1 de diciembre de 2020

Morales Alpaca

José A. Morales Alpaca
A la memoria del que fue Dr. José A. Morales Alpaca.
(Texto tomado de "El Perú Ilustrado" Lima, 21 de setiembre de 1889)
 
Cuando un árbol frondoso cae, se conturba toda la selva; cuando muere un ilustre ciudadano, toda la sociedad se conmueve.

Y hoy no sólo se contristan todas las esferas sociales de un pueblo, la nación entera se consterna, la Patria, vierte una gota más de amargo llanto sobre el campo de sus destruidas esperanzas, la Ciencia se inclina melancólica sobre una tumba entreabierta para depositar sobre ella fúnebre corona de ciprés.

Los buenos se van.

¡Ay de la madre que ve sucumbir el corto número de sus fieles hijos! ¡Ay de la Patria que ve desaparecer el pequeño grupo de sus preclaros ciudadanos!

El doctor José A. Morales Alpaca ha fallecido.
Aun parece un sueño.

Morir en toda la fuerza de una lozana juventud! Morir cuando el pasado satisface, el presente aguarda, y el porvenir sonríe! Morir cuando se tiene en las manos la llave de la ciencia, aquella dorada llave con que mil veces, á tantos lanzados ya sobre los senderos de la muerte, abrió las puertas de la vida! ¿No parece imposible?
Y sin embargo es verdad.

Es cierto que la voz que resonó clara, sonora y vibrante de patriótica energía en el resinto del Senado peruano, se ha extinguido.

Es cierto que la brillante pluma defensora de los intereses nacionales, se ha roto.
Es cierto que un rico tesoro de ciencia ha sido robado por la muerte.

Es cierto que esta patria infeliz ha perdido: extraordinaria probidad, vastas luces, relevantes y sorprendentes virtudes cívicas, firmeza, constancia, y energía, todo junto, en un sólo ciudadano, y que la noble ciudad del Misti llora la desaparición de uno de sus ilustres hijos, de uno de aquellos que agregado á la diadema de sus notabilidades brillará siempre, como el Representante incorruptible que nunca traicionó su confianza, y á quien la corrupción de la época no se atrevió á tasar, como el eminente facultativo capaz de honrar con su ciencia á cualquiera nación del mundo, como el celador de sus intereses en los asientos del Municipio, el principal apoyo de sus causas en los talleres de la Maestranza, la providencia de sus pobres en los salones de la Beneficencia, el instructor de sus artesanos sobre los bancos de sus escuelas.

Como Senador, el Perú le es acreedor de importantísimos servicios. A él, á sus desvelos y esfuerzos debe el actual Gobierno la recuperación del ferro-carril de Arequipa; á él debió el Departamento de Trujillo una brillante defensa de sus intereses, que agradecido se apresuró á premiar con medalla de oro; á él deberá pronto la República una nueva Ley de Municipalidades, lo más acabado en su género según opinión de hombres competentes; trabajo importantísimo y difícil, pues le fué necesario hacerse de la estadística nacional y tomar datos del modo de ser, hasta de las más apartadas provincias, á fin de que la ley á todas fuese provecho a. Este trabajo existe completamente terminado y firmado de su mano en las cámaras y debe ser presentado al Congreso ordinario para su aprobación

Como hábil mecánico le debe también el país, en gran parte, el triunfo del honor nacional sobre las solapadas pretensiones de Chile, y acaso le habría debido la victoria sobre las huestes de esa nación, si todos los hombres públicos hubiesen pensado como él.

Cuando el ejército chileno amenazaba invadir Arequipa el doctor Morales Alpaca que como todo arequipeño soñaba con una resistencia heroica, hizo sus primeros ensayos para la construcción de cañones Krup. A su costa logró fundir uno de bronce de á cuatro, que probado tuvo el mejor resultado. Se dirigió al Gobierno de entonces manifestando la facilidad de obtenerlos de acero y al precio más módico; pero los directores de la guerra de entonces no le atendieron, indudablemente, por creerlos innecesarios. Ese cañoncito fué enviado al centro y sirvió en la batalla de Huamachuco. Después, cuando el General Cáceres empuñó el estandarte de la ley, aprovechó los servicios del doctor Morales Alpaca en este ramo, y fueron improvisados doce cañones de acero de á seis y doce que abrieron al ejército las puertas de la capital.

