22 de julio de 2024

La Guerra por Verneuil

Adriana de Verneuil
La Guerra con Chile, 1879
Por Adriana de Verneuil

"Poco había de durar nuestra paz conventual ese año; apenas empezadas las clases, el 5 de abril, llegaba de Chile la noticia de la declaratoria de guerra.

Yo en el acto juzgué la noticia a través, de mis recuerdos: la palabra "Guerra" hacía siempre eco doloroso en mi corazón y fenómeno raro, yo que me sentía tan francesa cuando me reprochaban de serlo, me sentí igualmente muy peruana al saber la noticia, espantada al pensar que se iban a renovar aquí los tristes episodios presenciados por mí el 70 en Francia.

Mis compañeras se extrañaban de mi actitud, sin comprender que la experiencia adquirida a los seis años, era la que se reflejaba en mis catorce, acabados de cumplir: ¡Ya yo sabía lo que era la guerra!...

Volví a contarle a Margarita lo que cien veces le había referido al llegar al colegio, cuando todavía de luto por mi hermana, estaban aún sangrando mis recuerdos.

Ella ahora me comprendía mejor y me escuchaba temblando por la suerte de los que ella quería, como a su propia familia. Y así entre esas divagaciones nuestras, pasaban los días, esperando ansiosas que nos llegaran noticias de los acontecimientos.

Y no llegaban noticias; al menos, no como las deseábamos; por el contrario, desalentadoras. Ya oíamos murmurar a muchas compañeras, discutiendo entre ellas razones políticas y de partidos, refiriendo los hechos según sus simpatías o tal vez sus conveniencias. Esto me recordaba mi casa, los amigos que nos visitaban después del desastre, reprochando al Emperador haber declarado la guerra sin que Francia estuviera preparada:
"Et c'est nous qui avons déclaré la guerre"... repetía entonces mi papá. Palabras que volvían a resonar a mis oídos, recordando los terribles acontecimientos.

En las clases nos habíamos vuelto muy disciplinadas: "Para ganar la voluntad de Dios y hacerlo propicio a nuestra causa", nos repetían las madres y redoblábamos nuestra aplicación y fervor. Rezar y hacer hilas, eran nuestras únicas armas para vencer y ayudar a los infelices que iban a hacerse matar...

Pocos días después el General Prado se embarcaba rumbo al Sur para dirigir personalmente el frente del ejército peruano. (*).
(*).Quizá al partir Prado se hacía aún esperanzas de arreglar pacíficamente la cuestión con Chile pues repetía a menudo, lleno de optimismo: -"¡Mi compadre Pinto, es mi mejor amigo... Nunca me hará la guerra ... !" Como si la codicia nacional de un pueblo, fuera cuestión personal.

Días antes las madres de Belén en ocasión de una fiesta religiosa invitaron a la señora Magdalena Ugarteche de Prado esposa del Presidente. Terminada la ceremonia le hicieron pasear el colegio. Muy lujosamente vestida se nos presentó la señora: bajita, delgada, fisonomía altiva se nos grabaron a todas la expresión dura de sus ojos negros y hermosos. No nos fué simpática, pues en esas circunstancias habríamos querido que siquiera con una sonrisa tratara de ganarnos la voluntad y no se mantuviera tan lejana, a pesar de estar a nuestro lado. Sólo se endulzó su fisonomía, en el momento de la despedida, en una mirada circular, acompañada de una sonrisa estereotipada, que dirigió a todas las presentes.

Seguían pasando los meses y vivíamos ávidas de noticias, compartiendo nuestros deseos de saber, con el temor de que fuesen malas. Las madres muy comprensivas de nuestra ansiedad de la que participaban sin diferencia de nacionalidad, permitieron que se leyesen en el comedor los periódicos que daban las noticias de la guerra, en lugar de la vida de los santos como se acostumbraba antes. Dejábamos de comer para oír la lectura; algunas llorando por tener parientes en el ejército del Sur, todas suspendidas a los labios de la lectora. Ya rápidos se sucedieron los tristes acontecimientos de las derrotas en tierra, las escaramuzas con la escuadra chilena en el mar, la que por vengarse, hundía buques pesqueros, víctimas indefensas, en las que cebaban su crueldad, furiosos se ponían de las burlas que les hacían los buques de la escuadra peruana al escurrirse de los puertos bloqueados, reapareciendo donde menos los esperaban, siendo la maña la única arma que nos quedaba, ante la superioridad del enemigo.

