14 de enero de 2022

Relato de Canevaro

César Canevaro V.

Las Batallas de San Juan y Miraflores.

Relato del general Canevaro y del Dr. Melitón F. Porras.

MUNDIAL en homenaje a los que cayeron en los campos de San Juan y Miraflores, ha querido que algunos gloriosos sobrevivientes de esas épicas jornadas contaran cómo fueron ellas. Y el general Canevaro y el doctor Melitón F. Porras, el coronel heróico y el teniente de reserva de entonces nos han contado como fueron aquellos esfuerzos últimos de un pueblo que quería defender su honor.

MUNDIAL, también hubiera querido entrevistar al Jefe del Estado, al entonces Sargento de la cuarta compañía del Batallón N°. 2, señor Leguía. Una circunstancia imprevista nos ha impedido el hacerlo.

Habla el general Canevaro.
Estamos frente al viejo soldado. Queremos oír de sus labios la relación de aquellos dos formidables esfuerzos del patriotismo peruano, que nada pudieron contra la suerte empeñada en favorecer a nuestros enemigos. Habla el General, y su voz, que los años han hecho grave y pausada, al hablar de aquello que paso hace cuarenta años, tiene inflexiones agudas como una nota de clarín.

-El día trece de enero -nos dice- supimos que las fuerzas chilenas atacaban el ala izquierda de nuestro ejército que se encontraba a órdenes del coronel Dávila. Yo me encontraba en el ala derecha. El ataque de los chilenos desorganizó por completo a los camaleros. Flanqueadas mis tropas tuvimos que replegarnos sobre las del coronel Cáceres, el que también se vió en la imperiosa necesidad de retroceder concentrándonos en el Barranco. Fue entonces cuando recibimos la orden de concentrarnos en Miraflores. Como yo creía que la batalla no estaba completamente perdida y de que aún había tiempo para ganar una nueva, fui personalmente en busca de Don Nicolás de Piérola a quien creía encontrar en el Morro Solar. Pero ya el Dictador se había retirado hacia la playa de Miraflores. Mi situación fue entonces grave.

Los chilenos se habían apoderado del cuartel existente en el lugar en que hoy se encuentra la Escuela Militar y ocupaban Chorrillos. Para cumplir las órdenes de Suárez de abandonar este pueblo, tuve que atravesar por la calle de Lima y escapar por la quebrada de Tendirini que conocía perfectamente.

Poco después, por la noche, las llamas del incendio de Chorrillos alumbraban nuestro campamento. Entonces fué que se decidió atacar a las tropas invasoras, de las que se sabía se encontraban completamente ebrias y desorganizadas. En el Consejo de Guerra que se celebró con este motivo, unos jefes estábamos por el ataque y otros en contra. Por fin este se decidió. El ataque tenía todas las probabilidades de éxito. Como he dicho, las tropas chilenas se encontraban entregadas al saqueo y el espíritu militar de las nuestras era excelente. Además conocíamos el terreno palmo a palmo. Era noche de luna y podíamos avanzar sin dificultades.

Los chilenos han dicho que para el caso de una sorpresa tenían batallones en reserva. Pero estoy seguro de que hubiéramos alcanzado éxito. Por otra parte, si hubiéramos fracasado, como la luna se ocultaba a las dos de la mañana, hubiéramos podido retirarnos sin peligro a nuestras posiciones de Miraflores. Desgraciadamente, pocos momentos después de haber partido, se nos dio la orden de regresar...

Aprovechando de las negociaciones que hacía el cuerpo diplomático, el ejército chileno emplazó su artillería frente a nuestro centro. En nuestra formación el Coronel Cáceres se encontraba a la derecha, en el segundo reducto. El coronel Dávila entre el segundo y el cuarto.

Yo tenía a mis órdenes diez columnas, tres formadas con los restos de mis batallones y siete con los restos de otros que habían perdido sus jefes en San Juan. De este modo en la batalla de Miraflores tuve a mis órdenes mayor número de tropas que en batalla de San Juan, pues me encontraba al frente de 2200 hombres, cuando en la primera solo había tenido 1400.

Empeñada la batalla porque los chilenos rompieron los fuegos, hubo momentos en que la victoria parecía sonreírnos. Si los ocho mil hombres que se encontraban concentrados en Monterrico y que no dispararon un tiro hubiesen entrado en acción, el desenlace de la batalla, quizá, habría sido distinto. Esos ocho mil hombres se retiraron a Lima, donde, en Palacio, por órdenes del coronel Suárez entregaron sus armas.

-Y Ud. mi general.
-Yo quedé en el campo herido y abandonado, pero cuatro morenos pertenecientes al Batallón Libertad, envuelto en mantas como si se tratara de un cadáver me trajeron a Lima. En lo que hoy es la estación de Chorrillos me colocaron en una camilla que habían llevado los bomberos conduciéndome a esta misma casa de Melchormalo, en donde los cuidados de los doctores Odriozola y Almenabar, entre otros, me salvaron la vida, declarándome fuera de peligro el día 19, en el que recibí la visita de los jefes de las escuadras extranjeras que se encontraban ancladas en el Callao, así como también la del general chileno Maturana, quien con exquisita gentileza me visitó acompañado de su estado mayor, lo que, por cierto, dió mucho que decir en Chile.

-Cuándo se le dió el grado de general?
-El grado de general puedo decir que me fué concedido por el señor Piérola. Me lo dio después Montero al nombrarme jefe político y militar del sur, mientras Cáceres e Iglesias eran nombrados del centro y norte, respectivamente. Posteriormente me lo dieron los congresos de Arequipa y Chorrillos, y el congreso de 1886, confirmó los despachos que me habían sido otorgados por Montero.


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Revista "Mundial" Año II, num 38, Lima, 14 de enero de 1921.

Saludos
Jonatan Saona

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