11 de mayo de 2017

Los tres espolonazos

Luis Uribe Orrego
Carta de Luis Uribe sobre el combate de Iquique

"LOS TRES ESPOLONAZOS.
Hacia próximamente tres horas que combatíamos sin cesar; pero, a no ser por un balazo a flor de agua, único que nos acertó el Huáscar durante todo este tiempo, habría parecido aquello un día de ejercicio mas bien que un combate a muerte en que los tripulantes de la Esmeralda no tenían la menor probabilidad de triunfo, ni siquiera la esperanza consoladora de hacer pagar caro al enemigo la fácil victoria que parecía haberle deparado la veleidosa suerte de la guerra.

El capitán Prat, como Nelson en Trafalgar, se paseaba entre tanto en la toldilla de su buque donde tuviera su puesto de mando, y nada, absolutamente nada, traicionaba en él la tremenda responsabilidad que desde hacia tres horas pesaba sobre sus hombros de jigante.

Las varias veces que nos dirijimos al capitán Prat durante el combate, nos recibió siempre con su habitual sonrisa y sus corteses maneras, y cuando al comunicarle las averías producidas por el balazo de que hemos hecho mención, le dijimos, como en efecto había acontecido, que los peruanos nos habían dejado con lo encapillado, (1)  nos contestó en tono de burla:

«Pues tenlo presente para que cuando llegue el caso, se lo cargues en cuenta al Perú.»

Miéntras tanto, al paso que nos batía el Huáscar habría indudablemente agotado sus municiones sin arribar a ningún resultado positivo, si el capitán Gran, convencido al fin de que la Esmeralda no estaba circundada de torpedos, no hubiese resuelto hacer uso de su espolón y dar así término a una contienda cuya prolongación ya fuera de lo natural, no podía menos que traerle un grande y bien merecido descrédito.

Con efecto, enderezando la proa del Huáscar a la Esmeralda, vínose sobre ella gobernando a tomarla por el centro de su casco.

Al observar aquella enorme masa de fierro que se nos venía encima ¿quién a bordo de la Esmeralda dudó por un momento que la vieja corbeta habría de sucumbir a la terrible embestida que el enemigo le asestaba?

Pocos minutos bastaron al Huáscar para salvar la distancia que lo separaba de su víctima. El choque fué tremendo. La Esmeralda se recostó fuertemente sobre estribor y su enmaderamiento, al crujir con estrépito, parecía como que protestaba de una manera de combatir tan prosaica y tan poco visual. En este mismo instante vino hacia popa, y jamás olvidaré el cuadro que se presentó a mi vista. En la inclinada toldilla, el capitán Prat, asido de la baranda para no caer y en actitud del que acecha, dirijía hacia el Huáscar, que parecía haberse clavado en nuestro costado, una profunda y terrible mirada en la que retratábanse el coraje y la rabia comprimida de la impotencia.

Quizas reflejábase también en el enérjico y pálido semblante del preclaro marino, la lucha que en su alma grande y jenerosa han debido sostener en ese critico momento, de un lado el cruento sacrificio de la vida y del otro los dulces lazos que tan fuertemente ligan a la tierra al hombre de hogar.

Pero nó, nos engañamos; Prat, con su arenga, tiempo há que habíase decretado por sí mismo su sentencia de muerte; no podía pues temerla; y al hacerse traer a cubierta, para tenerlos cerca de sí, los retratos de su familia a la que adoraba con idolatría, se había desligado a la vez de todo egoísmo e interés personal para pensar únicamente en el honor y en la defensa de la bandera que la nación jamás confiara a corazón mas noble y levantado.

Nó, lo que en ese supremo instante ajitaba el alma del joven y esforzado comandante de la Esmeralda era sin duda el heróico designio, que no tan presto lo concibió como lo puso en práctica, de abordar a su férreo y poderoso adversario.

El humo del combate que a toca penoles sostuvimos por un momento con el enemigo, ocultó a nuestra vista el cuadro de popa que estasiados contemplábamos. Al disiparse la humareda vimos al Huáscar desprendido ya de nuestro costado y en su desierta cubierta al capitán Prat, que con la desnuda frente erguida y la espada en alto, avanzaba impertérrito hacia la popa del buque contrario.

Por de pronto no nos dimos cabal cuenta de lo que veíamos. Nos pareció aquello una visión. Nuestro espíritu no alcanzaba a comprender tanto arrojo, un desprecio tan profundo por la muerte. Maquinalmente le seguíamos con la vista. Al enfrentar Prat la torre de mando del monitor, le vimos caer a cubierta, herido de muerte, víctima del nutrido fuego de fusilería que se hacía sobre él desde las cofas y parapetos blindados de la nave peruana.

El fiel y bravo sarjento Juan de Dios Aldea, que acompañaba al capitán Prat en su heróico y atrevido empeño, había caído también cubierto de heridas, pero en el castillo del Huáscar, ahí mismo donde diera el primer paso hácia la mortalidad,

Bajo las órdenes de Arturo Prat, a la sombra de su poderosa éjida, nos parecía fácil tarea la de poder soportar hasta el postrer instante el sacrificio que su arenga había impuesto a los tripulantes de la Esmeralda, mas ahora que él ya no existía, ahora que la inmensa responsabilidad del mando caía cual enorme montaña sobre nuestros débiles hombros, por qué no decirlo, nos sentíamos sin fuerzan para conservar límpido e incólume el glorioso legado que tan inopinadamente se dejaba en nuestras manos.