Prefecto de Arequipa, gobernó en circunstancias bien difíciles á satisfacción general uniendo con raro tino la sagacidad á la firmeza, y la energía á la prudencia.

Rechazó el Contrato Grace desde el fondo su conciencia, porque vió en sus peregrinas cláusulas la ruina del país. Esto le colocó en la difícil situación que nadie ignora, á la que puso término con una actitud franca, digna y elevada que siempre honrará su memoria. Último sello que sin saberlo puso á su vida pública.

Plumas competentes trazarán sin duda los perfiles del hombre público, que tiene la fortuna de ostentar su página de servicios á la nación sin una sola mancha.

La fama del facultativo, del hombre científico es demasiado preclara. Verdaderos prodigios se le han visto realizar; innumerables son las cosas difíciles salvados por él con asombrosa serenidad; entre otros recordamos en estos momentos el haber salvado la vida á un hombre sacándole ambas mandíbulas, una entera y otra en dos partes, sin dañarle la dentadura y sin desfigurar su semblante. Admirable es ver á Ruperto Delgado bueno y sin lesión aparente, y sus mandíbulas guardadas en los armarios del doctor Morales Alpaca.

El retrato del político y del médico pertenece, como hemos dicho más arriba, á plumas competentes, la nuestra sólo puede bosquejar á grandes rasgos la fisonomía moral del hombre particular, gracias á los estrechos vínculos que unen nuestra familia con la suya.

En el seno de su hogar era donde había que admirar la cariñosa sumisión del hijo, la incomparable solicitud del hermano.

Hijo modelo, amó á su madre con pasión y con veneración la respetó.

Hermano incomparable, en ninguna parte encontró más complacencia que bajo el techo de su hogar.

Hombre intachable, ninguno de esos vicios que, desgraciadamente, hoy invaden hasta las más elevadas gradas de la escala social, le fué conocido.

Jamás un borrón cayó sobre su nombre, jamás ni levísima sombra se levantó cerca de él para empañar el límpido cristal de su conducta privada.

Pocas, muy pocas frentes podrían haberse levantado tan alto como la suya.

En su alma rivalizaban la virtud y la grandeza.

Víctima muchas veces de gratuitos agravios, los olvidaba con prontitud y facilidad asombrosa, y cuando se presentaba un caso, allí donde podría tomarse una venganza prodigaba un favor. En este orden hemos presenciado hechos que referidos parecerían inverosímiles.

Firmísimo creyente, nada pudo seducirlo ni inclinarlo por un sólo instante á olvidar la religión que estendió sus alas sobre su cuna; sin embargo la maledicencia de unos cuantos, y el poco criterio de otros le formó últimamente, una atmósfera calumniosa sobre el particular, que contribuyó demasiado á agravar su enfermedad al corazón.

Ejercía la caridad pura y santa que Dios trajo á la tierra; no la filantropía ostentosa henchida de vanidad, oropel con que el orgullo se disfraza, sino la virtud celeste que Jesús enseñó.

No contento con prodigar su ciencia, prodigó también su dinero.

Centenares de menesterosos recibieron junto con sus desvelos el pan cotidiano, el diario para la dieta del enfermo, y muchas familias oportunos socorros.

Corazón estremadamente sensible, no podía presenciar una desgracia sin conmoverse; nadie llamó jamás en vano á sus puertas.

Dios quiso premiar sus virtudes y lo llamó á sí, y nada pudo retenerlo más tiempo en esta mansión del dolor.

