4 de febrero de 2023

Ricardo Santa Cruz

Ricardo Santa Cruz Vargas
Ricardo Santa Cruz Vargas

Para ejemplo de las jeneraciones i de las edades futuras, la gloria se encarga siempre de inmortalizar a sus héroes: ellos forman la tradición preciosa en que se inspiran la juventud i la infancia, porque señalan el porvenir en el horizonte de los pueblos cuyo sendero alumbran con sus inmarcesibles destellos.
 
Por eso es que en todos los tiempos se puede hablar de los hijos de la gloria, sin decir ayer; el ayer no existe para ellos, como tampoco existe el mañana, viven como en perpetuo día. 

Hoi el Álbum Musical Patriótico dedica con hasta satisfacción su puesto i sus columnas de honor a un soldado glorioso, que aunque de noble i aristocrática projenie, fué hijo de sus propias obras para llegas, desde el primer día de su heroica muerte en pleno campo de batalla, a ser hijo de la gloria, después de haber vivido apenas treinta i tres años, dedicados desde la niñez hasta su último momento, al trabajo, al estudio, i al mas fiel i caballeresco cumplimiento del deber. 

Permítasenos, aunque de paso, decir que las cualidades opacas que de temprano caracterizaron a nuestro héroe, haciéndolo entrar prematuramente a la edad de adolescencia, no le permitieron saborear ni las inocentes locuras de la infancia, ni los soñadores placeres de la juventud.
 
Él, por educación i por instinto, fué siempre demócrata i modesto así como pundonoroso i resuelto toda vez que las leyes del bien entendido honor se lo exijieron.
 
Sus procedimientos obedecieron constantemente a la buena lójica i a la sana razón. 

Poseía una alma tan noble i tan dulcemente bondadosa e induljente como solo saben poseerla los grandes héroes, sus ilustres émulos.
 
Este hombre tenaz en el trabajo, caballeresco i educadamente inflexible en la disciplina militar, tranquilo i heroico hasta la temeridad en los campos de batalla, franco i leal en la amistad, tierno i cariñoso en el seno del hogar: era también un artista i tenía en su alma todas las sublimes sensibilidades de tal. 

Era un aventajado dibujante, un completo carpintero ebanista tan competente que, con este solo oficio habría podido holgadamente procurar un cómodo i abundante porvenir a su adorable i hoi huérfana familia, compuesta de una abnegada madre i de tres tiernos e inocentes hijos que, duro es decirlo, hasta hoi solo viven con la jenerosa asignación que él antes de partir la campaña tuvo a bien dejarles. 

En música fué también tan hábil como en el dibujo i la carpintería, pues, a fuerza de un constante estudio, llegó a ser en la flauta, su instrumento favorito, un sobresaliente aficionado. 

Cúponos a nosotros a la par que la satisfacción de contarnos en el número de sus amigos, el de ser también durante algún tiempo a la vez que profesor de piano de una de sus dignísimas cuñadas, la señorita Josefa Rosa Argomedo, profesor de flauta de él mismo. 

La predilección que Ricardo sintiera por la flauta nos permitió en mas de una ocasión escuchar de sus propios labios conceptos harto lisonjeros respecto de nuestras infelices facultades profesionales. Así nos solía decir con su habitual injenuidad: "Tocayo, si el canje o trasmisión de profesiones fuese posible, yo quisiera ser jeneral pero un gran jeneral, i siéndolo tal, con gusto cambalechería mi jeneralato por sus facultades artísticas."

Con esto, galante i cuerdamente nos significaba que para él, así como para cualquiera otra persona de buen sentido, el arte o la ciencia militar no eran en nada superiores arto o ciencia musical, i que por lo tanto para llegar, materialmente hablando, a ser algo no vulgar ya en estas, como en cualesquiera de las demás nobles profesiones, eran de todo punto necesarias las dos mas indispensables i escasas cualidades: la vocación i el estudio.

Por nuestra parte nos permitimos decir que Ricardo Santa Cruz era a la vez que soldado i dibujante, soldado i carpintero como Pedro el grande de Rusia i soldado i flautista como Federico el grande de Prusia.

Nosotros hemos visto sus trabajos de dibujante i sus trabajos de carpintero ebanista. Estos últimos son todos primorosamente i entre los primeros hai algunos de verdadero mérito artístico, especialmente un retrato de su siempre fiel, virtuosa e inconsolable esposa, la señora Magdalena Argomedo, de notable ejecución. 

