25 de enero de 2018

Silvestre Urízar

Silvestre Urízar
Don José Silvestre Urízar
Comandante en Jefe de la División de Ocupación del Departamento de “La Libertad"

I
Después de las irreparables pérdidas que causaron a nuestro noble ejército las tres batallas que dieron a Chile la posesión de Lima, es decir, el dominio del Perú, ninguna, en nuestro concepto, implica mayor dolor ni alcanza mayor significación para la república que la del coronel don Silvestre Urízar Garfias, comandante jeneral de la división de ocupación de los departamentos del norte de aquel país.

I decimos esto, nó a impulsos de la aflicción íntima que trae al alma la desaparición sucesiva de aquellos hombres que aun en épocas luctuosas fueron leales amigos, sino porque en ese capitán ínclito i modesto no sólo perdió la patria un hombre de guerra distinguido, sino uno de sus jefes de consejo, una alta probidad, un patriota esclarecido, un ciudadano por todos títulos virtuoso, especialmente como hombre de deber i como sostén de su hogar. Siendo célibe, el coronel Urízar Garfias era el padre de una numerosísima familia de hermanos.

Su extinción en medio de una epidemia incipiente i horrible, revistió para el país todos los caractéres de una catástrofe, i a la lúgubre sombra de aquella congoja común, vamos a esforzarnos por compajinar algunos de los rasgos más señalados de su noble existencia tan prematuramente cortada.

II.
Nació el coronel Urízar Garfias en Santiago el 15 de mayo de 1834, siendo su padre el conocido hombre público don Fernando Urízar Garfias i su madre la señora Dominga Garfias, deudos i consanguíneos entre si (1).

(1) A título de documento para el futuro acopio de la carrera de nuestros ilustres servidores en la guerra, reproducimos enseguida la fe de bautismo del coronel Urízar, que dice como sigue:

"El infrascrito, cura rector de la parroquia de mi Señora Santa Ana, certifica que en el libro de bautismos, que corre desde mayo de 1827, hasta febrero de 1837 años, a fojas 135 se encuentra una que copiada a la letra es como sigue:

“En la ciudad de Santiago de Chile en 17 de mayo de 1834 años, en esta iglesia parroquial de mi Señora Santa Ana bauticé i puse óleo i crisma a José Silvestre, de dos días nacido, hijo lejítimo de don Fernando Urízar i de doña Dominga Garfias. Padrinos don Antonio Garfias i doña María del Pilar Garfias; de que doi fe. -Domingo Herrera."
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Favorecido su padre por numerosísima i robusta prole masculina en su primer enlace {femenina en el segundo), hubo de buscar, para cada uno de los varones, carrera ancha en la arena estrechísima en que los chilenos, desde tiempo inmemorial a este respecto, jiran i se aprietan; i así, cupo en lote a aquéllos, a unos la diplomacia, a otros el comercio, i a los más las armas. Elijieron este oficio el primojénito i el postrer nacido de aquella casa, José Silvestre i Pablo, i hoi ambos han muerto en el servicio de la patria,

I en el intermedio de ambos, desapareció también su hermano Antonio, mozo intelijente que había sido diarista i secretario de legación, fundador de El Día en el Callao. De los Urízar Garfias sólo sobrevive a estas horas un honrado negociante que sustenta su remoto hogar con el sudor de su frente en la Asunción del Paraguai, de donde suelen llegarnos los ecos de su jeneroso patriotismo. Su nombre es Diego Urízar. Sus hermanos, del segundo lecho, son Urízar Corvera, i el último de éstos, Abelardo, fué también soldado i también murió.

III.
Incorporado a la Academia militar cuando rejiala el jeneral Aldunate, a la edad de trece años (febrero de 1847), distinguióse don José Silvestre Urízar desde los primeros días de su prueba por la apacible serenidad de su carácter, por su porte igual i serio, por su inquebrantable pundonor. Era un niño i ya era un jefe. Pertenecía a esa raza de hombres que aprenden a mandar aprendiendo a obedecer, i por esto en su larga carrera de subalterno o superior, jamás una tilde, ni siquiera una sospecha, marcó su paso. Hubo un tiempo en que su ardoroso padre figuraba en todas las conspiraciones políticas de su ajitada época; pero la espada del capitán Urízar no fué un solo instante desceñida de su cintura por la desconfianza de quienes se la entregaran en prenda i custodia de lealtad.

IV.
Educado en las filas del 2.° de linea, como Villagrán í como Muñoz Bezanilla, era subteniente de ese cuerpo a los 20 años (1854) i capitán a los 26. En aquel tiempo se andaba despacio entre las espinas de los ascensos; pero el mérito notorio i sobresaliente del coronel Urízar llevóle siempre por buen rumbo i con propicio viento.

