20 de mayo de 2017

Un episodio íntimo

Vicente Zegers Recasens
"Un episodio íntimo.

Señor
Juan A. Walker Martínez
Presente.

Mui distinguido amigo: He recibido hoi su afectuosa carta fechada ayer, en la cual usted me dice, que habiendo resuelto la dirección del diario Unión de que usted forma parte, publicar el próximo 21 de Mayo una edición especial destinada a conmemorar esa fecha, se han dirijido a varios de mis compañeros sobrevivientes de esa jornada, pidiéndoles para la publicación en el citado número algunos recuerdos de las impresiones de ese día, y que al efecto se dirije a mí con idéntico fin, señalándome como tema de mi artículo cierto episodio ocurrido en los momentos del combate y del cual solo tienen conocimiento la noble viuda del heroico mártir, el capitán Uribe y una que otra persona más.

Con verdadero placer habría contribuido al fin que ustedes se proponen en la forma que usted me indica; pero lamento que la brevedad del tiempo de que dispongo no me permita escribir algo con la detención que habría deseado, dándome apenas tiempo para contestar su carta de un modo demasiado conciso.

Si con anticipación hubiera tenido conocimiento de la noble resolución de ustedes, no habría esperado invitación para cooperar a ella, sino que habría considerado un deber ofrecer mi humilde concurso a la conmemoración del sacrificio mas hermoso que, como usted dice, rejistran los anales de nuestra historia nacional.

Pero, ya que ello no es posible, me concretaré al relato del hecho a que usted se ha referido y que hasta hoi ha permanecido oculto, no obstante de ser por su significado de aquellos que hacen mas brillante la auréola de gloria que cada día resplandece mas hermosa sobre la frente del héroe mártir del 21 de Mayo de 1879.

Me es si forzoso para cumplir mi propósito, rasgar el velo que hasta hoi por distintas consideraciones había juzgado deber de mi parte conservar intacto. Al hacerlo, confío en la bondadosa induljencia de la ilustre viuda de nuestro querido y glorioso jefe, la cual espero escusará que en mi afán de hacer más grande, si es posible, la figura inmortal de su esposo, dé publicidad a un incidente casi íntimo, a cuyo recuerdo debe sentirse orgullosa, y que conocido del país, tenderá sin duda alguna a demostrar cuán por encima de las miserias humanas estuvo ese día el alma sin tacha de nuestro mas simpático héroe.

Han transcurrido seis años desde ese día imperecedero, y hoi, al tomar la pluma para escribir lo que en seguida voi a relatar, siento que mi corazón palpita como en los instantes mismos en que bajo el fuego del enemigo oí su voz, encargándome el cumplimiento de lo que El que todo lo puede, quiso fuera su voluntad postrera.

Iban trascurridas dos largas horas de combate, durante las cuales muchos habían rendido ya las vidas en defensa de la nación. cuando se notó que el Huáscar, cansado tal vez de los estériles esfuerzos por vencernos, ponía su proa hacia nosotros con el indudable propósito de espolonearnos. Vista la maniobra por la tripulación, el entusiasmo se hizo febril, y el fuego hasta ese instante bien sostenido se tornó activísimo.

El teniente Serrano, jefe que era de mi división, animaba a los sirvientes de las piezas que nos estaban encomendadas, y dirijiéndose a mí me dijo: "Amigo, esta si que es la última; sáquese los botines porque nos vamos a ir a pique." Terminaba la frase anterior, cuando oí que el Comandante me llamaba:

-—Hágame el servicio de llamar a mi mayordomo, fué la órden.

La cumplí inmediatamente, y noté que éste, después de hablar con él breves palabras, bajó á la cámara, para volver luego a salir llevando en la mano algo que el Capitán miró durante algunos segundos ántes de ponerlo en su bolsillo.

Instantes habían trascurrido solamente desde la escena anterior, cuando volví a oír mi nombre pronunciado por el Comandante. Acudí a su llamado, subiendo por una pequeña escala que a babor comunicaba la cubierta con la toldilla, y al ponerme en el descanso esperando me hablara, vi se ceñía la espada, que durante la acción había tenido colocada sobre la caja de banderas.

Se dirijió luego hacia mí, y después de breve pausa, con su fisonomía perfectamente tranquila y como sonriéndose, me dijo:

—Creo, Zegers que usted como los demás, no ignora el fin que nos espera.

Guardé silencio.

—Peto usted es mui joven, replicó, y tengo para mí que su buena estrella lo ha de salvar.

—Señor, le dije, creo que tiene usted las mismas expectativas de salvación que nosotros, y Dios ha de querer que el Comandante no nos falte.

—Gracias, me contestó con la misma tranquilidad, agregándome en seguida: Pero como eso es difícil que suceda, si lo que espero se cumple, no se olvide de mis palabras, que serán tal vez las últimas: Cuando vuelva usted a Valparaíso, vea a mi Carmela, dígale que mis últimos recuerdos, mis últimos votos son para ella y mis hijitos.