Estos trabajos forman en mayor parte el menaje o moviliario de su modesto e ilustre hogar, los que, presididos por su recuerdo i alumbrados por los fulgores de su gloria se conservan i conservarán siempre como preciosas reliquias, así como su flauta, los papeles de música i las insignias i uniformes del bravo soldado. 

Se nos ha dicho que a Santa-Cruz se le tildó de ambicioso. Sí, decimos nosotros, fué ambicioso, mas no un ambicioso de granjerías, cobarde ni egoísta; i bendita sea mil veces su ambición!

Ricardo Santa-Cruz fué un ambicioso de abnegación, de valor i de nobleza en todos los actos de su vida. Sus ambiciones inspiradas por el mas acendrado patriotismo así como por todos los demás bellos sentimientos, que solo alientan las almas bien puestas, fueron siempre encaminadas a la glorificación i engrandecimiento de su Patria, a honra i prestijio del ejército que perteneciera i a poder legar su pobre familia la única pero grata i sublime herencia de nombre preclaro i sin mancha, como hombre i como soldado. 

Jamás procedieron de igual suerte ni la cobardía ni el raquitismo intelectual. 

Ricardo Santa-Cruz en contraposición a los que llevan a hogar torpes asperezas de vida de cuartel, llevaba al cuartel las dulces ternuras del hogar.. 

Hé ahí la causa por que siempre subalternos le amaron i le respetaron.
 
La vida amplia de trabajo comenzó para Ricardo Santa Cruz desde el día en que se trasladó a la frontera de Arauco en calidad de segundo jefe de Zapadores. 

En ese carácter supo elejir al fundar la línea del Traiguen los puntos mas estratéjicos para establecer los fuertes que debían defenderla.
 
Los trabajos de construcción de esos fuertes ejecutados todos por los soldados de su batallón, en su mayor parte compuesto de obreros de diferentes oficios sacados todos de los distintos cuerpos del Ejército, fueron dírijidos personalmente por él. Allí como hombre de trabajo estuvo en su elemento, así como más tarde lo estuviera en Antofagasta como primer jefe de ese mismo cuerpo, cuando se organizaba nuestro Ejército del norte en esa Plaza. 

En la construcción de fuertes del Traiguen al mismo tiempo que desempeñaba admirablemente el cargo de mayordomo, se dió a conocer como arquitecto, albañil, carpintero i mecánico. 

Lo estratéjico de los puntos en que fueron establecidos los fuertes, así como su buena construcción, permitían que corto número de tropa pudiera contener i rechazar con ventaja los frecuentes ataques de los indíjenas, los que, por la temeridad i bravura con que los efectuaban, hacían recordar a los lejendarios caciques i toquies  cantados por el célebre capitán i poeta español don Alonso de Ercilla en su poema épico "la Araucana".

Ricardo Santa Cruz con su bondad i modestia supo conquistarse a la vez el cariño i respeto de sus subordinados, el cariño i respeto de los mismos indíjenas, los que lo aclamaron i aceptaron como a su protector; con esto hizo más fácil conquista i tranquilidad de esa parte de nuestro territorio tan necesaria entónces, por el escaso número de tropa con que se llevó a efecto, sobre todo, si se toma en cuenta lo que costó en vidas i dinero la fundación de la línea del Malleco.

En la guerra con los aliados, Ricardo Santa Cruz patentizó de la manera más elocuente i con hechos que no dan lugar a ningún honrado equívoco, en tres de los mas reñidos combates, lo temerario de su arrojo, del mismo modo que lo hiciera allá en la Araucanía en medio de los indios. 

Primero en Pisagua, donde los nuestros tuvieron que soportar estoicos i a pecho descubierto el diluvio de balas que los aliados parapetados tras las insolentes rocas de ese puerto i con satánico furor les dirijían. Ahí fué donde él tuvo el alto honor de ser el primer jefe de mayor graduación que pisara territorio enemigo.
 
El primer triunfo de nuestro ejército de tierra en esa primera titánica jornada fué debido en gran parte a la pericia i sangre fría de nuestro héroe con la que electrizó a los soldados que lo rodeaban, hasta el punto de merecer de muchos de ellosque cada acertado tiro que dirijían se lo dedicaran a él diciéndole: "A su salud, mi comandante".
 