Mientras tanto el Huáscar, como a distancia de 100 metros, no cesaba de hacer sobre la Esmeralda un certero y mortífero fuego. Nuestros cañones lo devolvían quintuplicado, y si bien éste no había de poder causar al enemigo daño sensible alguno, servía, no obstante, para mantener en todo su vigor y vitalidad, como en efecto se mantuvo hasta el último momento, la disciplina y el impotente coraje de la abnegada tripulación de la corbeta.

Por este tiempo, reuní sobre la toldilla en consejo a los oficiales sobrevivientes y habiendo en él espuesto nosotros que por disposición tomada a los comienzos de la acción, el buque se hallaba listo para ser echado a pique o incendiado, se convino en que llegado el caso se adoptaría uno de estos dos temperamentos.

Escasamente habían los oficiales vuelto a ocupar sus puestos de combate, cuando el Huáscar tomando espacio, lanzóse por segunda vez al espolón sobro su tenaz y porfiado adversario.

Viéndolo aproximarse, dimos al timón y a la máquina las órdenes convenientes a fin de esquivar el choque que tan de cerca nos amenazaba; pero era empeño inútil el nuestro. Como sucediera la vez anterior, el lento andar y mal gobierno de la Esmeralda fueron causa de que no pudiésemos evitar del todo el golpe, consiguiéndose tan sólo minorar sus estragos. En efecto, perdiendo el espolón del Huáscar su blanco, que era el centro del buque enemigo, vino a herir sus fondos por la amura de estribor, bajo un ángulo como de 45 grados.

Esta vez el Huáscar fue abordado por el impetuoso Serrano y por algunos marineros que con él estaban en el castillo de la Esmeralda. Este valiente y denodado oficial a quien no arredrara la suerte que corriera su capitán ni lo magno y temerario de la empresa que acometía, cayó mortalmente herido, a los pocos pasos que diera en la cubierta enemiga, entre la torre de combate y el castillo del monitor. Al lado de popa de la misma torre veíase aun tendido en la cubierta el cadáver de nuestro heroico jefe; en esa situación le vimos todavía cuando el Huáscar nos embestía por tercera vez.

Al zafar el monitor su espolón de los fondos de la corbeta, había dejado en ellos ancha, irreparable avería. La Santa Bárbara principió a inundarse y poco después el injeniero 1.° señor Hyatt nos avisaba en cubierta que el agua llegaba a las hornillas y que la máquina no podía funcionar.

No bien había Hyatt cumplido con este deber, fué arrebatado por una bala enemiga cuando se dirijía nuevamente a su puesto.

Nuestra situación había llegado pues al grado mas crítico y desesperante que darse puede. Sin pólvora, sin movilidad, con nuestra cubierta sombrada de cadáveres y el buque hundiéndose lentamente bajo nuestros piés, veíamosnos obligados a contemplar impasibles los estragos que los gruesos proyectiles del monitor seguían haciendo en la ya diez veces diezmada tripulación de la Esmeralda.

Solamente uno que otro cañón, utilizando la provisión de pólvora de cubierta y disparados a largo de braguero, que brazos y fuerzas faltaban ya para meterlos en batería, respondían al devastador fuego del encarnizado enemigo. No obstante, el entusiasmo y bizarría de los que aun sobrevivían a tan espantosa hecatombe no decaían en lo menor.

El cabo 1.° de la guarnición, Reyes arranca su instrumento al corneta que yacía muerto a sus piés en la toldilla y, saltando al alcázar, principia a tocar a degüello hasta que a su turno rinde la vida que de esa manera, ya que no podía de otra, quisiera utilizar en provecho del servicio y defensa de su bandera.

Bien por el rejimiento de Marina que en esta jornada parecía querer rivalizar en denuedo con sus compañeros de gloria y de martirio. Ah! y cuántos de estos oscuros y abnegados obreros de las glorias de la Patria no vimos así desaparecer en ese memorable día! Cual vieja y aguerrida tripulación, batíanse serenos y entusiastas sin que jamas, durante las cuatro mortales horas que duró la desigual pelea, mostrasen el mas leve indicio de flaqueza. Y sin embargo, hacia solamente dos meses que muchos, la mayor parte de los tripulantes de la Esmeralda, pisaban por vez primera la cubierta de un buque de guerra.

Mas, tomemos el hilo de nuestra narración, que ya toca a su fin.

Decíamos que la Esmeralda se hundía en el mar, pero tan lentamente que nunca dejó de presentar espacioso y tentador blanco a los cañones del enemigo.

Una granada de a 300 atraviesa por la antecámara de guardias-marinas, convertida en hospital de sangre, y barre con los heridos y con todos los injenieros del buque, que, obligados por el agua a abandonar la máquina, esperarían ahí las órdenes que debía llevarles el injeniero 1.° que, como se sabe, no podía llegar.

Poco después el guardia-marina Riquelme otro oficial de los que en el combate de Iquique se distinguieron por su entusiasmo y noble ardor, rendíale a su patria el tributo de su juvenil vida.

Por fin; ya era en verdad tiempo! lanzándose el Huáscar por tercera vez sobre el inmóvil casco de la corbeta, dióle perpendicularmente por su medianía tan feroz embestida que pocos segundos después hundíase en el mar y con ella la bandera que dejara como clavada en el puesto de honor la firme voluntad de su malogrado y egrejio capitán

Eran las 12 h. 10 m. P. Μ. (2).

Luis Uribe O.
Valparaíso, Mayo 20 de 1885.

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(1) El proyectil que entró por nuestro camarote barrio con cuanto en él había.
(2) Es esta la hora que indica en su parte oficial el almirante Grau y la  misma que señala el reloj de bitácora de la Esmeralda cuando fué sacado del fondo del mar cinco años después. "


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Texto publicado en el diario "La Unión" de Valparaíso, año 1, número 99, jueves 21 de mayo de 1885.

Saludos
Jonatan Saona

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