Al oír aquellas palabras, no sé realmente lo que pasó por mí. Me sentí dominado de un sentimiento tan estraño, que no atiné a contestar; y habría tal vez llorado si en aquellos instantes no hubiera comprendido la necesidad de sobreponerme a mí mismo. Vino a sacarme de aquella angustiosa situación, la palabra del mismo Comandante, que volvió a decirme: «Zegers, tenga presente mi encargo»; y luego mirando hacia el Huáscar, que estaba ya mui próximo, me dijo: "Vaya a la máquina y dígale a Hyat (injeniero 1.°) que dé toda fuerza"

Dejé al entrepuente en cumplimiento de la orden que acababa de recibir, y al verme los injenieros que estaban en la plataforma de las calderas, me preguntaban en medio de la mayor ansiedad, cual era la situación en que estábamos. Yo, como es natural, les contesté atenuando en cuanto me fue posible la verdad del triste fin que nos esperaba. Mas de uno al oír mis palabras, prorrumpió en entusiastas vivas a la patria.

Me dirijía ya a cubierta, cuando sentí que la batería de estribor disparaba todas sus piezas a un tiempo. Corrí entonces para llegar a mi división, y recién lo había efectuado, cuando se sintió un golpe horrible, el buque se inclinó sobre estribor y crujió bajo nuestros piés.

Era el Huáscar que había espoloneado a la Esmeralda!

Cuando el humo se hubo disipado y todos pudimos darnos cuenta de lo que a nuestro rededor había pasado, vimos al Huáscar como a 300 metros de nuestra aleta de babor ocupado en dispararnos a quema ropa con sus grandes piezas, y que el sitio que ántes ocupaba nuestro querido jefe se hallaba desierto.

Los que no habíamos alcanzado a oír la voz ordenando el abordaje, no acertábamos a explicarnos su desaparición, y yo solo pude darme cuenta de ella, cuando Serrano, que venía de popa me dijo: "Prat ha saltado al Huáscar y ha muerto."—Me produjo esta nueva tanto estupor que no me atreví a interrogarlo pidiéndole detalles.

Como usted vé, su previsión se había cumplido.— Propagada entre todos la noticia de su muerte en ménos tiempo que el que empleo para escribirlo, se dejaron oír a cada momento entre la marinería palabras de venganza que demostraban el excelente espíritu de la jente, y aunque la cabeza había caído, no por eso pensó nadie en abandonar los puertos que se les había señalado.

El querido Comandante había sucumbido, pero su sombra había quedado entre nosotros. Aun parecía oírse el eco de su voz al perorar a la tripulación, pidiéndo que no se sentara ese día el precedente de arriar el pabellón.

Tal fué, querido amigo, el episodio que usted ha querido le relate, y que acabo de consignar con la verdad que me inspira su bendecida memoria, siendo esta la primera vez que lo repito desde el día en que lo comuniqué a la digna matrona que lleva el nombre de nuestro héroe.

El probará a usted cual era el temple de alma del hombre que la nación nunca llorará lo bastante y que supo con su heroísmo sin igual esculpir la pájina mas brillante de nuestra historia naval-militar, inspirando a sus subordinados con su ejemplo esa uniformidad de voluntades y de esfuerzos que dieron por resultado la coronación de la obra iniciada por él al sacrificarse.

La terminación del combate del 21 de Mayo por el hundimiento de nuestra vieja corbeta con todos sus colores al tope, fué el complemento necesario a su nunca bien ponderada hazaña.

Desearía consignar en esta carta, estractándolos al efecto de mi diario, otros incidentes bastante interesantes que se relacionan con Serrano, Riquelme y otros; pero vuelvo a lamentar que el reducido espacio de que dispongo no me lo permita. Ello será materia de un trabajo aparte que desde luego prometo a usted y para el cual confío hallar hospitalidad en las columnas de su ya acreditado diario.

No terminaré sin desvirtuar un error hasta hoi abrigado por muchos y que se relaciona con el fin de nuestro héroe.

¿Murió Prat instantáneamente, o herido fué conducido a una de las cámaras dónde después de breves momentos espiró?

Sostengo lo primero, y para ello me fundo en lo siguiente.

Cuando el Capitán me llamó, noté sin que me causara estrañeza, que en uno de los dedos de la mano izquierda tenía una pequeña mancha de sangre producida talvez por algún rasguño.

Terminadas las escenas del combate, y cuando después de haber permanecido abordo del monitor mas de cuatro horas se nos ordenó salir de la cámara en que nos encontrábamos para irnos en seguida a tierra, vimos, al efectuarlo, tres cadáveres cubiertos tendidos sobre la cubierta y con las cabezas apoyadas en un culichete. Al mirarlos me llamó la atención uno en cuya mano izquierda alcancé a percibir una mancha desangre, y antes que pudieran evitarlo, levanté la bandera que lo cubría. Ese cadáver era el del capitán Prat, cuya cabeza destrozada por aleve proyectil que le dió en la frente, manifestaba claramente que su muerte había sido instantánea. A pesar de su horrible herida, el semblante lo tenía tranquilo, y se conoció que su último momento lo había sorprendido en medio de esa calma que siempre fué el distintivo mas característico de su modo de ser.

Probado lo anterior, ¿cómo podrá pues sostenerse que Prat herido fué cuidadosamente recojido y asistido en una cámara hasta que espiró? Dónde lo tuvieron que nosotros no pudimos verlo? Conste pues, que Prat muerto al pié de la torre y según Grau, víctima de su temerario arrojo solo fué removido al sitio en que nosotros lo vimos al embarcarnos

Esperando haber satisfecho los deseos manifestados por usted en la parte que ha motivado la presente, aprovecho esta oportunidad pura ofrecerme de usted su atento amigo y S.S.

Vicente Zegers R."


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Texto publicado en el diario "La Unión" de Valparaíso, año 1, número 99, jueves 21 de mayo de 1885.

Saludos
Jonatan Saona

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