Después en Tarapacá marchó tranquilo pero resuelto a vender cara su existencia. En aquel combate fue envuelto en un círculo de metralla i fuego que no bastó para doblegar su altivez i en la cual, sin inmutarse en lo más mínimo, peleó hasta el último instante con ese valor frío i calmado que le era propio. 

Mas tarde, en lo mas reñido de la batalla de Tacna i en uno de los momentos en que sereno recorría a  caballo la línea de su rejimiento, un comandante de compañía le dice que cree que el enemigo condensa sus fuerzas para venírseles a la bayoneta, a lo que Ricardo Santa Cruz le contesta con el mas heroico desdén: "descuide, capitán, que el enemigo no conoce ese movimiento". 

Momentos después i en el instante mismo en que sus soldados, en obedecimiento al toque que calacuerda que él ordenara, contajiados con su sublime ejemplo, se lanzan a la bayoneta, radiantes de patriotismo sobre el enemigo, bala aleve i maldita hiere de muerte i troncha en temprana edad la preciosa existencia de un héroe, que con su noble sangre selló el triunfo de nuestras armas.

Sin su temprana i nunca bastante sentida muerte, Ricardo Santa Cruz habría alcanzado la gloria de haber sido el más jóven de nuestros jenerales, i a no dudarlo habría llegado a ocupar, merecida i positivamente, un lugar distinguidísimo entre los mas ilustres i prestijiosos de la brillante i no pequeña pléyade de los jenerales de Chile. 

I a fé que todo habría sido obra sólo de sus múltiples i sobresalientes méritos, i no por efecto de la gracia de la suerte —que no es otra cosa que la gracia del ridículo, de la intriga o del favor, el que a su vez no es mas que el humillante i bochornoso enjendro del compadrazgo, cuyos activos fructificadores 
son el cohecho o las arrastradas i majaderas súplicas. 

En homenaje a la pureza de sus sentimientos, que le permitieron ser constante i leal en la práctica del sagrado cumplimiento de todos sus deberes i con todo aquello que de ordinario contribuía a sus honestos entretenimientos, i que hoi nos complacemos en memorar, nos permitimos confiadamente afirmar que Ricardo Santa Cruz, jeneral, por nada i en ningún caso se habría creído ni mas ni ménos que lo que fuera como jefe de cuerpo, oficial subalterno o simple cadete; pues éstos nada habrían tenido que envidiar a aquél, ni aquél a éstos, así como ni el soldado tuviera que envidiar al caballero, ni el caballero al soldado. 

Hombre i soldado de honor, de buen juicio, de órden i de exquisita moralidad; así como no gustó jamás de necias fantocherías, así tampoco gustó de practicar por sí ni estimular en otros la torpe adulación; como de igual suerte i por iguales motivos no dió acojida en su noble alma a los tristes, i mas que tristes, depravados sentimientos que se llaman odio, rencor i venganza, i que cualquiera de ellos basta para hacer del hombre que los posea el hombre mas ridículo i mas soberanamente despreciable. I mas aun si ese hombre es militar, el ridículo crece i se hace tanto mas notable cuanto mayor sea su graduación. 

Cualquiera que hubiera sido la jerarquía militar a que Santa-Cruz hubiera alcanzado, no habría en ningún caso ni remotamente significado un peligro o una amenaza ni para el órden público, ni para los dineros del Estado, ni para la honra, ni para la moralidad i disciplina del ejército; mui por el contrario, él habría sido siempre una sólida i segura garantía así de ese órden como de esos dineros, como igualmente un potente i positivo sostén de esa honra, de esa moralidad, de esa disciplina; pues bien predica quien bien vive.

Soldados tan pundonorosos i tan respetados como Ricardo Santa-Cruz como él no han sido víctimas de instintos de atrabiliaria quijotería i que como él tampoco no tienen voluntad ni de ridiculizar su persona ni su familia, ni de mancillar sus bien adquiridas glorias con descabelladas pretensiones, armonizando i jamás anarquizando, son, a la par que el símbolo de la tranquilidad i la moral, la mas perfecta personificación de la modestia i de la discreción. 

Las necias, locas o criminales ambiciones jamás se anidan en los hombres cuya intelijencia i moralidad se mantienen sobre el bajo nivel de las pasiones rastreras. 

