25 de agosto de 2017

Wharton Peers Jones

Wharton Peers Jones
Entrevista a Wharton Peers Jones

Esta entrevista fue realizada por Armando Donoso y publicada en la revista chilena "Pacífico Magazine" abril de 1916. También aparecería en el libro "Recuerdos de cincuenta años".

Donoso entrevista al inglés Wharton Peers Jones (algunos le decían Guatón Pérez Jones) quien tenía muchos años radicando en Chile y también había estado en Perú en la época del presidente Balta.

Lo interesante es que Jones reconoce haber estado en Lima realizando labores de espionaje a favor de Chile en 1879 durante la guerra del Pacífico.

También reconoce haber sido amigo de Piérola desde la época de su expedición en el Talismán.

Transcribo la entrevista en la parte relacionada con el Perú:

"Recuerdos de un inglés
El mejor amigo de Isidoro Errázuriz

¿Quién es Mister Warthon Peers Jones? He aquí lo primero que se preguntarán los que no hayan oído una vez siquiera el nombre del súbdito más simpático de Su Majestad Británica. Mister Jones, como familiarmente le dicen cuantos le conocen, es el tipo de un inglés flemático, nervioso en el hablar, reflexivo, enérgico, decidido a todo, así se trate de esconder el lucero del alba. El gringo Jones, como le llaman los porteños, es un hombre popular: sus correrías, sus amistades, sus audacias, andan en todas las bocas y le han creado un aureola de leyenda, audazmente heroica.

Desde la edad de veinte años se encuentra en Chile y desde entonces se ha radicado entre nosotros. Su vida actual es la tranquila existencia de un hacendado a la moderna, entusiasta, laborioso, infatigable. Vive durante todo el año en la hacienda Las Mercedes, un precioso fundo orillano del río Maipo y situado en los faldeos de los cerros de la costa. Entre flores, entre arboles, cerca de la rustica gente labriega, entregado por entero a las faenas agrícolas, cultivando la tierra fecunda, allí le encontramos a este inglés curioso, que parece desmentir a los de su raza en el amor que ha demostrado por otra nación que no es la suya. Casi medio siglo ha vivido entre nosotros Mister Jones; mas, a pesar del todo, habla nuestro idioma con dificultad, muy cerrado, como cualquier inglés que no hubiese permanecido por acá mas de uno o dos años.

Una tarde de estos tibios comienzos del otoño le hemos ido a sorprender en su rincón campesino. El ferrocarril nos ha llevado hasta su hogar, y después de un frugal refrigerio nos hemos echado a cruzar campos, y esteros, y riachuelos y caminos pedregosos. Cerca de los cerros, siguiendo el curso del Maipo; dejando a nuestra izquierda fértiles y floridos campos, e internándose poco a poco tierra adentro por el valle central, hénos aquí que hemos llegado al pintoresco y deseable retiro de Las Mercedes. Una casucha pequeña, como escondida entre naranjos; un arroyuelo de agua clara que discurre; frescas arboledas y vastos potreros donde retozan pacientes vacadas y ágiles jamelgos:
allí vive Mister Jones como cualquier hacendado chileno que no le concede mas importancia a su vida que la de alimentarse y enriquecer.

Pero, esto no es todo: si hurgáis en sus habitaciones daráis de manos a boca con un detalle significativo que os tocará muy adentro en vuestro amor propio de chilenos: en el comedor lo primero que se advierte es un escudo chileno y luego un fonógrafo, cuyo primer disco os hará oír la Canción Nacional. Porque Mister Jones quiere a este obscuro terruño transandino como solo puede querer a su esposa y a sus hijos: aquí ha logrado la fortuna que encontrase tranquilidad, corazones francos, bienestar, amigos fieles...

Una afortunada casualidad trajo a Mister Jones a estas tierras de Chile: salido de su patria muy joven, llegó a América atraído por la actividad que comenzaba a despertarse en los países indo-latinos, donde sus energías presentían vastos campos de acción. Mas, la dirección de su destino parecía estar fijada de antemano, no de otro modo se comprende el salto brusco que dio desde la residencia panameña adonde lo habían trasladado sus suenos, hasta el rincón de la apartada tierra chilena que, en adelante, había de llegar a ser su segunda patria.

