13 de mayo de 2023

En busca del hijo

Madre e hijo
En busca del Hijo

I. 
El hombre en su incesante afán de descubrir el más allá de cuanto mira y palpa, ha traspasado con él la inmensidad del espacio, ha visitado el fondo oscuro del Océano, ha dominado la furia rabiosa del rayo, se ha servido del aire como de un criado humilde, ha roto las entrañas de la tierra y arrancádole sus secretos; y sin embargo, a pesar de toda su ciencia, su imaginación no ha podido hasta ahora abarcar, en toda su verdad, los quilates de ternura que atesora el amor de una madre. 
¡Madre!...

Ved la sonrisa feliz de una madre, cuando vuelta niña el capricho de su juega con él con la misma naturalidad de la infancia, y entonces en esa sonrisa veréis retratado su amor. 

Ved el rostro afligido de una madre cuando vela á la cabecera del lecho donde su hijo sufre, y en esa de duelo y en ese anhelo con que sigue instante por instante las fases de la enfermedad, podéis apreciar mucho de la intensidad de su amor. 

Estudiad el delirio alocado de una madre que llora á su hijo muerto, y en esas lágrimas que consumen el calor de sus entrañas, encontraréis la apoteósis de ese amor tan grande como delicado, tan puro divino.

II. 
A fines de febrero de 1880, desembarcó en Pacocha el ejército chileno, con el objeto de atacar á los restos de nuestro glorioso ejército que aun en Tacna y Arica se oponían á que se hiciera dueño de las riquezas tanto tiempo ambicionadas por el fratricida. 

Sumaban las fuerzas invasoras más de 15,000 hombres de las tres armas, bien municionados y perfectamente provistos para la campaña. Al contrario el ejército perú-boliviano apenas si contaba con 12,000 combatientes, de los que parte tenía que defender á Tacna y otro pequeño número á Arica. 

Rivalidades políticas, infames en esos momentos supremos, fueron causa, de que ese resto de nuestras tropas, enviadas al Sur desde el principio de la guerra, quedasen entregadas para servir de carnaza al enemigo, al que le brindaba con tan inicuo fácil victoria. 

Tacna era el punto por donde tenía que movilizar sus tropas Chile para caer sobre Arica, último y valeroso baluarte de nuestra costa, al que no se atrevía á atacar la parte del mar. Sobre Tacna, pues, caminó el invasor á combatir el ejército unido allí estacionado, él que salió á recibirlo á dos leguas de distancia de la bella ciudad, hoy cautiva, y esperó el ataque en un campo que desde entonces se nombró Alto de la Alianza. 

A nadie se ocultaba la tan triste suerte que habían de tener nuestras armas, ni el estéril sacrificio á que todos marchaban contentos. 

De los 12,000 hombres escasos que contaban las fuerzas aliadas, hubo que dejarse 2,000 de guarnición en Arica, así que apenas 10,000 soldados, mal vestidos y peor armados, habían de oponerse á 15,000 que disponían de magníficos elementos de guerra.

Pero tal era la fe en los nuestros, que no trepidaron en oponerse al osado invasor. 
¡Bien para ellos! 

III. 
Hijo único de doña Antonia López, era Carlos Schmit, y madre é hijo residían en Tacna desde hacia muchos años. 

La sangre ardiente de sus 23 años, había querido llevar á los campos de batalla á Carlos, desde el momento en que Chile sorprendió al Perú con guerra tan fratricida como traidora, pero los ruegos de su anciana madre que le adoraba, y de la que era el sólo sostén, le impidieron el satisfacer sus patrióticos deseos. 
A nadie admirará este egoísmo de amor de una madre, ante la desgracia de la patria. 

Carlos contentando a su madre, había seguido con ansia febril las peripecias de la guerra, tan desgraciada en todo momento para nosotros, y había llorado con lágrimas de sangre todas las penas de la patria. 

Pero llegó el instante en que el atrevido enemigo se acercó á su hogar con pretensiones de hollarlo, y ya Carlos no fué dueño de su albedrío; Se figuraba que el chileno no prestando fe á sus patrióticos deseos, contenidos por el amor de su madre, venía á buscarlo para probar su valor; vió á la bella ciudad entregada al latrocinio y la impudicia; á su madre insultada y escarnecida, y vió á sí mismo fustigado como el esclavo por el látigo vil del ambicioso, y decidió á servir en las filas de los que habían de defender á Tacna. 