Profundamente afectado por amargos sinsabores contrajo la terrible enfermedad al corazón, que complicada posteriormente con otros, y desarrollada con las violentas emociones morales de las luchas parlamentarias, le condujo á las puertas del sepulcro.

Conforme es la vida, así es la muerte.
Como pura aquella, le fué dulce ésta.

Libre de remordimiento ni cuidados, con la confianza que inspira la conciencia de haber cumplido perfectamente con su misión, alentado con la bella esperanza del creyente, aguardó el último momento con tranquila resignación.

La gravedad de su estado no se le ocultó por un instante, pues postrado en el lecho ya, regula estudiándola con serenidad suma en los libros y en sí mismo, y ayudando con sus observaciones científicas á sus ilustrados colegas.

Vió que no tenía remedio y pidió por si mismo los auxilios de la religión.
"Mañana estoy de gran boda, dijo á su familia, porque mañana viene el Santísimo".

Pocas veces se habría visto en Arequipa una sacramentación más solemne.

Más de mil personas de lo más florido de la sociedad acompañaban á la Magestad, y multitud de pueblo la seguía.

La banda del batallón «Zepita» hacía los honores, varios sacerdotes conducían el palio, y vista de cierta distancia la procesión, parecía por la profusión de alumbrado la renombrada del tunes santo.

El patio principal de la casa estaba lleno de señoras que arrodilladas con el más profundo recogimiento, aguardaron al divino visitante con bujías encendidas en las manos.

Olorosa mistura se derramó desde la puerta de la calle hasta el mismo elegante altar que aromatizado con esquisitas flores y brillantemente iluminado recibió el sagrado relicario en la habitación del paciente, que con la más edificante devoción, hizo que la piedad más fervorosa precediese aquel augusto acto.

Por fin llegó el supremo instante.

Todo cuando el catolicismo tiene reservado para endulzar el amargo cáliz, le fué prodigado, y su razón completa hasta el último momento le permitió cooperar á los celestiales auxilios hasta que se bailó en presencia del padre de las misericordias.

Cuadro grandioso y solemne.

Los sacerdotes, la familia y todos los circunstantes, dominando la emoción inconcebible del momento, se arrodillaron, y en profundo silencio oraron por su alma, hasta que la naturaleza recobrando sus derechos arrancó ese grito unísono, indefinible del supremo dolor.

Uno de los sacerdotes presentes no pudo menos de exclamar: "Asi muere un justo"......

Sus funerales han revestido la solemnidad de un duelo nacional.

A la noticia del fallecimiento, en todas las calles se formaban grupos, y lágrimas abundantes corrían, y millares de bendiciones se elevaban al cielo.

Todas las corporaciones, todas las clases sociales se dieron cita en el templo que no las pudo contener, no obstante ser el espacioso de San Francisco, y el gentío rebozó sobre la calle.

Su Señoría Iltma., honró también con su asistencia el solemne funeral.

En medio de la mayor conmoción, de sollozos comprimidos, de la voz de los oradores, de las preces de los sacerdotes y de las marchas fúnebres, fueron depositados en la tumba los restos mortales del doctor Morales Alpaca.

Descanse en paz el ilustre ciudadano, el sabio facultativo, el austero Representante.

Descanse en paz el buen hijo, el sincero y servicial amigo, el utilísimo ciudadano, el caritativo médico, el piadoso creyente.

Descanse en paz mientras su patria rueda por lo pendiente del abismo, mientras su ciudad natal llora inconsolable su pérdida y guarda cariñosa su recuerdo.

La urna depositaría de su sér moral es de cristal trasparente, para que todos lo vean, y sirva de modelo á la generación que se levanta.

Sobre ella, séame concedido depositar una humilde flor y una lágrima, símbolo de afectuoso recuerdo y de gratitud eterna.

María Nieves y Bustamante. 
Arequipa, Julio 12 de 1889.


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Texto e imagen publicados en el semanario "El Perú Ilustrado" núm. 124, Lima, 21 de setiembre de 1889.

Saludos
Jonatan Saona

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