16 de febrero de 2016

Alegría del carnaval



BORRONES Y PERFILES

"La alegría del carnaval y los chilenos en Antofagasta"
El mundo es un perpetuo carnaval, ha dicho no sé quién, creo que Larrea, y cada carnaval que pasa une convence más de esta gran verdad.

En cada carnaval, veo siempre más parecido, más claro el retrato de la humanidad.

En carnaval hai máscaras de diferentes colores y diversas clases. En la sociedad las hai también de infinidad de formas.

Máscaras de amistad.
Máscaras de hidalguía.
Máscaras de amor.
Máscaras de nobleza.
Máscaras de talento.
Máscaras de relijión.
Máscaras de riqueza.
Máscaras de pudor.

En fin, tantas y tuntas, que sería la vida perdurable el enumerarlas. Todas pertenecen a una misma familia, son ramas del tronco de la hipocresía, que dicen tienen sus raíces en el suelo chileno.

De las máscaras del carnaval, unos son conocidos, se la pegan al querer engañar, otros farsean y engañan.

A las máscaras de cada día, les sucede lo mismo. Ejemplo de los primeros: la canallada de Chile y el cuasi Ministro de Hacienda de Chile — Lorenzo Claro, que mui bien saben ustedes, el barro con que ha finalizado sus financiales proezas.

Luego, hablando de caretas, parece que ciertas mujeres, las que se pintan, fueran las directamente aludidas.

—Efectos de la moda — me contestarán.

Sí señor, por la moda, la sociedad ya se va transformando en un museo ambulante de pinturas.

Pero las niñas que se embadurnan de blanco y colorado no deben olvidar, que quien se pinta el rostro trata de barnizarse el alma, que el rubor de la virginidad de una niña desaparece con la pintura, que de la careta a la caricatura no hay mas que un paso, y sobre todo, lo que dice el pueblo (vos populi vox Dei) en la siguiente coplita:

Me han dicho, niña que el rostro 
Es el espejo del alma;
No la tendrás tú muy limpia
Cuando te pintas la cara.

Ese guri-guri de las máscaras y el sonido de los cascabeles, me suenan todavía al oído.

El abigarrado conjunto de los colores de los disfraces, de las formas de las caretas, de los vestidos de las niñas, etc., etc., aún me marea y contunde mi imaginación, sin que pueda coordinar ni recordar una después de otras, las impresiones que del ultimo carnaval he podido recoger.

No pierdo esa pregunta de los disfrazados de: ¿me conoces, mascarita?, pregunta tan tonta y tan usada y aceptada por la jeneralidad.

No se alejan de mi vista, la infinidad de dominós, el turbión de saltimbanquis, las comparsas de polichinelas, pierrots, estudiantes de Salamanca, viejos, antiguos españoles, y.. . diablos, oh! cuántos diablos!, parece que el infierno hubiera salido de madre.

Ya recuerdo de una mesa en que cinco mascaritas con cinco botellas de cerveza y copas de cóctel, amigos, botellas y copas — descubiertos discuten acaloradamente.

¿Cuál es la discusión? Oigamos
 —Una copa! — dice uno.
—Sí, señor, tomemos una copa por Chabela! — responde otro.
—El ángel de tus sueños! — agrega el del otro lado.
—No tal, que sea por Mecha! — grita el de más allá.
—No, por María!
—Que, por Elena.
—Oh!, sea por Carmen, y callen todos.
—Protesto!, yo tomo por el pilar en que me apoyo... !

Iba a ser cuento de no terminar, si un señor ya entrado en años no zanja la bolina, diciendo:

—Callen ustedes, y cada uno libe una copa por su cada cuál, que yo tomo por todos ustedes y por todas ellas.

Así lo hicieron, y calándose las máscaras se encaminaron a la casa más próxima de la vecindad, donde una rubia con cabellera de oro y ojos de cielo tenía un corrillo de máscaras delante.

De los que entraron, el primero que se le prendió al oído fue un torero.

No sé qué cosas le diría, en un cuarto de hora de sesión secreta que tuvieron, la que terminó con lo siguiente, que pude oír;

—Me descubro, con una condición. — dijo la máscara.
—¿Cuál es?, — preguntó la niña.
—Un beso, — respondió pianito el primero.
—No puede ser, —agregó aquella.
—Pero, sino... — iba a separarse el torero, cuando la rubia detúvolo y le dijo:
—Está bien!

Bailan una polka que se tocaba y entre sus giros y armonías, oí la cita que se dan dos almas para encontrarse en los labios.

Supongo que el vigilante papá de la rubia dama, oyó también el beso. Hizo que cesara la polka, se cuadró en el centro del salón y con toda la fuerza de sus pulmones, exclamó;

—¿Quién garantiza a esta comparsa?
—Yo —dijo, exclamando el torero—, saldremos afuera.
—Conque, ¿afuera? — gritó quemadísimo el padre, — este es un desafío! la policia!, vayan a llamarme a la policía...!

Riñó, gruñó, rabió, se puso energúmeno y aquello terminó con una sarrasina del demonio, es decir, a capazos.

Al día siguiente, martes, entraba otra comparsa de máscaras a la misma casa.

En la puerta del salón se presenta un criado con los brazos abiertos y chilla:

¡Garantía! ¡Garantía! ¿Quién garantiza?