Andando los años Mister Jones comenzó a ser entre nosotros un elemento de imponderable interés internacional: sus muchas relaciones con los hombres de Gobierno, su nunca desmentida lealtad, su amor extraordinario por nuestro terruño, le conquistaron bien pronto una confianza honrosa que él ha sabido pagar con el oro de cruentos sacrificios. Innúmeras misiones delicadas ha desempeñado con tacto y acierto tales que, aún cuando no tuviera más títulos que esos para nuestra gratitud, su nombre se tendría ganado un buen sitio en el corazón de cada chileno y en las páginas de nuestra historia. Durante los días de la guerra del Pacífico, en las horas aciagas del 91, durante la presidencia de don Jorge Montt y de don Federico Errázuriz Echaurren, Mr. Jones ha servido al Gobierno en misiones confidenciales delicadísimas que los años dejarán estampar en letras de molde. Hoy no seria posible dar a la publicidad sus pormenores sin herir grandes intereses y relaciones estrechisimas.

Esta vida inquieta, errante, variadísima y pintoresca, como la del más interesante personaje de novela, nos había atraído siempre con singular predilección: fue preciso, no más, que un día don Guillermo Perez de Arce nos facilitara el camino ante Mister Warthon para decidirnos a recoger, en la charla cotidiana, sus frescos recuerdos de ayer, sus correrías de joven, sus amistades de antaño y, sobre todo, la evocación de su íntima camaradería con don Isidoro Errázuriz.

Mister Jones es jovial, franco, espontáneo. Su memoria feliz le permite recordar sucesos y personas con todos sus detalles más íntimos. Su lenguaje es una mezcla curiosa de inglés y de español, pícaramente salpicado de giros y vocablos autóctonos de esta tierra.

Cuando le preguntamos:
—Mister Jones, ¿cuando y como llegó a Chile?, él sonríe, cavila un momento y luego nos responde.

—Ya ni me acuerdo. Pero, vamos a ver, haciendo un empeñito.

— Soy todo oídos. ..

—El año 66, 1866, trabajaba en Panamá, adonde había ido desde Inglaterra a la pesca de perlas. Allí tenía yo un pariente, un primo hermano, que era cónsul en Panamá. Pues bien: a principios del 66 me dió la terciana y estuve bastante grave. Entonces se me presentaron facilidades para trasladarme a Chile en el vapor Paita y no vacilé un instante. Llegué a Valparaíso e inmediatamente trasbordé a otra embarcación que iba a Puerto Montt, adonde llegue sin novedades dignas de mayor atención. Viví en casa de un caballero Hoffmann, durante mes y medio, hasta que sanó completamente de la terciana. Cuando me fui a Puerto Montt yo parecía un esqueleto, y cuando volví al norte, ya venía gordo y sano.

—¿Regresó a Valparaíso?
—No; llegué a Talcahuano y después me trasladó a Concepción.

—¿Tenía usted bienes de fortuna o venía a Chile con el propósito de trabajar?
— ¡Pues, ya lo creo que venía a trabajar! Recuerdo que buscando en qué ocuparme en Concepción me encontré con un señor Palominos, fotógrafo, que hablaba inglés; y como yo era algo aficionado a este arte, él me instó para que me empleara en su taller, situado en la calle del comercio, donde estuve trabajando con él seis meses. Por aquellos años no estaba aún construido el ferrocarril longitudinal y era menes-ter realizar los viajes en coches tirados por seis caballos.

— ¿Qué recuerdo agradable conserva de aquellos anos de su residencia en Concepción?
—El de una amistad que no olvidaré nunca: la que me brindó don Pedro del Río Zañartu, a quien conocí entonces.

