24 de enero de 2023

Un capitán del 75


Un capitán del 75
Episodio Histórico
(Para «El Perú Ilustrado.»)
A mi estimado amigo el coronel D. Mariano Perea.

La fecha del 13 de Enero será en todo tiempo de imperecedero recuerdo para el Perú; por eso, al cumplirse un año mas de esta notable jornada, no tenemos que hacer esfuerzo alguno para volver á  contemplar los hechos mas ó menos gloriosos que se realizaron.

Recuerdos son estos que si bien renuevan el dolor del fatal éxito alcanzado por nuestras armas, también nos llenan de orgullo, pues, en mucha parte quedaron satisfechas las exigencias del honor 
militar.

«Capitán Valle Riestra mande U. armar bayonetas y desfile por su derecha, hasta arrojar al enemigo de la loma que acaba de ocupar.»

Tal fué la orden dada á las 4 y 40 minutos de la mañana del memorable 13 de Enero de 1881, por el  coronel Reynaldo Vivanco, al Comandante de la 1.° compañía del batallón número 75.

El movimiento ordenado, no se hizo esperar; la voz clara y vibrante de la corneta, lanzó el toque entusiasta de ar­men bien la bayoneta, y el desfile principió.

Mientras se efectuaba tan difícil como arriesgada operación, se ordenó, que los dos mil infantes que rechazaban el intento de ataque de las tropas chilenas, en el centro de la línea, disminuyeran la actividad de sus fuegos, y que los de artillería se hicieran más redoblados.

El momento era terrible; la bizarra compañía marchaba entusiasta á su noble sacrificio.

¡Cuánta contrariedad, no se advertía en el rostro de los compañeros del valien­te capitán Valle Riestra, por no ser partícipes de tan gloriosa comisión!  ¡Sin embargo, parecían alentarlo, con las nobles advertencias que lo hacían; fijas las miradas en los ochenta y seis valientes que descendían del alto á la llanura, seguían describiendo en coro las evoluciones de la intrépida guerrilla.

Desalojar al enemigo de la posición en que había  logrado  colocarse, era muy conveniente para las  tropas peruanas.

La generosa ansiedad, con que se aguardaba el instante del choque  de la 1° con los enemigos,  teníalos en suspenso; los juramentos y comentarios aumentaban, cuando principiaron á notarse los claros de la guerrilla, ocasionados por las balas enemigas.

Los brillantes reflejos de las bayonetas que recibían de lleno los primeros rayos de sol, y velocidad de los cambios y repliegues de aquel puñado de hombres, hacían muy difícil seguirlos en todos los detalles.

Sobre el flanco izquierdo y á distancia de 2,500 metros próximamente de la guerrilla en acción, distinguíase la masa enorme del enemigo, que disponía sus columnas de ataque sobre el centro de nuestra línea.

El fuego de cañón con sus siniestras bocanadas parecía quererlo absorver todo. En efecto, por todas partes escuchábanse los ayes del herido ó moribundo, la voz de las cornetas apagadas por tronar  incesante de la metralla, hacen mayor la confusión y el estrépito.  

Mulos y caballos lanzados en fragmentos; cañones y montajes destruidos, y estridente silvido de las  balas de rifle formaban un conjunto aterrador. La muerte elevaba su trono, en los campos de San Juan; sin embargo la primera del 75, seguía valerosa en su misión.

De vez en cuando distiguíanse fijas en un punto las rojas banderolas de las guías; después en vertijinosa carrera les veía pasar de un lado á otro; todo indicaba ya que la lucha cuerpo á cuerpo
iba á empezar.

El valiente capitán siempre sereno, marchaba blandiendo la gloriosa espada que Guise esgrimió en Trafalgar y cree que á su denuedo solo se oponían los individuos que divisaba; pero su empeño le fué fatal, porque, tras el codiciado morro se ocultaban fuerzas cinco veces mas numerosas que la suya.

Así lo vio, al cambiar su ala derecha de guerrilla sobre el centro. 

Entonces con doble enerjía ordenó a su corneta dar la señal de ataque, lo que se efectuó bien pronto y envuelto en desesperada lucha, coronó la cumbre de la loma, famoso pedestal de su bravura.

Felipe Valle Riestra,fué sobrino del Almirante Guisse de quien heredó la espada á que nos referimos.

De nuevo pretendía arrojar la sexta reserva enemiga, salida de la espalda á la loma, cual lobos de su  madriguera que le oponían como dientes, las puntas de sus yataganes.

¿Habría de detenerse por eso?
— Nó,

Confúndese entre los suyos, recoje lleno de ira la bandera de uno de sus guías caídos á sus pies, y haciendo fuego de revólver á un lado y otro, donde quiera que advierte un enemigo; persiste, tenaz, en el logro de su empeño. Pero hondo pesar le asalta de improviso; acaba de distinguir el activo trote con que se le envía el relevo. Ya era tiempo, las bajas considerables que notaba en sus filas, lo colocaba en el peligro mas inminente.

La hora llegó, notando que la reserva que se iniciaba en el combate no tomaba el verdadero camino de ataque, quiso enmendar su rumbo, señalándoselos en persona.

¡Noble afán, que debiera ser coronado por el éxito, si una bala del enemigo, no le trajera la muerte,  atravezándole el noble pecho.

Entonces hace un último esfuerzo de ejemplar coraje, quiere volverse á poner­se de pié; pero  inútilmente; dá un paso y vuelve á rodar por la arena oprimiendo el puño de su espada contra el  pecho....

Diez de sus nobles soldados lo levantan en sus hombros, cubriendo su cuerpo con la banderola que  tanto tiempo em­puñara con noble y desesperado ardimiento, pero llenos de coraje abandonaron con tan preciosa carga, la horrenda lucha en que se empeñaban sus compañeros......

Bajo los fuegos, ya incesantes de los dos ejércitos, llegó, pausado, el animoso pelotón á la línea de batalla.  Lágrimas de dolor cubrían los ojos de muchos bravos, y gruesas gotas de sudor ennegre­cido zurcaban sus semblantes.

El capitán Valle-Riestra estaba mortalmente herido!

Pronto otros brazos lo condujeron á las Ambulancias; mereció interés especial de sus jefes y camaradas y días después su alma de héroe veló á las regiones de la gloria .......

En sus últimos momentos, antes que el dolor de sus heridas, desesperábale la idea de que su patria era presa del odioso invasor ............

Alejandro Montani.
Lima, Enero 13 de 1889.


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Texto e imagen tomados de "El Perú Ilustrado" núm 89, Lima, 19 de enero de 1889.

Saludos
Jonatan Saona

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