2 de julio de 2019

Ricardo Santa Cruz

Ricardo Santa Cruz
El Teniente Coronel Don Ricardo Santa Cruz

II.
Pero lo que hai de más melancólico en ese fin prematuro i lo que existe de más noble en esa breve vida, es que Ricardo Santa Cruz lo debía todo a sí mismo.

Oriundo de una de las más antiguas familias patricias de Santiago, no alcanzó nunca favor ni de los pergaminos, estos diplomas del ocio, ni de los ‘'empeños," estos parásitos que en nuestras ciudades coloniales solo crecen arrimados a las paredes de casa grande, con portada de piedra, ancho zaguán i encopetado mojinete, semejante al peinado de los oidores,—jente de "copete"...

VI.
Nació Ricardo Santa Cruz en la aldea marítima de Cartajena, ubicada en el departamento de Melipilla, como había nacido en esa tierra de almas fuertes i pechos arrogantes el jeneral Aldunate en 1796, Rafael i Emilio Sotomayor en 1822 i 1826, Ignacio i Ramón Serrano en 1850-1851, Policarpo Toro algo más tarde, i casi junto con el comandante de Zapadores su primo Rafael Vargas, este centauro chileno, que recuerda a la vez a Bueras i a Manuel Jordán, i que por la sangre i el valor es primo del bravo que al frente de su hueste sucumbió trepando la loma de Tacna. Uno i otro son Vargas, si no de los Vargas Machuca, de los Vargas de Melipilla que tanto para machucar valen... Pusieron por esto a Santa Cruz, por su talla, su apostura i su procedencia, el apodo de el huaso sus condiscípulos de la primera aula.

VII
A la edad de trece años (febrero 27 de 1861) i cuando rejuntaba la Academia Militar con las leyes de Esparta en la mano el ríjido i pundonoroso jeneral Aldunate, su deudo i su maestro, Ricardo Santa Cruz fué colocado en aquel establecimiento por su celosa madre. Su hermano José María, teniente hoi del Blanco, entraría en su lugar vacío, solo seis años más tarde (5 de enero de 1866).

VIII.
Ricardo Santa Cruz hizo, si no con brillo, con solidez (pues ésta era la tendencia más marcada de su índole) sus estudios profesionales; i a la edad de 17 años cambió el libro, un poco prematuramente talvez, por la espada, en 1865. Como lo ha observado Isidoro Errázuriz, Santa Cruz entró en el predestinado rejimiento 2.° de línea, el cual ha pasado todo entero a la inmortalidad, borrándose su nombre, sus filas, su bandera. todo, excepto su gloria, por el plomo de las batallas. El 2° entró, en efecto, en campaña, con cuarenta i dos oficiales; en Tarapacá dejó en el campo dieziocho, en Tacna quince, en Chorrillos. diez i nueve, en Pucará uno, el bravo capitán Baeza, cincuenta i tres en todo. ¿Qué le queda entonces sinó el resplandor de su ancha fosa i el esplendor de su ínclito renombre?

Si tuviéramos hoi el poder de dar nombres heroicos, como lo tuviéramos un día para resucitarlos en nuestras calles, nosotros refundiríamos en un solo rejimiento el casi extinguido 2.° de línea i el totalmente extinguido Atacama, i juntos ambos les bautizaríamos en la pila de las batallas, con el nombre de sus leyendas o con este otro: La Lejión chilena, como hubo antes la Lejión tebana, en Grecia i la Lejión bátava, en Roma.

IX.
Ricardo Santa Cruz cubrió con su cuerpo la guarnición de Caldera durante la guerra con España, marchó a pie por el desierto a embarcarse en Chañaral a bordo de las corbetas peruanas (que no llegaron); i en seguida sirvió las diversas guarniciones i campañas de Arauco durante la ocupación de este territorio, principalmente en 1868-69, sirviendo bajo las órdenes del jeneral Pinto i del coronel González.

Por excepción estuvo algunos años empleado como profesor i ayudante en la Academia Militar, i en esa época unió su vida a la virtuosa joven que hoi le llora estrechando en su regazo tres retoños de su alma. La viuda del comandante Santa Cruz, la señora doña Magdalena Argomedo, es nieta del ilustre prócer i procurador de ciudad en 1810 don José Gregorio Argomedo.

