27 de octubre de 2023

Tragedia de los Albújar

Fusilamiento en Guadalupe

La tragedia de los hermanos Albújar

En marzo de 1881 establecieron los chilenos una guarnición en Guadalupe, la que era comandada por el capitán Chacón, quien a su vez obedecía órdenes del jefe Provincial, sargento mayor don Ezequiel Villarreal, militar cuya sagacidad y buen tino evitó a la provincia excesos perpetrados por la soldadesca intemperante y levantisca. Residía en San Pedro.

Desde que los invasores sentaron sus reales en Guadalupe, nadie los había hostilizado, y vivían en PAZ OCTAVIANA, imponiendo sus métodos y sistemas al amparo de la ley Marcial, cómodo pretexto para erigir el abuso y la extorsión en los pueblos sometidos a la férula del vencedor.

Un hecho inusitado vino a turbar la tranquilidad de los soldados araucanos. En el departamento de Lambayeque se habían levantado falanges de guerrilleros que tenían en jaque al enemigo. Los hermanos Valera, conocidos por el seudónimo de “CHORROCAS", un tal Soberón y otros, con audacia rayana en temeridad, jugaban su vida, poniendo en bermejas a las guarniciones de Chiclayo y Lambayeque. Esos hombres, aunque se habían hecho antipáticos por sus depredaciones y correrías, tuvieron, a su manera, un rapto de heroísmo, al atacar a un enemigo superior en armamentos y en número.

Dos centenares de estos guerrilleros, capitaneados por Belisario Valera, entraron a Guadalupe el 25 de octubre de 1881. Estos individuos llegaron en las primeras horas de la mañana y a topa tolondro, sin el menor plan de campaña, sin disciplina, ni organización de ningún género, avisaron su presencia con un nutrido luego de fusilería. Al pasar por la Plaza del Mercado, vieron a algunos soldados chilenos que se proveían de víveres y, entonces, dispararon contra ellos, victimando a algunos e hirieron a las placeras.

Siguieron por las calles de "La Victoria" e "Independencia", en el más caótico desorden, llevando el pánico a toda la población, pues parece que "Chorroca", en el plan que había trazado para el asalto a la guarnición de Guadalupe, tomaba en cuenta un posible desconcierto de los soldados chilenos, quienes podían desmoralizarse con el intempestivo ataque de fuerzas mayores.

La guarnición de Guadalupe estaba compuesta, en esos días, de 40 hombres, y por ausencia del capitán Chacón, era mandada por el Teniente Sepúlveda, hombre valeroso, resuelto y activo, a quien se debió la debelación del movimiento y el triste fracaso de los guerrilleros.

Los chilenos ocupaban la casa que hoy sirve de Centro Escolar de Niñas y al oír el tiroteo de los doscientos guerrilleros imaginaron que se trataba de un ataque en forma. Al principio hubo vacilaciones en la tropa: pero Sepúlveda conminaba con palabras fuertes a los indecisos y, poniéndose ante el peligro, logró colmar el pánico. Hizo que los cuarenta hombres de la guarnición desplegaran en guerrilla en los corredores de la plaza y desde ahí lanzaran sus disparos. Dos horas y media, más o menos, duró el combate, y al cabo de este tiempo las fuerzas de "Chorroca", que habían experimentado más bajas que la guarnición, se retiraron vencidas.

¡Siempre se recordará en Guadalupe esas tres horas de angustia, en las que todas las puertas permanecieron cerradas y las familias esperaban las represalias del enemigo!

Sus temores eran enteramente fundados: los chilenos enfurecidos por el ataque de que acababan de ser víctimas, rugían por el saqueo de la ciudad, pedían a gritos venganza para la sangre de sus compañeros y en todas partes no se oía otra cosa que la protesta de los soldados, quienes, agotando el léxico de las injurias, comentaban la audacia de "Chorroca" y sus compañeros. Felizmente, el buen sentido de Sepúlveda evitó que esos hombres, armados y sedientos de venganza, se lanzaran sobre la indefensa población.