Esas ambiciones son compañeras inseparables de los cerebros débiles i fofos que han perdido su potencia i solidez; que viven asaltados perpetuamente por la nostaljia del mando i de la grandeza, que al fin entorpeciendo las facultades intelectuales, dejan al hombre victima de sí mismo e infatuado de tal modo con la depresión de sus facultades morales, que viene a ser al fin el objeto del ridículo i de la burla de cuantos llegan a conocerle. 

Militares como Ricardo Santa-Cruz, que de su carrera hacen una segunda relijión, i que fuertes con su dignidad i la plenitud del conocimiento así de sus deberes como de sus derechos, cumpliendo honradamente los primeros, no se dejan arrebatar los segundos, i que respetando i respetándose, jamás ajan su uniforme para prodigar arlequínicas i humillantes jenuflexiones a inciertos i desdorados poderosos, son el mas perfecto modelo del soldado por inspiración i patriotismo.

Tales soldados acatan i obedecen solo al poder de los poderes, a la autoridad de las autoridades: la lei. 

Esos soldados que en cumplimiento de su deber con tan heróica abnegación saben batirse i hacerse matar por su Patria en pleno i abierto campo de batalla, sin que el furor i la crueldad del enemigo logre infundirles pavor, no manchan jamás sus armas con la noble e inocente sangre del pueblo, su soberano i hermano en la democracia, la ciudadanía i la República; ni buscan cobardes denigrantes ascensos en el vedado campo de la política del todo incompatible con el decoro militar. 

La ilustración que de algún tiempo a esta parte, de tambor a Jeneral, se nota en las filas de nuestro ejército, nos permite fundadamente creer que sus miembros comprenden tan bien como lo comprendiera Ricardo Santa-Cruz, que la misión del invencible soldado chileno armado i pagado por el pueblo-Nación, como lo son los demás empleados públicos del país, de Presidente a corchete, no es otra que la mui noble de defender valerosos la honra i la integridad de nuestro territorio, i a fuer de leales i patriotas, defender también, en todo caso —de las asechanzas i obduraciones de los extravagantes que ántes que obedecer sacrifican— a la Nación en la persona del pueblo, que es su mas pura esencia i jenuina personificación. 

Como soldados demócratas i republicanos, saben también que el Soberano Poder de Chile, según nuestras leyes patrias, reside solo i absolutamente en el pueblo, del cual es el mas inmediato i lejítimo representante nuestro Cuerpo Lejislativo. 

El pueblo es la Nación i la Nación es el pueblo. Siendo esto así, nuestros soldados deben pues, al pueblo, su soberano señor i hermano, la mas ciega sumisión, la mas respetuosa obediencia. 

De esto fácil i lójicamente se deduce que los soldados que hacen armas contra el pueblo, desde el momento que tal hacen, quedan fuera de la lei i se convierten en delincuentes i en reos de alta traición, por haber traicionado al mas alto, positivo i soberano poder del país. Es alto crimen de Estado, crimen de lesa patria, pues han ido en contra de la lejítima soberanía de la Nación, la soberanía del pueblo, atacando el cuerpo político de la República. 

También se convierten primero, en suicidas, pues como chilenos son partes integrantes de ese pueblo que han traicionado; segundo; se hacen homicidas; tercero, se hacen fratricidas matando a sus propios hermanos; cuarto, se hacen parricidas, pues en la persona de ese pueblo matan a su madre patria lejítimamente encarnada en ese pueblo. 

Los soldados chilenos, cuanto mas bravos, mas nobles i mas importantes son, mayor es el respeto con que acatan, obedecen i cumplen los mandatos i voluntad de ese pueblo. 

De ello tenemos varios i mui nobles ejemplos dados i seguidos por eminentes personalidades militares del país. 

Uno de los mas nobles hijos de Chile que en aras del bien común i jeneral tranquilidad, ahorrando sangre i luto, se inclinó reverente ante la augusta soberanía nacional representada por el pueblo de Santiago, legando con ese sublime acto de heroísmo moral a los futuros gobernantes de Chile, el mas patriótico i elocuente testimonio de respeto a la opinión pública: fué uno de los mas venerables padres de la patria, a cuyo nombre están vinculadas muchas i mui preciosas glorias nacionales. 

El chileno ilustre, al que con tanto respeto i cariñoso patriotismo en este momento nos referimos i el mismo que en 28 de enero de 1823, noble, grande, heróico i magnánimo entregó al pueblo el supremo poder de que lejítima i merecidamente ese mismo pueblo lo invistiera, se llamó i se llama aun, pues los verdaderos héroes viven la vida eterna: el señor Brigadier don Bernardo O'Higgins. 