Además los ingleses favorecían a los chilenos, recordando aquella hazaña en que habían sido humillados por el Huáscar al sublevarse Piérola contra Prado. "Dios tarda pero no olvida" dice el refrán, en eso los ingleses probaron parecerse mucho a Dios; nos la cobraron y con creces, avisando a los chilenos donde se encontraban los buques peruanos, facilitándoles el trabajo de perseguirlos. Hasta que al fin el 8 de Octubre, en Punta Angamos fué tomado el Huáscar y vencido, el que entonces en el Perú, encarnaba el "Alma Nacional", el valeroso Grau: Su gloria sobreviviendo a sí mismo.

También se habían precipitado otros acontecimientos inesperados: la salida de Prado para Europa a "comprar buques"; la forzada renuncia del General La Puerta, quien como primer vice-Presidente lo había reemplazado. En fin el asalto de Piérola al poder, el que sin ser militar, tuvo la osadía de tomar sobre sí, la responsabilidad de continuar la guerra.

A pesar de haberse sucedido todos esos trastornos con sus respectivas balas y muerte de algunos infelices, nosotros habíamos continuado nuestras labores estudiantiles, llegando como siempre al final del año, la época de los exámenes.

Por fin esta vez me presenté a recibir mi diploma de segundo grado. El presidente de la Comisión de examinadores, mandado por la Municipalidad de Lima era el Dr. don Ricardo Ortiz de Zevallos. Al leer mi apellido francés en la lista, quiso él mismo interrogarme, sin duda para lucir ante los demás su correcto francés. Fué de lo más amable conmigo, pareciéndome más estar en un salón que en el banquillo de un examen escolar: Me puso las más altas notas, felicitándome al final.

Terminadas las últimas labores del año 1879, regresé a casa a descansar del "surmenage" de las últimas semanas; todavía algo envanecida por mis triunfos teatrales y los aplausos que me habían prodigado. No podía negarlos mi mismo papá, puesto que los había presenciado.

Margarita y yo nos habíamos separado con la promesa formal de volvernos a ver y aunque ella no volvería al colegio, seguiría nuestra buena amistad, sellada hasta por parentesco espiritual.

Pero ya no era la dulce tranquilidad de las vacaciones pasadas en que nuestro único afán era buscar cada día nuevas distracciones. Acongojadas vivíamos todas bajo la amenaza e incertidumbre de lo que podía suceder.

Piérola había asumido el poder de un modo violento, aunque sin encontrar gran resistencia. Una especie de atonía o conformidad pagana había apagado la energía de los demás partidos por lo que no fuera combatir al enemigo nacional. Todos cedieron ante ese hombre que en su orgullo, se creyó capaz de defender y salvar a la Nación: grave error que desgraciadamente muy caro pagó después el Perú. Todos se preparaban con entusiasmo a la resistencia; pero no se improvisa un ejército en un día, ni con sólo buena voluntad...

En mis visitas a la calle de la Merced, Margarita me contaba haber abandonado la hacienda su tío Manuel para venirse a enrolar en la reserva. Como el arte de la guerra también se perfecciona con los libros, él había encargado a Europa y los estudiaba con empeño. Ahora sólo "le cliquetis des armes" resonaban en sus oídos en lugar de las armoniosas rimas de sus poetas favoritos.

Todo Lima se había vuelto un campamento donde venían a reunirse los indios reclutados en la sierra para formar batallones; arrastrando el paso, cansados antes de haber llegado, daba lástima verlos pasar seguidos de sus pobres "rabonas" tan inconscientes como ellos que fielmente los seguían hacia el matadero. Las gentes de Lima compadecidas, los animaban hablándoles: -¿A qué has venido? les preguntaban, -"A matar chileno, animal grandazo con sus botas"... contestaban ingenuamente en su ignorancia del saber contra quien iban a batirse.

Sin embargo, rápido pasaba el tiempo impasible como siempre ante nuestra felicidad o desgracia... Volví al colegio, sola esa vez, sin mi querida compañera; pero ya aclimatada al ambiente, formando parte del medio, encariñada con su buena o mala fortuna. Muy pocas niñas vinieron ese año al colegio no sólo de provincias sino del mismo Lima sin quererse separar de los seres queridos, en el momento del peligro que todos presagiaban. Mi papá por el contrario, prefirió que yo regresara al colegio, creyéndome más protegida en medio de las madres y sobre todo más libres ellos dos, en espera de los acontecimientos.

Sólo tres alumnas éramos las de la segunda división ese año: Estefanía González, Ester Bielich y yo. Todo el "clan" chileno había desaparecido: las Irrarázabal y sus primas hermanas las Casanuevas, la Godoy y unas cuantas chicas más. Era un gran bien, pues resultaba muy difícil disimular ante ellas nuestras impresiones de a cada rato buenas o adversas, según las circunstancias.