Después de servir 14 años en el 2.° de línea, el capitán Urízar fué nombrado segundo jefe del batallón de Artillería de Marina, a cuyo cuerpo prestó sus útiles servicios durante seis largos años, hasta que en 1874 el gobierno del presidente Errázuriz confióle, junto con el empleo de teniente coronel efectivo, el mando del 3.° de línea.

V.
El comandante Urízar tenía a la sazón 40 años, i su hoja de servicios no marcaba ninguna acción de brillo, apenas una que otra entrada a los indios, hechos que nosotros nunca hemos contado como campañas, por más que así i con altisonante prosa figuren en los archivos. Una trasnochada se anotaba en esa época como una acción de guerra, un galope de tres días como una campaña.

Por su índole tranquila, por su espíritu reflexivo, por sus hábitos pacientes i estudiosos, por su probidad minuciosa que recordaba la acrisolada honradez de oficinista de su intelijente padre, el comandante Urízar Garfias era señalado de preferencia para aquellos servicios delicados i de confianza que necesitaban la participación de la sagacidad i de la rectitud. Confiábale por esto de continuo el gobierno la organización de documentos, informes i procesos militares que envolvían alguna grave responsabilidad; pero nunca aceptó fiscalías políticas en las que se hace triste deber el pesquisar las pasiones i los odios de los hombres. Todo lo contrario, en días de ajitación veíase por todos, amigos i adversarios, llegar a aquel hombre de semblante sanguíneo pero dulce, como una garantía, casi como un amparo.

VI.
Cuando estalló la guerra recientemente terminada, hallábase el comandante Urízar Garfias desempeñando el puesto de inspector de la guardia nacional, i en él prosiguió durante un año, descansando el gobierno más en su habilidad de organizador que en sus dotes guerreras. I a la verdad, cuando en marzo de 1880 se le designó para organizar el batallón i más tarde rejimiento Talca, creyóse por muchos que el novicio cuerpo sería conducido a la pelea por un soldado de honor, más no por un héroe.

Padecieron sin embargo engaño los que tal predicción hacían, en razón del temple bondadoso de aquél jefe; pero aquellos que, como el vice almirante Lynch (a quien acompañara en su excursión al norte), le vieron durante siete horas al pie del Morro Solar, con su manta terciada sobre el pecho, siempre a caballo, desafiando en todas partes las balas convertidas en raudal de plomo, impasible i afable en medio del fuego i contestando al clamor de sus oficiales que le pedían se batiera a pie: —¿Para qué, amigos? lo mismo se muere a pié que a caballo!

Contábannos esto con calorosa unanimidad los mismos que en el campo de batalla le proclamaron uno de los verdaderos héroes de aquella cruel jornada, í así consta de todos los boletines, excepto del suyo propio.

En esto su modestia i su reserva iban a la par con su intelijencia i su conocimiento de los hombres i de las cosas de la guerra, "A más de su integridad, de su lealtad,—dice un jóven escritor que harto le conociera,—i de su celo, estaba adornado de cualidades, por desgracia, poco comunes en nuestro ejército. Bajo aquel aspecto reservado i firme, tras aquella fisonomía impasible i reposada, se ocultaba una intelijencia aguda ¡ cultivada, un corazón delicado i sensible, un alma de artista i de profundo pensador"

VII
Ascendido por su conducta en las campañas i especialmente en las batallas de Lima a la clase de coronel efectivo, casi como excepción, en mayo de 1881, recibió a fines de ese año la ardua i peligrosa comisión de ir a comandar las guarniciones aisladas que, en climas insalubres i en medio de los mil incentivos de una inmoralidad sin freno, se hallaban repartidas en las principales poblaciones de los departamentos de La Libertad i de Lambayeque.

La designación del gobierno era acertada, porque se necesitaba para conservar a nivel la moral i la salud del ejército, junto con la sumisión militar i política de las zonas ocupadas, de una rara combinación de tacto i enerjía, de sagacidad vijilante i de prudencia bondadosa.

I todas estas dotes formaban la base del carácter excepcional del coronel Urízar, este Dessaix chileno.

Gracias a su cautela, mantenía su tropa en rigorosa disciplina, e imponiendo pesado yugo a las poblaciones se lo hacía soportable a fuerza de templanza. Sin descender en un solo caso del puesto del deber, el coronel Urízar obligaba a pagar rigorosamente a los peruanos de su zona 200 mil soles mensuales, por medio de cupos que subían de 50 soles a 12 i 18,000, como los que pagaban los ricos hermanos Alzamora; pero nunca oyóse una sola queja contra sus procedimientos.