—A nosotros, nadie, y a usted, ¿quién? — le contestan las máscaras, le pegan un empellón y pasan casi por sobre el cuerpo del fámulo. . .

Más tarde, en otro salón, entre un máscara bastante opita disfrazado por ironía de diablo y una preciosa niña bastante diabla, vestida de ángel y que dicen se ha traído por acá toda la sal de Andalucía, se entabla el siguiente diálogo:

—¿Me conoces, mascarita? — dice el primero.
—Como no, eres algún tonto, que por tonto fuiste al infierno y por tonto te han botado de él, — responde la segunda.
—Yo te conozco, mucho, muchísimo,
—¡Qué maravilla!, no te creo capaz de tamaña habilidad.
—Eres enteramente bonita.
—Que noticia!, ¿y cuándo no lo he sido?, esta máscara está de novedades.

Aquí llegaba el diálogo; no pude oír más, pero supongo que fue corrido el tal diablo por aquella picaresca niña, que es capaz de embromarlo al mismo Satanás.

*

En medio de toda esa farsa, algazara, entusiasmo y trapicheos que caracterizan el martes de carnaval, cuando todos se afanaban por agotar la última gota del placer, cuando los cantos y las músicas, como cantos y músicas infernales, atronaban los aires, se oye una voz;

—¡Los chilenos han tomado Antofagasta..,!

Las risas se tornaron en lágrimas, las alegrías en imprecaciones furiosas, los bailes en danzas de guerra.

Nadie recuerda del carnaval, que ya se acaba, todos piensan en la venganza de la patria, que comienza.

—¡Viva Bolivia!
—¡Muera Chile!

Son dos voces que parecen salir unidas de un solo corazón.

No habla más que la fibra del patriotismo, que ha sido herida en su par te más sensible.

No se recuerda de la muerte, porque a todos una próxima gloria los fascina.

—Brindemos por el disparate de Chile y por la buena suerte de Bolivia! — dice uno.

—¡Muera la criminal nación que con puñal en mano se ha lanzado al cuello de nuestra patria con la consigna de: “¡la bolsa o la vida!", —. agrega otro.

Así se improvisaron protestas ardorosas, olvidando d carnaval, manifestaciones entusiastas, sin oír más que la voz del patriotismo.

Son las doce de la noche del martes de carnaval y la gente se reúne en las calles a la noticia de la invasión y todos en masa en solo todo el pueblo se lanza a la plaza 16 de Julio, a protestar contra el inaudito crimen de Chile v a jurar la muerte en el mismo sitio que los héroes del año 9 se sacrificaron por la independencia americana.

Pobre es mi pluma para describir la grandiosa escena, en que miles de voces al despuntar la aurora del miércoles de ceniza, se enronquecían cantando con el delirio, con la fiebre del patriotismo, nuestro himno nacional, que por síntesis tiene el siguiente verso:

¡Morir antes que esclavos vivir!

Sí, la afrenta que Chile ha arrojado a Bolivia necesita sangre. Esas manchas sólo con sangre se lavan.

Chile ha horrorizado a América, al universo entero, desconociendo los fueros de Bolivia, haciendo una política de engaño para apropiarse de nuestro territorio, principiando una bárbara guerra sin recordar los principios que la civilización de las naciones consigna en d derecho internacional moderno, que es el código fundamental de la humanidad; en fin, haciendo guerra de conquista en una guerra injusta y con una nación desarmada.

Pues bien, guerra a la guerra, guerra a muerte, guerra a la conquista salvaje!

No preguntemos para ello, si tenemos medios o contamos con alianzas; basta saber que somos hombres, que tenemos fuerzas y que en nuestras venas corre sangre boliviana.

Quieren que Bolivia corra la suerte de la infeliz Polonia: — sea, pero no la presenciemos sus hijos, que las ruinas se levanten sobre nuestras tumbas, que los piratas se manchen los pies en nuestra sangre al profanar el sudo de la hijo de Bolívar que se consume el latrocinio de Chile, sin que lo veamos, cuando sólo reine en esta desgraciada patria la paz de Varsovia, la paz de los sepulcros, para exhalar el último aliento de vida, tengamos el consuelo de decir lo que Francisco I:

—Todo se ha perdido, menos el honor!

Más vale la muerte con honra, que la vida con ignominia.

La venganza tarde o temprano, se levanta inflexible de ,a gloria de las tumbas.

No somos débiles, porque la causa de Bolivia es la causa de la justicia.

Si la América nos abandona, la civilización nos protejerá.
Si la justicia de los hombres nos abate, la justicia de Dios nos defenderá.

La Patria nos impone el sacrificio y no hay que preguntar sino, cuál es el camino del deber.

Hélo aquí; guerra a muerte, muerte y honra, muerte y laureles de gloria.

Chile es asesino y ladrón público: Bolivia es su víctima.

Primero la vida, pero, la vida del honor, la vida del alma, la vida de la patria.

Hará época en el Siglo XIX, siglo de la civilización, la estupenda barbarie, el gran crimen de Chile.

Ah. .., no puedo más: lágrimas de indignación y venganza anegan mi pluma.
Cuando las armas suenan, las musas callan.

EL BACHILLER PAULINO.


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Facsímil de "El Comercio" de La Paz, viernes 28 de febrero de 1879.

Saludos
Jonatan Saona

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