivero, y de él tuvo cinco hijos: Andrónico, Eugenio, Amalia, Antonia y Eduardo, quienes niños aun, quedaron huérfanos, cuando Abaroa, prescindiendo de los más caros afectos del hogar, ofrendó su preciosa vida en aras de algo más caro todavía que en el mundo existe: LA PATRIA. Pero, esa sangre generosa vertida por un sublime ideal no ha de ser estéril; no; la sangre de los protomártires de nuestra independencia fecundizó el ideal de libertad, que fué adquirida a trueque de cruentos sacrificios: la sangre de Abaroa, será la que fecundice el sentimiento patrio, que latente guarda todo corazón boliviano, y el glorioso monumento que perpetúe su memoria, será erigido algún día, tal vez aquel, en que los que tenemos el orgullo de haber nacido bajo el mismo pabellón que cobijó a Abaroa, lo tremolemos íntegro e incólume, por todo el patrimonio que nos legaron Bolívar y Sucre.

La Paz, 23 de marzo de 1917.
Cástulo R. Olmos
Capitán de Caballería."


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Diario El Tiempo. Año IX n° 2591. La Paz, viernes 23 de marzo de 1917.

Saludos
Jonatan Saona

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