20 de enero de 2023

Testimonio de Torrico

Rufino Torrico
Testimonio de Rufino Torrico

Deseosa de saber (Zoila Aurora Cáceres) cuál fué la condición en que se encontró la capital durante las noches del 15 y 16, a la entrada del ejército chileno, he tenido una interesante entrevista con el señor don Rufino Torrico, Alcalde de esa época, quien se expresó de la siguiente manera: 

"La ciudad quedó abandonada de las autoridades el día 15 y sin que se pudiera recurrir siquiera a la Guardia Urbana para custodiarla, porque se encontraba Lima sin policía ni Gobierno de ningún orden, pues el Dictador la había disuelto días antes del combate de Miraflores. El 16 muy temprano, tuve una entrevista con el Cuerpo Diplomático y acompañado de ellos, me dirigí al campamento enemigo, donde encontramos al General Baquedano, en San Juan, en una carpa de campaña. Nos recibió muy atentamente, ofreciéndonos una copa de aguardiente, mezclado con agua, que acepté, pues aún no había tenido tiempo de desayunarme.

Acompañaban al General Baquedano, entre otros, los señores Juan Francisco Vergara, General Saavedra, D. Máximo R. Lira y el Cuerpo Diplomático, residente en Lima, con los Almirantes francés, inglés e italiano. Allí estaba también D. Joaquín Godoy, antiguo conocido, con quien me ligaba amistad, desde época anterior a la guerra, el cual dijo al General Baquedano, algunas palabras galantes, referentes a mi persona, agregando luego: "puede usted estar seguro de que el señor Torrico cumplirá todo lo que le promete; es una persona de honor y no se puede dudar de lo que dice”. Al momento varió la expresión de la fisonomía del General Baquedano, tornándose amable, y principiamos a entablar las bases de la entrada a Lima, del ejército chileno. Antes tuvimos un diálogo referente al combate que acababa de realizarse. El General Baquedano increpó duramente la conducta del ejército peruano, atribuyéndole haber roto los fuegos, a lo que le repliqué: "discúlpeme mi general si le contradigo. La tregua estaba acordada por ambas partes; las leyes de la beligerancia estipulan que mientras dura la tregua, ninguno de los ejércitos debe abandonar sus posiciones. Los chilenos faltaron a este compromiso, avanzaron sobre los nuestros y se les presentaron de frente, provocándolos al combate. Del ejército peruano, tal vez no faltó quien disparase un tiro, al que respondieron ustedes con una descarga; una de las bombas cayó inmediata al Cuerpo Diplomático, aquí presente, que trataba de la misión de paz de que se había hecho mediador.” Después que hube terminado, el General guardó silencio, sin hacerme observación alguna y el Ministro inglés confirmó lo que yo acababa de decir, haciendo una inclinación de cabeza. Tratamos en seguida de la forma en que debía realizarse la ocupación de la capital, para lo que propuse: que la ocupara sólo una división de veteranos, de 1,500 hombres de infantería, caballería y artillería, al mando del General Saavedra, porque lo conocía desde mucho tiempo atrás, y sabía que era persona de honor; también pedí que fuese la entrada a las 2 de la tarde, ya que de día se podía impedir que el pueblo les fuese hostil, pues si entraban de noche hubiese sido más difícil contenerlo. 

