(Tipo Sud-Americano)
¡Amazonas de Esparta: las que adelantabais al grueso de vuestros ejércitos para provocar al enemigo.... dormid el sueño de la gloria!
¡Heroínas de Numancia, de Gerona, de Zaragoza y de Cádiz: las que desde lo alto de las murallas aterrasteis al audaz invasor... descansad en el empíreo, donde moran los justos y los mártires sacrificados en los altares de la patria!
Vuestras descendientes están ahora en el mundo de Colón: son las indias que acompañan á aquellos soldados.
Son pobres, muy pobres; pero, ¿acaso fué rica Juana de Arco, ni lució brillantes arrancadas la inmortal Agustina?
Yo invoco esos nombres augustos, esas sombras gloriosas y veneradas por toda la humanidad, y cantadas por los poetas, para consagrar un recuerdo á las guerreras hijas de los Andes; á las infelices compañeras de aquellos soldados animosos, por cuyas venas circula el germen de todos los heroísmos. la sangre española!
¿Que me exalto, decís?
¡Ah! no: es que aquellas mujeres merecen algo más inspirado que mi prosa: merecen himnos como el de Mercadante, cuya mejor estrofa repiten en quichua ó en aymará las rabonas sud-americanas.......
Aquella estrofa sublime que dice:
Chi per la patria muore
visutto e assai;
la fronda dell'allore
ne langue mai...
Y las indias cantan, en el delicioso idioma de Manco-Cápac, esto, que es pálida traducción de su triste favorito....
No entres, no, corvo chileno
en el pecho de mi indio...
descamínate, homicida,
y ven á rasgar el mío!
¡La rabona! ¿cabe nombre más prosaico y vulgar dada la estructura de nuestra lengua?
Y, sin embargo, con este nombre y todo, ¿concíbese un ser más abnegado, más virtuoso, más ideal y adorable que aquella débil criatura, que abandona el nativo rancho y la soledad de sus inaccesibles montañas, para vivir en los cuarteles, y tal vez para morir en los campos de batalla?
La rabona tiene la misma historia: su génesis y su biografía siempre coinciden, así preguntéis á diez, a ciento, á mil de ellas, buscando alguna diferencia que no encontraréis. Es la india prometida del indio; viene la leva, arranca de las grietas de los Andes á todos los pastores, chacareros y peones que necesita: les convierte en soldados; y por cada hombre que recluta, tiene que llevarse una mujer que le sigue, primero llevando como una Magdalena, á los pocos días resignada y sonriente como un ángel de consuelo.
Detrás de aquella pareja enamorada que se dispone al sacrificio, quedan los viejos que suspiran, los rebaños que balan llamando á sus guardadoras: una choza pajiza y solitaria, y un plantío que se agostará ó será destrozado por las llamas cargadas de metal, ó por las vizcachas roedoras, que hallarán su botín en el huerto abandonado.
Entra el indio en el cuartel, recibe allí su equipo, y la dócil rabona improvisa un hogar con algunos palitroques, y una frazada que por la noche es el cobertor del tálamo conyugal.
Desde entonces, la compañera del soldado tiene que multiplicar sus labores; guisa, barre, cose, plancha, limpia las armas de su cholo, recoge sus haberes, asiste á sus ejercicios; y en cuanto hay orden de emprender una marcha, carga con todo aquel ajuar formando el quipo que se echa á la espalda....
A las veces el quipo es tremendo, abultado y pesadísimo; en él entran el colchón de la cama, la vajilla para los guisos, una mesa, un taburete, la ropa del militar, los palitroques del tenderete, la despensa más ó menos abundante.... y si la rabona tiene un par de chiquillos, también estos van revueltos en el quipo de campaña.
Los jefes de los cuerpos armados ya saben que las órdenes de marcha y el itinerario del batallón, han
de darse á las rabonas antes que á los soldados.
Enteradas ellas, alistan sus trebejos en un periquete; ayudándose unas á otras, repartiéndose buenamente la carga, y salen del cuartel algunas horas antes que las tropas expedicionarias.
Ellas marcan la distancia de cada jornada y escogen á su gusto el sitio que mejor les parece para que descansen ó pernocten los hijos de la guerra; cuando éstos llegan á la pascana, todas las cocinas humean, y junto á cada cocina hay un lecho.
El amor ha hecho aquellos prodigios de actividad.
Pero no es en tales momentos cuando más resalta la sublime fidelidad de la pobre rabona
En el fragor de los combates, es donde su voz alienta al soldado, mil veces más que las marchas guerreras de bandas y clarines.
La india habla al corazón de su compañero, recordándole el premio de las batallas, el laurel de las victorias, la chacarita de aquel pajizo rancho donde nacieron y se amaron, la limpidez de aquel cielo cuyo manto rasgan los penachos de los volcanes encendidos; cuanto para aquel hombre quiere decir amor y ventura, primavera de la vida y esperanza de la felicidad.
Y el indio se bate como un león, mientras escucha aquella voz hermana que es para él mandato del cielo.
Si le hiere el plomo enemigo ¿qué falta hacen allí médicos ni practicantes; ni camilleros de esa bendita institución que se llama la Cruz Roja?
La rabona se adelanta á todo y á todos; apoya en sus rodillas la cabeza del herido, y apronta vendas y ligaduras, restañando con sus labios la sangre que quiere correr, para llevarse los alientos del desventurado cholo.
Si éste muere, la que ha sido su esposa, su hermana y su acémila, queda allí al pié de su cadáver desafiando con sus arranques de valor las iras del enemigo.
Cuando las rabonas corren hacia atrás, desesperadas y llorosas, la derrota de los suyos es inevitable...
Los generales más experimentados en las guerras sud-americanas, temen cien veces más el pavor de las rabonas que la indecisión de sus batallones.
En cambio, cuando la victoria da la cara, y el enemigo está vencido, no preguntéis quién ha sido el primero en ocupar las posiciones tomadas, la población sitiada, ó la trinchera perdida por los derrotados: antes que los soldados entran allí las "rabonas," para destrozar los restos de la fuerza vencida, ó para clavar los cañones, ó para armar sus tenderetes y armar sus cachivaches.
Y ahora que la conocéis, en toda la grandeza de su heroísmo, con toda la verdad y todo el valor de sus virtudes, decidme:
¿No es cierto que aquellas rústicas amazonas de los Andes, son las descendientes de las heroínas de Sagunto y de Zaragoza?
¿Y no es también cierto, lectores de mi alma, que una mujer tan poética, que un tipo tan hermoso é interesante debiera llamarse con otro nombre, más gallardo y menos repugnante que el de rabona?
ELOY PERILLÁN BUXÓ.
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Semanario "El Perú Ilustrado" núm. 172, Lima, 23 de agosto de 1890.
Saludos
Jonatan Saona
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