4 de enero de 2021

Luis Albrecht

Don Luis Albrecht
Don Luis G. Albrecht

En todos los rasgos de su vida se transparenta el filántropo de corazón y sentimientos magnánimos...

Nació en Munich (Baviera - Imperio Alemán) el 19 de marzo de 1836. Sus padres le dieron una educación esmerada que completó con los viajes; aún muy joven llegó a Estados Unidos y de allí pasó a México, fundando la primera Casa Grande de Blancos en Alanzanillo. Trabajador infatigable, se dedicó a la exportación de maderas, pero el mal estado de su salud impidió que continuara en tierra azteca y vino al Perú donde formó un hogar casándose con la señorita Emilia Casanova y Velarde hija del Coronel Domingo Casanova, respetable y distinguida familia que ocupaba un lugar eminente en la sociedad, dueños de la hacienda Gallado.

El señor Albrecht, que era poseedor de una energía inextinguible inició sus trabajos en Facalá sembrando algodón en vasta magnitud negocio que le dió muchas utilidades a consecuencia de que este artículo había subido de precio por la guerra separatista en que se debatía Estados Unidos que, como se sabe es uno de los graneles productores de algodón.

Poco después el señor Albrecht sembró caña estableciendo una fábrica de azúcar en Facalá y después en Sausal y Casa Grande cuyas bases de grandeza, prosperidad y bonanza se deben a él, que con gran inteligencia y modalidad practica para los negocios imprimió acertados rumbos a la negociación.

Era el señor Albrecht un caballero en la mas noble acepción del vocablo, tanto por sus altruistas sentimientos de hombre honrado, cuanto porque en el discurso de su vida dedicó sus excelentes facultades físicas intelectuales y morales al bien general de la humanidad, sin distinciones ni evasivas. Cariñoso hijo de familia, ejemplar esposo, padre que no se apartaba un punto de la legítima línea de conducta que el deber le dictaba, el señor Albrecht por su austeridad y su probidad constituía el prototipo del alemán decente del siglo XIX educado en las rígidas normas del trabajo, el bien y la justicia.

Enemigo de hablar mucho, nunca se le oyó despotricar estérilmente de cosas sobre las cuales no tenia cabal conocimiento de causa. Era mas adicto a los hechos prácticos que a disquisiciones filosóficas, tenía: mas desarrollada la voluntad, que el falso intelecto de los eruditos a la violeta. Por eso no actuó en polí­tica sino de modo lejano, e indirecto, manteniéndose incólume y libre de aquel enorme atajo de inepcias y ridiculeces que ofrecen las componendas y triquiñuelas de la política de baja trastienda.

Don Luis Albrecht no tenía el instinto torcido de los aventureros y azacanes comidos del mal del siglo: la codicia. Creyó siempre con mucha razón, que la fortuna era una fuerza para aplastar las necesidades y pobrezas de sus semejantes, un medio propiciatorio para hacer el bien sin remilgos, ni utilidades. Por este motivo en todos los puntos de su vida descuella la figura del filántropo no contaminado con el virus de la venalidad que hoy inficiona a los truchimanes y minotauros del Capital que en sus ahitamientos de explotación se erigen sobre los pobres que gimen aplastados inmisericordi por la rueda de la fortuna que en sus volubles movimientos va dejando las huellas del dolor, la opresión y la iniquidad.

Otra prueba de su desprendimiento y altruismo: Proyectaba construir el ferrocarril de Casa Grande a Malabrigo problema que hoy mismo tiene alborotado el cotarro y está en el tapete de la disensión. Pero como notó que esa línea férrea sería perniciosa para Trujillo y que encontraba resistencias, abandonó su propósito. ¡Todo un filántropo que perdía la ocasión de aumentar el caudal de sus gabetas y ganar millones por beneficiar a un pueblo!

Basta conocer lo que hizo el señor Albrecht durante la ocupación chilena para corroborar la alteza moral de sus generosos sentimientos. Como ya conocemos, en aquellos días de impresión el señor Albrecht sacrificó su fortuna tanto para pagar cupos como para mantener centenares de familias que se habían asilado en Casa Grande, bajo la bandera alemana y que él con un desinterés loable les daba pan, casa, comodidades y hasta regalías, sin cobrarles un centavo, librándolas además de las trastadas chilenas.

Este hidalgo mártir que había levantado su fortuna con las ejecutorías de su talento, la vio caer por la segur de una guerra implacable, dejando a sus hijos solo el patrimonio de Alejandro: ¡la esperanza!

El inteligente ingeniero señor Enrique L. Albrecht lo mismo que los demás vástagos del ínclito prócer, han sabido conservar el nombre de su ilustre padre, tan digno y generoso como olvidado por los habitantes de esta ciudad que ele manera filantrópica don Luis supo salvarla de la destrucción y la ignominia.


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Alvarado Z. Elías. "Dos Héroes Olvidados" Trujillo, 1917.

Saludos
Jonatan Saona

1 comentario:

  1. Pero... si el señor Luis G. Albrecht había nacido en Baviera en 1836... aquello no ocurrió en "el imperio alemán", como se señala.
    Tal imperio vio la luz recién en 1871, en el salón de los Espejos del Palacio de Versailles, en la Francia ocupada. Se proclamó allí a Guillermo I de Hohenzollern como primer káiser del imperio alemán.

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