27 de septiembre de 2025

Monumento al soldado

Corona depositada en la Cripta de los Héroes
El monumento al soldado peruano desconocido

En reciente artículo ha insinuado “El Comercio” la conveniencia de elevar en el Perú un monumento a nuestro soldado desconocido. “El Perú, dice, ha tenido miles de héroes ignorados, miles de soldados desconocidos, miles de hombres que se entregaron voluntariamente al noble de los sacrificios: al sacrificio de la propia vida, hecho tan solo por el honor y sin la esperanza de victoria para la causa por la que morían”. Y sin embargo de que en tal inmenso dolor de la derrota se cubrieron nuestras falanges de gloria, sin embargo de que se escribieron páginas admirables de heroísmo y de amor patrio todavía no se yergue el mármol que inmortalice sus hazañas y engrandezca sus virtudes.

Tiene, pues, razón “El Comercio” en pedir ese tributo para los “soldados desconocidos” de nuestra guerra de 1879. La tiene por que con ello persigue la cancelación de una suprema deuda de agradecimiento y por que demanda la exaltación del heroísmo que por haber sido asombro del Universo debe ser religioso ejemplo para los peruanos de hoy y de mañana.

Las jornadas de aquella guerra en que anduvo para nuestras armas de espaldas la victoria están preñadas de sublimes acciones. No hubo batalla en que esos “soldados desconocidos” no supieran morir con la gallardía de los antiguos guerreros. Siempre los sorprendió la muerte discutiendo a la fatalidad el triunfo, siempre con las armas en la mano, siempre valerosos y resueltos. Esos “soldados desconocidos” permitieron a Bolognesi confirmar con los hechos sus palabras. Ellos fueron los que en el Morro legendario combatieron hasta quemar el último cartucho. En Miraflores fueron ellos los que, seguros de la imposibilidad de vencer a un ejército fuerte y superior, se fortificaron en las trincheras dispuestos a vender muy alto sus vidas. Donde quiera que se hallaron los “soldados desconocidos”, donde sonó el fuego de sus fusiles y se sembró el campo con sus héroes y sus muertos, allí abrió la Gloria sus alas impalpables y se derramó una lágrima de Dios.

Nadie sabe cuántos ni quiénes fueron esos héroes anónimos. Nadie escribió en la historia sus nombres. Nadie elogió sus hechos. Nadie a pesar de que fue suya la grandeza de la derrota, suyo el heroísmo de las batallas y, suya en fin, la singular defensa de nuestro honor.

Por eso es justo que la República les consagre un monumento que sea junto a la materialidad del homenaje a sus hazañas la inmortalización de un estupendo ejemplo. Lo que ya hizo Francia con el “poilu inconnu”, lo que Inglaterra imitó e Italia acaba de reproducir debe también hacerse en el Perú. No es necesario que la ceremonia tenga los relieves que allí adquirió, no precisa el mismo derroche de magnificencia ni es el caso rodear al acto de parecida fastuosidad. Basta un hecho sencillo, un hecho  que dentro de su modestia sea digno del suceso y que solo realice el objeto de eternizar la memoria de los que, perdidos entre la anonimidad del grupo, se batieron como los españoles en Numancia y en Lepanto, y los franceses en Valmy y en Verdún.

La abnegación de esos hombres bien merece el homenaje. “Nuestra ciudad, como dijo "El Comercio", está en el deber de ostentar el orgullo de esa abnegación. El monumento que perpetúe una victoria es un perenne motivo educacional; pero el monumento que perpetúa la abnegación inquebrantable, la abnegación de miles de soldados obscuros que no titubearon en rendir la vida sin la menor esperanza de del individuo sin nombre; representa el homenaje que se rinde al soldado menor esperanza de triunfar, viene a ser el símbolo mismo del pueblo que, durante cuatro años, permaneció con las venas abiertas y sin más grito que los de ira y de reto”.

No es monumento suficiente para ese objeto la Cripta de los Héroes. Ella, pese a su efectiva belleza, no es ciertamente el tributo deseado. Es un monumento funerario que no resuelve otra cosa que reunir bajo la sombra protectora de los restos de Grau y Bolognesi los despojos de unos cuantos caídos en ala guerra. Pero nada más.

El monumento como se infiere del artículo editorial publicado por el decano, debe elevarse en lugar público hasta el cual lleguen fácilmente las miradas de todos los habitantes de la ciudad. Por nuestra parte agregamos que él debe ser modesto -un obelisco por ejemplo- y no tener otra pretensión que la de señalar a las generaciones futuras esa muestra elocuente del amor a la Patria. Sobre todo debe hacerse hincapié en extender ese tributo a aquellos inolvidables y valientes cabitos y a las grandes masas de indios, que trocaron la tranquilidad de sus hogares apacibles por el trajín oliente a pólvora de la guerra. Esa raza sufrida que resistió estoicamente la fiereza y barbarie de los vencedores debe tener en el monumento una voz cordial de reconocimiento.

Y si el tributo al “soldado desconocido” se quiere completar que se premie también a las ciudades que sufrieron la dominación de los araucanos. Las que se consumieron en el fuego prendido por los vencedores, las que se destruyeron demolidas por ellos, deben tener también la consagración de la historia. Que la humanidad tenga perpetuamente presente esos hechos que fueron baldón del ejército que los cometió y que serán eterno escarnio de la nación que no supo evitarlos ni reprimirlos.

La Colonia italiana en el Cementerio, después de rendir homenaje al soldado italiano desconocido

La Comitiva en la escalinata de la Cripta después de la hermosa y emocionante ceremonia



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Revista "Mundial". Año II num. 78. Lima, 11 de noviembre de 1921.
Saludos
Jonatan Saona

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