Verdad que muchas no disimulaban nada y duramente les hacían sentir su rencor. Yo en eso era muy compasiva, sabiendo por experiencia propia la crueldad de esas luchas de nacionalidad contra las inocentes y tanto me habían hecho sufrir aún siendo tan diferente el caso mío al de ellas. Y lo raro fué que las más enardecidas entonces, fueron las que en la vida más tarde, iban a olvidar sus exagerados odios a los chilenos casándose con ellos.

Recuerdo que un día en la pastelería de Nove, pocos meses después de la entrada de los chilenos a Lima, me encontré con Ester Bielich y me dijo muy airada: "¡Qué te parecen las niñas nuestras antiguas condiscípulas, no me quieren saludar porque mi hermana Amabilia se ha casado con un chileno, como si el corazón tuviera patria!" -"¡Tienes razón le contesté burlonamente, menos puede tener patria, la que no tiene corazón!"... y al decir esto le dí la espalda y me salí. Meses después se casaba ella también con chileno.

Pero en medio de nuestros atolondramientos de muchachas inexpertas, sabíamos hacer excepciones; una de ellas, con nuestra maestra la madre Clemencia: chilena. Se distinguía por su rectitud y espíritu de justicia: nunca la vi reñir indebidamente ni castigar sin motivo. Todas la respetábamos.

Más tarde se volvió ciega la pobrecita, siempre la iba yo a visitar. Cuando la llamaban al salón, diciéndole que la buscaba una antigua discípula suya, en el acto contestaba: "Ya sé, es Adriana". Y un gran abrazo nos unía a las dos.

Como todos los años en los primeros días de junio, llegó la fiesta de Corpus que se celebraba con mucha solemnidad. Todas las niñas vestidas de blanco, desfilábamos formando cortejo y cantando himnos sagrados; por delante las más pequeñas echando flores, luego venían las zahumadoras.  Para ese día, las madres convidaban a sus más distinguidas amigas, para quienes era un honor ser invitadas.

Por supuesto ese año figuraba en primera línea la esposa del Presidente, la señora Jesús Itúrbide de Piérola. Vestida de raso negro con abalorios en medio de los que resaltaban sus valiosas alhajas; avanzaba majestuosa la señora, en medio de sus dos hijas mayores. Gorda, bajita, muy blanca y erguida, se daba cuenta de ser el centro de nuestra esperanza en esos momentos críticos por los que pasaba la nación, viendo en ella el reflejo del alma de su marido, en quienes teníamos puesta la fe de que salvara la patria ...

Con respeto la veíamos avanzar pisando las flores que nosotras mismas echábamos a los pies de la Sagrada Eucaristía y que, después del Ministro de Dios, ella pisaba a su vez con su pie diminuto. Parecía creer que fuesen solo a ella, a su persona, esos honores, ese rendimiento, tal era la satisfacción que reflejaba su semblante embellecido por esa ilusión.

Desde el principio del año al regresar al colegio, había tenido que buscar nuevas amistades al no estar ya mi amiga preferida. Escogí entre las de mis mayores simpatías y me junté con María Rosa Monasí, Zoila Soto y Mercedes Buenaño; todas ellas tenían hermanas que se unían también a nosotros, volviéndose numeroso nuestro grupo para comentar y discutir los acontecimientos.

Estos seguían muy malos, según daban cuenta los periódicos, temiendo desembarcase de repente el enemigo a tomar por asalto la capital. El "ya vienen los chilenos" ... era el estribillo en boca de todos y sabidas sus consecuencias, al leer los horrores que cometían en los lugares pequeños, al entrar vencedores.

En la madrugada del 29 de junio, dormíamos aún tranquilamente en nuestras "blancas camas" cuando fuimos despertadas sorpresivamente por unas llamadas angustiosas y suplicantes: -"¡Niñas!... ¡levántense! ... decía la voz ahogada y acongojada -"Pronto levántense repetía ¡allí están los chilenos! pónganse los zapatos y los abrigos y corran a la iglesia a refugiarse". . . La voz se hacía cada vez más trémula y a medida que la madre Alodia, pues era ella, recorría las hileras de camas, palmeando las manos, uniendo el ruido al ruego para despertarnos.

Al fin nos incorporamos en la cama sin comprender todavía de lo que se trataba, semi-despiertas nos mirábamos aturdidas; al recuperar el sentido de la realidad, el de la conservación se despertó también en nosotras: En efecto, oíamos fuertes detonaciones, seguidas de silbidos cada vez más repetidos y amenazantes. Ligero emprendimos el escape. Yo en lugar de seguir el prudente consejo de la madre, pues hacía mucho frío, tomé mis zapatos en la mano, mi abrigo bajo el brazo y así descalza y en camisa, bajé las escaleras y corrí hacia la iglesia. Eran las cinco de la mañana: las madres todas reunidas en la iglesia, cantaban en coro los "maitines".