Quienes solían acusarlo de lenidad excesiva eran unos pocos de sus propios soldados, resueltos a hacer de la ocupación una conquista i de la conquista un botín, i a estos clamores, a que la lealtad del corazón hízose eco un día, el noble jefe, levantándose hasta la magnanimidad, diera en los primeros días del año de su doloroso fallecimiento (1882) la siguiente respuesta en carta que nos escribiera desde Trujillo el 4 de enero: ..."Es verdad, señor i amigo, que soi blando con los peruanos que se conducen bien con nosotros i que en nada nos hostilizan; pero cuando éstos tratan de formar montoneras e incomodarnos de alguna manera, entonces sé también ser duro. Ejemplo de ello tienen Guadalupe i Chiclayo.

"Existe entre algunos de nosotros la idea de que estando en guerra con el Perú, debemos hostilizar a sus habitantes en toda forma, estrujándolos i esquilmándolos hasta obligarlos a hacer la paz. Yo tengo otra idea en este asunto, i es que en nuestros actos debe dominar un espíritu de Justicia i de benevolencia por la misma razón que somos vencedores. Esta, que es mi idea fija, es la que nos hará caminar a la paz.

"En Huacho estuve siete meses al mando de una división de nuestro ejército. Nos retiramos después, siendo luego ocupado por fuerzas peruanas. Hoi claman por la vuelta de los chilenos, a consecuencia del mal trato que sufren por sus mismos paisanos

‘'Aun cuando no vemos esperanza de una próxima paz, ella al fin vendrá,—añadía el coronel Urízar; — volveremos a ser hermanos de nuestros enemigos de hoi, i entonces ¿no cree usted que los odios desaparecerán más fácilmente recordando que hemos sido no sólo justos sino jenerosos con el vencido?" (II)

(II) En esta misma carta, el coronel Urízar vertía su opinión sobre el conflicto norte americano suscitado por el ministro Blaine, en los términos siguientes;
“Como usted, creo que nada tendremos en definitiva con los yankees, siempre que el país i nuestro gobierno no aflojen. Usted, mucho mejor que yo, conoce las tendencias del gobierno de Estados Unidos, que es dominar en el Pacífico, i sobre todo, ahora que los notables del Perú le hacen convites mui tentadores.»
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VIII.
Cuando en pos de blando pero eficaz apremio del vencido se presentó en los cuarteles de Trujillo la atroz pestilencia, prevista i señalada de antemano a la ocupación i a sus adictos, el coronel Urízar se colocó a la altura de la situación. Voces anónimas le han acusado de indolencia; pero por fortuna, i como si hubiese querido apagar el ruido sordo de los pasos de la calumnia aún más allá de su austera tumba, el comandante en jefe de la división chilena dejó escritas cartas como la que dirijió el 8 de febrero al comandante de armas de Talca i el 15 al autor de esta reseña, en las que palpita no la solicitud de un jefe, sinó el cariño anheloso de un padre por su tropa. El coronel Urízar no omitía una sola precaución, una sola medida de detalle para protejer la vida de sus soldados, i aun para velar su agonía. A tan sublime abnegación debía sucumbir í sucumbió. Su última carta conocida es del 15 de febrero de 1882 i el 22 era ya un cadáver.

IX.
Triste, inconsolable arcano es aquel de morir, como el coronel Urízar, envuelto en los pliegues del sudario de una fiebre ponzoñosa, cuando se ha vadeado incólume el charco de las batallas al tronar de los cañones, Pero no se crea que aquel chileno ilustre había doblegado su ancho pecho al peso de aquellas escenas ingloriosas, horribles calamidades de la epidemia, del hospital i de las sepulturas,

Nó. Su alma de soldado, suspiraba por nuevos combates, i éstas palabras suyas, de que nos hiciera confidente en la víspera de su desaparición de la escena de la vida i de la guerra, i que damos a luz con orgullo, son acaso el mejor galardón de ésta i de su gloria.

"Estoi mui deseoso,—nos decía el día 15 de febrero de 1882,— que se me conceda el permiso correspondiente para ir a hacerle una visita al señor Montero en Cajamarca, Sólo pido para esto 100 hombres mis de caballería i 300 infantes.

"Con este continjente haríamos desaparecer de la escena al contra-almirante í dominaríamos en toda la sierra, dominio que necesitamos para dejar libres i tranquilos a los departamentos de la Libertad i Lambayeque.

"Por otra parte, concluiríamos del todo con la única farsa de gobierno que nos queda"

X.
Una palabra íntima, devolución tristísima de la leyenda heroica que acabamos de escuchar, nos será permitida antes de concluir.

Hemos dicho que el coronel Urízar Garfias era un hombre de virtud austera, i aunque no tenía hogar propio, partía por mitad sus escasos haberes con el que una segunda madre había formado en torno suyo. I esto ejecutábalo con tal puntualidad, con tan sincero desprendimiento, con tan natural alegría, que en el mismo día en que recibió sus despachos de coronel efectivo, aumentó su pensión de familia a 150 pesos, que era hasta donde podía llegar en su pobreza i en su graduación un sublime desinterés.