El mismo día que habían ocurrido tan lamentables sucesos, llegaban fuerzas chilenas de caballería e infantería, procedentes de San Pedro. Venían con la intención de aplicar un severo castigo a la población, pues los informes que se habían obtenido en la Capital de la Provincia eran completamente alarmantes. Se llegaba a afirmar que los guerrilleros de Chorroca habían exterminado a la guarnición de Guadalupe, al mismo tiempo que se garantizaba como cierta la noticia de que la ciudad estaba en poder de ellos.

Estos rumores, que circulaban a sotto voce, no tenían fundamento de verdad y probablemente fueron transmitidos por personas que tenían el propósito de hacer daño a la población.

La realidad de las cosas persuadió a los soldados que llegaron a San Pedro, de que eran falsos los datos y las versiones que circulaban sobre el completo exterminio de la guarnición chilena, noticia que hizo agitar muy a menudo a jefes. Todas las supercherías fantásticas y alarmistas quedaron destruidas, y al fin se convencieron de que se trataba solo de una escaramuza

Sin embargo, las medidas de represión adoptadas por las autoridades chilenas fueron severas y rigurosas. A fin de esclarecer los hechos, se dio orden de apresas a las personas más o menos sospechosas de haber tenido participación en los acontecimientos. Esto dio margen a la intranquilidad de las familias y al éxodo de los habitantes, que, temerosos de la venganza, huían en busca de nueva residencia, y como se había dicho que la población iba a ser quemada, el pánico electrizó todos los ánimos, reinando la más terrible indecisión en todo el pueblo, mucho más cuando se conocía los antecedentes y la manera como dilucidaba el vencedor problemas de esta índole. Efectivamente, al saber, en Trujillo, el Jefe Departamental coronel Novoa, que la guarnición chilena de Guadalupe había sido víctima de un osado ataque por guerrilleros ordenó que la población fuera quemada y los culpables fusilados.

La situación era bastante grave y se complicó más esa misma tarde (25 de octubre), después de que el orden estaba completamente restablecido, transitaba un sargento chileno por la calle "Panteón" y al pasar por la casa que ocupaban los hermanos Fernando y Justo Albújar, recibió un tiro que le bandeó el kepí, sin tocarle absolutamente la cabeza. Confundido por el pánico, el sargento abultó las cosas y contó a sus jefes que al pasar frente a la casa de unos zapateros Albújar, le habían hecho una descarga, intentando victimarlo.

El estado de excitación nerviosa de los chilenos, unido al mal contenido despecho que les había producido el intempestivo ataque de la mañana, contribuyeron a que las referencias del sargento tuvieran gran alcance.

Se ordenó que los Albújar fueran apresados; y en efecto, ambos hermanos, lo mismo que su oficial de zapatería, Manuel Guarniz, fueron conducidos al cuartel, sin que nada valieran sus protestas de inocencia e inculpabilidad.

Estos jóvenes no habían tomado tomado parte en el ataque al sargento, pues según versiones dignas de 
absoluto crédito, quien hizo el disparo fue un sirviente de don José González, apellidado Domingo Rubio, que, en compañía de su patrón y de José Valderrama (a) "Pescado Frito" se encontraba en los altos de la casa que ocupaban los hermanos Albújar. Es verdad que éstos habitaban también en los altos, pero en el momento de los deplorables acontecimientos no habían estado allí, de manera, pues, que su prisión era injusta e iban a purgar una falta que no habían cometido. Además sus antecedentes los hacían insospechables, pues todo Guadalupe conocía que los tres jóvenes eran modestos artesanos, de limpia conducta, incapaces de provocar un conflicto con la imprudencia que se les imputaba.

Cuando los hermanos Albújar y Manuel Guarniz llegaron al cuartel, el jefe chileno les hizo una serie de interrogaciones a fin de sondear si realmente eran los autores del sorpresivo ataque y a mansalva contra el sargento chileno. Fernando Guarniz con una entereza de carácter digna del inconmensurable valor moral que poseía, contestó que él no había tomado parte ni directa ni indirectamente en la asonada y que lo mismo podía decir de su hermano Justo y del oficial Guarniz. El Jefe hizo a los otros preguntas alambicadas para ver el fondo de la cuestión, y en todos resplandecía la falta de culpabilidad de los tres Mártires guadalupanos que rindieron su vida, por salvar los fueros de la dignidad y la convicción moral.