En conclusión diremos que, consecuentes con el propósito de ser clásicamente verídicos i sinceros espositores de las nobles cualidades que tan maravillosamente encarnaron en Ricardo Santa-Cruz, hubimos de imponernos antes de dar a la prensa este modesto artículo, la honrosa tarea al mismo tiempo de hojear los libros de algunas oficinas o establecimientos militares de Santiago, desde la Escuela Militar hasta la Inspección Jeneral del Ejército; informarnos verbal i personalmente cerca de los compañeros de armas que le conocieron i trataron con intimidad; i tanto lo escrito como lo que de viva voz escucháramos, nos probaron de la manera mas patente que estábamos en la mas cabal i perfecta verdad. 

Desde soldado raso a jeneral, hemos escuchado complacidos los mas preciados i honrosos conceptos de nuestro bizarro héroe; pues se nos ha llegado a decir después de leído este modesto e incompleto articulo, que será siempre débil i opaco todo cuanto bueno de él se diga, al mismo tiempo que no faltó quien agregara aun, que de los actos que en su vida de soldado había ejecutado, uno de los que con mas complacencia recordaba era aquel en que elijió a Ricardo Santa-Cruz para segundo jefe de su rejimiento; ese rejimiento era el indomable Rejimiento de Zapadores! 

Todo cuanto de sus como él, nobles i denodados compañeros de armas escucháramos, nos demostraba elocuentemente el orgullo de que se sienten poseídos por pertenecer al Ejército a que Ricardo Santa -Cruz perteneciera. 

Los recuerdos que le dedican son tan tiernos, tan cariñosos i tan llenos de respeto, que dejeneran en sublime i relijiosa veneración! 

Cuanto de él pudimos escuchar no es otra cosa que la mas clara revelación de la honrosa confraternidad e íntimo i noble compañerismo que en la jeneralidad de nuestros bravos soldados existe. 

Esta confraternidad o compañerismo es el sagrado símbolo de la larga i jamás interrumpida serie de los titánicos triunfos obtenidos siempre por nuestro espartano Ejército; triunfos que confiadamente esperamos serán de fijo repetidos cada i cuando nuestra Patria, en pró de su seguridad, honra i engrandecimiento, se los ordene.
 
Ruperto Santa Cruz Henríquez. 


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"Álbum Musical Patriótico". Año I, num 17. Santiago, Setiembre 8 de 1888

Saludos
Jonatan Saona

1 comentario:

  1. Ante tal superabundancia de elogios y exaltación del fallecido, uno no puede menos que preguntarse si Santa Cruz fue, en definitiva, un futuro general con su carrera truncada por la muerte.
    Como fue un comandante de unidad caído al frente de los suyos en combate, merece desde luego nuestro tributo y respeto. Y sí: fue el primer jefe que pisó las playas de Pisagua combatiendo y también uno de los pocos, contadísimos militares chilenos que captó el resultado de las guerras de 1864, 1866 y 1870 en Europa. Esto es, que la introducción de nuevas tácticas y armamentos había cambiado por completo el panorama bélico mundial. Y la necesidad de adaptarse a ello.
    Pero, su error táctico garrafal en Tarapacá lo condena. Enfrentó un imprevisto, una emergencia que ameritaba obviar las órdenes recibidas y adaptarse con urgencia a la nueva situación táctica. Y no supo resolver aquello. Lo que se llama, en lenguaje llano, carencia de golpe de vista militar.
    No digo que no hubiera alcanzado el grado de general, si hubiera sobrevivido a la guerra. De hecho, el gran responsable del llamado Desastre de Tarapacá, el coronel Luis Arteaga, quien tenía el mando de esa brigada el 27.11.79, fue promovido posteriormente al generalato. Luego de un interregno prudente, desde luego, y bastante manejo político del partido Liberal.
    Fue un valiente, Santa Cruz, ciertamente, y cayó con honor en defensa de su bandera, liderando un ataque.
    Pero, como aprenderían muchísimos jefes de ambos bandos enfrentados en la GDP, lo valientes que mueren en combate no suelen ganar ninguna guerra. Lo hacen aquellos que resuelven en tiempo oportuno las decisiones estratégicas y las urgencias tácticas en el campo de batalla.

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