Mostró á su madre su voluntad inquebrantable, y la pobre señora, después de encarecidos ruegos y lágrimas de ternura, al fin tuvo que acceder al querer de su hijo. 

Carlos entró á formar como soldado en uno de los batallones del ejército unido, y salió de Tacna cuando éste partió á encontrarse con el enemigo. 

IV
Indelebles recuerdos guarda nuestra memoria de la batalla de Tacna, así como de cuantos desastres afligieron al Perú en la guerra tripartita. 
¿Qué peruano que espera en el porvenir de la patria habrá olvidado esos días de luto?

El 26 de mayo de 1880, se efectuó la batalla. Cuatro horas de terrible lucha necesitó el numeroso ejército chileno para vencer al nuestro que peleó como bueno y dejó sobre el campo 3,000 de sus soldados entre muertos y heridos, seis jefes de batallón, un comandante general de división y gran número de oficiales. 

Ese mismo día y á las 6 de la tarde, Tacna era ocupada por los chilenos, que entregaron desde ese momento á cometer los crímenes más abominables en los heridos, las mujeres, los niños y cuanto encontraban al alcance de su ferocidad.
¡No olvidemos estos hechos! 

Hasta el siguiente día de la batalla esperó la madre de Carlos la vuelta del hijo amado, ó noticia alguna suya. 

Habiendo pasado de huída todo el ejército unido, por entre la ciudad, sabía que su hijo no había venido con él, pues á ser así hubiera llegado á abrazarla. 
¡Y su única idea era que Carlos había muerto! 

¡La infeliz, no se engañaba! Carlos se había batido como un valiente; el primero en los puestos de mayor peligro, fué autor de mil heroicidades. Una bala enemiga cortó su vida y cayó como altivo espartano defendiendo la honra del escudo nacional.. 

La señora Antonia, no escuchando más voz que la de su dolor, salió en busca de su querido hijo, desafiando las iras del enemigo que seguía cometiendo crímenes sin cuenta... 

Cuando, pasados varios días, muchas familias de Tacna fueron al campo de batalla á recoger los cadáveres de sus deudos, algunas personas que conocían á la señora Antonia, la encontraron muerta y abrazada con el cuerpo exánime de su hijo, y sin presentar heridas ni maltratos que hiciera creer había sido víctima de un asesinato infame. 

La vista de su hijo sin vida había puesto término á la suya. 
¡Grandiosa prueba de amor maternal! 


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Rivas, Ernesto. "Episodios Nacionales de la guerra del Pacífico, 1879-1883". Lima, 1903.

Saludos
Jonatan Saona

1 comentario:

  1. Seis meses antes de la batalla de Tacna, Chile cometió el error grave de subestimar el número y la capacidad combativa de las fuerzas aliadas - mayoritariamente peruanas - que en Tarapacá se preparaban para abandonar el territorio. Y las atacó en inferioridad numérica, sufriendo su peor derrota en la guerra. ¿Quién fue el culpable de tal fracaso chileno? No su enemigo, ciertamente, sino la suma de sus propios errores. Habría sido absurdo culpar al Perú de los errores propios, aunque no faltó quien intentara justificar así el llamado "desastre" de Tarapacá.
    Ahora bien: la campaña de Moquegua, en mayo siguiente, se estaba desarrollando en territorio peruano, y la guerra cumplía más de un año de iniciada. Perú, con un 50% superior de población a Chile, disponía en el terreno mismo de todos los soldados que pudiera haber requerido, así como de tiempo holgado como para reclutarlos e instruirlos. No lo hizo. Enfrentó la batalla con el contingente de 10.000 hombre que se señala (aunque eran un poco más, según los propios partes aliados), dejando a otros 3.000 de meros espectadores, al mando del coronel Leiva.
    Chile tenía, es cierto, unos 14.800 soldados disponibles en el teatro de operaciones de Moquegua. Pero la reserva, las más duras y fogueadas unidades de infantería, no actuaron. No hubo necesidad. Solo 9.500 hombres, en su mayoría correspondientes a la guardia nacional movilizada, asaltaron y tomaron la posición aliada en el Campo de la Alianza. Con muchísimas bajas, desde luego: se avanzó a plena luz sobre enemigos atrincherados.
    ¿Qué responsabilidad le cabe a Chile de que su adversario no haya movilizado y preparado, en el plazo de todo un año, personal suficiente como para esperarlo en sus trincheras con 50.000 o más hombres?
    Los errores propios, son propios. Y cabe asumirlos.

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