El 27 de octubre se dio a conocer al pueblo que los hermanos Albújar y Manuel Guarniz serían fusilados por ataque al invasor, en condición de francotiradores noticia que causó la más justa dislocación en todo Guadalupe, donde esos jóvenes eran muy estimados y se conocía su inocencia en el delito que se les imputaba.

Desde luego, fácil es columbrar la abnegación de los mártires guadalupanos, pues si ellos por temor,  cobardía y pequeñez de espíritu, hubieran deseado salvar de la muerte inmediata, con delatar a los que durante el ataque al Sargento se encontraban en el balcón, hubieran conseguido la libertad y la vida. Los Albújar prefirieron la muerte antes que la infame delación de los tres compatriotas.

Un formidable movimiento de protesta despertó en todas partes la sentencia del Consejo de guerra. Vivía en Guadalupe, en esos nefastos días, el general ecuatoriano don Secundino Darquea, quien se encontraba proscrito de su patria por asuntos políticos. Este caballero, junto con los otros extranjeros que residían en Guadalupe y demás distritos de la provincia de elevaron un Memorial ante el jefe departamental de Trujillo, demostrando con pruebas incuestionables que esos jóvenes no habían atacado al sargento chileno, y que por consiguiente era un error fusilarlos.

El referido Memorial debía ser transmitido por telégrafo de San Pedro a Trujillo y como ya los Albújar y Guarniz estaban en capilla, llevó el mensaje, haciendo un viaje forzado de Guadalupe a San Pedro, el mismo hijo del General Darquea, quién lo entregó al jefe Provincial chileno, don Ezequiel Villarreal, que dicho sea de paso, estaba también interesado en salvar a los Albújar.

En la noche Villarreal se comunicó por telégrafo con el coronel Novoa, Jefe Departamental de las fuerzas chilenas, exponiéndole la petición de Guadalupe, el clamor de los extranjeros y manifestando francamente que los acusados eran inocentes. La respuesta de Novoa fue desalentadora, pues contestó á Villarreal lo siguiente: "Antes de ahora ha dicho usted que eran culpables, hoy afirma que son inocentes. ¡Fusílelos!"

De nada, pues, sirvieron las gestiones de los extranjeros, ni las lágrimas de sus hermanas que solicitaban el perdón, de rodillas ante el Jefe, ni el ofrecimiento de seis mil soles de plata que erogó el pueblo con el objeto de salvar a los Albújar. Era una orden inexorable y cruel que venía desde Trujillo, dictada por el coronel Novoa, quien no conocía los acontecimientos y, por la distancia, ignoraba la conclamitación de todo un pueblo herido en lo más delicado de sus sentimientos.

El 28 de octubre de 1881, los hermanos Fernando y Justo Albújar y su compañero Manuel Guarniz marchaban al último suplicio. A las 8 de la mañana desfiló el fúnebre cortejo precedido de la caballería e infantería chilena, tomando el camino al Cementerio General. Las trompetas del Batallón tocaban una marcha que desgarraba el corazón y en todos los rostros se reflejaba un sentimiento de tristeza y dolor profundo.

Los hermanos Albújar con la filosófica resignación que ofrece una conciencia tranquila, que se mantiene incólume ante las asechanzas y los zarpazos del Destino. El sacerdote Dr. Francisco de Paula, que había hecho la preparación espiritual de los tres ajusticiados, los acompañaba en tan doloroso trance, rezando oraciones y exhortando a los desdichados jóvenes para que recibieran la muerte cual cumple a hombres verdaderamente cristianos. El Doctor Rojas Sarmiento los había confesado y durante los días que estuvieron en Capilla trataba de consolarnos con palabras de justicia.

Cuando llegaron al Cementerio, a cada uno se le señaló su banco, y un soldado se encargó de ponerles ni vendaje, Justo Albújar y Guarniz consintieron en ello, pero Fernando lo rechazó, poniendo en evidencia, una vez más, la energía de su carácter y el vigor moral de su espíritu. Luego, doce descargas de rifles pusieron fin a la vida de los tres jóvenes.

Los cadáveres fueron sepultados en el mismo Cementerio; el de Femando Albújar fue encontrado con los brazos rígidos en actitud horizontal hacia el frente como si hubiera querido imprecar a sus victimarios.