Así en camisa me presenté en medio de ellas como una visión: Les causé espanto. Vinieron varias a contenerme creyéndome loca. -"¡Allí están los chilenos!" decía yo con insistencia, repitiendo las mismas palabras de la madre Alodia. ¡No estoy loca, ya vienen las demás!..." y seguía yo oyendo retumbar cada vez más fuertes las descargas. de las ametralladoras.

En el acto la madre Prelada corrió hacia la puerta a contener la avalancha encamisada que ya empezaba a invadir la iglesia. -"¡Niñas, son cohetes! hoy es San Pedro, "nos dijo mesuradamente y casi sonriente, ante el ridículo espectáculo que ofrecía el cuadro. En el acto la risa reemplazó el espanto y algo avergonzadas de nuestras rudimentarias fachas, regresamos todas al dormitorio, junto con la madre Prelada. La pobre madre Alodia estaba aún nerviosa, semi-llorosa, avergonzada de su "plancha", pero sonriente ya contenta del pacífico y jocoso desenlace final.

Era realmente día de San Pedro y San Pablo, santo del jefe del Estado Mayor, don Julio Tenaud, que vivía en las cercanías del colegio y sus subalternos le daban un "albazo" con cohetones que simulaban un verdadero bombardeo militar.

También es de advertir como disculpa que el día de la revolución de Piérola varias balas habían caído en nuestro dormitorio cuyas ventanas daban a la calle y habrían muerto las ocupantes de las camas, si la prudente madre Alodia no hubiese tenido la precaución de hacernos bajar a dormir en lugar más seguro.

Por varios días quedó de tema divertido entre nosotras; sin embargo cada una sabía muy bien que lo risible de hoy, podía volverse la trágica realidad de mañana o del día menos pensado.

Seguíamos nuestros estudios y como de costumbre vino a Belén la "Comisión de examinadores" presidida esta vez por el Dr. Manuel B. Pérez "El burro Pérez" como le apodaban comúnmente; lo sabíamos adverso a las monjas, haciendo alarde de su liberalismo y temíamos una "jaladura" general; más no fué así, todas salimos bien.

No habría comedia el día de los premios; esta vez nos contentaríamos con la perspectiva de la "tragedia viva" que todos esperábamos: ¡los actores iban a ser los chilenos; la actuación tendría lugar ante el mundo! ...

Sólo íbamos a recitar versos: me dieron "La mort de Jeanne d' Are". Hicimos una confabulación entre las amigas, para desquitarnos de la marcada antipatía inglesa al Perú. Al llegar a un verso que decía más o menos:
"Ou courrent ces nobles guerriers? ... "
- "Oeis nobles soldats sont des anglais,
Qui vont voir mourir une femme!" . ..

Al llegar a ese verso nos habíamos aconchabado a que me detuviera un rato y todas aplaudiesen como saben hacerlo las colegialas, para subrayar sus opiniones. Yo me había ejercitado a recitarlo muy despacio haciendo resaltar el desprecio que encierra la última frase. Las madres sorprendidas se asustaron primero ante ese desbordamiento inesperado, pero los aplausos siguieron... Estábamos satisfechas, en algo siquiera, nos habíamos vengado de "aquellos valientes guerreros que iban a ver morir a una mujer!" ...

Lo inesperado fué la venida del almirante Dupetit-Thouars, que presidió la actuación. Fuí encargada del discurso "de circonstance"; al terminar me dió la clásica "Accolade" saludo de honor francés. Me sentí muy honrada de recibirla del que iba a ser el "Salvador de Lima".

Bajo la impresión de temor que embargaba los ánimos se preparaba la defensa de Lima; la reserva estaba adiestrada y lista para combatir, esperando de un momento a otro que desembarcara el enemigo. Todos sabían a que atenerse en caso de ser vencidos: Los jefes chilenos habían ofrecido a su tropa ocho días de saqueo, al entrar triunfantes a Lima! ... Desde entonces numerosas familias buscaban refugio en las legaciones y lugares protegidos por bandera extranjera. Ya estaba formada la Guardia Urbana, en ella estaba enrolado mi hermano.

De antemano la empresa del Muelle Dársena había puesto a la disposición de las familias francesas varios pontones· para asilarse y en los primeros días de Enero partimos mi papá y yo al Callao para embarcarnos. Un crucero francés nos llevó a bordo del pontón "Felicia" fondeado a unas diez millas del Callao, para que allí esperásemos los. acontecimientos.

Así alejados de todo, pasamos en relativa tranquilidad los primeros días de Enero, hasta que llegaron juntas las terribles noticias: el desembarco de los chilenos, las batallas de San Juan y Miraflores, la derrota ... el derrumbe de todas nuestras esperanzas de triunfo..."


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Adriana de González Prada. "Mi Manuel". Lima, 1947.

Saludos
Jonatan Saona

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