Volví a Lima ya caída la tarde, y sin pensar en comer, principié a tomar las medidas conducentes a llevar a cabo lo que había propuesto, sin contar con fuerza alguna que me apoyase. En el cerro de San Cristóbal existía una pequeña guarnición, que custodiaba unos cañones, al mando del Capitán de Navío don Manuel Villavicencio y del doctor Fernando Palacios, Coronel de Guardia Nacional. Le mandé decir que desarmase a su gente y que bajase a la ciudad; mas la respuesta fué negativa; los soldados estaban enardecidos de patriotismo con la noticia recibida y se sublevaron contra sus Jefes, deseosos de entrar en combate; decían que al primer chileno que entrara a Lima, lo recibirían a cañonazos. Mi condición no podía ser más angustiosa. ¡Qué conflicto el que se hubiese suscitado! Al primer disparo, las huestes chilenas con su numeroso ejército, habrían arruinado la ciudad. Me dirigí al Palacio de Gobierno, donde encontré al Coronel Suárez, y sólo a unos pocos soldados que formaban la guardia y a los oficiales subalternos. Envié a uno de ellos, por segunda vez, al Cerro de San Cristóbal, insistiendo en que se hiciera bajar la tropa, porque de lo contrario, la ruina de Lima iba a ser inminente y esperé a que volviese. Pregunté al Coronel Suárez qué instrucciones tenía y dónde se encontraba el Jefe Supremo, a lo que me respondió que no sabía de él y que instrucciones no había recibido de ninguna clase. Como se aproximaba la hora de la comida, el Coronel Suárez me invitó a la mesa, mas no le acepté, no obstante haber anochecido, sin que hubiese tomado alimento alguno. Tenía el espíritu agobiado y estaba fatigado con los ajetreos del día. En la noche el Coronel Suárez, dijo que no incumbiéndole el cuidado de Palacio, y no habiendo recibido orden alguna que cumplir, puesto que ya todo estaba perdido, se retiraba a su domicilio. En ese caso, le respondí, yo también hago lo mismo... Se encontraba en compañía del señor Suárez, el señor don Raymundo Morales, alto funcionario de uno de los Ministerios, quien escuchando lo que hablábamos, intervino diciendo: "Si ustedes se van, yo me quedo en Palacio, porque mi puesto está aquí y mi deber me impone cuidar los archivos que están bajo mi dependencia". Siendo así, le respondí, yo también me quedo.

"El Coronel Suárez retiróse a su domicilio, conforme había dicho, y yo pasé a la puerta de la prevención, advirtiéndole al señor Morales, que iba a descansar, acostándome encima de una banca y que si ocurría algo, me avisase. A las 2 de la madrugada, desperté alarmado porque oí unos disparos. Me levanté al instante y salí a la calle de Palacio, a ver lo que ocurría: unos extranjeros, aprovechando la falta de policía, estaban robando en la tienda muy cercana, con el nombre de "El Pobre Diablo". Don Raymundo Morales, rifle en mano y el oficial de guardia, habían logrado contener a los merodeadores, que eran extranjeros, y recogida la mercadería robada, la depositaron en la garita del centinela que está en el cuarto de Banderas. Apenas aclaró el día, fuí a la Municipalidad, donde encontré al doctor Modesto Basadre, Secretario de la Municipalidad, y le dije que redactara la nota en la que pedí al General Baquedano, la ocupación de la ciudad. Organicé el servicio de la Guardia Urbana, formándola con la colonia extranjera, y conseguí, al fin, que se desarmase a la gente que permanecía en el San Cristóbal, lo que no dejó de ofrecer alguna dificultad. Refiriéndose a este suceso, el Capitán de Navio den Manuel Villavicencio, me escribió la carta siguiente:

"Señor don Rufino Torrico: 
Esta mañana he bajado del Cerro, donde he trabajado bastante para contener a la gente que quería hacer fuego a la población y, sin embargo, a riesgo de mi vida y por temor de que hoy, en el día o en la noche, el pueblo que allí se había aglomerado, hiciese fuego sobre Lima, como quería; he logrado inundar el polvorín y atorar la artillería, para evitar los grandes males que eran consiguientes. Creo haber cumplido bien y según los avisos que recibí de usted por telégrafo; así como también los del Coronel Suárez. Me han dicho que algunos censuran mi conducta; pero creo que esa gente no habla como sensata. Me bastará su recto juicio.
Ahora me hallo sin puesto alguno y pongo mis servicios a su disposición, si pueden ser útiles. Me es grato suscribirme su afectísimo y S. S.
-Manuel Villavicencio".

Continúa el señor Torrico: "Cuando iba por la calle, encontré al General La Cotera, que peroraba, proclamando el régimen constitucional, y alguna gente amotinada que le escuchaba; por allí se encontraba un jefe de buque extranjero, el que, presenciando lo que ocurría, se prestó a conducir a su buque al General La Cotera, en calidad de prisionero; de este buque pasó a otro que zarpó para el Ecuador, de donde regresó a Lima, a poco de haber llegado a Guayaquil. Cuando el General Saavedra hubo arribado a la ciudad, le manifesté que se había atrasado en la hora convenida para la entrada, a lo que me dijo: "Puede usted estar seguro de la tranquilidad de la población y decir lo mismo a las familias de Lima".


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Cáceres, Zoila Aurora. "La Campaña de la Breña. Memorias del Mariscal del Perú D. Andrés A. Cáceres" Lima, 1921.

Saludos
Jonatan Saona

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