Gracias al general Darquea y a las súplicas de su bella hijita señorita Anita Darquea, se logró que fueran fusilados en el panteón y no en media Plaza Principal como traidores.

La señorita Darquea, lo mismo que su padre y demás familia, desde que tomaron a los Albújar, ejercitó todos los recursos de su influencia ante los Jefes chilenos para que dieran libertad a los desdichados jóvenes, cuya inocencia era ostensible.

No solamente en esta tragedia el general Darquea puso en transparencia sus humanitarios sentimientos, cuando la guarnición chilena amenazó quemar Guadalupe, en represalia del ataque que verificaron los guerrilleros de Valera, puso en conocimiento del Jefe Departamental, Coronel Novoa, que el pueblo no había tomado parte en el asalto y que, en vista de esta circunstancia quemar las casas de los civiles no culpables era injusta medida.

Por su parte, el Alcalde de la ciudad, señor Manuel Banda, que conocía perfectamente el carácter, costumbres, psicología de esos jóvenes, hizo cuando estuvo de su parte para impedir la inmolación de los hermanos Albújar y su compañero.

El mismo jefe Villarreal conocía la injusticia del proceso y deploraba, con frecuencia, que el poco tino de unos cuantos exaltados hubiese sido motivo de la terrible desgracia que consternaba a Guadalupe. Hasta el mismo Chacón parecía contrariado por los sucesos.

El Sargento Mayor Villarreal decía al señor Manuel Banda: "Mire, señor, la orden viene de Trujillo y no puede impedirla, la ley marcial es implacable".

A ser de personas cuerdas el creer en predestinaciones, este folleto lo habríamos comenzado diciendo que los Albújar y Manuel Guarniz nacieron para ser víctimas de la inmolación más temeraria. El terreno estuvo preparado para la apoteosis del heroísmo en los tres valientes jóvenes gloria de la simpática ciudad de Guadalupe.

La generación actual de ese pueblo, del mismo modo que toda la provincia de Pacasmayo, tiene una deuda de gratitud y admiración al sacrificio de los tres mártires, heresiarcas a quienes repugnaba la delegación y la cobardía.

Supieron elevar sus espíritus con la suprema fuerza que caracteriza a los hombres superiores que no comulgan en los altares de la mediocridad pusilánime y artera. Para ellos mejor fue morir con honor y dignidad que vivir abrumados por el oprobio de menguada delación. Nada de bajeza y ruindades. En esta escena solo se vislumbra a los hombres de conciencia rectilínea y con virilidad de carácter para no aceptar transacciones con el miedo.

El monumento de los Albújar debe representar el triunfo de la suprema dignidad humana contra las argucias de la cobardía. Ellos tuvieron conciencia exacta del patriotismo y amor sincero por sus compatriotas.

El desprecio a la vida en plena juventud, en la lozanía de las pasiones, revela que los Albújar y su compañero no eran vulgaridades sino hombres educados para el sacrificio y el heroísmo.

La inmolación de los Albújar no es una escena seccional que únicamente da gloria a Guadalupe; honra a todo el Perú porque es un rasgo apostólico de sacrificios enteramente morales, que triunfan sobre las confabulaciones coludidas para injuriar a nuestra raza.

Si en el Perú existiera el verdadero culto a los prohombres, que con sus grandes acciones han dignificado el prontuario de nuestra historia, ya el Congreso, el Gobierno o el Pueblo habría levantado la columna rostral que inmortalice los modestos artesanos que escribieron con su sangre un poema de sacrificio.

Y, de manera especial, toca a los hombres de la provincia de Pacasmayo, forjados en el trabajo, apuntalar el culto a los héroes provincianos, poniendo en mayor relieve los nobles hechos dignos de imitación sincera, teniendo presente aquel apotegma tan vulgarizado: "El pueblo que no glorifica a sus Héroes es incapaz de acciones trascendentales".

Elías Alvarado


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Quispe, Juan y Hernández, Julio. "Monografía de la Provincia de Pacasmayo".
Imagen: cuadro del fusilamiento, se encuentra dentro de la "Casa Museo Albújar y Guarniz"

Saludos
Jonatan Saona

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