17 de febrero de 2016

Editorial boliviano


EDITORIAL

En los momentos de efervescencia, cuando la indignación subleva los espíritus, al frente de la más injusta guerra, de la usurpación más escandalosa del territorio, y del más alevoso e infame ultraje que Chile ha inferido a Bolivia, no es posible poseer la tranquilidad necesaria para confiar a la pluma los fríos raciocinios de una discusión, que ha terminado con el asalto del 14 de febrero.

Es la hora de organizar la guerra, y nada más que la guerra.

El gobierno nacional se habría mostrado cobarde, e indigno de un pueblo noble, si no hubiera dictado las medidas que ya tiene expedidas, apoyadas por las prescripciones del derecho de la defensa.

Nada hay que titubear. Cualquier acto de perplejidad seria o un ridículo o un crimen.

La inmensa responsabilidad que sobre él recae, pues ella es ineludible de sus sagradas atribuciones, y en especial de la de conservar la dignidad de su existencia, gravitaría tremenda, si mostrándose débil u omiso, dejara campear la usurpación a la sombra de indolentes reflexiones.

Mas no por ello, restablecida la caima en momentos, se dejarán dominar los insignes sofismas con que el gobierno chileno quiere oscurecer la verdad, balbuciendo mentiras ante los pueblos del Continente y ante los representantes de naciones europeas, que por cierto conocen ya el pretexto que ha tomado, para satisfacer una ambición, que sus actos mil han revelado de una manera flagrante.

Ya en defensa propia, ya por respeto al mundo civilizado, no pasarán en silencio esos sofismas con que pretende justificar el ignominioso ultraje y asaltamiento que acaba de consumar.

No podría tolerarse que al hecho criminal consumado con la fuerza bruta se uniera la mentira oficial, que una alevosa táctica diplomática inventara para mostrar al mundo con colores de justicia lo que no presenta a los ojos de cualquiera, sino lo negro de la vileza con que se ha procedido en el célebre 14 de febrero.

Chile ha contado entre sus cálculos la distancia y el desierto, como medios de impunidad, y como campo seguro, para que el hecho culpable y la mentira campeen sin resistencia.

Mas ello no será así. Puede el invasor enseñorearse por algún tiempo en las playas, donde nuestra, única guarnición respetable era el derecho de propiedad, de jurisdicción y soberanía; donde la garantía de posesionera, aquella universalmente reconocida, única base de sociabilidad, —el respeto de los derechos— puede cebarse en la casa asaltada, saqueada y evacuada de sus dueños, mediante sus naves y cañones pero no podrá jamás engañar a las naciones del mundo, mucho menos a los de América, esforzándose a justificar la cobarde conquista perpetrada en aquel día.

Cruzaremos los mares y desiertos, para manifestar la injusticia y la barbaridad del hecho, no tenemos más que hacernos oír, y pedir a todas las naciones dirijan la vista al escenario de Atacama, donde hace su rol espantoso el genio de la codicia, el violador de todo derecho — Chile.

No es lo mismo maquinar sordamente una asechanza, combinar los medios de ejecutar un crimen, preparar las armas en celada, premeditar la disculpa y espiar el momento de la sorpresa y de la traición; no es lo mismo todo esto que fría y tranquilamente se procede, que ser atacado por las espaldas y estar maniatado e indefenso. Si algún tiempo queda, el primero es para ocuparlo en desprenderse del pérfido agresor, en restablecerse y después en pelear.

Este pues es el primer tiempo de Bolivia. Así lo establece la naturaleza de una manera invencible. Y no se puede forzar las leyes naturales sin caer en sanción.

El pueblo boliviano lo siente así, lo comprende y principia a obrar en este sentido.

La actitud es solemne.

Para el interior de la República, no necesitamos esforzar justificativos, porque cada ciudadano comprende la razón y la justicia con que se ha procedido en todo el negociado, la dignidad con que se han efectuado actos exigidos por la esencia misma de la soberanía nacional; pues, si hubo un poder legislativo que dio una ley, hubo y hay poder ejecutivo que cumple su deber en hacerla ejecutar, mucho más desde que juzga por sí que es conveniente y justo.

El poder ejecutivo jamás será responsable de haber puesto en acción la ley del legislativo.

Mucho menos lo será, desde que, obedeciendo a un espíritu de armonía y conciliación, ceja de la misma ejecución de esa ley, suspende sus efectos del impuesto de los 10 centavos, que era la única y aislada causa del rompimiento amenazado por Chile, y hace legítimo uso de su derecho administrativo, interponiendo la acción rescisoria de un pacto privado o levantando la concesión graciosa, por falta de aceptación de una condición impuesta por la legislatura.

Este procedimiento, cuando más podía dar lugar a reclamaciones judiciales, al derecho diplomático de protección de Chile a sus súbditos, agotados los remedios do la justicia; pero nunca, jamás, a romper exabrupto una guerra desleal, desnaturalizando la causa, variando el sentido de ello, y convirtiendo en conquista, el desecho de gestión por los efectos de la rescisión.

Esta verdad de sentido común está en la mente de todo boliviano, y lo estará ya en la de todo americano.

La justicia universal está herida en el cuerpo de Bolivia; y ved ahí, porque ella se levanta a empuñar las armas, y no dejará de hacer lo guerra eterna a Chile por todos los medios posibles hasta que llegue la justicio y se le restituya su territorio invadido.

Cuando hay una dignidad ofendida, la vida no tiene alicientes, y cada hora es legítimo consagrar a la reparación del derecho violado,

Los Editores


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"El Comercio" de La Paz, viernes 28 de febrero de 1879. (Reedición de 1973)

Saludos
Jonatan Saona

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