— ¿Cuándo abandonó Concepción?
—Va a verlo usted. Durante mi estada en aquella ciudad, llegó el coronel peruano Balta, a quien conocí tan de cerca que, al cabo de algunos días de franca amistad, me invitó a que me fuese con él al Perú. Sin mucho cavilar acepté, y héme, tras una larga navegación, viviendo en Lima, con el coronel y cerca del Gobierno, pues era Presidente de aquella República el hermano del coronel. Pero, queda lo mejor por contar. Cuando estalló la revolución de Los Gutiérrez contra Balta, entonces fui comisionado por su hermano para trasladarme a Iquique a fin de buscar todo el dinero posible: nos fuimos a Iquique y una vez allí hicimos una recogida de quinientos mil soles de plata y, cuando el vapor volvía de Valparaiso para el Callao, nos embarcamos de nuevo y, al acercarnos al Callao, entrando por el canal angosto de la isla de San Lorenzo, se quebró un eje de una de las ruedas del vapor, teniendo que entrar al puerto con una sola rueda. El capitán se portó muy bien. Nos arrimamos a un pontón de propiedad de una compañía norte-americana, que mandaba el capitán White, y ahi depositamos el dinero. Pronto nos dieron la noticia que el Presidente Balta había sido asesinado durante esa misma noche por un sargento. Una hora después fui comisionado por Balta para ir a Lima a comunicarle a los amigos de su hermano su llegada, a fin de disponer lo que se podía hacer con el dinero y las medidas que eran menester tomar contra los Gutiérrez. Volví en la misma noche con carta sellada para el coronel Balta y al día siguiente, en la noche, tomaron por asalto el fuerte de Santa Rosa del Callao, donde estaban los hermanos Gutiérrez, quienes fueron trasladados en calidad de prisioneros a Lima, donde se les colgó en las torres de la Catedral y luego quemados en la plaza publica con parafina. Después de esto me dió miedo quedarme en Lima, y me vine a Valparaíso en el vapor Panamá. Y volví de nuevo a Talcahuano, donde el señor Rolfy Slater había iniciado el ferrocarril de Talcahuano a Chillán. Estuve presente cuando se puso el primer riel y en el banquete, que duró tres días y tres noches, verificado en un galpón que había en Talcahuano, donde actualmente existe la estación de los ferrocarriles. Trabajé algún tiempo con estos señores en diferentes obras del ferrocarril, hasta que un buen día llegó un buque, el Talismán, a tomar carbón en Talcahuano, donde venía don Nicolás Piérola. Hice amistad con el señor Piérola gracias al intermedio del señor Palominos, quien me invitó a ayudarlo para la revolución que estaba formando. Lo acompañé en el Talismán hasta el puerto de Quintero, donde me dió varias comisiones que cumplir. Pero los intentos revolucionarios fracasaron por falta de oportunidad y fondos. Luego regresé nuevamente a Valparaíso y estuve empleado hasta que me trasladé a Santiago, encargándome del contrato con la Municipalidad por nueve años, para formar el Parque Cousiño, que concluí de formar. Tomé el Parque el año 72.

 —De su estada a cargo del Parque Cousiño, ¿qué recuerdos conserva? ¿Data de ese tiempo su conocimiento de don Isidoro Errázuriz?
Rápidamente, con nerviosidad, Mister Jones me responde:

— Si. En ese tiempo era municipal don Jacinto Nuñez, dueño del diario de La República. Tuve amistad muy estrecha con dicho señor y como pasatiempo me tomó de cronista ad-honorem en su diario. El cronista jefe era Vicente Grez. En ese tiempo era don Zenón Freire Intendente de Santiago y don Miguel Felipe del Fierro y don Victor Aldunate Carrera, regidores del Parque. Yo conseguí el contrato de arrendamiento del Parque por intermedio de don Vicente Pérez Rosales, quien me brindó su amistad paternal desde que llegué a Santiago, pues traje de Valparaíso una carta de recomendación para él. En las propuestas para el contrato del Parque tuve que competir con treinta contrarios. Yo conseguí el contrato por mil pesos al año: entradas de coches, patentes, todo era para el empresario... Durante una conversación que tuve con don Jacinto Nuñez y don Vicente Grez, me dijeron que el señor don Isidoro Errázuriz tenia deseos de adquirir uno de los hermosos perros que yo tenía. En el acto le mandé uno de regalo. La contestación al regalo fué una invitación a almorzar con él al día siguiente. Y desde ese día seguí cerca de él en mi inolvidable amistad. Con una parte de la ganancia que tuve en el Parque Cousiño el año 78 compré diez mil cuadras de terreno en la provincia de Llanquihue, a cincuenta centavos la cuadra. Ahi fué donde hice mi iniciación en la agricultura. Alcancé a juntar algunos miles de vaquillas que en ese tiempo se vendían a un peso cincuenta cada una. Construí casas e hice muchos trabajos, en dicho fundo, y ahí estaba cuando reventó la guerra del Pacífico.