El comandante Santa Cruz que había salido de la Academia en calidad de subteniente del 2.° de línea el 1° de enero de 1865, era teniente en diciembre de 1869 i ayudante de la Escuela militar en julio de 1874.

X.
Pasó en seguida, señalado por sus talentos, a un cuerpo especial, porque, cuando en 1877 el ministro Prats organizo acertadamente el rejimiento de Zapadores para ir desmontando poco a poco la Araucanía i sus selvas, Ricardo Santa Cruz fué nombrado a la edad de 29 años segundo jefe de ese cuerpo, i desde ese día hasta la batalla de Tacna estuvo a su cabeza. Cuando el batallón, elevado a rejimiento, pasó por Santiago en abril de 1879, haciendo escuchar sus clarines en las estaciones del tránsito, Ricardo Santa Cruz se apeó del tren sólo una hora para abrazar por la última vez a su esposa i besar en la cuna la frente del hijo que acababa de nacerle.

XI.
Estacionado largos meses en Antofagasta. consagróse el comandante Santa Cruz con el tesón del deber a instruir su cuerpo en la táctica moderna de combate, en que la dispersión ha tomado, contra el tiro rápido, el puesto de la anticuada fila unida. Para esto unióse con Domingo Toro el bizarro comandante, formando cuartel común con su cuerpo. El Chacabuco i Zapadores han sido lo que el Portales i el Valparaíso en las campañas de Yungai, "los primos", i lo que el 1° i el 2° batallón del rejimiento Atacama que se llamaron por cierto motivo los cuñados en la presente. I por esto aquellos dos cuerpos jemelos han peleado hombro con hombro en Tarapacá, en el Alto de Tacna i en Chorrillos.

XII.
Cupo a Santa Cruz el honor de ser el primer jefe que pusiera pie en tierra peruana, saludado por un diluvio de balas que respetaron su alta talla, punto de mira entre las rocas. Cúpole también, si no la fortuna, la honra de romper con sus Zapadores el fuego de Tarapacá, manteniéndose solo con la mitad de su batallón, que iba a la descubierta, durante una larga hora contra todo un ejército. Ricardo Santa Cruz alentaba a los suyos corriendo a caballo de una extremidad a otra de las filas, i sus propios soldados se han maravillado cómo escapó ileso. Solo cuando el Chacabuco llegara jadeante a sostenerla, tuvo la noble brigada algún refresco. Los primos llegaban a tiempo!...

XIII.
Surjió de la desastrosa sorpresa-sorprendida de Tarapacá, como es sabido de todos, una acusación contra el joven comandante de Zapadores, porque en cualquier malaventura humana alguien i no todos han de tener la culpa. Pero esa acusación no pesa contra su honor ni siquiera contra su heroísmo, sino contra su pericia. Son pocos los Velázquez de tierra i los Latorre de mar que dicen:—"Yo lo hice i salió mal.»

I en vista de aquel cargo, el comandante de Zapadores, a su vez, hizo dos cosas: su defensa por la prensa, i en seguida juró volver a hacer en el próximo combate lo mismo que había hecho en Pisagua i en Tarapacá, esto es, ser d primero en desenvainar la espada, el primero en dar la voz de fuego i el primero en morir.

I así púsolo en obra cuando llegó su hora.

XIV.
Hai en todo esto un episodio íntimo que la pluma recoje con cariño del fondo de calurosas pasiones, acalladas por jeneroso patriotismo. La muchedumbre sabe en efecto que el altivo pero hidalgo coronel Velázquez, jefe de la Artillería, i el comandante de los Zapadores habían reñido por el honor de sus armas respectivas a consecuencia de la pérdida de las piezas del capitán Fuentes en Tarapacá.

Pero lo que muchos ignoran es que esos dos nobles seres se habían reconciliado, dándose afectuoso abrazo de camaradas i de amigos.

Más que esto.

El rejimiento de Zapadores había sido designado para formar la escolta de la Artillería de campaña en el campamento, en la marcha i la batalla; i este puesto de honor era la devolución de la pasajera i talvez no merecida afrenta de Tarapacá.

