27 de febrero de 2025

Padre Nuestro de Condell

Manuel Thomson
El Padre Nuestro de Condell
Episodio de la Guerra del Pacífico

Esa mañana el Comandante Thompson(*) apareció afeitado y contento sobre el monitor, en cuya cubierta no quedaban ya ni señales de la sangre de Prat y Grau.

Sus pupilas de zafiro tuvieron entonces destellos de rubí al mirar hacia las fortalezas del Morro, al pie de cuyo atalaya velaba el Manco Cápac con sus cañones de á quinientas. ¡Cuánto para aquel entonces!

Con la mirada encendida, aquel león de selva cabalgando en la estrecha cubierta de un monitor, que reducía por la fuerza sus impulsos de acometer de una vez, no podía distender por más tiempo sus nervios. La buscaba y el que la busca, la halla.

Entre las vaguedades de la mañana naciente, surgiendo de la costa, proyectándose como tumba negra erigida por la naturaleza para sepultar los restos de un pueblo, se levantaba el Morro, mudo é imponente, vigilándose en la común conspiración del miedo, con el Manco Cápac que parecía un monstruo muerto en que se azotaban medrosamente las olas.

Thompson cogió la brida, es decir, el timón en aquella mañana transparente —preámbulo del trágico y corto debate en que ya iban á empeñarse los cañones— y el Huáscar, trémulo de ira, se acercó impasible, como adalid que avanza á espada desnuda, á un duelo á muerte. Lo mandaba Thompson. No olvidarlo.

Tronaron, al verlo, el Manco —que no era el de Lepanto— y las fortalezas del Morro— que era el de Arica.

El Huáscar contestó parcamente el desafío y, seguro de su brío y de su empuje, lanzó con desprecio unas cuantas bombas sobre la asustada población ariqueña. 

En su apostura, al tope la bandera; en su tranquilidad de coloso y de señor, había un reto más á los enormes cañones que "penaban" en aquel peñón en que aún flameaba la bandera que pronto iba á ser asaltada por una ola de sangre que de las trincheras caería al mar arrollando hombres, armas y destrozos.

Observó el monitor y luego, arrastrando tras de sí una cauda de espuma y un velo de humo que era como el aliento de su pecho iracundo, retiróse mar afuera; pero para volver muy luego á decirle al Manco y á las baterías del Morro: «Aquí está Thompson. Sabedlo».

Eran las doce. Zenit.

Un disparo, cayendo sobre la cubierta del Huáscar, enmudeció uno de sus cañones.

Thompson se acercó á mirar á los sirvientes de la pieza destrozada.

Enmudecieron las baterías acaso en señal de duelo, pero el monitor avanzó de nuevo.

Entonces el Manco, aceptando el desafío que le hacía ese enemigo á muerte que lo invitaba á pelear, movióse penosamente—coloso encadenado por la parálisis de sus máquinas—y sus baterías, encastilladas tras muros de acero, salían, por fin al encuentro del monitor, su hermano de ayer, y de cuyo mástil había desaparecido para siempre la bandera del Perú.

Cómo! ¿El Manco iba á convertirse en bizarro gladiador? ¿Se resolvía, por fin, á abandonar el banco de ostras en que fondeaba?..

Bien... All right! —pensó Thompson y queriendo ocupar la misma guarida que bajo los fuegos del Morro ocupaba su contendor, dejándolo sin refugio, viró en semi-círculo, pasando muy cerca de su poderoso adversario. Va á toda fuerza de máquina, porque quiere arrebatarle su lugar al Manco.
Quítate, yo me pondré...

—Apuntar con proyectiles acerados! —le grita Thompson á Valverde, y en ese instante, como si fuera el mismo Morro el que caía sobre esa atrevida águila de mar, el monitor se sacude y trepida como si algo hubiera destrozado sus cuadernas.

Luego, en medio del humo y las voces de ¡fuego! que estallan en las baterías, hácese el silencio y se escucha una voz que dice: «Muerto el capitán».—No hay nada más sagrado á bordo.

En efecto, una bala de á quinientas acababa de derribar al capitán, desmenuzando su recia contextura; aventando al mar su gorra; clavando como un rayo su espada e inundando de sangre el sitio de su sacrificio.

Convertido en féretro flotante, el Huáscar se alejó de nuevo en medio de un furioso cañoneo, -oración fúnebre del bravo que acababa de caer en el día en que mas alegre había aparecido sobre cubierta.

***

El monitor había quedado sin comando y debía tomarlo el oficial de mas graduación de los dos buques bloqueadores de Arica. Le tocaba, pues, á Condell que si no había visto caer á Prat, acababa, en cambio de ver á Thompson.

El bisoño comandante -"ese diablo de Condell" á quien su fortuna y su buena estrella habían hecho llegar de un salto al mismo rango de Thompson, su antiguo jefe, no pudo ni quiso contener el llanto al saber la muerte del héroe cuya cámara vacía le tocaba ocupar.

Y qué conmovedor era, en efecto, el espectáculo del Huáscar cuando Condell llegó a esa cubierta, escenario de tantas proezas, que ahí han quedado marcadas y que de ahí han pasado a la historia de Chile!

De tiempo en tiempo, el morro cubríase de humo y el Manco seguía apuntando á flor de agua sus grandes cañones.

Entretanto, en el Huáscar reinaba un silencio profundo. Habían colocado á babor, sobre cubierta, la cabeza de Thompson. Se habría podido pensar que sonreía, si no hubiera sido por la intensa palidez de la muerte y el desangre.

Al mirar a su comandante, cuyos ojos entreabiertos miraban fijamente el azul blanquecino del cielo, las pupilas de Condell se llenaron de lágrimas. Meditó un instante y como no había tiempo que perder, mando formar á la marinería y en medio del duelo de cañón que continuaba, se sacó la gorra y rezó en alta voz el padre nuestro:
"Padre nuestro que estás en los cielos....."

El eco de los cañones, resonando á lo lejos, apagó el ultimo eco de aquella postrera oración.

Emilio Rodríguez Mendoza

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(*) El apellido correcto es Thomson


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Bisama Cuevas, J. Antonio. "Álbum Gráfico Militar de Chile. Campaña del Pacífico 1879-1884" Tomo I. Santiago, 1909.

Saludos
Jonatan Saona

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