—¿Cuándo volvió a Santiago?
—Entonces, a causa de la guerra, tuve que abandonar mis negocios en el sur y dedicarme de lleno al Parque, porque todos los días iban a formarse los regimientos y como eso me traía buenas entradas, tenía que vigilarlos, por supuesto. En esa época visitaba mucho el Parque don Aníbal Pinto, el Presidente, y yo tenía ocasión de conversar mucho con él, sentado en la isla larga del Parque: hablé mucho sobre la guerra con él, y su benevolencia llegó hasta el punto de comisionarme asuntos muy delicados relacionados con la guerra contra el Perú. Fui a Lima tres veces, trayendo datos muy importantes para el Gobierno chileno. Después me comisionó otra gestión muy reservada en Antofagasta, durante el tiempo en que se reunía el ejército para la toma de Pisagua.

En efecto, partió al norte Mister Jones y, arriesgando su vida en centenares de ocasiones, realizó buscas informativas que a otro cualquiera hubiesen arredrado por su audacia. No sólo fué a las ciudades sino que estuvo entre las tropas peruanas, entre su oficialidad, cerca de sus jefes, para luego transmitir al Gobierno chileno informes interesantísimos.

Suena un timbre. Mister Jones abandona un instante la pieza y, tan pronto vuelve a su asiento, nos dice:

—De regreso de estas comisiones volví al Parque otra vez y cedí los ochenta trabajadores que tenía para que los engancharan en el ejército y me fueron dados, en cambio, ciento cincuenta prisioneros peruanos, que tuve a mi cargo un año. De noche iban a dormir en el Presidio, que estaba al frente... Después de la vuelta del ejército del Perú, cuando volvió el general Baquedano, tuvimos un gran banquete en el Parque Cousiño de cinco mil cubiertos, para celebrar la llegada del Ejército.

—¿Qué le pareció, Mister Jones, el fin, el resultado de la guerra del Pacífico para Chile?
Me mira con cierto asombro, Mister Jones, a los ojos, como inquiriendo más aún en el fondo de lo que le pregunto; luego, rápido, seguro me contesta:
—A mi juicio, si don Aníbal Pinto hubiera estado un año más en la Presidencia y conociendo las ideas de Su Excelencia, hoy día la bandera chilena flamearía en La Paz. Por debilidades del Presidente Santa María y de sus consejeros no se cumplió el deseo de don Aníbal Pinto, pues el ejército vencedor debía haber ido hasta La Paz y no a la Araucanía chilena.

—Entre tanto, durante ese tiempo, ¿tuvo ocasión usted de tratar a menudo a don Isidoro Errázuriz?
—Don Isidoro, mientras duraba la guerra, estaba en el Perú y era él quien me instigaba en todas las comisiones que me encomendó el Presidente Pinto. Nuestra amistad siguió como siempre hasta que él volvió y tomó parte importante en los Ministerios del Gobierno de Santa María.
.....

Fatigado con el chorro ininterrumpido de esa charla constante que sube a borbotones a sus labios, Mr. Jones cesa de hablar, rendido, vivamente emocionado, tembloroso el acento.

Afuera el campo se incendia en un crepúsculo de fuego: mugen las vacadas, se tiñen de ocre los viñedos, largas filas de labriegos regresan de las faenas. De la tierra fresca asciende una ola a establo recién abierto.

Y, entre esos perdidos rumores de la tarde desfalleciente, se escucha a lo lejos, ronca, en sordina, la voz del río que se arrastra, sobre su lecho de piedras.

Mientras Mr. Jones nos tiende la mano franca, afuera, en un corral vecino, un caballo relincha, relincha, como husmeando en el aire cercanas voluptuosidades.

Subimos al coche. Echan a andar los caballos. La casa de Las Mercedes se queda arrebujada entre los naranjos. Poco a poco el silencio de la tarde va entrando en nosotros."


********************
Texto tomado de la revista "Pacific Magazine", Santiago de Chile, año 7, número 40, abril de 1916.

Saludos
Jonatan Saona

No hay comentarios.:

Publicar un comentario