Enorgullecémonos en poseer una de las últimas manifestaciones del noble jefe de este cuerpo así honrado (talvez la última de todas), i en ella nos refiere, con fecha de Ite, mayo 8, que mediante la alianza de sus soldados i de los artilleros habíase realizado la operación más difícil de la campaña, i la que, después del indomable valor de nuestro ejército, nos ha dado la victoria: -la subida de la artillería de campaña de los médanos de Ite a la pampa de Buena Vista.

"Hoi concluimos de subir con mi rejimiento, -nos escribía en la fecha citada el comandante Santa Cruz,—la artillería de campaña a la cima (300 metros), habiendo ensayado por la primera vez en Chile el sistema de aparejos de a bordo. Dura ha sido la tarea para mis pobres soldados, que a fuerza de brazos han vencido una dificultad insuperable, que nos ahorra caballos para el último combate de esta arma poderosa"

XV.
Ricardo Santa Cruz no solo tenía una alma buena sino una alma delicada. Era artista. Había reproducido al lápiz la fisonomía de la compañera de su vida; había construido por sus propias manos el menaje de su alcoba con las maderas de los bosques del Sur, fuertes como tu brazo, i en horas perdidas tocaba armoniosamente la flauta, como Ney en su calabozo antes de morir... Un día que golpeamos a su humilde habitación, divisamos dos cunas de forma especial i elegante, pero de estilo caprichoso i poco usado. Eran dos nidos que el padre artista había labrado por sus manos en Lumaco para recojer en ellos las primeras caricias de sus amores. ¡I cuánto como virtud, como trabajo, como injenio no habla esto en elojio del varón bueno que el país tan temprano perdió!

XVI.
Ricardo Santa Cruz, hombre dulce, como lo son jeneralmente los hombres heroicos, amaba entrañablemente a sus soldados i les servía de padre. Interrogado por nosotros, a petición de sus esposas, para saber el pandero de dos de aquellos infelices, decíanos en la carta casi póstuma que de él acabamos de citar, estas palabras de tierna solicitud: "El soldado José Daza pertenece al rejimiento. En cuanto a Agustín Toro, este buen soldado llegó mui enfermo de su cautiverio i murió en Ilo a los pocos días de su arribo. A sus deudos se les puede hacer saber que deja varios sueldos, i que haciendo la correspondiente solicitud no hai inconveniente para entregárselos,"

I así fué hecho.

XVII.
Por vía de adiós enviábanos también nuestro querido i malogrado amigo una promesa de victoria. "Espero, —nos decía en la última linea de su carta,—espero poder comunicarle una NUEVA VICTORIA EN POCOS DÍAS MÁS."

¡I la promesa fué cumplida!

Pero no sería el pundonoroso capitán de Pisagua i Tarapacá quien firmaría el boletín de esa victoria... Puesto a la cabeza de su rejimiento desplegado en orden disperso a la extrema derecha de los aliados en la colina fortificada que se llamó el Campo de la Alianza, una bala de rifle, anticipándose casi al combate de fila a fila, vino a penetrarle el bajo vientre, atravesándole en todos sus pliegues una manta, que a guisa de antiguo "huaso" chileno llevaba atada a la cintura.

Sin descender del caballo fue conducido el desdichado joven por el cirujano de su cuerpo a retaguardia donde recibió la primera curación; i al día siguiente, lleno de serenidad, de satisfacción i casi de orgullo por haber cumplido su deber desmintiendo con su muerte la sospecha, espiró en los brazos de su inseparable amigo Domingo Tοrο Herrera a quien confió sus últimos votos i sus postreras ternuras de esposo i padre.

Por esto el nombre glorioso de Ricardo Santa Cruz habrá de figurar con brillo, después de la prueba del fuego en la larga lista de los que cumplieron con el juramento de sus grandes almas, siendo los primeros en la pelea, los prime ros en el sacrificio.

¡Que la paz sea en él i sea en ellos! Que la gratitud pública se arrodille en sus lares, i allí bendiga en el desierto tálamo a la viuda, en la inocente cuna a los hijos, i en la tumba fría consagre sus manes i sus glorias.

¡Para eso han vivido i para eso han muerto!


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Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo I, por Benjamín Vicuña Mackenna.

Saludos
Jonatan Saona

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