I bien. Cuando la noble matrona que ha perdido en dos años tres hijos i tres protectores ocurrió por la pensión de febrero de 1882, los impasibles funcionarios de Chile encargados de repartir el pan a los huérfanos, le cerraron comedidamente la puerta porque el jefe de la división de Trujillo no había muerto, conforme a la, así llamada, lei de recompensas, por el plomo sino por el horrible virus de horrible epidemia.

¿Tiene nombre semejante cruel i desnaturalizado contraste?

Entretanto, nosotros sostenemos, con la mano en la conciencia, que los hombres que asi sucumben mueren a bala, salvo que el proyectil no puede ser extraído por las tenazas de los cirujanos, porque no está metido dentro de la carne sinó en el fondo del alma, sufrida, magnánima, abnegada al culto de una patria digna de ser amada pero en más de una ocasión olvidadiza e ingrata.

XI.
Hasta hoi al menos (setiembre de 1884) la desgraciada i casi desvalida familia a que el coronel Urízar sirvió de abnegado padre, no ha recibido un solo maravedí a título de su vida heroica de soldado ni de su muerte más heroica todavía.

Más aún, i esto es profundamente doloroso.

El Congreso Nacional ha negado a su familia el reconocimiento de una pensión debida a título de que no era hijo, ¿I cómo había podido serlo si siempre había sido padre de los suyos?.

XII.
En cambio i como una compensación póstuma pero altamente honrosa para su memoria, el ejército de Chile vistió un verdadero luto por su desaparición, en Chile i en el Perú. "A todos consta su gran lealtad,—decía uno de sus más caros compañeros, al tener noticia de su inesperado fallecimiento,—a todos consta su gran lealtad, su probidad, su intelijencia i su entereza de carácter. Su valor probado está patente i se lució en Chorrillos como todo el país lo sabe."

Esto escribía el coronel don José A. Varas en Santiago el 3 de marzo de 1882, i repitiendo el eco de un dolor común, el coronel, hoi jeneral de brigada, don José F'rancisco Gana, agregaba desde Lima al día siguiente estas palabras:— "La pérdida de nuestro querido i valiente Urízar nos ha llenado a todos de profunda pena" Por último, su propio segundo en el mando del sufrido i nobilísimo batallón Talca, el sarjento mayor entonces i hoi bizarro coronel don Alejandro Cruz, vencedor en Huamachuco, así daba cuenta de los últimos instantes del amado caudillo al jefe político de la provincia de su procedencia, en carta de Trujillo febrero 22 de 1882.

"A la triste estadística de la muerte que de tiempo atrás estoi haciendo a V. S., debo agregar hoi otra víctima, la más dolorosa, la más irreparable de todas: el coronel Urízar primer jefe del batallón Talca.

"El coronel Urízar, modelo de serenidad i de valor en los campos de batalla, modelo de bondad, caballerosidad i disciplina en el cuartel, fué el hijo acabado de la abnegación en la terrible epidemia que aflije actualmente a esta funesta ciudad de Trujillo.

“Cada víctima del flajelo le llevaba un pedazo del corazón i constantemente a la cabecera de los enfermos, recibió el pernicioso contajio que en tres días no pudieron combatir todos los recursos de la ciencia aplicados por manos cariñosas.

“Cuando esta nota llegue a las manos de V.S. ya el telégrafo habrá trasmitido la fatal nueva al pueblo de Talca, reproduciendo en él el dolor i la consternación que ha ocasionado aquí, no sólo en el cuerpo que ese pueblo le confiara i que dirijió de una manera brillante, sinó en los otros de la guarnición i aun en el pueblo de Trujillo, que supo apreciar sus distinguidas cualidades.

“No soi yo el llamado, ni es ésta la oportunidad de hacer la historia de tan ilustre jefe: me limito a condolerme con V.S. i por su conducto con el pueblo de Talca de una pérdida que no solamente afecta al batallón que creó, formó i condujo a la victoria, i al pueblo que representó tan heroicamente, sinó al ejército que ha honrado con sus virtudes, i al país que ha enaltecido con sus importantes servicios!“

XIII.
Tal fué la alta, probada, por muchos conceptos excepcional vida del mayor de los Urízar.

Pero esta relación de un martirio sublime no está terminada, porque fueron cuatro los de su raza (incluyendo a su hermano Antonio que militó en la guerra desde su orijen como hombre civil), los que hicieron a Chile la ofrenda de su existencia en crueles días ya pasados, i de ello algo habremos de decir en estas pájinas para completar el noble grupo, al píe del ara.


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Texto e imagen tomado del Álbum de la gloria de Chile, Tomo II, por Benjamín Vicuña Makenna

Saludos
Jonatan Saona

1 comentario:

  1. Una hist0ria muy intereante de uno de mis parientes del siglo XIX

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